Ensayo

El escritor francés en Buenos Aires


La ficción de Houellebecq

El reconocido escritor francés Michel Houellebecq llegó a Buenos Aires para dar una entrevista pública y una conferencia. Se movió con custodia policial, dijo que preferiría exiliarse en la Argentina que en los Estados Unidos y defendió la figura del provocador que acompaña su imagen mediática. El periodista cultural Pablo Nardi propone un recorrido por su obra. Si sus ideas sobre la sociedad, el capitalismo y las relaciones humanas parecen más valiosas que los argumentos de sus novelas, ¿por qué no es ensayista en lugar de novelista?

Fotos: Philippe Matsas, Actuallitté.

1. En Ampliación del Campo de Batalla, la primera novela de Michel Houellebecq, el narrador y protagonista se hace amigo de un perdedor, “un tipo feo y con cara de rana” que nunca tiene éxito con las mujeres: a sus 28 años sigue siendo virgen y su frustración es enorme. Un día le dice al narrador que se siente ignorado, solo, “como un muslo de pollo envasado en el refrigerador de un supermercado”. El narrador, que uno identifica con Houellebecq, atisba a contestar: “Raphaël... no…”. No se le ocurre, no hay, palabra de consuelo.

En la serie Mad Men, Don Draper va a una especie de retiro espiritual. Alejado de la ciudad, el albergue funciona como un centro de rehabilitación: se sientan todos en ronda, dicen sus nombres y comentan sus desgracias. Uno de ellos, un hombre de mediana edad, dice que se siente totalmente ignorado por su entorno, en su familia es como si fuera invisible. “Soñé que estaba en la repisa de un refrigerador. Alguien cierra la puerta y se apaga la luz. Luego abren la puerta y los veo sonriendo, se alegran de verme. Pero tal vez no me están viendo y tal vez no me eligen. La puerta se cierra de nuevo, la luz se apaga”. Don Draper se levanta y lo abraza. No se le ocurre, no hay, palabra de consuelo.

Si la escena es casi la misma, ¿por qué en la serie resulta conmovedora y en la novela, en cambio, absurda? Las dos tienen algo para decir sobre la sociedad, las dos tienen algo de angustiante. Pero, diferencia atendible, la serie habla a través de personajes bien trabajados, con dramas psicológicos de gran complejidad y diálogos ingeniosos. Por eso la escena resulta conmovedora. De algún modo, Mad Men es el modelo de lo que normalmente se espera de una buena novela. En Houellebecq es distinto: se vale de figurines, personajes de cotillón y estereotipos, no le interesa la psicología. Sin embargo, muchos reconocen a Houellebecq como un escritor genial. ¿Qué le aporta esa manera de narrar? Si en Mad Men los personajes son parte de su época y no ven mucho más allá, los personajes de Houellebecq son extraordinariamente lúcidos, ensayan reflexiones sociológicas y se comportan de manera inverosímil. Como si fuera poco, las descripciones y los diálogos parecen tan poco trabajados que recuerdan a las novelas de aeropuerto.

2. Quizá por la diferencia con otro tipo de ficciones como Mad Men, pero también como Ana Karenina o cualquier novela más o menos realista, es que en un primer acercamiento a la obra de Houellebecq el lector suele preguntarse, extrañado, por qué en lugar de escribir ficciones no se dedica al ensayo, que parece ser su verdadero interés. La respuesta fácil es que, efectivamente, Houellebecq escribió El mundo como supermercado, donde reúne artículos ensayísticos y entrevistas. Si bien ahí trata una variedad de temas, vuelve una y otra vez a cuestiones estéticas que utiliza para reafirmar su propia obra. En “Jacques Prévert es un imbécil”, no hace más que arremeter contra el poeta y criticar el contenido de sus poemas por románticos, optimistas y superficiales. Más adelante se encarga de explicar un fragmento de Ampliación del campo de batalla, donde establece que la novela ya no puede ocuparse de asuntos psicológicos porque las relaciones humanas están desapareciendo. Afirmación, por cierto, que resulta más efectiva en el contexto de la novela, donde adquiere cuerpo por el tono que adopta el autor y los problemas de los personajes. Además, rechaza el estilismo y el puro procedimiento formal en la poesía y la novela. Son ensayos que alcanzan a postular ideas, a veces a desarrollarlas, pero sin duda no les debemos a ellos la importancia que tiene Houellebecq en todo el mundo como escritor. La pregunta, entonces, pasaría a ser qué le aporta la ficción a la obra del francés.

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3. Juan José Saer, en “El concepto de ficción”, demuestra que además de ser un novelista de primer orden es un gran ensayista. En el artículo que lleva el nombre del libro, Saer comienza con el desglose de una biografía de Richard Ellman sobre James Joyce. Se siente molesto porque Ellman, con aire de pretendida objetividad, adopta los puntos de vista que Joyce tenía sobre su propia vida. “La biografía puede mantener su objetividad, pero apenas pasa al campo interpretativo el rigor vacila”, escribe Saer. Por supuesto, podemos no estar de acuerdo con que se puede escribir una biografía totalmente objetiva, pero sin duda lo primero que se le exige a una biografía es veracidad. En los géneros de ficción, en cambio, no hay tal exigencia. “Pero que nadie se confunda: no se escriben ficciones para eludir, por inmadurez o irresponsabilidad, los rigores que exige el tratamiento de la ‘verdad’, sino justamente para poner en evidencia el carácter complejo de la situación, carácter complejo del que el tratamiento limitado a lo verificable implica una reducción abusiva y un empobrecimiento. Al dar un salto hacia lo inverificable, la ficción multiplica al infinito las posibilidades de tratamiento […]”, dice Saer.

4. Un caso mínimo que representa una constante en buena parte de la obra de Houellebecq: en Ampliación del campo de batalla, el capítulo ocho se abre con el encuentro del protagonista con un amigo sacerdote, nunca mencionado hasta ese momento. ¿De dónde salió el cura? No suena verosímil que el protagonista, un hombre intelectual y profundamente ateo, además de solitario y sin amigos, tenga por única amistad a un sacerdote. El lector avezado sabe que el cura es apenas un andamio para esgrimir una teoría religiosa sobre el mundo. En realidad nadie está interesado en el sexo, dice el cura, es apenas una careta que tiene la sociedad para disimular su falta de interés por la vida y el mundo. El protagonista disiente pero, como suele pasar con los religiosos, expresar su desacuerdo no tiene sentido. Hacia el final de la novela, el narrador se vuelve a encontrar con el sacerdote. Lo ve borracho, arruinado. Éste le cuenta que conoció a una enfermera joven, de veinte años. Él nunca antes había sentido la tentación, pero al conocer los placeres del sexo ya no hay vuelta atrás. Al cabo de unos meses de relación más o menos feliz, la enfermera le dice al cura que conoció a otro hombre y, sin decir más, se va para siempre. El cura queda destrozado y no se siente capaz de volver a dar una misa. La anécdota, por supuesto, no dice mucho. Pero si recordamos qué idea sostenía el cura al principio, entendemos que al fin y al cabo el interés que tiene la sociedad por el sexo no es ficticio sino real.

5. De ver hacia dónde va la idea que en un principio tenía el sacerdote podemos imaginar que cada argumento, cada visión del mundo, en Houellebecq, es un personaje. O al menos, que las novelas son el recorrido de un tema, el encuentro con una antítesis, su resolución, su anexo a una idea complementaria que otro personaje aporta. Otro ejemplo: en Plataforma, el protagonista descubre que en los países del primer mundo hay una falta de satisfacción sexual. A medida que se encuentra con otros personajes y visita lugares nuevos –como un bar sadomasoquista o Cuba-, el protagonista va puliendo sus impresiones sobre la sociedad occidental, agrega y quita elementos, hasta que da con una idea acabada que se puede aplicar perfectamente a un negocio de turismo sexual en Asia. Si en una novela los personajes sufren transformaciones, empiezan en un lugar y terminan en otro, en Houellebecq esa trayectoria se puede aplicar a las ideas.

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6. Al principio de Sumisión, la última novela de Houellebecq, el protagonista hace un diagnóstico –bastante peculiar, por cierto– del individualismo liberal: el fin del patriarcado origina el final de las familias y, por ende, de la continuidad demográfica; el libre mercado en materia sexual genera soledad y frustración porque pocos ganan y muchos pierden; el humanismo y el individualismo llevaron a la sociedad francesa al deterioro de las relaciones humanas y el desastre. Luego, el protagonista es sometido a una serie de peripecias que confirman los problemas planteados al principio: pierde a su pareja, a sus padres, tiene dificultades para establecer vínculos humanos, los años pasan y cada vez es más difícil concretar encuentros sexuales satisfactorios. El marxismo, que décadas atrás había sido una alternativa posible al individualismo liberal, ya no tiene oportunidad. Se vuelve justificable, e incluso deseable, el advenimiento del Islam, religión que une a los individuos por medio de una divinidad superior; propicia la vuelta al patriarcado y por ende de la continuidad reproductiva. La novela fue mal entendida: no era una crítica al islam, sino más bien una fábula en la que esa religión se muestra como el único remedio para un país hundido en el desastre. Seguramente el malentendido se produjo a causa de la lectura simplista, fenómeno común cuando se trata de Houellebecq, y del atentado a Charlie Hebdo, que coincidió con la fecha de publicación de la novela. La vida de François, el protagonista, se relaciona con dos ejes: Huysmans, autor al que le dedicó su tesis doctoral y con el que se compara constantemente, y Francia. La tríada François-Huysmans-Francia oxigena el discurrir de la novela: a pesar de que el protagonista es chato y casi de cartón, cobra dinamismo cuando se lo considera en relación con los otros dos elementos, que a su vez tampoco son estáticos. Es cierto, en Sumisión hay páginas y páginas de elucubraciones con aire ensayístico, pero las ideas cobran gran valor estético cuando son sometidas al paso del tiempo y la relación entre los tres ejes recién mencionados.

7. Hay otros ejemplos de obras donde los personajes son ideas. En Pierre Menard, autor del Quijote, Borges reflexiona a través de una anécdota sobre las condiciones de producción y reconocimiento de una obra. Pierre Menard se propuso componer una novela que coincidiera letra por letra, línea por línea, con las de Miguel de Cervantes. El cuento avanza a medida que el narrador nos explica qué implicancias tiene una empresa de semejante envergadura. Entre ellas, que las mismas palabras escritas en distintas épocas pueden variar su sentido, que reescribir una obra en un momento posterior es más difícil de lo que fue escribir el original. La idea se hace cada vez más compleja, hasta que el narrador llega a una conclusión que funciona como manifiesto para multiplicar las formas de leer un texto. Es un cuento sobre una idea que va siendo transformada con sus variantes y declinaciones. En La montaña mágica, de Thomas Mann, también vemos cómo se transforman ideas, en este caso humanistas, que culminan con la Primera Guerra Mundial y de algún modo marcan su fracaso. En resumidas cuentas, Houellebecq no es el fundador de una tradición sino su continuador. Como buen heredero, también introdujo algunos cambios. Una de las escenas más importantes de Las partículas elementales es aquella en la que una mujer que acaba de quedar en silla de ruedas le dice a su amante: “Te queda un tiempo por vivir. No tenés por qué pasarlo ocupándote de una inválida”. Entonces, sin un punto aparte, el narrador dice lo siguiente: “Los elementos de la conciencia contemporánea ya no están adaptados a nuestra condición mortal. Jamás, en ninguna otra época y en ninguna otra civilización, se ha pensado tanto ni con tanta persistencia en la propia edad; cada cual tiene en mente una perspectiva simple acerca del futuro; llegará un momento en que la suma de los placeres físicos que le quedan por experimentar en la vida será inferior a la suma de los dolores.” Cuando la narración retoma, la mujer se ha suicidado. Es decir, la acción fue narrada indirectamente, u omitida, mediante una reflexión sociológica.

8. Volviendo a Saer: la literatura no pertenece al campo de la verificación, por lo tanto no es verdadera ni falsa. Asumido esto, es ahí, en la literatura, donde se puede hacer el ejercicio de someter a un personaje a las consecuencias de una idea, o mejor: donde se puede jugar a “verificar” una idea con las cosas que les pasan a los personajes y que ambos vayan sufriendo transformaciones, o contar una parte de la historia con personajes y otra indirectamente, con ideas. En Historia de la pintura italiana, Stendhal escribió que para los griegos la diferencia entre belleza y elegancia radica en el movimiento. Al contemplar un cuadro, algo estático, podemos encontrar belleza. Pero la elegancia se percibe en los gestos, los ademanes, la forma en que una figura se mueve. De alguna manera, es lo estático contra a lo dinámico. En una novela, a diferencia de un ensayo convencional, las ideas están relacionadas al paso del tiempo y el accionar de los personajes; si ese dinamismo está bien logrado, encontramos un hecho estético. Tal vez por eso Houellebecq es un gran escritor.