Fotos: Vicent Chanza
—Les queda poco tiempo en el gobierno, así poquitico, van a ver—.
Vamos en el taxi por la Cota Mil, la avenida que bordea Caracas por lo alto. A la derecha está el cerro Warairarepano -conocido como El Ávila- que separa el valle del mar Caribe. A la izquierda la ciudad está en calma, esa calma de tormenta que la habita desde que hace una semana la Asamblea Nacional anunció su intención de destituir tres poderes del Estado, incluido el presidente de la República. Hacer un Golpe de Estado, en resumidas cuentas.
—Pinochet cayó, Hitler cayó, estos también van a caer. El jueves vamos para Miraflores—.
Es domingo y terminó la instalación del diálogo entre el Gobierno y la derecha, con mediación del Vaticano. Una parte de la oposición se ausentó, en particular el partido Voluntad Popular, encabezado por Leopoldo López, y Vente Venezuela, de María Corina Machado, dos de las expresiones más violentas. Alegan que no existen condiciones para dialogar. Los demás fueron, en particular Primero Justicia y Acción Democrática, dos fuerzas centrales al interior de la Mesa de Unidad (MUD), la alianza opositora. Están divididos desde el inicio sobre este punto. No tenían previsto la entrada en escena del Papa Francisco, una demanda histórica que ellos mismos sostenían.
—Le vamos a decir a ese coño’e su madre que se vaya de la presidencia y llame a elecciones generales ya—.
Hay un espíritu del año 2002, año en que durante 48 horas hubo un golpe de Estado contra el gobierno de Hugo Chávez, Fue en abril. Entonces eran muchos en las calles, la burguesía estaba alzada, tenían a sectores de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y la policía caraqueña de su lado. Iban a devorarse a todo chavista que se les cruzara en el camino. Hoy parece igual, lo quieren todo y ya, amenazan públicamente. Escuchar que van a matar a Maduro es algo recurrente en sus movilizaciones. La base social, a diferencia de su dirigencia, no está dividida sobre el diálogo: no lo quiere. Bajo ningún punto de vista. Está convencida que llegó la hora de tomar el poder, sacar al régimen, la dictadura, el gobierno de “Maburro", de “los chabestias", quitarse por fin, luego de dieciocho años, esa pesadilla llamada chavismo.
—Con ustedes no se puede dialogar. Nos vemos en Miraflores—, me dice como despedida.
Ir al Palacio presidencial de Miraflores significa en Venezuela buscar la confrontación callejera abierta. La derecha tiene prohibido el paso al centro de la ciudad desde que el 12 de febrero del 2014 realizó una movilización donde asesinó a tres personas y prendió fuego varias instituciones -ese fue el inicio de las guarimbas (acciones violentas en las calles), que terminaron con 43 muertos y con Leopoldo López preso por autoría intelectual. La policía no los dejará pasar el jueves 3 de noviembre, y el chavismo anunció hace varios días se movilizará desde todo el país para defender el Palacio. Los opositores están decididos, el odio y rencor acumulado operan como un galope enceguecido. Sus dirigentes les prometieron la de máxima, aunque ahora se preguntan cómo lograrlo. Algunos, que asistieron al diálogo, quieren presionar hasta las cuerdas para negociar mejor, otros piensan que realmente llegó la hora final. Las cartas puestas hoy sobre la mesa no les dan.
¿Están administrando una mentira o tienen un as debajo de la manga?
El inicio del round
Domingo 23 de octubre. La Asamblea Nacional, en manos de la oposición desde las elecciones del 5 de enero, anuncia que hará un Golpe de Estado. Sucede en vivo y en directo: los golpistas, desde la destitución de Fernando Lugo en Paraguay, son 2.0. Le gusta que el mundo los vea por pantallas. Almorzamos viendo el anuncio hecho con pecho de gorila inflado. De repente el chavismo reunido frente al edificio del órgano parlamentario unicameral ingresa al recinto. No va a ver cómo se desarrolla una desestabilización con los brazos cruzados, explican. La escena dura unos veinte minutos: son señoras, jóvenes, gente de a pie, humilde. La oposición los llama hordas chavistas.
Continúa la sesión extraordinaria convocada para debatir “la restitución de la Constitución de la República de Venezuela, el orden constitucional y la democracia”. Van por el Tribunal Supremo de Justicia, el Consejo Nacional Electoral, y por Nicolás Maduro.
Al terminar cae un palo de agua que ensordece. Tras la lluvia queda la certeza de que a partir de ese momento el tiempo político se acelera en un round violento. Los actores son conocidos: el presidente de la Asamblea Nacional, Henry Ramos Allup, fue uno de los dirigentes que encabezó el Golpe de Estado del 2002. Se lo puede ver en videos huyendo del Palacio de Miraflores ante el retorno de Hugo Chávez. Ahora habla de libertad, democracia y derechos humanos.
El pretexto formal para iniciar el round golpista es que la recolección de firmas para activar el referéndum revocatorio presidencial fue suspendida por Tribunales Penales de varios estados. La razón legal que motivó esa decisión fue que, según sus jueces, más de 600 mil firmas reunidas para iniciar esa recolección eran falsas. Firmaron muertos, presos, se usurparon identidades, dicen las sentencias. Ante eso la justicia frenó el proceso que ya se sabía no tendría lugar este año. Ese dato es central: en caso de darse en el 2016 y perder Nicolás Maduro, habrían tenido lugar nuevas elecciones presidenciales, en cambio, el año que viene, ante la misma hipótesis de derrota, asumiría el vicepresidente hasta el final del 2018. Para la derecha era entonces imprescindible que tuviera lugar antes de fin de año. Pero, de ser así, ¿por qué esperaron hasta el mes de abril para activar el procedimiento, sabiendo que debían comenzar en el mes de enero para que dieran los tiempos? Tal vez porque pensaban destituir al presidente por otro camino -habían anunciado que en seis meses estaría fuera- o porque este escenario actual era el que querían generar para una confrontación abierta. Hipótesis que a su vez no son homogéneas entre los diferentes sectores: María Corina Machado y Leopoldo López siempre quisieron una confrontación directa, Henry Ramos Allup y Capriles Radonsky -oscilante- apuntan a desgastar económicamente para luego medirse en elecciones. Todos caen en la tentación del golpe.
La oposición venezolana no es cualquier derecha. Es profundamente anti-democrática y violenta. Lo demostró con en el golpe de 2002, en el paro petrolero, al llamar fraude a cada resultado electoral adverso, con los asesinatos de militantes, diputados y periodistas chavistas -Robert Serra y Ricardo Durán, por ejemplo-, con los 11 muertos de la noche siguiente a la victoria presidencial de Maduro, y un largo y rojo etcétera. Es difícil negarlo, independientemente de apoyar o no al chavismo, al Gobierno, al proyecto de revolución bolivariana. Porque se puede estar en desacuerdo con el camino iniciado por Hugo Chávez, pero es insostenible afirmar que ha tenido en frente a un adversario político democrático. La derecha siempre construyó al otro como enemigo a ser eliminado.
El taxista es una muestra de esa subjetividad colectiva que volvió a despertar con furia. Incontrolable. En la concentración del pasado 26 de octubre todos los dirigentes fueron abucheados por no avanzar hacia Miraflores ese mismo día. Treinta mil personas los chiflaron pidiendo la confrontación. De las cuales más de las tres cuartas partes eran de clases altas, el país invisible de los ricos, la base social “escuálida”, como llamaba Chávez a los opositores. Era difícil distinguir entre quién iba a jugar al golf y quien iba a la protesta: vestían fino, elegante, de marca, cien por ciento Miami.
—¿Che dónde vive toda esta gente que nunca la veo en las calles de Caracas?—
—La vas a ver nada más que aquí y en las telenovelas—.
Conversamos en la movilización. Fuimos, para observar, comprender ese espíritu, ese terror transformado en violencia producto de años de propaganda comunicacional que agudizó el odio de clase y de raza, lo llevó a los límites de lo irracional. Ellos son el núcleo de las movilizaciones, la base activa de la oposición que atrae clases medias, diferente a un hipotético caudal electoral. Viven en barrios exclusivos, no van centro de la ciudad por miedo, desprecian a todos los chavistas, y cuando se agitan en las marchas para sacar al Gobierno -como dice la canción- sudan Chanel Number Three.
El tablero de posiciones
Una cosa es anunciar un Golpe de Estado y otra muy diferente llevarlo adelante. Existe un elemento del deseo, el que impregna la base social movilizada, pero también y sobre todo debe haber fuerzas capaces de materializarlo. El plan, en ese aspecto, nació flojo de papeles. La derecha se alzó públicamente con tres elementos casi seguros y uno incierto:
1. La Asamblea Nacional: uno de los cinco poderes de Estado en Venezuela, cargó desde el inicio con el problema de haber sido declarada en desacato por el Tribunal Supremo de Justicia por haber incluido a diputados suspendidos. Desde ese espacio plantearon iniciar el juicio político al presidente. El asunto es que, según la Constitución, el legislativo no tiene esa facultad. Fue pensado como el caballo de batalla para darle un marco democrático al derrocamiento -siguiendo la línea del Golpe contra Dilma Roussef.
2. Las movilizaciones: si bien lograron fechas con una importante concurrencia, lo cierto es que siempre se trató de un sujeto profundamente clasista, marcado por una relación de sospecha con su propia dirigencia. Prometieron Miraflores y nadie cumplió. Su base no cambió sustancialmente en los dieciocho años: nunca lograron un apoyo real de los sectores populares. ¿Cómo identificarse con liderazgos de tan alta alcurnia como el de María Corina Machado, o tan burgueses como Leopoldo López?
3. El apoyo internacional: la avanzada ocurrió en un mal momento, el de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. El subsecretario de Asuntos Políticos, Thomas Shannon, llegó el lunes a Caracas a plantear públicamente la importancia del diálogo. Contaron a favor de su línea golpista con el apoyo irrestricto del Secretario General de la Organización de Estados Americanos, y la alianza de Argentina/Brasil/Paraguay. Era poco. Las declaraciones de Rusia, y, en particular, la entrada en escena del Vaticano para abrir un diálogo, los dejó fuera de juego y generó una implosión al interior de la derecha.
4. El empresariado: engranaje central del ataque económico, no se sumó de frente a este round. La Federación de Cámaras y Asociaciones de Comercio y Producción de Venezuela, protagonista del Golpe del 2002, no llamó por ejemplo al paro convocado para el viernes 28 de octubre. Dejaron libertad de acción a cada empresa. Tibio para un plan de estas características.
Eso fue todo lo que tenían para derrocar al chavismo. No contaban con pueblo de su lado, es decir barriadas, campesinos, trabajadores, una fuerza capaz de dar vuelta una ciudad por peso propio. Tampoco con la Fuerza Armada Nacional Bolivariana que no dejó asomar fracturas: el Ministro para la Defensa leyó un comunicado oficial de lealtad a Nicolás Maduro y apego al orden constitucional. Sin masas popular y sin ejército no se tumban gobiernos en Venezuela. Sumándole a este escenario las divisiones de la derecha que se expresaron en la ausencia de algunos partidos al diálogo, visibles en cada acto por la disputa del micrófono en las tarimas, y las palabras cruzadas por redes sociales, la jugada no parecía reunir las condiciones para los golpistas. ¿No supieron medir la correlación de fuerzas?
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El chavismo por su parte venía haciendo frente a debates internos. No podría ser de otra manera en un movimiento de masas, heterogéneo, enfrentando a una guerra de cuarta generación, con su liderazgo histórico ausente. Este año fue el más difícil de todos, por la profundidad del desabastecimiento en el primer semestre, la capacidad de quitarle los principales productos de primera necesidad a la gente humilde. Porque los ricos -que gritan hambre en las concentraciones- apenas se vieron afectados hasta los tobillos por la crisis. El peso principal recayó sobre el cuerpo de los trabajadores, la base social chavista. Eso, para un proceso revolucionario, es un gran problema.
Pero esta aventura insurreccional no vino en el momento de mayor tormenta económica. Se dio cuando se había conseguido un cierto equilibrio económico, fruto de un acuerdo con sectores del empresariado que dio como resultado la aparición de productos en las góndolas a precios liberados. Una salida criticada por muchos, aunque efectiva de cara a reducir la angustia producida por el desabastecimiento. ¿Había condiciones para otra solución en este momento? Se negoció contra las cuerdas, con un petróleo a precios bajos, y a través de una dirigencia con tensiones: la lucha de clases se mostró al interior del chavismo. Algunos tuvieron intereses en una resolución de este tipo.
Lo cierto también es que esos acuerdos económicos -sumados a las declaraciones de dirigentes sindicales de ocupar las fábricas que pararan- pueden haber sido parte de las explicaciones de por qué gran parte de los empresarios no se sumaron al llamado a Golpe de Estado.
No todo fue debate al interior del chavismo este año. Se desarrollaron líneas de acción popular para hacer frente a la situación. Sin ellas no se podría entender el alivio que comenzó a verse desde el mes de julio. Entre las más importantes estuvo la conformación de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción, espacios de organización para enfrentar el desabastecimiento, que se sumaron al entramado de más de 1600 comunas en el territorio nacional. Si algunos sectores de la dirigencia buscaron puentes con el enemigo, otros apuntaron a la resolución histórica planteada por Hugo Chávez: con el pueblo a la cabeza. Tanto para construir el proyecto, que tiene en su arquitectura la democracia participativa y democrática como condición primordial, como para resistir a escenarios como los actuales.
Y entre tantos desafíos internos, el ataque gorila generó lo que se esperaba: la unidad del chavismo. Todos cerraron filas: el Partido Socialista Unido de Venezuela, los principales movimientos populares como la Corriente Revolucionaria Bolívar y Zamora, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, los sectores críticos -salvo los ínfimos que cambiaron de bando- los intelectuales. La dirigencia convocó a la movilización permanente -diez en ocho días, en las principales ciudades- y la épica volvió al centro del escenario político. En Venezuela volvió a quedar claro que no se defiende a un gobierno sino a un proyecto histórico llamado revolución bolivariana. Que para los opositores, gente fina y formada en universidades y anhelos norteamericanos, siempre representó una aberración. Nunca pudieron entender cómo en estos cuatro años, con tanto ataque recibido, miles y miles no se arrodillaron, y continuaron en las calles una y otra vez. Tal vez sea sencillo: es un asunto de clases. Impuro como todo proceso, pero claro al fin. Se vieron cada vez más remeras de Chávez en las calles desde el pasado domingo.
Lo que está por venir
Martes al finalizar la tarde: se prenden los televisores, redes sociales, radios, y llegan las declaraciones. La oposición anuncia que pospone la sesión de la Asamblea Nacional para iniciar el ilegal juicio político y que suspende la movilización al Palacio de Miraflores para el día jueves. Se bajan del plan. No pueden, no llegan, la negociación abierta frenó la confrontación del jueves que se acercaba como una tormenta sin aire. Tienen disidencias al interno, el partido Voluntad Popular, de Leopoldo López, se opone a la decisión. La oposición se descosió por dentro.
Se trata de una victoria del chavismo que buscó este diálogo. Evitó la confrontación civil buscada por los opositores una y otra vez. Las aguas comienzan a bajar. Es difícil saber qué se acordó para esta tregua que obliga a que la confrontación retome los rieles constitucionales. Se conoce de cinco políticos presos de la derecha liberados en la noche del lunes -encarcelados por portación de armas de guerra, por ejemplo. No parece suficiente para haber motivado la decisión de desactivar su plan. ¿O es que estiraron hasta lo insostenible lo que no podían hacer? Ahora deben responderle a una base social nuevamente defraudada -ya acusa a su dirigencia de traidora por las redes- que se queda con ganas de choque, palacio y revancha. Deben regresar a las canchas de golf, los viajes a Miami, los carros de vidrios polarizados, el miedo al otro, el odio hacia todo aquel que parezca chavista, es decir los humildes del país, la mayoría.
El año, por lo visto, terminará sin el peor escenario político. Era cierto el golpe, era verdad que nos preparábamos para defender masivamente Miraflores. Ahora emerge nuevamente el frente económico: en estos días de cross, esquive y zurda, los ataques regresaron sobre la moneda, y elevaron el dólar paralelo de 1.000 bolívares a 1.400. Significa que los precios volverán a subir, porque ese el cambio utilizado para la especulación. Más que nunca la economía actúa como brazo directo de un objetivo político. No responde a leyes ni teorías académicas. Hay una guerra, aunque se la niegue. Terminó un asalto. Regresa otro.
En cuanto al debate acerca de la democracia en Venezuela se pueden agregar dos elementos. El primero es que tuvieron lugar 19 elecciones en 18 años. ¿Qué otro país puede exponer cifras parecidas? El segundo es que tendrán lugar elecciones primarias en febrero, regionales a finales del primer semestre, a intendentes al terminar el año, y en presidenciales en el 2018. Habrá oportunidades de ejercer el derecho a voto tres veces en dos años. Si la mayoría quiere sacar al chavismo del gobierno lo hará.
Nadie puede cantar victoria antes de un resultado. Estos días mostraron que el chavismo no perdió las calles, recuperó épica, consciencia de la partida en juego y salió a defender la parada sin fisura. Se trata de un movimiento de masas fundado en lo más profundo de un país, que sabe resistir porque esa ha sido su historia durante siglos. ¿Dificultades por delante? Miles. Externas e internas. Las puede superar. Es un pueblo que todavía baila. La derecha, ellos nunca lo entenderán.