Elecciones 2019


Orden, escucha y gobernanza

En las figuras de Patricia Bullrich, Carolina Stanley y María Eugenia Vidal, Cambiemos sintetiza una fórmula que combina coerción, descenso al territorio y administración de las sensibilidades sociales. Son tres caras de un proyecto que busca dotar de jerarquías a una sociedad con grandes dosis plebeyas. En un clima de época marcado por el pulso de las mujeres, Esteban De Gori analiza las espadas que blindan y contienen al Gobierno.

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I

Tres mujeres son parte indisoluble del Leviatán macrista. Ellas aportan dimensiones relevantes para construir adhesiones a un proyecto que debe transitar las turbulencias económicas y que busca reelegirse en las elecciones generales de octubre. Patricia Bullrich tiene a su cargo el orden coercitivo y su búsqueda civilizatoria; Carolina Stanley, la escucha social y una forma de intervenir en el territorio y María Eugenia Vidal, la gobernanza y un estilo de conducción diferente a otros barones del macrismo. Orden, escucha del territorio y gobernanza son momentos políticos que organizan el poder y hoy se asocian para limitar la erosión de la crisis económica. Tres mujeres blindan y contienen al Gobierno nacional. Son sus mejores espadas en un tiempo de mujeres. Su presencia en la toma de decisiones se torna relevante si consideramos que en la administración anterior solo una ocupó el vórtice del Ejecutivo y eclipsó –casi a modo de liderazgo envolvente-  a otras funcionarias.

Bullrich, Stanley y Vidal constituyen el “rango social” sobre el que oscila la expectativa del macrismo. Las clases altas y medias componen su corazón visual y su termómetro electoral. Bullrich y Stanley pertenecen a esos estratos superiores y a un sector político muy atento a acercarse a otros sectores. Toda democracia, aunque conservadora y elitista, necesita un vaso comunicante y representacional con las clases populares y medias. “Dar fierros”, “dar orden” y “prestar la oreja” son modos de aproximación de una clase que logró pensar cómo introducir en su plataforma política una porción de los deseos sociales y ciudadanos. El macrismo recreó en su competencia electoral una clase alta de “proximidad”: acercarse a otros sectores tratando de sortear al “populismo”.

Bullrich ensayó la cercanía con su paso por la Juventud Peronista de los años 70. Fue un laboratorio de acercamiento. Intentó darle poder de fuego a clases medias atravesadas por culturas y reivindicación de la violencia. Dar poder armado o apuntalarlo, forjar un orden: parte de la imaginación de un sistema político que reconocía como legítima la competencia armada para resolver sus tensiones.

Por su lado, Stanley tiene una aparición más cercana en el tiempo. Esa sensibilidad de aproximación caracteriza una trayectoria de clase y una élite política que aprendió a negociar con el mundo social y sus organizaciones, a dotarlo de márgenes, pero no a destruirlo.

Ambas mujeres integran ese gesto pedagógico que proponen las clases altas y el macrismo para los ciudadanos y ciudadanas. Estratos superiores que deben “surfear” sobre el peso de una memoria histórica igualitaria, sobre la debacle de miradas que en décadas anteriores consideraban a las experiencias nacional-populares como artificios del voto irracional y sobre el proceso de individuación posmoderno. Bullrich y Stanley imponen una forma del orden y gestos de las clases altas. “Fierros” y “Escucha” para dotar de jerarquías a una sociedad con grandes dosis plebeyas. Para crear, en última instancia, un imaginario de la meritocracia del mando.

La política de Bullrich y de Stanley puede observarse en la propuesta cultural del macrismo en el Teatro Colón, donde la jerarquización que propone la clase alta no se construye expulsando a los demás estratos, sino al convocarlos y otorgarles “un lugar” diferencial en la escena. Pareciera que en el macrismo existe un intento por democratizar la jerarquización y hacerla vivible.

Maria Eugenia Vidal posee otra geolocalización. Para Laura Di Marco y Juan Grabois, algunas de sus tensiones con dirigentes muy cercanos a Macri se originan por no pertenecer al mundo del Cardenal Newman. Esta hipótesis da cuenta del otro polo social triunfante e inquietante en la estrategia de Cambiemos: la clase media. La gobernadora no solo le arrebató a la Unión Cívica Radical su interpelación, sino que logró representar o manifestar su preocupación por los excesos del proyecto económico. Además de brindar coerción o escucha social, hay que gobernar el interior de los deseos y expectativas. A  condición, a veces, de colocar algún freno al gobierno central. Gobernar es más que fierros y escucha social.

La gobernadora bonaerense se recuesta en esa oscilación ganadora clase alta-clase media por donde circula el macrismo, pero con decididas voluntades de congraciarse con ese mundo popular, al cual supo hablarle -casi de manera hegemónica durante décadas- el peronismo. En un reportaje realizado por Fontevecchia, Vidal reivindica el beneficio del presidente rico y lo sugerente del vínculo. Refiriéndose a Macri, planteaba “Que conocía gran parte del mundo. China, para poner un ejemplo. Que había tratado con personas poderosas e importantes. Con el propio presidente de los Estados Unidos. Esto, lejos de ser algo que nos perjudique, es una enorme ventaja, así como para mí es más fácil entender lo que le pasa a alguien cuando se sube al Sarmiento, porque me tomé el Sarmiento muchos años de mi vida para ir a estudiar, y sé lo que es meterse por la ventana. ¿Eso me pone en desventaja en otras situaciones? Sí. ¿Uno es influido por su historia? Sí. Ahora, ¿eso determina si uno es buena o mala persona, buen o mal dirigente, buen o mal gobernante? Definitivamente, no. 

Vidal es la voz de alto de Cambiemos pero con Macri adentro. Como primera mujer gobernadora de Buenos Aires, tuvo que erosionar la masculinidad histórica del cargo y esa imagen de Heidi que le habían otorgado. Aprendió a generar imágenes de sí misma y de su propia feminidad. Se fue a vivir a los terrenos de Campo de Mayo. En esa guarnición militar dejó de ser ese personaje infantil para transformarse en una especie de Giovanni Falcone, todo el tiempo custodiada por haber iniciado una lucha contra las mafias. Pero su domicilio militar tiene más que ver con las fantasías políticas que eso provoca que con adscripciones a un derechismo silvestre y primitivo. En ese sentido, se opuso –al igual que Horacio Rodríguez Larreta- al Protocolo de Bullrich que pretendía habilitar a la policía a disparar sin dar aviso. No se sumó al rechazo a los inmigrantes. Ni a la persecución de dirigentes sindicales. Recreó, como indica la socióloga Bárbara Ester, cierto imaginario de lo femenino frente Baradel (la bella contra la Bestia) para disputar con los gremios docentes, pero supo moverse para sostener un pacto precario con los sindicatos. Cultivó una buena relación con el Papa Francisco (lo que le ha generado ciertas desconfianzas del círculo presidencial) y con Sergio Massa. Hasta ahora fue la única que abrió la posibilidad de establecer una fórmula ganadora en la Provincia de Buenos Aires, cosa que ningún partido no peronista consiguió desde 1983: permanecer más de una gestión en el control del ejecutivo bonaerense.   

Bullrich Stanley Vidal 02

II

Donald Trump y Jair Bolsonaro dotaron de un mayor plusvalor a la coerción y a la distinción social. Las democracias post Lehman Brothers amplificaron la incertidumbre, el declive de las clases medias (salvo en China, India y otros asiáticos) y una mirada atenta a la inseguridad. En esa convulsión abierta o latente, la afirmación de la coerción provoca cierta efectividad política.

Bullrich, que en 2001 se había “parado de mano” frente a Hugo Moyano en el programa Hora Clave, encontró en su función actual una plataforma para su crecimiento político. También encontró un lugar para el ejercicio de lo disruptivo –como en los ´70- enfrentándose al universo Zaffaroni. Ella es más efectiva que su política de seguridad. De hecho, los grandes delitos que merecen mayor inteligencia y tecnología no logran combatirse o dilucidarse. La ministra hizo puntería en ese nivel que la mayoría de la sociedad observa: el robo, los hurtos, los abusos y los homicidios. Presentó un universo de propuestas punitivas pese a conocer la poca efectividad que han tenido en otros países y en Argentina. Pero Bullrich está ahí, suena como posible candidata a la vicepresidencia, resistiendo el efecto D´Alessio y parada –con cierta cintura- sobre un joystick que pulsa sobre los miedos generados por la inseguridad. 

El repertorio de temores no se agota en la violencia física: la caída y el derrumbe de lo cotidiano también conforma otro gran miedo social. Para morigerarlo no solo Macri oficializó el aumento  -a partir de marzo de 2019- del 46% de la Asignación Universal por Hijo (AUH), sino que desde fines de 2017 Carolina Stanley puso en marcha el Salario Social Complementario, (SSC) en acuerdo con la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) y otras organizaciones sociales. Con la AUH, las partidas a comedores y este salario, la ministra logró la paz social los últimos diciembres. El SSC llega a aproximadamente a 300.000 beneficiarios, aumentó año a año y constituye –considerando a toda la asistencia social- un aporte mayor al otorgado por el propio kirchnerismo (según Ministerio de Salud y Desarrollo Social, en noviembre de 2017 el SSC representaba  $713 millones y a fines de 2018 llegó hasta los $1.621 millones).

La escucha y el “descenso” de Stanley al terreno dieron resultados inimaginados. Muchos suponían que lo social sería abandonado al mercado o al voluntariado abnegado y que solo restaba esperar sus consecuencias explosivas. Pero, para una derecha que ganó en las urnas, resulta difícil no disputar los votos en todos los territorios y espacios. “Entiende de qué se trata. Son más pillos estos tipos”, explica un trabajador del Ministerio que ha pasado por varias gestiones.

En el vínculo con las organizaciones, Stanley financió la no conflictividad de tres maneras: amplió los fondos sociales, planteó un abordaje distinto al gobierno anterior y “liberó” a los y las dirigentes sociales de la voluntad centralista e integral que había planteado el kirchnerismo. Les proveyó mayor autonomía a la hora de organizar los fondos, las tareas productivas y la ayuda social. Posibilitó el emprendedurismo precario resignificando posibles trayectorias de ascenso. Rompió ese “paracaídas estatal” que caía del cielo cuando en la gestión anterior se detectaba un problema. Si bien constituía un abordaje integral, restaba juego a los y las dirigentes sociales. Esa imagen de un Estado interventor y controlador no solo era remarcada por algunos empresarios, también fue presentada por cierta porción de la militancia social. “Al puntero le es más cómodo, le da más juego”, concluye una trabajadora del Ministerio de Salud y Desarrollo Social. Ese no intervencionismo –político y estatal- se fue recreando con distintas intensidades en diversos espacios, inclusive antagónicos. De algún lado, salieron esos votos contra el kirchnerismo.

Stanley mantuvo el status quo de las organizaciones sociales. Cambiemos no decidió crear una militancia enfrentada a las organizaciones existentes. No buscó ni busca reclutar individuos para ello. Entendió las limitaciones de la dirigencia social, su corporativismo y su rechazo a la centralización. En ese territorio juega.

Por último, Vidal. Sus primeros 100 días de gobierno fueron centrales. Acordó una fórmula relativamente armónica con la Unión Cívica Radical. Puso en caja al Servicio Penitenciario y a la Policía Bonaerense. Actuó rápido frente a la fuga de los hermanos Lanatta y Schillaci y una suerte de presidencialismo provincial emergió de La Plata. Nada de Heidi quedó en su cuerpo.

Sorteado este hecho, y a diferencia del Presidente, no le estalló ninguna crisis de proporciones, sino que hoy existe una pax bonaerense envidiable en momentos de crisis y mal humor social. Se sabe mover en los resquicios que deja una ciudadanía expectante, enojada o fastidiada. Hay algo de la administración de las sensibilidades bonaerenses que resultó efectiva. Hoy posee mayores adhesiones que el propio Macri y consiguió el apoyo de municipios peronistas –algunos de fuera del conurbano- que se beneficiaron por la obra pública.

Vidal es parte de ese universo que se ha denominado hace tiempo como vidalismo. Un estilo político que está más pendiente de recrear equilibrios con los distintos actores políticos y económicos en contextos de crisis que de iniciar grandes batallas en terrenos movedizos. Intentó, asumiendo esa oscilación sobre la que circula Cambiemos, beneficiar a las clases medias y al campo (como su entorno). En su discurso a la legislatura de la Provincia (02/03/2019) remarcó la eliminación de impuestos provinciales en tarifas de luz, agua y gas. Habilitó descuentos en supermercados con las tarjetas del Banco Provincia y amplificó el apoyo económico a Pymes, como la ayuda a la producción agrícola (quita de ingresos brutos, obras para contener inundaciones del Rio Salado, mejoramiento de rutas y caminos rurales). Se propuso una acción de amplio espectro para garantizar ciertas demandas sociales. Stanley, quien fuera parte de su gabinete en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, ha sido un apoyo insoslayable.

Desde que inició su gestión recorrió dos veces de manera completa la provincia de Buenos Aires. En cada municipio mostró su capacidad de gestión, fundamentalmente a través de la inauguración o el comienzo de obra pública.

La gobernadora, que hoy todas las encuestas indican que sería reelegida, suena siempre como posible candidata a la presidencia si toda la estrategia electoral del oficialismo se complica. Al mismo tiempo se presenta como una de las mayores esperanzas para que el presidente logre su reelección. Todos sueñan con que la Provincia de Buenos Aires “vuelque” su padrón. La disputa interna en provincias de peso y la presión de la UCR sobre Cambiemos la fortalece, pero también la obliga a jugar en un territorio donde el orden, la escucha y el gobierno tendrán que afinarse para resignificar o alejar los “efectos” económicos de su destino político. Ese es hoy su gran desafío. Más que Cristina y el peronismo.