Ensayo

Etchecopar y su discurso de odio


Perdón Baby, pero el mundo ya no te pertenece

En el 2013, el INADI le llamó la atención a Baby Etchecopar por su arenga al femicidio. Igual, el conductor no paró de decir salvajadas que con la fuerza del Ni Una Menos hoy no hacen más que ubicarlo como la voz de un coloquio machista en extinción. "No esperamos que el Estado se ocupe de Baby porque lo estamos haciendo nosotras: la organización feminista", escribe Flor Monfort.

El día en el que las feministas levantemos el monumento al machirulo será en una plaza que ocuparemos definitivamente. En la que nadie podrá pedirnos que evitemos las pintadas porque el resto del pueblo no feminista la va a dar por perdida. Será en una plaza donde estaremos todo lo sucias que queramos, a nuestras anchas y eructando fuerte. Será en una plaza soñada que habremos ganado con el sudor de nuestras axilas no depiladas, en esa guerra contra el mundo patriarcal y misógino, cada vez más cercado y más pequeño.

Ese día alzaremos un monigote narigón y orejudo. Tendrá el pañuelo celeste haciendo de taparrabo a lo Catriel y una pistola en cada mano (un machirulo de pura cepa siempre tiene la bala lista para disparar al negro que se le cruce). Será narigón y orejudo porque qué mejor que apropiarse de esa lógica lombrosiana tan funcional al machismo de que se mueran los feos y, claro que sí, ¡las feas! Porque el mundo es de les lindes, les rubies, les de ojes celestes.

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En 2013, el Observatorio de la Discriminación en Radio y Televisión dependiente del INADI llamó la atención de Baby Etchecopar por su arenga al femicidio. Resumiendo las salvajadas, el conductor radial dijo que las mujeres que pasados los 40 años no tengan “una medida estándar, no digo Valeria Mazza, digo algo comestible, una mujer común y potable”, habría que matarlas a martillazos.

Basta escribir en Google “muerta a martillazos” para que aparezca, entre muchos, el caso de Ramona Luque Blanco, de 42 años, a quien su pareja atacó en febrero de 2017 con esa herramienta mientras dormía en su casa de Villa Fiorito y quien obviamente terminó muerta. Pero hay muchos otros casos, acá y en mundo. Porque el machismo femicida que celebra Etchecopar no es exclusivo de nuestras pampas.

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Sabemos que el Estado es responsable de que contemos una muerta cada 30 horas por faltas de políticas públicas para erradicar la violencia machista. Porque jamás destinó presupuesto para ejecutar la Ley de emergencia por violencia de género que se promulgó el año pasado ni llevó a cabo la capacitación judicial con perspectiva de género.

No esperamos entonces que se ocupen de Baby porque lo estamos haciendo nosotras: el feminismo está fundando nuevos modos de producción, nuevas formas de ejercer los vínculos personales y colectivos. Y las ollas populares comandadas por personas como Corina de Bonis del CEC 801 de Moreno, quien fue secuestrada y torturada y se llevó en su panza el filo del terror con la leyenda “ollas no” escrito con su propia sangre, son una pequeña muestra de eso.

Otra prueba de la contundencia de un martillazo como el que Baby quiere darnos en la cabeza es la organización con la que pacientemente tomamos las calles desde el 3 de junio de 2015, hicimos dos paros nacionales y reventamos la Plaza de los Dos Congresos el 13J y el 8A.

Por eso, ver a Baby Etchecopar en la radio ejerciendo su rol de patriarca acomodándose el bulto -con la visible incomodidad de los periodistas que lo acompañan, que no pueden ni deben más que escucharlo y festejarlo cuando el timing lo exige-, es una escena del asco pero también un fundido a negro del coloquio machista en vías de extinción.  

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Volviendo a nuestro monigote soñado, aquel que quemaremos cual hembras enardecidas, éste deberá tener cara. Y esa jeta deformada por la ira misógina será la de Baby Etchecopar con el bigote Adolfito, sin ojes celestes ni belleza de ningún tipo pero con el pecho inflamado por la testosterona argentina que siempre es tan espectacular, la mejor de todas, porque así como tenemos la avenida más ancha tenemos los guacho pistola más pistolas del planeta entero.

¿Por qué le dicen Baby? O más afinada la pregunta, ¿Por qué se pronuncia BABY y no beibi, en inglés? ¡Ah! Porque el machirulo se deja poner apodos pero no le lame las botas al imperio, viejo, no vaya a ser que nos tilden de cipayos. “Ja-ja-ja” se reiría abriendo mucho la boca, ocupando aire del mundo para desplegar su risa estruendosa y asquerosa de muchos dientes y mucho faso y mucha vida, porque si hay algo que tiene el macho es calle, ¡viejo!

Por supuesto que las feministas lo prenderemos fuego, en un aquelarre rave y con rayo láser. No debería faltar un buen motín de fuegos artificiales y unas coreos específicas para la cuestión. Bailaremos en microbikini las viejas, las gordas, las grasas, las brujas, las chetas, las travas, las putas, las choriplaneras, tortilleras y atorrantas, las villeras de calzones sucios y patasucias de andar descalzas, como dijo el Baby de nosotras, las todas que ocuparemos las tierras muy pronto, empezando por esa plaza y siguiendo por las casas de todos ellos.

Ya no será el miedo al cabecita negra sino a nosotras, olleras de pañuelo verde que hacemos temblar la tierra con nuestro salto coordinado.

Perdón Baby, pero el mundo ya no te pertenece.

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Entendemos el enojo, nos da pena y risa pero también nos inflama. Es el combustible de nuestra hoguera. El diseño de nuestro cerebro nos hace complejas de emociones: sabemos temblar de miedo, de rabia y de alegría al mismo tiempo, eso los asusta, ¿no?

Las caras de brujas que tenemos, volvimos de la Edad Media donde nos quemaban con aceite hirviendo para reírnos sin dientes en sus caras rotas de misoginio, lesbofobia y transfobia extrema porque ya no pueden confundir consentimiento con fuerza.

Baby Etchecopar, presidente del patriarcado, él solito se puso al frente y camina con los Iudica, los Iorio y los Lanata a un paso cada vez más desdibujado, perdiendo adhesiones minuto a minuto, perdiendo solidez y ganando descrédito.

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El lunes pasado, 10 de septiembre, un grupo de militantes del Movimiento Evita increpó a Etchecopar en la puerta de Radio 10, donde conduce su programa “El Angel del mediodía” por sus insultos contra Silvia Ponce, a quien puso al aire unos días antes y terminó sacándola indignado, en ese modus operandi que ya es su marca registrada, de destilar odio y venganza contra quien no piensa como él, sobre todo si es pobre.

Etchecopar salió del bar hacia la radio, cruzó la calle escoltado por un policía y, riéndose entre dientes, se dio vuelta pecheando a la pequeña multitud. Pero nadie se conmovió con el gesto torpe y patético de un señor mayor para ese contorneo adolescente y siguieron insultándolo.

Sería ridículo transcribir aquí sus dichos contra Ponce. Son grotescos. También el ataque a la periodista Maju Lozano porque señaló la misoginia de Etchecopar en su programa “Todas las tardes”.

A esta pelea hay que ponerle el cuerpo. Porque no es Baby Etchecopar y su séquito de malvivientes reidores (que incluyen a una mujer visiblemente molesta mientras él decía de Lozano cosas como cara de torta, fracasada y feúcha). Tampoco alcanza la operación de revertir los sentidos y apropiárselos para que den la vuelta: somos todo eso y te vamos a pulverizar Baby. No alcanza. No es suficiente. No hay estupor que alcance.

La organización feminista está a un paso de poner en agenda tu muerte lenta y agónica, junto con el patriarcado, el amor romántico y el mandato de la delgadez, la belleza y la maternidad obligatorias. Después bailaremos sobre las cenizas. Se va a caer.      

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