Ensayo

Diego Maradona


La muerte de nuestro dios plebeyo

Si algo nos enseñó Diego Maradona mejor que ningún otro ícono popular fue el goce, la irreverencia, la potencia de desafiar lo establecido. Con matices y fisuras, porque los ídolos son de carne y hueso y están lejos del ideal, fue dueño y señor del amor del pueblo. ¿Qué será de nuestra vida terrenal sin su magnética presencia?

Publicado el 26 de noviembre de 2020

D10S y los modelos morales que supimos conseguir

Maradona es nuestro dios pagano (no voy a escribir en pasado, todavía no). Lxs futbolerxs de este mundo nos sentimos huérfanxs, desoladxs, sin consuelo. Se nos fue el que nos enseñó todo lo que sabemos de fútbol (en mi caso poco, pero es lo que hay). Con él aprendimos a llorar su dolor y transitar la derrota. Diego fue, además de futbolista, varón, padre y marido, un modelo moral del que aprendimos lo bueno y lo malo, lo deseable y lo ominoso, lo justo y lo inalcanzable. Si algo nos enseñó Diego mejor que ningún otro ídolo popular fue el goce, la irreverencia, la potencia de desafiar lo establecido, la virtud de ser un negrito del conurbano soñando con ganar un mundial, ganarlo siendo el mejor del mundo y disfrutándolo sin composturas ni represiones. Y ya sabemos lo que pasa cuando los que estaban destinados a ser pobres y nadies se consagran: arden las buenas conciencias del statu quo.

Maradona negro

Ser negro en la Argentina es sinónimo –casi siempre– de ser pobre. El negro es negro de piel, de alma y de mierda. El Diego era los tres para sus detractores, para lxs que no lo entendían, para quienes no respetaban el mito Maradona, el genio Maradona, el Diego de la gente. Era portador, dueño y señor del amor del pueblo, del argentino y del mundial: el ídolo global (a través de él entendí, por primera vez, qué significaba la globalización sin haber salido del país). Los mismos cabecitas negras que ahora mismo lloran en la primera plana de los medios porque ese llanto hoy es noticia y ese amarillismo sentimentalista les garpa como nunca. Es la oportunidad –casi única– de ser tapa de los diarios por actos no delictivos o copetes no estigmatizantes. Lxs que despreciaban al Diego lo hacían porque su irreverencia era incorrecta, incómoda, indigerible. Maradona se vestía de Versace y se paseaba por Europa pero no podía dejar de ser el mismo que había salido de Fiorito y que se había casado con La Claudia, otra negra como él. El odio a Maradona es clasista, aunque lo promuevan “otros negros”. Que la cuenten como quieran.

Maradona padre

Cuando Diego cumplió 60 participé en una nota de LatFem en la que me preguntaron sobre las supuestas tensiones entre ser feministas y maradonianas. Y entre otras cuestiones recordé al Maradona humano, contradictorio, lleno de fisuras y de puntos oscuros. Quizás su función más cuestionada fue la paterna: Maradona tardó años en reconocer a varios de sus hijxs –aunque finalmente lo hizo, cuando los años y la vida le fueron cayendo encima sin piedad. Eso no lo hace menos ídolo popular ni menos genio del fútbol, lo hace ser un miembro más de esta sociedad machista y patriarcal que ha naturalizado que los padres biológicos de tantos de nosotrxs no nos hayan reconocido. La otra cara de la moneda se veía en la devoción que tenía por Dalma Nerea y Gianina Dinorah (¿sabe el mundo que casi todo el mundo se sabe los dos nombres de sus hijas de memoria como si se tratara de un soneto escolar o un pasaje bíblico?): era admirable ese amor genuino e intenso, que nos despertaba a las huérfanas de padre una profunda envidia. Diego fue el padre que pudo ser, de eso no hay duda, pero ¿qué nos enseñó Maradona a estas feministas? Nada menos que el valor de lo humano con matices y fisuras, con errores comunes y desaciertos graves. Y también un poco de esa potencia plebeya que desde abajo nos empuja a resurgir y seguir insistiendo en reclamar por nuestros derechos en la adversidad y en la fiesta popular, callejera, incómoda, disidente.

Maradona show e irreverencia

Diego vestido de mujer, con peluca y labios rojo fuego, Diego con sobrepeso y el pelo teñido de rubio, Diego con tapado de piel, Diego fumando habanos, Diego tirando la casa por la ventana con La Claudia en su boda en el Luna Park, Diego peleando con periodistas, Diego insultando y despotricando contra quienes lo critican, Diego en conferencia de prensa dedicándole palabras incorrectas a un periodista que las merecía. Diego fue parte de nuestro show mediático. La novela Maradona da y seguirá dando rating, quién puede dudarlo. Fue nuestro embajador deportivo, nacional y cultural. Ícono de la moda estrafalaria y de los gestos elocuentes e inolvidables. Abrazado a Doña Tota, en tanga con Mr. Coppola y a los besos con el Cani, Colin Farell o Maluma. Cantando con Pimpinela y actuando con Minguito y Porcel. O iluminado por el sol y festejando ante Nigeria en el mundial de Rusia 2018, esa imagen que ahora nos vuelve como el augurio de un llamado divino a celebrar el gol eterno de una vida memorable. Maradona es tatuaje indeleble y meme eterno en nuestras redes. Diego espectáculo, Diego chimentos, Diego siempre noticia. ¿Qué será de nuestra vida terrenal sin tu magnética presencia?

Maradona's fans: amor y aguante

Prendo la tele para que las noticias lo desmientan, veo caras de desconcierto, de profunda tristeza. Lo chequeo en varios canales de aire y de cable. Los periodistas, la gran mayoría varones, empiezan a perder la compostura. Lloran al aire, no saben mucho qué decir. “La noticia que nunca hubiéramos querido dar”, dice uno. “Yo no doy esta noticia”, sentencia otro. La educación sentimental que aprendemos en los medios, en la calle y en la vida, a chapotazos y a pura prueba y error, se encarna en los fans varones de Maradona de una forma fantástica y cruel. Porque esa pasión maradoniana les permite saltar las barreras de lo no dicho, lo reprimido, lo no representado: el amor por otro varón, las lágrimas derramadas por ese otro varón que de golpe se fue y los dejó huérfanos de fútbol y de mito. Solos en la argentinidad futbolística deslucida y sin gracia, presa de las trampas propias y ajenas en las que la sumieron las malas gestiones, el capitalismo despiadado y la pandemia. Los varones lloran frente a cámara sin miedo a que le griten “putos”, lloran en las calles y más tarde lo harán en el adiós final al máximo ídolo futbolístico argentino y mundial de todos los tiempos.

Maradona soportó sobre su cuerpo y su subjetividad la carga mayor de ser el capitán argentino, el dueño de la 10 que se puso el equipo al hombro y lo llevó a la gloria. Aguantó como nadie la adversidad: Maradona y su tobillo, Maradona y el gol a los ingleses, Maradona puteando a los que nos silban el himno, Maradona y sus piernas cortadas. Pero también Maradona y Fidel, Chávez, Evo y el Tren del Alba. Diego fue un desborde constante que con aciertos y errores, amores y odios extremos, nos enseñó a enfrentar la adversidad con las mejores herramientas: talento, astucia y desafío a la autoridad. 

AD10S

El legado será su fútbol y sus hijxs. Todo lo que nos queda para recordarlo, homenajearlo y saberlo cerca aunque ya no sea así. Lo que viene es transitar el dolor por su partida y celebrar, aunque más no sea, haber sido parte de una generación que lo vio jugar, que lo escuchó cantar y reírse, putear y enojarse como pocos, gritar de bronca y llorar de felicidad. Ser amigo de los justos y también de los pecadores. Mostrarnos que los ídolos son de carne y hueso y están lejos del ideal. Hoy le rezo al D10S Maradona y en él a todxs lxs fieles de la iglesia maradoniana que con tanto fervor y tanta fe nos han enseñado a ser felices con poco, que no está bien, claro, pero hoy es lo que hay. Mañana podremos recordar su irreverencia y su cercanía con los más humildes, a ver si logramos construir un mundo en donde los de abajo tengan su oportunidad para lucirse y triunfar. Salud al cielo. Que descanses en paz, Diego de mi corazón.