Gambito de Dama


Ni puta ni santa: ajedrecista

Gambito de Dama atrapa a quienes no saben nada de ajedrez tanto como a quienes pueden recitar de memoria las jugadas de Bobby Fischer. ¿Qué nos fascina? Tali Goldman y Mariana Levy analizan los gestos feministas de la serie cuya protagonista, alerta spoiler, cumple el sueño de todes. Beth Harmon y su fuga del patriarcado, una lectura 2020 sobre la vida de las mujeres de los 60. Una serie tan anti estereotipos que los rusos no son villanos.

Estimados lectores y lectoras:

 

En esta nota vamos a analizar algunos aspectos de Gambito de dama, la serie de Netflix que se convirtió en una de las más vistas a nivel mundial. Según la propia información que da la plataforma, “es una ficción que explora la vida de una huérfana prodigio del ajedrez llamada Beth Harmon desde los ocho a los veintidós años, mientras lucha contra la adicción en la búsqueda de convertirse en la mejor jugadora de ajedrez del mundo”.

 

Como es una serie sobre ajedrez, les queremos proponer un pequeño juego, el famoso  multiple choice. Si ya vieron la serie les resultará una tarea muy sencilla mas no estúpida: prometemos que tiene recompensa teórica. Si no la vieron, jueguen igual. Las respuestas serán reveladas parcialmente en este artículo y por eso advertimos que habrá algún que otro spoiler. Sin más rodeos, arranquemos.


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Escena 1

 

Una niña de 8 años llamada Beth Harmon baja al sótano del orfanato en el que vive, por un pedido que le hace su maestra. En el sótano hay un hombre: Mr. Shaibel. Es el encargado de maestranza. Tiene alrededor de 50 años. Están solos y hay una luz tenue que proviene de una lamparita colgada del techo. ¿Cómo sigue?

 

a) Mr. Shaibel es un pedófilo que se obsesiona con las niñas del orfanato. 

b) Mr. Shaibel viola a Beth y la obliga a mantener silencio durante toda su vida. 

c) Mr. Shaibel la invita a jugar al ajedrez y descubre un talento único en Beth.

 

Escena 2

 

Beth Harmon tiene 18 años. Es una estrella en ascenso de ese deporte. Viaja por Estados Unidos compitiendo. Es la única mujer entre varones. Uno de sus primeros rivales, Townes, la invita a su cuarto con la excusa de jugar una partida de práctica. Se sientan al borde de la cama a menos de un metro de distancia.

 

a) Se besan apasionadamente. Tienen sexo. Son felices. 

b) Se besan. Pero Townes es un hombre posesivo. No soporta que ella sea mejor que él. Es un violento y maltratador.

c) Cuando se están por besar entra un hombre a la habitación. Townes es gay. Harmon y Townes no se besan, en cambio juegan ajedrez.  

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Escena 3

 

A sus 15 Beth Harmon es adoptada por un matrimonio disfuncional: Mr. and Mrs. Wheatley. Ella es depresiva. Aspira a que la llegada de Beth le de un motivo para seguir viviendo. Apenas entran a la casa Mr. Wheatley la mira intensamente.

 

a) Una vez que se muda con los Wheatley, lejos del control del orfanato y del Estado, por las noches, Mr. Wheatley la viola. 

b) Su madre adoptiva la odia. Verla le recuerda a su hija muerta y se desquita con ella. Le hace la vida imposible.

c) Mr. Wheatley abandona a la Sra. Wheatley y ella queda destrozada y al borde de la ruina económica. Pero en vez de hundirse en su depresión, la Sra. Wheatley apoya a Beth en su carrera como ajedrecista y cuando empieza a irle bien, Beth la convierte en su manager. Se vuelven en un dúo dinámico, ellas solas contra el mundo.

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En Gambito de Dama no hay misterio pero sí hay efectos sorpresa que revierten todos los lugares comunes y estereotipos a los que estamos acostumbrados como espectadores de series. Sabemos, con solo leer la sinopsis, que efectivamente Beth Harmon se convertirá en la mejor jugadora de ajedrez del mundo: ella es una niña genio, va a triunfar, está condenada al éxito. Acá no hay intriga en cuanto al desenlace. La serie toma una estructura tradicional y muy transitada. En las películas y series de deportes, para poder triunfar en la disciplina que lo obsesiona, nuestro/a protagonista tiene que enfrentar muchas pruebas, pero, en última instancia, se tiene que enfrentar consigo mismo/a. Hasta acá, Gambito es predecible. Sin embargo, tanto Beth Harmon como los personajes que en apariencia son muy tradicionales y muy transitados, hacen algo completamente inesperado. Y en eso radica nuestra fascinación. 

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***

La imagen que vende la serie es muy atractiva. Beth Harmon es una pelirroja que mira fijo un tablero de ajedrez con las manos cruzadas por debajo de la pera y por su estética sabemos que, al menos, está ambientada en la década del 50. Beth es interpretada por Anya Taylor-Joy.  Criada en Argentina, suma puntos de orgullo patrio frente al resto de las series en el catálogo de Netflix. La sonrisa se dibuja cuando la escuchamos hablar en diversas entrevistas en un perfecto castellano, confesar que su “calidad humana y su actitud ante la vida” son por “ser argentina” y contar que es devota de las empanadas, el pan de provolone (que le gusta más que la pizza) y los churros con dulce de leche. Taylor-Joy tiene una belleza que no llamaría la atención si la viéramos comprando algo en el supermercado de la esquina, pero al verla en pantalla resulta hipnótica, la cámara la ama. 

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¿Gambito de Dama está basada en una historia real? Todes fuimos a google a buscar este dato. Pero lo interesante es que la respuesta es relativa. Se trata de la adaptación de un libro con el mismo nombre, escrito por Walter Tevis en 1983. En la era de oro de las Bio Series —como Poco Ortodoxa, Luis Miguel, Narcos, Veneno, The Crown— Gambito de Dama, como un camaleón, se hace pasar por una historia real pero el personaje sobre el que está basada es ficticio. Beth Harmon no existe y por ende no califica como Biopic. Pero no es errado asegurar que se trata de una historia real. La ficción de Tevis efectivamente está basada en un niño prodigio del ajedrez: el estadounidense Bobby Fischer. Y el hecho de transformarlo en mujer es de por sí un gesto militante—¡y más para 1983!—, sobre todo porque Fischer era abiertamente misógino y creía que no había muchas mujeres campeonas de ajedrez simplemente porque no tendrían la capacidad cognitiva de serlo. Así lo dijo en 1963 en una entrevista: “las mujeres no son tan inteligentes como los hombres”. 

 

Las similitudes entre el personaje de Beth Harmon y Bobby Fischer son muchas. La principal, “su estilo de juego” —según reflejan infinidad de artículos que se publicaron luego del estreno en la plataforma de streaming— razón por la cual cabe destacar otro de los grandes aciertos de la serie. Resulta atractiva tanto para los que únicamente pueden identificar que en ese tablero se juega al ajedrez como para los que pueden explicar de memoria lo que es “la defensa Siciliana”. Esto le pasa a la guionista Micaela Libson, que jugó al ajedrez de manera competitiva a los 9 años, la misma edad que tenía Beth cuando arrancó, y pudo reconocer en la serie una analogía interesantísima con el juego mismo, algo que al neófito le pasa totalmente inadvertido: “Cada personajes es una pieza: Benny Wats es el Caballo, se viste como un caballero con capa y sombrero; Harry Beltik es el Alfil, representa la moral; los gemelos Matt y Mike son las Torres, los protectores; Townes es el rey, al que ella ama pero no puede alcanzar. La historia relata cómo ella se va transformando en la pieza más fuerte del juego”. 

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Otra semejanza tiene que ver con la “soledad” de ambos personajes. Si bien Fischer no era huérfano como Beth, a los 16 años se quedó solo en la casa familiar después que su hermana y su madre se fueran: una escena parecida a la que vive Beth luego de que su madre adoptiva falleciera en México y ella regresa al caserón heredado. Aunque Fisher no era un fashionista como Beth, era bastante delicado con su elección de vestuario. Todos sus trajes, e incluso sus zapatos, eran hechos a medida. El curso de ruso que toma Beth para competir en la URSS, también está inspirado en Fischer que, con el mismo objetivo, aprendió el idioma solo. Fischer, como Beth, viaja al país soviético en medio de la guerra fría coronándose campeón mundial: título que solo habían ganado (y ganarían) rusos por más de 30 años. 

 

Pero lo que vuelve a Beth Harmon “real” no es su espejo en Bobby Fischer, sino la “verdad” que el personaje emana. Beth se siente real porque va rompiendo a lo largo de los episodios los estereotipos que esperamos en este tipo de ficciones. Y esto no solo sucede con Beth sino con el resto de los personajes secundarios que la acompañan. Lo “real” en Gambito de Dama aparece en que, como espectadores, asistimos a ver la humanidad de cada uno de los protagonistas. No hay en toda la serie “malos” al estilo villanos. A excepción del padre adoptivo, que podríamos decir que tilda todos los casilleros de un “malo malvado de película” —aunque su participación es ínfima—, el resto de los personajes, que incluso parecen encajar con esa descripción, salen de ese rol en el momento en el que creemos saber lo que van a hacer. 

 

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La directora del orfanato, a primera vista, es una perfecta Cruella de Vil al estilo Disney. Lo primero que hace es cortarle el pelo y quemarle el único recuerdo de su difunta madre: un vestidito bordado con su nombre. La directora cumple su rol de villana al pie de la letra hasta el momento decisivo, cuando Beth pide permiso para hacer lo que más desea en el mundo, ir a jugar por primera vez con alguien que no sea Mr. Shaibel, salir del sótano, medir su talento con el mundo. Es obvio cuánto lo desea y es obvio que la villana se lo va a impedir—el manual “Tronchatoro” de la directora mala dice que se tiene que interponer siempre entre sus huerfanitas y la felicidad— pero, sorprendentemente, la directora la deja ir. Eso hace que la serie pierda un conflicto pero gane un personaje humano que rompe el molde.

 

Esto se repite incansablemente: la madre adoptiva desamorada termina siendo su mayor aliada; Mr Shaibel, el gruñón, su mentor y principal fan; su mejor amiga del orfanato, Jolene, quien se siente traicionada por su partida, será su salvadora; su contrincante nacional, Benny Wats, será su entrenador clave para competir en Rusia; el hombre que ama, Townes no es correspondido porque es gay; una super modelo, Cleo, que cualquier otra serie usaría para que se peleen por un hombre se convierte en su amante por una noche; “los rusos” que son en absolutamente todas las series el gran mal, los villanos de cajón, se muestran empáticos con ella, son justos e incluso, el ejemplo de trabajo colectivo. La propia Beth Harmon que oscila entre la cordura y la locura producto del alcohol y las pastillas puede dejar eso atrás, dándose cuenta de que ella no es su madre (ninguna de las dos) y no tiene por qué repetir su historia.  

 

Pero el verdadero jaque mate de la serie, lo que descoloca y la vuelve sorpresiva, es que sin ser anacrónica tiene una lectura 2020 sobre la vida de una mujer en 1950/60. Y sale muy airosa de esta operación. Beth es huérfana en un sentido, pero también tiene dos madres. Esas dos madres se ahogan donde Beth puede nadar. Su primera madre, la biológica, es —por lo que llegamos a ver— una víctima del patriarcado. Madre soltera, o abandonada, o enamorada de un hombre casado, sufre un trastorno de salud mental e intenta y no puede hacerse cargo de su hija. Ella le pide al padre de Beth que tome las riendas pero él se desentiende y es ahí cuando ella se mata. Pero el patriarcado también hace estragos con su segunda madre, Alma —interpretada exquisitamente por Marielle Heller— quien está profundamente deprimida por la muerte de su hija biológica, y su marido en vez de acompañarla le “consigue” una hija nueva como si fueran a comprar una muñeca. Cuando su esposo finalmente la abandona, ella se entrega a la bebida y a los tranquilizantes. Y aunque la opresión que siente es tremenda, tiene el impulso de bracear y nadar hasta el borde ayudando a Beth con su carrera encontrando en eso un propósito. Pero, después de un tiempo, se da cuenta de que eso solo no la llena. Su vida no está completa sin un interés romántico, y cuando su amor de juventud también la abandona, no lo soporta y toma hasta morir, dejando a Beth sola nuevamente, aunque con muchas más herramientas. Beth es hija de estas dos madres víctimas del patriarcado y por eso va a enfrentarse a ese mundo de hombres representado en su caso, literalmente, por los torneos de ajedrez donde ella es la única mujer. Y en este terreno les va a ganar. 

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Hay, incluso, un tercer triunfo en la vida de Beth. No es el que consigue en el tablero, tampoco es el hecho de que deje las pastillas y el alcohol. El verdadero triunfo es que le gana al estereotipo. Según explica la filósofa Diana Maffía en su artículo “Contra las dicotomías: feminismo y epistemología crítica”, el patriarcado consiste en “crear dicotomías”, binomios de los que no se puede escapar. O se es una cosa o se es otra. Siguiendo esta narrativa una mujer que se mete en un mundo de hombres, como el caso de Beth Harmon y el ajedrez, también debería “caer” en estos binomios: o es la femme fatale y usa su sexualidad para obtener lo que quiere, el famoso arquetipo de la “trepadora”, donde cualquier logro que obtenga se encontrará empañado por la duda o certeza de con quien se acostó, o es una mujer totalmente asexuada y con apariencia masculina. Estar en un mundo de hombres implica comportarse como “uno más”. La verdadera sorpresa es que Beth Harmon rompe esta grieta y es ese el gesto más feminista de la serie. No es ni la “trepa” ni la “machona”, es una mujer en contacto con su sexualidad, que disfruta de un estilo arquetípicamente femenino y aún así llega a donde llega por su talento y no por con quién se acostó.

 

Es interesante ver la transición de Beth hacia ese lugar, cómo descubre su propio deseo, su femineidad y sobre todo, su placer. Beth Harmon nos presenta una tercera posición saliendo del clásico binomio que plantea Maffía: una mujer compleja, que lucha con sus fantasmas y con la herencia que le dejaron las mujeres que vinieron antes que ella, pero que le dice a las adolescentes que miran la serie: ni puta ni santa, ajedrecista.

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