Ciclo IDAES: ¿Por dónde salimos?


Dilemas de la experiencia pandémica

Las pandemias dejan marcas en la memoria popular, en los cuerpos y en la infraestructura estatal. ¿Cuáles son las lecciones que nos ofrecen? Relatoría del Seminario “Las pandemias en la historia: dilemas del pasado y del presente”, realizado en el marco del Ciclo ¿Por dónde salimos?, de Escuela IDAES.

Relatoría del Seminario “Las pandemias en la historia: dilemas del pasado y del presente”, realizado en el marco del Ciclo ¿Por dónde salimos? Organizado por la Escuela IDAES. Este intercambio, del que participaron Diego Armus, Adrián Carbonetti y Daniela Testa con la coordinación de Luisina Perelmiter y Mariana Gené, fue el primero de los cuatro encuentros programados para este año.


La de Covid-19 no es la primera pandemia que atraviesa la humanidad. Observar otras nos provee un sinfín de datos curiosos. La llamada “gripe española” de 1918 (que no surgió en España pero suele conocerse con ese nombre debido a las noticias que ese país neutral brindaba durante la primera guerra mundial sobre los enfermos en el campo de batalla), fue quizá la más mortífera. Se estima que murieron entre 20 y 40 millones de personas. La epidemia de poliomielitis, por su parte, fue tal vez la experiencia más trágica, por su crueldad con niños y niñas. La vacuna contra la polio fue aprobada en 1954 y más tarde fue sustituida por la Sabin que se administra por vía oral dando lugar a una campaña masiva de vacunación que casi logró erradicar el virus, aunque sigue activo al día de hoy en algunos países, como Afganistán y Pakistán. La epidemia de fiebre amarilla, durante el siglo XIX, fue central para tomar conciencia de la necesidad de mejorar las condiciones de higiene de las ciudades, de construir redes de distribución de agua potable, cloacas y desagües. Mirar esas pandemias como experiencias del pasado nos llama la atención y a la vez nos da cierta "tranquilidad": esta también pasará.

Las epidemias dejan marcas en la memoria popular, en los cuerpos y en la infraestructura estatal. Sin embargo, a la hora de preguntarnos cuáles son las lecciones que nos ofrecen, con su vendaval de angustia e incertidumbre, la respuesta no es tan clara. Diego Armus dice con cierta ironía que el presente no es buen alumno del pasado. Y esto porque  al hacerle al pasado las preguntas que nos interesan ahora, con los recursos, las heridas, sensibilidades y las condiciones que tenemos en la actualidad, es difícil eludir el anacronismo. No siempre el pasado puede brindar lecciones al presente. Pero además, las pandemias (y las enfermedades en general) son fenómenos únicos, que dan cuenta del modo en que una sociedad interactúa con un microorganismo desconocido, reacciona ante él, lo interpreta y lo combate. La experiencia no necesariamente se repite, y seguramente no lo hace de la misma forma aunque pueda presentar aires de familia. 

TODAS LAS PANDEMIAS TIENEN PUNTOS EN COMÚN

Aún con sus múltiples diferencias, emparentamos a las epidemias porque tienen rasgos comunes. Entre ellos se cuenta la virulencia de sus efectos y la incertidumbre a la que nos confrontan. O el carácter poco democrático con que atacan a las poblaciones: los microorganismos tienen su lógica propia de relación con la humanidad, suelen tener blancos predilectos -los más jóvenes o los más mayores, etc.- pero lo que es innegable es que las epidemias exacerban desigualdades y ponen a la luz la enorme vulnerabilidad de ciertos grupos poblacionales. La distribución desigual de los recursos para lidiar con la enfermedad y con las medidas para combatirla es una constatación reiterada en distintos momentos históricos.  

 

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Pero además hay dramaturgias compartidas. El historiador de la medicina Charles Rosenberg se refirió a las distintas fases que atraviesan las epidemias: primero la negación o minimización, luego la aceptación y la disputa por su interpretación, y por último el olvido. Allá lejos quedó para nosotros la etapa inicial de minimización, en la que se decía que quizá el coronavirus no iba a llegar a nuestras latitudes por nuestro clima o por otras razones. Una vez que los efectos son innegables, la etapa de aceptación se impone y es necesario tomar decisiones, intentar evitar contagios y gobernar la pandemia. También allí la historia nos muestra que hay algunas prácticas que se repiten: la búsqueda de respuestas rápidas, los escapes de las zonas infectadas y los intentos de aislarse del mundo exterior, el recurso a soluciones individuales, las ecuaciones transitorias y a medida entre cuidados y exposición al riesgo, la proliferación, en fin, de explicaciones sobre la circulación del virus que identifican responsables o estigmatizan a sus portadores. La epidemia del SIDA ha sido penosamente ejemplar al respecto. No está tan lejos el momento en que se despotricaba contra los chinos por traer la COVID-19 al mundo. 

 

LAS PANDEMIAS COMO ACONTECIMIENTOS ÚNICOS

Cada pandemia es el resultado de la relación situada entre sociedad y medio ambiente, con los recursos cognitivos y tecnológicos que tiene cada época (y cada país, e incluso cada parte de un país) para enfrentarlas. 

 

Es pronto para afirmar nada, pero una de las grandes singularidades del Covid-19 podría estar en la experiencia del tiempo y el espacio que provee al mundo. La conciencia de la simultaneidad de la experiencia pandémica a nivel global es llamativa como vivencia histórica de nuestras interconexiones como humanidad. Otra singularidad tiene que ver con la velocidad en el desarrollo de la pandemia. Las grandes migraciones de personas existen desde siempre, pero la globalización acelera como nunca la circulación de poblaciones, del virus (y sus nuevas cepas) y de los discursos sobre el mismo. También de las herramientas para combatirlo: ninguna otra pandemia generó vacunas con tanta rapidez. 

 

En ese marco, la globalización se presenta como problema y como solución: hace inevitable que lleguen las nuevas variantes del virus y las nuevas olas de contagios, pero también nos provee las experiencias de otras latitudes (como una anticipación del futuro en tiempo real) y nos permite acceder a vacunas desarrolladas en diversos puntos del planeta. Nos expone al contagio pero nos brinda herramientas tecnológicas para sostener la actividad social a pesar del aislamiento físico. También nos expone a una constatación dramática: la geopolítica mundial dista de alcanzar acuerdos mínimos entre Estados y laboratorios para lograr una solución que debe ser, ella misma, mundial, tanto para los países ricos como para los países pobres. Daniela Testa nos recuerda que con la epidemia de “la polio”, la percepción de que se trataba de un problema internacional fue fundamental. En la producción de vacunas intervinieron tramas muy complejas y la cooperación internacional -con UNICEF y la OIT a la cabeza- facilitó el buen desenlace. El fondo Covax, los pedidos de liberación de patentes o los llamados de la OMS a garantizar la vacunación en las zonas más pobres del planeta van en ese sentido, pero la distribución extremadamente desigual de vacunas en los distintos países del mundo, o hasta el vencimiento de partidas enteras en países que tienen amplios excedentes, nos muestran cuán lejos estamos de alcanzar acuerdos mínimos capaces de protegernos como humanidad. No obstante, frente a vacunas que antes tardaban, con suerte, entre 5 o 10 años, y otras como la del sida que todavía se están buscando, la celeridad de su desarrollo en este caso es remarcable.

DILEMAS DEL GOBIERNO DE LA PANDEMIA

La pandemia enfrenta a los gobiernos a grandes dilemas. Hay que convivir con  la enorme incertidumbre que plantea un virus desconocido y a la vez procurar soluciones y llevar tranquilidad a la población. Hay que buscar un equilibrio entre economía y salud, resolviendo esa ecuación ante escenarios que cambian de forma dinámica y con la infraestructura estatal efectivamente disponible. Hay que comunicar cada día cifras de contagiados y muertos, y a la vez producir una luz de esperanza para el futuro. Hay que movilizar el arsenal de estrategias para mitigar el contagio y a la vez lidiar con la fatiga que conlleva su extensión en el tiempo. Y por si fuera poco con la pandemia, hay que seguir en carrera política, enfrentando los desafíos de la vida democrática y la competencia electoral, maniobrando para sobrevivir en el poder.

 

Los gobiernos lidian de diferente forma y con distinta eficacia con la pandemia. Más allá de las medidas epidemiológicas, la comunicación política presenta grandes desafíos para los espíritus ansiosos u osados. Los pasos en falso abundan. A veces los gobiernos difunden estadísticas exitistas que unas semanas después se desvanecen; en las redes sociales se les recuerda a los periodistas que los países que mostraban como ejemplo ahora están peor que el propio; los políticos de la oposición se desdicen sobre las objeciones a vacunas que semanas antes habían tildado de venenosas; algunos presidentes hacen gala de su inconformismo con las medidas epidemiológicas y no las cumplen en cámara (las imágenes de Trump y Bolsonaro negándose a usar barbijo o congregando a multitudes serán parte seguramente de las curiosidades de esta pandemia en el futuro).

 

Pero a la vez el Estado no habla con una sola voz. Tiene distintas partituras. Las discrepancias entre los distintos niveles de gobierno frente a las restricciones son quizás el ejemplo más claro de esta polifonía de voces estatales. Cumplir o no cumplir los decretos emitidos por el Ejecutivo nacional, habilitar o no actividades comerciales, permitir o no el dictado de clases presenciales, no solo son objeto de enormes debates, sino también de decisiones contrapuestas en distritos vecinos. Esos dilemas se resuelven de forma desigual, tanto en virtud de la información y los recursos disponibles, como del cálculo político y de la lectura del clima social ante distintos escenarios.

LAS REACCIONES DE LA SOCIEDAD

Las sociedades también reaccionan diferente. Protestan por distintas cosas, aceptan unas medidas epidemiológicas y no otras dependiendo de las sensibilidades culturales, de las prioridades de época. Adrián Carbonetti muestra cómo ante la epidemia de 1918 la interrupción prolongada del año escolar no se encontró con mayores resistencias, pero en cambio el cierre de los bares y cafés generó protestas como la “manifestación de las antorchas” en  Buenos Aires. La interacción entre gobiernos y sociedades tiene distintos colores. En Chile, por ejemplo, que está viviendo grandes cambios políticos, es menos imaginable plantar bandera frente a las medidas epidemiológicas. Los carabineros recorren las plazas y las calles, y se aseguran de que las personas cumplan con las estrictas pautas de uso del espacio público. Es normal. En la Argentina, una situación semejante es menos pensable políticamente.

 

Aún así, la pandemia de Covid-19 ha calado tan hondo en nuestras vidas y lo que solemos hacer y desear con ellas, que es muy difícil leer la aceptación o no de restricciones, los pequeños o grandes permisos, o la mayor o menor percepción del riesgo como asuntos puramente políticos: tramitables subjetivamente en los términos de “a favor” o “en contra” de tal o cual gobierno. Quizás la grieta sea una herramienta para simplificar y lidiar con los riesgos y costos de cualquier curso de acción. Como sugieren Ariel Wilkis y Pablo Semán, las moralidades que orientan cumplimientos e incumplimientos son prácticas y dinámicas. Hay pocos que se mantienen incólumes, en todas las facetas de la vida, de un lado u otro de la grieta: disciplina o rebeldía. Y esto porque las éticas están socialmente situadas. Sabemos, por ejemplo, que la crisis de cuidado generada por el cierre de las escuelas afecta en mayor medida a las mujeres trabajadoras y a sus hijes. Afortunadamente, ese hecho hiere la sensibilidad política de nuestra época como no lo hacía en el pasado, genera un dilema cotidiano frente al cual se impone conversar y sopesar, imaginar posibilidades. Ni que hablar de la distribución desigual de las capacidades materiales para cumplir con las restricciones. La grieta termina escondiendo los problemas y obturando la conversación, la creatividad política y democrática. Rebeldía y disciplina se vuelven recursos cosificados de una vida celular crispada y ensimismada: mejor no hablar de ciertas cosas.   

¿OLVIDAREMOS ESTA PANDEMIA?

Aunque parezca mentira, quizá olvidaremos esta pandemia. Cuando pase el asedio de la tragedia, el paisaje social argentino será poco alentador. Tras años de recesión, la pandemia llegó para empeorar indicadores sociales y ahondar el sufrimiento social. El esfuerzo gubernamental por proteger de la caída a trabajadores formales e informales no parece suficiente. Si para la estrategia de reconstrucción pedir consensos básicos entre políticos sería demasiado, quizás sea sí imperioso no olvidar la importancia que la salud pública y la ciencia han tenido en esta experiencia. Y también el carácter global de los desafíos que afectan al mundo actual.

 

Para seguir profundizando: 

Diego Armus (2007). La ciudad impura. Salud, tuberculosis y cultura en Buenos Aires, 1870-1950, Buenos Aires, Edhasa.

Daniela Testa (2018). Del alcanfor a la vacuna Sabin. La polio en la Argentina. Buenos Aires, Biblos.

Adrián Carbonetti y Dolores Rivero (2020). Argentina en tiempos de pandemia: la gripe española de 1918-1919. Leer el pasado para comprender el presente, Córdoba.