Un crimen neoliberal


Luto y lucha

Marielle Franco hace cuerpo todas las alteridades de los poderes. Mujer, negra, de la favela, lesbiana, de izquierda, socióloga, electa, legítima, honesta. No puede ser apropiada ni por los hombres, ni por los blancos, ni por la burguesía, ni por los bien pensantes del status quo político y sexual. El asesinato de Marielle Franco es el crimen de la soberanía neoliberal. Y la  transformación de su vida en símbolo activista es otra forma de seguir la lucha, una forma que conserve su potencia subversiva.

Marielle Franco hace cuerpo todas las alteridades de los poderes. Mujer, negra, de la favela, lesbiana, de izquierda, socióloga, electa, legítima, honesta. No puede ser apropiada ni por los hombres, ni por los blancos, ni por la burguesía, ni por los bien pensantes del status quo político y sexual. Los culpables probablemente sean una combinación cuasi perfecta de todos estos perfiles. Y aunque las pistas apunten hacia el poder policial-militar que confirmarían con su crimen todos los abusos que tantas veces denunció, ella fue asesinada por todas esas dominaciones.

Las causas de una ejecución pueden ser múltiples y articuladas: hacerla callar, matarla por mujer-negra-lesbiana-de la favela-de izquierda. Seguramente otras voces más legítimas e informadas que la mía podrán escribir sobre todas esas posibilidades y sus derroteros. Sin duda, y eso esperamos, se haga justicia y castigo. Es la mínima reacción por un crimen de tamaña violencia. Pero no alcanza. Porque este crimen no se agota en una pulsión desembocada, en el exceso de una organización armada que no respeta las reglas democráticas y que habría que encauzar por las vías del castigo. Son actos cuyo sentido también se juegan en el plano de la política y nos ponen ante un desafío de una responsabilidad colectiva que no se salda con apresar y encarcelar.

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Ilustración de Victoria González 

Es más, me atrevería a decir: si queremos hacerle justicia a Marielle Franco hay que ir más allá del pedido de justicia. Su ejecución abre un luto que no se sutura en el ritual del recuerdo o en el afán de la compensación del crimen. Es la transformación de su vida en símbolo activista otra forma de seguir la lucha, una forma que conserve su potencia subversiva. El luto es lucha.

Su muerte representa un movimiento contradictorio. Por un lado, sus actos y su existencia contribuyen a producir un sentido alternativo, al modo de existencia neo-liberal imperante en Brasil. Pero a su vez, el gesto mortal produce un efecto que no es solamente callar. Es un acto de fuerza que cristaliza el odio a las alteridades del poder. Produce también un sentido, que no es solamente un contrasentido. Hay, por ende, en esta muerte, dos sentidos en pugna.

Que el lector y la lectora me permitan una digresión sobre el funcionamiento de los regímenes

capitalistas y cómo se conectan con este crimen. En aquellos sistemas laboralistas que ponen al trabajo en el centro de la acumulación, sin duda, los trabajadores son explotados. Pero parte del proceso de legitimación de este sistema está atado a una promesa política que se llama “progreso”. La idea de que con el trabajo, el estudio, el esfuerzo y el sometimiento a las lógicas de dominación, el mañana va a ser mejor que el hoy. Es lo que han hecho los gobiernos “progresistas” de Lula y de Dilma, por lo menos desde la educación y las políticas distributivas y redistributivas. Se gobierna desde imaginarios posibles anclados en pruebas presentes. Los derechos son esa prueba de que la mejoría puede llegar, el régimen fiscal de que se puedan concretar y la existencia de colectivos y las instituciones la garantía de su defensa. La vida es un devenir posible que hace sentido.

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En los gobiernos neoliberales la acumulación tiende a articularse en torno a la concentración del capital, a la ganancia financiera y por ende sacan a los trabajadores del centro de los procesos de acumulación. No se puede decir en estos casos que desde el trabajo, el esfuerzo o el estudio el mañana va a ser mejor que el hoy, porque todo está sometido a la renta. Ni siquiera son creíbles las máximas conservadoras que proponen el sometimiento a la regla a cambio de una promesa de mejora. Contrariamente a lo que pretenden los defensores de estos gobiernos no se trata de regímenes meritocráticos, esa gran conquista de las revoluciones contra los privilegios de los dominantes. En el neoliberalismo se gobierna desde la “esperanza”, la espera de que las cosas van a mejorar por el derrame, la recompensa a la servidumbre voluntaria que llaman “volver a la normalidad”, a las inversiones que llegarán algún día, algún semestre, mientras la ganancia ocurre en el plano financiero. Son gobiernos “esperancistas” que hablan de un futuro que no puede ser devenir. Esta forma de gobernar no pasa por los derechos y la garantía fiscal de su concreción. Al contrario, supone el control de las prácticas futuras de los individuos y los colectivos para que funcione ese “esperancismo”, para que estén obligados a esperar, si es necesario, toda su vida.

Este modo de control se realiza por dos mecanismos. Por un lado, la deuda; por otro, la conexión con una forma específica de pensar a los individuos. La deuda externa para disciplinar a los países a través de sus condicionalidades. Las deudas domésticas para disciplinar a las personas que tienen que ordenar todos sus tiempos, sus recursos orientados hacia el futuro. En este sentido “El hombre ya no está encerrado (en la fábrica), esta endeudo” (Deleuze, Postcriptum sobre las sociedades de control).

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Este proceso de disciplinamiento se ve acompañado por la implementación de una teoría simplista del individuo. El individuo sería, solamente, interesado y utilitarista. Buscaría la maximización de su ganancia sobre la base de una psicología rudimentaria que supone que el sentido de la vida se realiza desde el tener. Esta concepción tiene un grado altísimo de eficacia en nuestra sociedad de consumo y con personas que se piensan a sí mismas como individuos auto-suficientes y realizados desde el éxito material. Habla a una experiencia individual, adula los egos contemporáneos.

Siglos de pensamiento filosófico y décadas de teoría psicoanalítica y sociológica nos muestran, sin embargo, que cuanto más simplista y homogénea es la concepción social de lo que es una persona, mayor es el malestar que reina en la sociedad. Y en ese plano es donde el neo-liberalismo financiero tiene un problema grave. Es eficaz a corto plazo cuando habla a los individuos. Es teórico y empíricamente erróneo. Produce un malestar creciente porque es insignificante. No puede producir sentido desde las lógicas materiales, no logra contener la heterogeneidad creciente de una sociedad cada vez más compleja, no puede prometer nada sino la espera.

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¿Cómo “resuelve”, entonces, este dilema? Desde la violencia. Pero no cualquier violencia, justamente una violencia que busca expresar fuerza. Pero no cualquier fuerza. Aquella que conecta con el odio de las frustraciones de los que quieren manifestar su superioridad a la altura de su complejo de inferioridad latente. Es lo que Georges Bataille llamaba “la estructura sicológica del fascismo”. El devenir fascista del neoliberalismo es una consecuencia lógica de la imposibilidad de producir sentido. Por eso todos los gobiernos neoliberales se acompañan de dispositivos represores que habilitan todos los gatillos “fáciles”, “inducidos”, “mandatados” contra los que tienen que volver a ser inferiores.

El asesinato de Marielle Franco es el crimen de la soberanía neoliberal, es el vacío que quieren llenar con una ausencia. Si bien este asesinato marca un hito en la historia brasileña, los paralelismos con otras realidades latinoamericanas no son casualidades. Tienen coherencia teórica y política. Indígenas-mujeres-pobres-villeros-lesbianas-trans son asesinadas en nuestro continente con la misma lógica. Capitalizar el odio simpático de los frustrados, mientras se los invita a permanecer en la espera, en esa eterna antecámara de la felicidad, de las promesas incumplibles del neoliberalismo.

La denegación de realidad de los gobiernos neoliberales latinoamericanos se enfrenta en ese punto a un problema mayúsculo. No van a retroceder las negras y los negros, las feministas, las lesbianas, el hartazgo creciente de los sectores populares. No van a dejar de aumentar su potencia como lo ha hecho Marielle Franco y lo seguirá haciendo su símbolo. La continuidad en esta huida hacia delante lleva a un escenario de una lógica fascista. Salir del neoliberalismo no es un problema de ideologías o de preferencias entre modelos económicos, es la necesidad de no volver a repetir la historia en una versión todavía más patética que la de los años ‘30. Karl Polanyi, en un libro fabuloso de 1944, “La gran transformación”, decía que las sociedades occidentales sacarían alguna enseñanza de la historia: el neoliberalismo lleva a la crisis de la civilización. Desgraciadamente, se equivocó.

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La necesidad de superioridad y el uso de la fuerza sigue siendo la única “solución” que estos gobiernos encuentran al sinsentido de las finanzas. Sin embargo, hay otra solución. Se llama Marielle Franco y todos sus sentidos, ahora y en nuestras futuras luchas.