Texto publicado el 30 de abril de 2020
Las fotos son parte del ensayo "A-MOR", un proyecto documental del fotógrafo Cristóbal Olivares sobre violencia doméstica y femicidio en Chile.
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Allí donde el aislamiento social ha sido la principal decisión política para enfrentar la pandemia de COVID-19, el impacto en términos de violencias de género anticipado por los feminismos se comprobó. Desde que empezó la cuarentena hasta hoy se cuentan 32 femicidios, y los llamados a la Línea 144 se dispararon en un 40 por ciento en el último mes.
Ya nadie desconoce que el espacio doméstico es una escena del crimen recurrente. Tal como los personajes de los cuentos de Todas las familias felices, de Carlos Fuentes, aunque con menos metáfora, las feministas venimos advirtiendo del protagonismo del daño puertas adentro. No se trata del único impacto, claro, pero es uno de los más ostensibles y de los que pone prioridad en cabeza del Estado: el confinamiento es una orden pública. Mientras algunes estamos a resguardo, otres bajo amenaza. Como escribió hace un tiempo Liliana Cabrera, del colectivo Yo no fui, para muchas personas la escalera al infierno siempre tiene un escalón más.
Hace unos días, Elizabeth Gómez Alcorta, la Ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad, brindó datos que corroboran lo que advertíamos: un aumento del 40 por ciento en la cantidad de llamadas a la Línea 144. Las consultas por violencias de género escalaron en el primer mes de pandemia. En España, por comparar, el aumento fue del 30,7 por ciento.
Las cifras de femicidios actuales no son oficiales, pero las autoridades también lo suscriben: los números se mantiene alarmantes. Esto subraya la urgencia de gestionar la prevención, una dimensión nunca atendida de estas formas de criminalidad. Y eso exige sistemas eficientes de alerta y acompañamiento integral con perspectiva de derechos que exceda el foco victimizante con que habitualmente se piensan las respuestas ante la violencia. Aunque funcionaran muy bien, la respuesta policial o judicial no serán nunca suficientes: una vida libre de violencia también exige condiciones materiales y simbólicas que no se aseguran con pura vigilancia. ¿Qué pasaría si se potenciaran con la perspectiva social, la sanitaria y el apoyo territorial, para empezar a caminar distinto?
El 23 de abril el Presidente se reunió con movimientos sociales, y la emergencia por violencia de género irrumpió en esa charla de un modo impensado en otros tiempos en un encuentro “político”. Una golondrina no hace verano, pero no todo da igual y mejor tomar nota para preguntarnos: ¿cómo pensar una agenda de políticas feministas en medio de la pandemia? ¿Cuáles son los canales que tendríamos que activar considerando, además, que apenas hace meses por primera vez se creó un Ministerio de Mujeres, Género y Diversidad? ¿Qué impacto debería tener esta incorporación en la institucionalidad del Estado? ¿Cómo hacer para que esa decisión replique en todas las esferas de la política pública y no se acote al esquema de los asuntos de género como un apéndice, un silla apretadita en la mesa donde desde siempre se sientan todxs lxs demás?
Los mecanismos noventosos de adelanto para las mujeres (producto de la agenda pre y post Conferencia sobre Derechos de las Mujeres de Beijing de Naciones Unidas) encuentran un upgrade en este Ministerio y en otros similares creados en distintas provincias y municipios. Por el modo tradicional de pensar la organización burocrática estatal y los criterios reconocibles de qué importa o no importa conforme la configuración androcéntrica del mundo, el cambio jerárquico no es un detalle.
La pandemia subraya algunas de las formas más dramáticas en las que se expresa la cuenta pendiente y brutal que tenemos en materia de desigualdades. Pero lo urgente es evaluar cómo seguir sin demorarnos en lo que no hemos podido hasta ahora, no para ignorar responsabilidades sino para darnos en cada tiempo las respuestas que necesitamos.
Es indispensable otorgarle una centralidad a estas cuestiones y corregir -como se viene haciendo en otros ámbitos, en la gestión del Coronavirus- el rumbo en lo que fuera necesario o avanzar sobre cuestiones no contempladas. En esa evaluación urgente nos toca preguntarnos: ¿Qué entendemos por dar importancia? ¿Qué esperamos, qué exigimos, qué modo de relación con el Estado plantea a las causas feministas la escena, ahora que tenemos Ministerio?
Para muches la preocupación es cómo ese Ministerio se fortalece como herramienta y no se reduce a un adorno; cómo se abre espacio sustancial, más allá de la cartelería; cómo se superan las limitaciones de las experiencias previas de institucionalidad estatal (mayoritariamente circunscripta a mujeres pero luego, en la prácticas, sólo a algunas de ellas).
Estas preguntas no son nuevas. Gran cantidad de aportes se han hecho denunciando el tokenismo consistente en el uso estratégico, esencialista y demagógico de algunas mujeres y sus demandas como símbolo (token) sobre todo en ámbitos de los que están estructuralmente excluidas. Esto, precisamente, busca garantizar a través de un aprovechamiento propagandístico de la suerte o privilegio de unas pocas, en tanto la inmensa mayoría queda en la subordinación estructural de siempre. El Estado y las grandes corporaciones públicas y privadas son un campo propicio para este uso fraudulento de nuestras demandas.
No es un problema de intenciones individuales, sino de complejidades institucionales y relacionales que están ahí como experiencias atendibles para no repetir, pero sobre todo, para que las buenas intenciones -que asumo guiaron la decisión en este caso- no naufraguen. Nadie avanza en línea recta, es cierto, pero algunos recovecos es mejor reconocerlos antes de marchar para no atascarnos donde siempre. Tras la conquista de la posición institucional queda por delante una larga, y por qué no, hermosa disputa.
La demanda de respuestas se dirige centralmente al flamante Ministerio y a las expectativas que su creación ha generado. Pero va siendo tiempo de que incluso la recortada agenda de las violencias sexistas sea objeto de preocupación pública generalizada y no sectorial.
Ahora que el virus vuelve evidente lo evidente no deberíamos caer en la fantasía de que una respuesta así de compleja se agota en la intervención de la más flamantes de las áreas involucradas, por más protagónica que sea su responsabilidad. Lo que es indiscutible es que un Estado que cuenta también con ese Ministerio afronta mayores exigencias de calidad y propuesta, conforme la vara que se ha puesto.
Y ésto, si viene en serio, implica nuevas dinámicas de relación y, por qué no, tensiones que aún no se explicitan. Pero su demora será costosa para el feminismo si eso esmerila la eficacia de contar con un Ministerio pues al momento de los balances, esa falta de involucramiento efectivo será cargada exclusivamente en las cuentas de siempre, las nuestras. Sin asumir estas tensiones, la creación de un Ministerio podría ser una trampa institucional que demore el abandono de otra falsa dicotomía, aquella que persiste más allá de las declaraciones de quienes lideran: la establecida entre los asuntos de los feminismos y los asuntos de la política o lo importante.
Un Ministerio como un “cuarto propio” o convocado circunstancialmente quedaría muy lejos de lo que reclaman estos tiempos la agenda de la calle y de los movimientos. Basta ver los documentos de los hoy Encuentros Plurinacionales de Mujeres, Lesbianas, Trans y Travestis para notar la profundidad de los debates y de las transformaciones necesarias, la cantidad de medidas y acciones que allí se vienen pensando y a las que el conjunto del Estado debe abrirse. Si no, habrá tokenismo, y nada nuevo.
Retomando algunas claves de lectura que ofreció Catalina Trebisacce hace unos meses, entrevistada por Agustina Paz Frontera para LATFEM, lo que intento decir es que tenemos que estar atentas para que este paso trascendental, aunque limitado al campo estatal, se constituya como una oportunidad de expansión y no pura captura hegemónica. Un gran desafío es evitar el acotamiento de nuestro ámbito de incumbencia bajo una excusa: “tienen” un Ministerio. Porque al mismo tiempo que se despliegan retóricas de última generación con lenguaje inclusivo, a la hora de la praxis política se corre el riesgo de recurrir a los mismos viejos armarios, llenos de políticas punitivas -como el estímulo del encierro-, mientras la “Política” se ocupa de lo importante. Empezar por priorizar en todos los niveles que nos matan hasta en la pandemia es un buen punto de partida.