Ni Konrad Adenauer, ni Willy Brandt, ni siquiera Helmut Kohl se hubiesen imaginado el escenario político actual en Alemania. Nunca hubiesen creído que en una elección federal sus partidos recibirían apenas uno de cada cuatro votos. Se reirían si escucharan que sus fuerzas ya no son las únicas protagonistas del escenario político. Pero los tiempos cambian. Tanto que hoy el país germano vive un reordenamiento del centro. Se consolida así la progresiva erosión del concepto de mayoritario (Volkspartei) de los dos partidos políticos más importantes de Alemania. Tanto la Unión Demócrata Cristiana (CDU) como el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) han dejado de ser las únicas fuerzas determinantes para la formación de gobierno. Pese a quedar en primer y segundo lugar en las elecciones federales de septiembre de 2021 ambos partidos en conjunto no alcanzan el 50% de los votos. El fin de la era Merkel da paso a una nueva etapa. Una que, si fuésemos muy provocadores, podríamos titular como el fin de los partidos mayoritarios en el corazón de Europa.
Ganadores reales
En la Willy-Brandt-Haus, la central del SPD en Berlín, se oyen los gritos de jolgorio como no se oían desde hacía dos décadas. Es una suerte de descarga luego de muchas decepciones en fila. Durante años habían sido testigos de la descomposición del electorado socialdemócrata. Es 26 de septiembre y han conseguido ganar la elección. Además recuperaron cinco puntos porcentuales en relación a 2017. Y, lo que es aún más importante, es posible que en Alemania el canciller vuelva a ser del SPD. Sin embargo, sería un error considerar a la socialdemocracia como la gran ganadora de las elecciones alemanas.
Sí bien es cierto que obtuvieron el primer lugar y derrotaron a la Unión (CDU/CSU) esto no alcanza para gobernar. En efecto, el resultado es tan discreto que la mayoría parlamentaria que permita formar gobierno está muy lejos. Tanto que para conseguirla resulta indispensable forjar una coalición con dos fuerzas políticas: los verdes (Bündnis 90/die Grünen) y los liberales (FDP). Es decir, un tripartito.
Ambas fuerzas han sido históricamente parte del conjunto de fuerzas minoritarias del sistema de partidos alemán. Esto significa que su rol se ha limitado a ser el partido acompañante o, como se suele decir en Alemania, el socio menor de la coalición. Una posición difícil de sobrellevar y en muchos casos peligrosa para el partido en cuestión ya que no siempre consigue beneficiarse de los logros, pero casi siempre debe cargar con los errores del gobierno.
Verdes y liberales reordenan el centro político alemán, hasta ahora dominado por socialdemócratas y democristianos. Sus ideas ganan apoyo entre los menores de 25 años y son las favoritas de quienes votan por primera vez.
Luego de las elecciones de septiembre de 2021 tanto verdes como liberales tienen la oportunidad de modificar esta situación. De hecho, son los protagonistas de un reordenamiento del centro político del país, otrora dominado por socialdemócratas y democristianos. De hecho, casi 3 millones y medio de votos han abandonado a los viejos partidos mayoritarios. Migraron hacia las arcas verdes y liberales que, en conjunto, superan los 12 millones de votos. Más que lo obtenido por el propio SPD.
La fragmentación del sistema de partidos los coloca como elementos indispensables para la formación de gobierno. Y lo saben. Es por ello que han decidido romper una tradición de la cultura política alemana. Normalmente el partido ganador de una elección convoca a otra fuerza menor a sondear la chance de formar una coalición de gobierno. Es decir, el que gana invita y, eventualmente, decide. Por primera vez en 70 años de la República Federal esto no ha sido así. Antes de que el SPD pueda llamar a nadie, los verdes y los liberales se encontraron por su cuenta con el fin de lograr dos cosas. Por un lado, evaluar las diferencias entre sí, que no son pocas; por otro, reforzarse mutuamente antes de encontrarse con el socio mayor, buscando mejores posibilidades de salir bien parados de la negociación de gobierno. Se trata de una estrategia conjunta que convierte a los partidos pequeños en Königsmacher (hacedores del rey) y, por consiguiente, en los más poderosos. Algo que por separado nunca hubiesen conseguido.
Encarnar el cambio
Verdes y liberales se benefician de su alianza desde el punto de vista estratégico. Pero ¿es ese el único fundamento de la misma? ¿Es condición suficiente para convertirse en socios y lograr posicionarse hacia el futuro?
Los interrogantes surgen cuando se examinan las posiciones, las promesas electorales y hasta los estilos de ambas fuerzas. Es cierto que verdes y liberales tienen ciertas coincidencias: la expresión de una agenda de cambio, por ejemplo, es una de las más importantes. Al optar por encarnar cierta continuidad en su campaña electoral, el SPD consiguió robustecerse y crecer más de 10 puntos en pocos meses. Pero al mismo tiempo dejó sin dueño al frame del cambio.
Los verdes lo abordaron desde la cuestión de la crisis climática y la correspondiente inacción de la Unión durante los 16 años de gobierno de Merkel. La frase final de su candidata, Annalena Baerbock, en el último debate electoral grafica muy bien el mensaje general: “Este es el último gobierno con chances de hacer algo antes de que sea demasiado tarde”. Una frase potente que transmitía esperanza, pesimismo, urgencia y necesidad de cambio. Todo al mismo tiempo.
Coalición tripartita: ¿podrán las tres fuerzas armar una alianza que sobreviva a los próximos cuatro años?
Por su parte, los liberales apuntaron a otra deuda de la era Merkel: la increíblemente descuidada digitalización. Para un país como Alemania la falta de desarrollo en este tema es sorprendente desde todo punto de vista y afecta negativamente muchas dimensiones que van más allá de la competencia económica con las potencias a nivel internacional, como por ejemplo en cuestiones tecnológicas, como el desarrollo del 5G. La pandemia demostró que el impacto negativo de la pobre digitalización se refleja en la educación y la eficiencia administrativa. Un país que desarrolló en tiempo récord una vacuna contra el COVID-19 posee ministerios y dependencias gubernamentales cuyo sistema de comunicación principal era el fax.
El partido liberal fue capaz de sacar provecho de este problema y convertirlo en su propia marca. Una estrategia comunicacional exitosa que han sembrado progresivamente desde la llegada de Christian Lindner a la cúpula del FDP.
El frame del cambio, abordado desde diferentes temáticas, fue una de las columnas que sostuvieron el andamiaje electoral de estos dos partidos. Su peso en la constitución de sus respectivos electorados se puede evaluar mirando el voto joven. Quedaron en primer y segundo lugar entre los menores de 25 años (23% para verdes y 21% para liberales) y se impusieron en el voto de los que lo hacían por primera vez (23% para cada uno).
Ahora bien, cambio es un significante que puede dar lugar a muchos significados. Y aquí es donde podemos comenzar a dilucidar ciertas diferencias relevantes entre estos partidos. Divergencias que incluso podrían llevarnos a pensar que son formaciones opuestas, con visiones del mundo inconciliables e incompatibles. Veamos algunos ejemplos.
¿Consenso imposible?
Los verdes entienden que la crisis climática implica un compromiso mucho mayor por parte del Estado en términos de inversión, por ejemplo en el desarrollo de energías renovables. Esto implica un aumento en el gasto que puede ser financiado por la toma de deuda o por el aumento de la recaudación mediante una subida de impuestos o del precio a la generación de CO2. Los liberales, en cambio, creen que el Estado debería abstenerse de intervenir. Según ellos son las empresas las que encontrarán incentivos suficientes para desarrollar soluciones innovadoras desde el punto de vista ecológico y económico. La toma de deuda así como el aumento o creación de cualquier tipo de impuesto es inaceptable para el FDP y así lo expresaron durante toda la campaña.
Según los verdes, el Estado debe invertir para afrontar la crisis climática. Los liberales creen que el Estado debe estar al margen. Son muchos los temas que ambas fuerzas miran desde la vereda de enfrente, como las políticas migratorias y la relación con China.
La velocidad máxima en autopistas, la prohibición de producir nuevos motores de combustión, el abandono de las energías fósiles, las ayudas sociales son más elementos que los separan. ¿Serán causas para que alianza sea sólida y se sostenga durante los próximos cuatro años? ¿Ayudará que ambos observen críticamente a China y Rusia, aunque por motivos diferentes? ¿Será una nueva política migratoria un punto de encuentro o por el contrario uno de quiebre?
La única certeza es que una intención política de ambos partidos de buscar el consenso, de construir soluciones conjuntas y “creativas” como dijo el líder liberal, Lindner, cuando explicaba que no era imposible un pacto con los verdes. Ambos saben que para su país es positivo este intento. Pero lo que más los incentiva es saber que este esfuerzo los convierte en fuerzas políticas mucho más relevantes de lo que habían sido hasta ahora.
Verdugos
Tanto el SPD como la CDU no desaparecerán. Pero es innegable que sus electorados se han reducido enormemente. Y no sólo eso sino que otra condición que les permitía recibir el adjetivo de mayoritario también se está reduciendo progresivamente. Se trata de la llegada transversal a diferentes grupos sociales y franjas etarias. Sólo entre los mayores de 60 años superan los 30 puntos. Y si ponemos el foco en el tipo de actividad sólo superan ese número entre los jubilados, lógicamente. Los oficinistas, los empleados públicos y los autónomos ya no votan a la CDU como antes, tampoco los trabajadores ni los desempleados optan masivamente al SPD.
La potencia de socialdemócratas y democristianos se ha reducido tal como ha sucedido en el resto de Europa. Y son los verdes y los liberales los que el pasado 26 de septiembre pudieron aprovecharlo conquistando el voto de centro y con ello reordenando ese caudal electoral. Algo que puede ser leído como una buena noticia ya que en otros países del continente el voto de centro se ha refugiado en el discurso populista, nativista y autoritario de la derecha radical. Una amenaza latente que en Alemania se ha ralentizado en cierto sentido, aunque tampoco no se puede decir que haya finalizado.
Si verdes y liberales superan sus conflictos ideológicos y logran conciliar políticas o pactar compromisos en las negociaciones podrían formar gobierno. Un gobierno cuyo canciller socialdemócrata sería menos poderoso que todos sus antecesores. Una situación inédita en la historia reciente.
El fin de la era Merkel da paso a una nueva etapa. Empieza otra historia.
Además de conciliar, de los desafíos internos, de abordar la desigualdad este-oeste y de resolver las deudas dejadas por la era Merkel, también deberán lidiar con la amenaza que representa el eje de Visegrado a la integración europea, con las reformas en la propia Unión Europea para hacer más ágil y a la vez más democrática, la cuestión migratoria y el problema demográfico, el avance de China, la presencia de la derecha radical y una larga lista de otras cuestiones relevantes.
No tienen una tarea fácil. Pero si consiguen formar un gobierno que pueda cumplir con las expectativas de renovación, de desarrollo y de gestión de crisis que prometieron, tanto verdes como liberales podrán aspirar a más. Tendrán la oportunidad de seguir drenando el electorado de los viejos partidos mayoritarios. Tal vez incluso de convertirse en sus verdugos. Una situación que pondrá al paisaje de partidos políticos alemanes en consonancia con el resto de sus vecinos de Europa occidental: mucho más fragmentado, mucho más novedoso y mucho más impredecible.
Fotos: Telam, Flickr y prensa partidos políticos
Fuentes: Dirección electoral federal de Alemania, datos de Infratest dimap via Tagesschau, Programa electoral del partido verde (Bündnis 90/die Grünen), Programa electoral del partido liberal (FDP), documento con resultados de los sondeos antes de las negociaciones entre SPD, Bündnis 90/die Grünen y FDP.