Ensayo

Álvaro García Linera


Evo, el Estado y la Revolución

El copiloto de Evo Morales es, a su vez, uno de los teóricos políticos más originales de la región. Pablo Stefanoni traza el perfil de Álvaro García Linera, el vicepresidente más importante de la izquierda sudamericana: el marxista clásico que desafió a su biblioteca y hoy vive las tensiones de ser un intelectual que gobierna.

Fotos: Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia

La noche del 18 de diciembre de 2005, Álvaro García Linera regresó a su casa del barrio paceño de Sopocachi como quien retorna de su oficina tras un día normal de trabajo. Solo su falta de voz aparecía como una huella visible del hecho de la jornada: el histórico triunfo electoral que lo consagró como vicepresidente de Evo Morales. Además de llegar al Palacio Quemado junto al primer presidente indígena de la historia boliviana, e iniciar el “proceso de descolonización”, García Linera comenzaba su propia transición personal: del intelectual político al político intelectual. En este caso, el orden de los factores sí altera el producto.

El nuevo elemento es el Estado. Ese Estado al que la izquierda quiere destruir, fortalecer o ignorar –a veces todo al mismo tiempo– de acuerdo a las corrientes y los contextos. Para García Linera,el Estado había sido, apenas una década atrás, la cárcel.Para Evo Morales,represión y erradicación de los cultivos de coca. Ahora los dos devenían Estado, junto a una masa de indígenas y campesinos que los aclamaba.

Después de varias idas y vueltas, Evo prefirió a Álvaro por sobre otras opciones -una candidata mujer, un empresario de Santa Cruz-que le llegaban de consejeros y opinadores. Se unían, entonces, el indígena combativo y el “hombre que sabe”.García Linera tardó en responder y finalmente aceptó. El resultado fue contundente: casi 54% de los votos en primera vuelta, el primer binomio en superar la barrera de 50% desde la recuperación de la democracia en 1982.

¿Qué estantes de la biblioteca mirar para este nuevo tiempo? Antes, en la acción política desde el llano,parecían bastar Marx, Negri, Wallerstein, Bourdieu o los teóricos de los movimientos sociales para encontrar líneas interpretativas.Ahora ya no alcanzan.

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Cualquier perfil político-intelectual de García Linera y cualquier análisis sobre el “peso de la responsabilidad” (Tony Judt) en su carrera política e intelectual deberá desanudar su vínculo con el Estado.Primero, como parte de la izquierda radical autonomista y antiestatal. Luego, como ideólogo de una nueva izquierda y “traductor” de los movimientos sociales a los ámbitos urbanos.Finalmente, como un vicepresidente sui géneris, por la duración de su mandato y por su protagonismo, que trasciende -con creces- la segunda magistratura del Estado y lo distingue de sus antecesores en el cargo. Al mismo tiempo, García Linera es, por momentos, un sociólogo haciendo una observación participante, que habla y escribe sobre esa magia estatal capaz de transformar ideas en materia.

Poca antes de ser electo vicepresidente, García Linera había estrenado departamento: una vivienda típica de la clase media paceña. Por entonces, tenía 43 años, el pelo casi blanco y solía vestir traje sin corbata. La casa nueva tenía heladera, la anterior no. Ubicada a más de 3.600 metros sobre el nivel del mar,en La Paz hace frío. Incluso dentro de las casas. Más en la de García Linera: como es habitual en Bolivia, no había calefacción y las ventanas solían estar abiertas -¿un resabio de los cinco años de cárcel?-. Así, ya en su rol de intelectual público, García Linera solía dar entrevistas ataviado con sobretodo en su living. Muchos de sus visitantes se sorprendían al ver que barría o acomodaba la casa:entre las clases medias bolivianas lo habitual es, aunque la situación esté cambiando un poco, que lo hagan las empleadas domésticas. El frío, además, preservaba el yogurt, un producto infaltable en su dieta, que muchas veces compra él mismo en el supermercado. En ese departamento lleno de libros -se jactaba de tener 20 mil-, predominaba una estética monacal:sin adornos ni cuadros.

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García Linera nació en Cochabamba, la zona valluna de Bolivia, en 1962. Su infancia y adolescencia estuvieron marcadaspor su madre Mary Linera.Su padre, militar, abandonó la escena familiar en los sesenta. Pero quien se animó a describir a Mary no fue Alvaro, sino uno de sus tres hermanos: Mauricio, médico neurólogo. “Ella es cochabambina neta, su padre era español, Linera de Calatrava. Es muy ‘pagada’ de sí misma, de su apellido”, le dijo al diario cruceño El Deber en 2013. También comentó que de chica “nunca llevó dinero consigo, cuando compraba algo solo firmaba, luego su abuela mandaba cancelar sus gastos porque una dama no debía manejar dinero”. Ese panorama cambió abruptamente con la separación:para cuando nació su hijo menor, el actual vicepresidente, Mary había dejado ese estilo de vida aristocrático y era una mujer que luchaba por sobrevivir y sostener a la familia.

En clave bourdiana, García Linera destacó en una entrevista el esfuerzo de su madre por “invertir en capital cultural para sus hijos”. Así pudo estudiar, becado, en el prestigioso colegio San Agustín. Sin embargo, pasada la mitad de su secundario se fue a La Paz, sin su madre. Allí, según dice, “templó su carácter” y se vinculó aún más con las pasiones políticas del momento. A los 18 años viajó a México a estudiar Matemática. En el Distrito Federal conocería a Raquel Gutiérrez Aguilar, una estudiante mexicana que colaboraba en grupos de solidaridad con El Salvador.Más tarde,se convertiría en su esposa y compañera de reflexión teórica y aventuras políticas en el Altiplano boliviano. Hoy recuerda la capital mexicana como un “paraíso libresco”. Allí se interesaría por las luchas guerrilleras en Guatemala, especialmente por su incorporación de la variable indígena (la visión étnica-nacional) que siempre fue esquiva para la izquierda boliviana y se convertiría en una de sus obsesiones. Lo desvelaba la pregunta por cómo articular marxismo e indianismo, mineros con indígenas.

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Con Raquel Gutiérrez fecundaron todo un proyecto de intervención política.Lo hicieron desde posiciones casi marginales, centrados en la polémica con las corrientes tradicionales del marxismo, con la actitud y el lenguaje de los jóvenes inconformistas que asumen una radicalidad despectiva y refundacional. “Regresamos con una idea: nosotros somos de izquierda, pero esta izquierda no sirve. Éramos muy pocos y prácticamente nadie nos hacía caso”, reconocería más tarde. Aun así, el trabajo era intenso y la vida estaba puesta en ello. Como adolescente, García Linera nunca tuvo afiches del Che en su habitación. Cuba no era, tampoco, su meca romántica. Su fetiche era Marx: no el de las fotos, sino el de los libros.

—Yo veo dos grandes flujos que han permitido formar nuestro pensamiento, nuestro compromiso político y la orientación de nuestras investigaciones –dijo en un diálogo con el periodista Sandro Velarde junto a Raquel, en 1999–. Uno es el marxismo, pero no el marxismo que manejaba gran parte de la izquierda boliviana;desde mis 18 años yo veía con un desprecio memorable a toda esa fauna de siglas de la izquierda (PC, POR, PC-ML, ELN, PS-1, MIR) por la ignorancia, el esquematismo y el carácter rígido de ese pensamiento. La otra corriente que me influyó es el indianismo-katarismo que emergió en los años 70, que me permitió conocer la parte oculta, sustancial y verdadera del país, la que tiene más fuerza, y luego teorizar sobre sus potencialidades políticas.

Del ala radical de esta corriente provenía el dirigente campesino Felipe Quispe Huanca. Desde su regreso a Bolivia en 1984, la pareja García-Gutiérrez trabaría una alianza estratégica con él que derivaría en la Ofensiva Roja de los Ayllus Tupakataristas. En ese nombre buscaban articular comunitarismo (ayllus, que son las comunidades aymaras), marxismo (roja) e indianismo: Túpac Katari fue parte de la rebelión anticolonial de Túpac Amaru en el siglo XVIII.

Formaron, entonces, un pequeño grupo de discusión y propaganda que organizaba cursillos, participaba de ampliados sindicales y publicaba libros de intervención con fuertes críticas a las izquierdas de entonces–incluso a las radicalizadas- a las que acusaban de no superar el horizonte del nacionalismo de los años 50 y del estatismo burgués.

Eran años de crisis del movimiento obrero minero (la minería estatal fue casi cerrada y sus trabajadores despedidos) y de la izquierda tras el fracaso del gobierno de la Unidad Democrática y Popular en los 80, que acabó en hiperinflación. En ese marco, la reactualización del marxismo parecía una tarea más importante aún.Y como ideólogo de la Ofensiva Roja, Álvaro adoptó el nombre de guerra Qananchiri (el que clarifica las cosas).

Pero la Ofensiva Roja no se quedó ahí. Buscó transitar la vía armada mediante el Ejército Guerrillero Túpac Katari (EGTK). García Linera y Gutiérrez Aguilar no se cansan de aclarar que querían alentar la rebelión social y que no buscaban imitar al foquismo latinoamericano, que en Bolivia tuvo como trágico resultado el asesinato de Ernesto Che Guevara en octubre de 1967 y, más tarde, la no menos desastrosa guerrilla de Teoponte.

—El EGTK bregaba por la preparación de un levantamiento general mediante una red de politización de las comunidades que tomara el territorio y desconociera el otro poder(estatal-colonial). Nuestro modelo era Túpac Katari, no el foquismo; la meta era cercar las ciudades y tomar el poder apoyados por el movimiento obrero.

El EGTK nohizo secuestros. Más tarde, sería acusado de haber volado algunas torres eléctricas y de haber asaltado un camión de caudales con los sueldos de los empleados de la universidad. Estrictamente, el grupo nunca combatió. El armado político-militar era precario y la época (fines de los 80, comienzos de los 90) impropia para aventuras de esa naturaleza.

Así, en uno de sus viajes a La Paz, en 1992, García Linera fue capturado por la policía, que ya venía acumulando datos de inteligencia. Tenía treinta años. Algunos ya habían caído.Los otros también caerían: Raquel, su hermano Raúl (también detendrían a Mauricio) y su cuñada, además de Quispe.De pronto, Mary Linera se encontró con sus hijos encarcelados por “terrorismo”. Según cuentan, jamás derramó una lágrima. Luego de una primera semana en la que denunció torturas, el traslado a la cárcel de Chonchocoro -a 4000 metros de altura, en pleno yermo altiplánico- le brindó a García Linera un espacio para leer y pensar.El vice contó que allí aprendió a “saber esperar” el momento, a “bailar con el tiempo”.

—Nos adelantamos diez años –fue su conclusión respecto al fracaso del EGTK.

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Tras su salida de la cárcel en 1997, con libertad condicional, García Linera apostó al trabajo universitario. Como sociólogo, uno de sus campos de estudio fue la reconfiguración de la clase y las identidades obreras tras la crisis minera y la acción colectiva de los movimientos sociales.

Al mismo tiempo, empezó a ocupar un lugar en los medios. Primero, muy modesto, en el canal universitario.Luego, como panelista del programa El Pentágono, con amplia repercusión entre los generadores de opinión pública.

—Sabía que debía hablar en televisión, porque ahí se decide el sentido común–dijo en una entrevista con el líder de Podemos, Pablo Iglesias, en Madrid.

Al mismo tiempo, junto a Luis Tapia, Raúl Prada Alcoreza, Oscar Vega y Raquel Gutiérrez, García Linera constituyó el grupo Comuna, que comenzó a organizar debates abiertos y a publicar una serie de “libros urgentes”. La situación comenzaba a ser diferente: acontecimientos como la Guerra del agua en Cochabamba, en 2000, cambiaron el ciclo de derrotas iniciado en 1985 por nuevas victorias populares y pusieron en juego formas flexibles de organización y acción colectiva que convocaban a entender estos nuevos fenómenos en claves distintas a las de la izquierda tradicional, con una combinación de instrumentales académicos y político-ideológicos.

Para ese tiempo, la mezcla de profesor universitario y analista mediático sofisticado le había dado a García Linera un nuevo aire de respetabilidad que había borrado, en parte, el mote de “terrorista” bajo el que había sido encarcelado. Raquel Gutiérrez, en libertad condicional, huiría luego a México.

La meta de Comuna era clara: realizar un ejercicio teórico-político capaz de aprehender los cambios en la sociedad boliviana que habían hecho decaer la centralidad minera y la emergencia de formas de acción colectiva que desafiaban el análisis político y social, pero también las formas de hacer política desde la izquierda. Las vertientes para este ejercicio iban desde René Zavaleta (un sociólogo marxista boliviano que vivió en México) e Immanuel Wallerstein hasta la sociología y la filosofía crítica francesa (Michel Foucault, Pierre Bourdieu, Jacques Rancière) pasando por el marxismo crítico, los textos menos conocidos de Marx (como los Cuadernos Etnológicos), el autonomismo italiano de Antonio Negri y la moderna sociología estadounidense de la acción colectiva. Algunos de sus miembros se apoyaron también en Gilles Deleuze, Félix Guattari o Jacques Derrida.

Uno de los artículos que resume mejor su pensamiento de entonces es “Sindicato, multitud y comunidad. Movimientos sociales y formas de autonomía política en Bolivia”, publicado en Tiempos de Rebelión (2001). García Linera se proponía como una suerte de “intelectual-traductor” entre el mundo indígena-rural y el urbano, en un contexto en el que aún resultaba difícil entender las recomposiciones políticas en marcha, a menudo surgidas de reuniones y congresos sindicales en aisladas regiones ubicadas a centenares de kilómetros de las grandes ciudades. También los integrantes del grupo Comuna fungieron de intérpretes de la realidad boliviana hacia el exterior: sus textos fueron profusamente citados en los trabajos que, en mayor número, comenzaron a ocuparse de Bolivia –con más o menos romanticismo– en Europa y América Latina.

Más tarde, como figura ya bastante conocida,ampliaría su audiencia al sumarse al noticiero del canal PAT como analista de la coyuntura diaria. Por ese tiempo empezó a vincularse también de forma más estrecha con Evo Morales –por ese entonces diputado y líder del MAS–y comenzó a asesorarlo informalmente. Esto lo hizo, sin embargo, sin romper con Felipe Quispe: hasta entonces, García Linera había estado más cerca del mundo aymara que de los cocaleros del Chapare,en el trópico de Cochabamba. Es más, hasta último momento buscó la imposible unidad entre los caudillos indígenas. Mientras que Evo Morales lideraba un proyecto nacionalista de izquierda, asociado al movimiento cocalero –y de hecho no habla bien ni quechua ni aymara–, Quispe tenía su fuerza en el Altiplano y su discurso se centraba más en la identidad aymara con tonalidades por momentos secesionistas respecto a la “Bolivia colonial”.Y como en El Proceso de Kafka, la historia reservó la puerta para uno: el campesino cocalero. Cuando García Linera aceptó acompañarlo como su vice, Quispe lo consideró una traición política y personal. De eso se vengaría en varias entrevistas, donde no ahorró descalificaciones personales:

—García Linera no es aymara, viene de una familia de virreyes y condes, es un ignorante de nuestra cultura política; lo teníamos ahí como un papagayo que no sabía hablar nuestro idioma, movía los ojos, se reía como un zonzo–dijo en una de ellas.

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—Algunos dicen que en vez de sangre tengo hielo en las venas –bromeó en una oportunidad García Linera, ya desde la Vicepresidencia.

Eso posiblemente ayude a explicar la poderosa y duradera dupla que armó con Evo Morales, ya que nunca es fácil el vínculo con líderes históricos de ese calibre. No sería sencillo encontrar una experiencia semejante entre los presidentes nacional-populares de los años 50 o actuales.En general, los vicepresidentes fueron cambiando: así pasó con Perón, Paz Estenssoro, Chávez o Kirchner.Contribuyó a ello, sin duda, que García Linera siempre mostrara a Evo como el líder indiscutible, e incluso teorizó sobre el evismo como “lo nacional-popular en acción”. En algunas ocasiones habló también del “Tata Evo”, que remite a una suerte de padre, frente a los campesinos. Siempre repitió que su lucha era para que un indígena llegara al gobierno, lo cual lo coloca, naturalmente, en ese segundo lugar.

García Linera está en casi todas las reuniones importantes, se ocupa de áreas del Estado y funciona como una verdadera dupla con el Jefazo, con el Número 1. Un copiloto. Su mandato vence en 2019, aunque un plebiscito ya convocado para febrero de 2016 decidirá si Morales-García Linera pueden volver a postularse.

El hielo de García Linera no le impide ser extremadamente seductor en las entrevistas o con sus invitados. Tampoco el uso del “exabrupto” como arma política calculada, como cuando en septiembre de 2006, en medio de la pelea con las élites autonomistas cruceñas, dijo desde Omasuyos que en esa combativa región aymara -cercana al lago Titicaca- “aprendimos a amar y a matar en defensa de la patria y de los recursos naturales”. O cuando le dijo a una periodista “Yo me veo como uno de los últimos jacobinos de la Revolución Francesa y veo a Evo como Robespierre”. Algunos opositores se imaginaron la guillotina en la plaza Murillo. En esa etapa robespieriana el “Estado revolucionario debía defenderse de sus enemigos”.

Pero más allá de estos comentarios, dichos en contextos específicos de la lucha política, García Linera recuperó a autores ajenos a su momento autonomista como Lenin o Gramsci, que sin duda remiten al Estado, a la construcción de hegemonía y, en el primero de ellos, a la gestión del poder. “Las obras completas de Lenin son mis libros de cabecera”, dijo en una conferencia de 2012 en la Universidad de las Madres.

En una entrevista que le hicimos con Maristella Svampa en 2007, García Linera dijo: “Este es el primer gobierno que, en siglos, se preocupa por la construcción de un Estado en el sentido weberiano y hegeliano del término, como representación de la voluntad y los intereses generales de la sociedad”.

Y habló de la proyección estatal de los proyectos político-éticos del movimiento social en sus etapas de movilización, cuando se definen horizontes generales del país. Es en ese sentido que emerge la fórmula del “gobierno de los movimientos sociales” en Bolivia que, en verdad, opera en una doble vía: estos permean/democratizan al Estado y este los “estataliza” parcialmente. El Estado aparecerá, entonces, como la posibilidad de sedimentar los cambios favorables en las correlaciones de fuerzas, frente al previsible reflujo de los movimientos sociales. De allí la importancia de la nueva Constitución.

Del Marx societalista o comunalista al Hegel estatalista, del Negri autonomista al Weber de la burocracia virtuosa, se dibujaba, así, una elocuente parábola teórico-política a la que no parecen ajenas las astucias nacional-populares tan vigentes en Bolivia y en América Latina. Este “giro hegeliano” se vincula a las dificultades que los movimientos sociales encontraron para pasar de la productividad de la “forma comunidad” para rebelarse -como tecnología de la insurrección- a la posibilidad de que aparezcan formas comunitaristas de gestión y producción de la riqueza, que actúen como germen de un nuevo orden social.

—Ahí vino la pelea con varios de los compañeros acerca de qué cosa era posible hacer. Cuando entro al gobierno lo que hago es validar y comenzar a operar estatalmente en función de esa lectura del momento actual. (…) Apoyar lo más que se pueda el despliegue de las capacidades organizativas autónomas de la sociedad. Hasta ahí llega la posibilidad de lo que puede hacer un Estado de izquierda, un Estado revolucionario.

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De este momento más “realista” surgió también el concepto de “capitalismo andino-amazónico” que, según García Linera,“no le hace concesiones a los radicalismos idealistas con los que se ha querido leer el proceso actual” y parte de la constatación de que “el socialismo no se construye por decreto ni por deseo, se construye por el movimiento real de la sociedad. Y lo que ahora está pasando en Bolivia es un desarrollo particular en el ámbito de un desarrollo general del capitalismo”.

—El posneoliberalismo es una forma de capitalismo, pero creemos que contiene un conjunto de fuerzas y de estructuras sociales que, con el tiempo, podrían devenir en poscapitalistas.

Sin lugar a dudas, García Linera puede apoyarse en el resonante fracaso de los llamados “socialismos reales” para sostener que el mercado no puede abolirse por decreto. Las oscilaciones, las tensiones, e incluso las ambigüedades, que pueden identificarse en su discurso tienen su correlato en la ausencia de cualquier experiencia histórica -o de cualquier formulación teórica-para las cuales un Estado debiera trabajar en el sentido de su propio debilitamiento. Adicionalmente, como ha mostrado el libro de Vincent Nicolas y Pablo Quisbert –Pachakuti, el retorno de la Nación– el Estado plurinacional es, por lejos, la experiencia de construcción de “Estado nacional” más exitosa de la historia boliviana. Allí operan también las astucias de la modernización capitalista, que enervan a quienes buscaban paraísos más emocionantes.

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En su biografía oficial, en la página de la Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, García Linera se define como un “marxista clásico”. En estos años, fue invitado por numerosas universidades a dar conferencias –que suelen ser multitudinarias–, recibir doctorados honoris causa y, en el marco del ciclo “Pensando el mundo desde Bolivia”, compartió estrados con numerosos intelectuales extranjeros (Negri, Žižek, Laclau, Harvey y un largo etcétera). Sigue escribiendo: la página web de la Vicepresidencia permite ver su producción de esta etapa gubernamental, además de algunas reediciones de libros anteriores. En cada viaje, suele escaparse a comprar libros, muchas veces de manera compulsiva, mirando en cada estante de las librerías, libro por libro, con la misma curiosidad del veinteañero que vivía en México. Sus asistentes de seguridad ya están acostumbrados.

Si las agendas de investigación de García Linera fueron dictadas, en una primera instancia, por las necesidades de la lucha política (como intelectual militante), más tarde, y sin perder esta perspectiva, su trabajo se inserta de manera más sostenida en el campo académico, con la autonomía y las reglas de juego que conlleva, para finalmente, recalar en la política institucional en una nueva y tensa articulación entre praxis política e intelectual.

Al mismo tiempo, el vice se fue transformando en un personaje público en otros aspectos, más mundanos. En 2006 la prensa habló sobre algunos encuentros en lugares públicos con la Miss Bolivia Desirée Durán. Años más tarde, en 2012, su casamiento con la joven periodista Claudia Fernández fue uno de los grandes eventos del año. La boda se realizó en el pueblo de Tiwanaku, sede de una cultura preincaica, que incluyó una ceremonia andina.El hecho mereció un suplemento especial en el periódico paceño La Razón. Ese mismo diario publicó, en enero de 2015, un artículo titulado “El marxista que halló su cable a tierra” en el quese dice que su departamento “luce rejuvenecido” y que ahora debe “gastar la mitad de su sueldo en pequeños detalles”. Esa nota también revela uno de sus hábitos, que a veces desconcierta a los camareros: tomar agua tibia.

— ¿Pero no prefiere un té o un café? –suelen insistirle.

Quizás para romper con la imagen del hombre con hielo en las venas, el 21 de septiembre sorprendió a su esposa con el envío, al noticiero donde ella trabaja, de un ramo de flores y un poema que fue leído en vivo. Ella respondió con lágrimas de emoción y le dijo, desde la pantalla, “Te amo Álvaro”.

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En estos años, el gobierno de Evo Morales ha evidenciado una tensión entre, por un lado, los discursos sobre la Pachamama, el “vivir bien” y la armonía con la naturaleza y, por el otro, los imaginarios y políticas desarrollistas que forman parte del núcleo duro del proyecto, que incluso habla de “ambientalismo colonial”. García Linera la incluye entre las “tensiones creativas de la revolución”. El conflicto por la frustrada construcción de una carretera en el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (Tipnis) en 2011 fue para algunos una pequeña Kronstadt boliviana. Claro que, a diferencia de la masacre bolchevique contra los marineros disidentes, en este caso la represión no provocó muertos. Pero sí fue, en cierto sentido, la muerte simbólica del paraíso del alterdesarrollismo –para unos, una necesidad; para otros, una utopía sin actores que la impulsen–. Algunos intelectuales, como el ya mencionado Raúl Prada o el ex viceministro de Tierras Alejandro Almaraz, se alejaron y pasaron a la oposición, proclamando la necesidad de “reconducir el proceso de cambio”.

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—El último jacobino se inviste de Robespierre, pero del Robespierre de la época del terror. Acusa de derechistas a quienes se oponen a sus proyectos delirantes de industrialización, a sus formas elitarias y cupulares de tomar decisiones, al procedimiento grupal de redactar leyes y decretos sin consulta popular, mandando a obedecer a parlamentarios que tienen la obligación de levantar las manos y aprobar –escribió Prada, quien ocupó los cargos de asambleísta constituyente y viceministro de Planificacción Estratégica.

Más recientemente, un grupo de intelectuales, entre quienes se encuentran la argentina Maristella Svampa y Raquel Gutiérrez –distanciada políticamente de su ex esposo casi desde el inicio de su mandato en 2006–, firmaron una carta pública en la cual expresaron su preocupación “por las acusaciones y amenazas de expulsión” lanzadas por el segundo mandatario del país contra cuatro organizaciones no gubernamentales (ONG) a las que acusó de mentir. “En virtud de ello –agregaba la carta–, en nombre del pensamiento crítico que usted mismo dice representar, quisiéramos hacer un llamado a la reflexión. Como bien sabe el vicepresidente, la disidencia o la crítica intelectual no se combate a fuerza de censura y efecto de amenazas y descalificaciones, sino con más debate, más apertura a la discusión política e intelectual; esto es, con más democracia”.

García Linera respondió con otra carta, en la que niega querer echar a esas ONG bolivianas,defiende el derecho de ellas “a mentir” y señala que “no existe autoritarismo en Bolivia y lamenta que los intelectuales hayan sido utilizados por cuatro ONG (y por la derecha) en su intento de simular una imagen autoritaria de uno de los países más democráticos del mundo”.

Las tensiones entre pensamiento crítico y necesidades de “la revolución” están siempre presentes. Así, en una oportunidad el actual vicepresidente invitó a los “librepensadores” –especialmente a los que tienen responsabilidades parlamentarias– a abandonar el proceso de cambio. “Los compañeros que no quieren aceptar este centralismo democrático y esta construcción de consensos, pueden retirarse, no hay ningún problema, tienen el derecho a no aceptar, pero una vez que aceptan las reglas no es ni un grupo de amigos ni somos librepensadores, somos revolucionarios”. La semana pasada, desde Quito, habló de la “izquierda perfumada” y de los “pseudoizquiedistas de cafetín” refiriéndose, sobre todo, a sectores de las izquierdas ambientalistas críticas del extractivismo, a las que acusó de no entender las dinámicas populares.

En uno de sus últimos artículos–basado en una conferencia reciente que dictó en la Sorbona– el vicepresidente boliviano recupera al marxista heterodoxo greco-francés Nicos Poulantzas para repensar el camino al socialismo democrático como una combinación de democracia representativa y poder popular, y pensar el Estado como campo de lucha. Sin olvidar a Lenin y Gramsci. Un tema de la actualidad es cómo incorporar exopositores sin desvirtuar el proyecto original; el momento gramsciano del proceso de cambio. Pero también dos problemas históricos para las izquierdas son los de la eficiencia y la burocratización del Estado. Como muestra Moshé Lewin en su libro El último combate de Lenin, esos dos problemas estuvieron entre las últimas obsesiones del líder soviético antes de su temprana muerte. Fue un combate, en parte, contra su propia obra y sus derivas.

En suma, son los pares descolonización/modernización; Estado/autonomía social; centralización/dispersión del poder, realismo/utopía, ideología/pragmatismo, responsabilidad/librepensamiento, organicismo/pluralismo, los que marcan líneas de tensión.

El propio vicepresidente vive las suyas propias no solo como teórico, sino también como figura histórica –tensiones inevitables, más aún después de casi una década en el poder– entre el intelectual y el político, y entre el político y el intelectual. Las tensiones de quienes han “traicionado” el mandato ideal de Julien Benda sobre el rol de los clercs -grandes intelectuales- como conciencia moral, que los pretende alejados del barro de las pasiones y las luchas políticas inmediatas.

Aunque en su discurso se autorrepresente como un sujeto libre, era inevitable que aparezca preso de antinomias que la historia aún no ha logrado resolver. Pues las disputas entre la autoemancipación colectiva de la sociedad y el poder estatal revolucionario son parte de las “tensiones creativas” –y también de los dramas– de todos los procesos revolucionarios del siglo XX. En esos pliegues se va a definir también el devenir del actual y complejo proceso de cambio que transita Bolivia.