Ensayo

Elecciones municipales: el futuro de Lula y la irrupción de un outsider


El termómetro brasileño

En Brasil crece la economía, baja el desempleo y se relanzan programas sociales. La tercera presidencia de Lula, sin embargo, se da en un contexto en el que las derechas extremas acumulan cada vez más poder. El bolsonarismo sigue vivo y en la batalla por la sucesión opositora emerge Pablo Marçal, un outsider paulista que revitaliza los ya conocidos clichés de la antipolítica. La disputa entre Elon Musk y el juez De Moraes polariza aún más el escenario. Este domingo hay elecciones municipales en todo el país y las de San Pablo serán el termómetro de cara a una posible repostulación del líder del PT en 2026. ¿Podrá Lula garantizar un nuevo ciclo de dos presidencias en la región de las alternancias y los ciclos cortos?

“Todavía estamos muy lejos de lo que prometimos. Sé lo que le prometí al pueblo, sé los compromisos que asumí con el pueblo”, dijo Lula da Silva, entrevistado por SBT, en marzo pasado, tras la aparición de dos encuestas (Ipec y Quaest) que mostraban una relativa caída en la aceptación del gobierno.

La tercera presidencia de Lula se da en un contexto internacional —tanto el global como el regional— complejo y sinuoso. El crecimiento de la extrema derecha es un hecho: Donald Trump está en carrera para volver a la Casa Blanca, Giorgia Meloni es la primera ministra de Italia, AfD crece en Alemania, Le Pen gana cuotas de poder en Francia y Milei realiza un ajuste jamás visto en la Argentina. En Brasil, el bolsonarismo sigue vivo más allá de la inhabilitación que recae sobre el expresidente por sus críticas al sistema electoral durante los comicios de 2022.

En el plano doméstico, Lula promovió un retorno de las políticas sociales que caracterizaron sus dos primeras presidencias. El Gobierno liderado por el  PT impulsó un aumento del salario mínimo por encima de la inflación, anunció inversiones en la industria automotriz por 25 mil millones de dólares y sacó de la pobreza extrema a ocho millones de brasileños y brasileñas. Relanzó, además, Bolsa Familia, un programa de transferencia de ingresos que alcanza a más de veinte millones de familias de todo el país, recientemente presentado ante los países del G20. También el programa de viviendas populares Mi Casa, Mi Vida y el plan Más Médicos, cuyo objetivo es garantizar el acceso a la salud a nivel federal.

Sin embargo, enfrenta numerosos desafíos: un congreso conservador, con fuerte peso de los partidos del Centrao; inundaciones, incendios y una prolongada sequía; la política económica —heredada— del Banco Central; la creciente adicción de las apuestas online (bets) y el dilema de la sucesión. “Lula da Silva debe negociar con un Congreso y un Senado no sólo más conservadores que los que tenía en la década de 2000, sino además viciados por las dinámicas autoritarias de la era Bolsonaro y que pretenden excederse de las funciones que les atribuye la Constitución”, escribió el periodista Bernardo Gutierrez en relación a los equilibrios del presidente. 

“Hasta ahora preparamos la tierra, aramos, abonamos y colocamos la semilla. Cubrimos la semilla. Este es el año en que vamos a empezar a cosechar lo que plantamos”, metaforizó el ex líder metalúrgico en aquella entrevista. Tiene motivos para confiarse: a fines de septiembre, la tasa de desempleo había caído al 6,6%, el menor nivel en la última década. 

La batalla de San Pablo

Pablo Marçal nació en abril de 1987, dos años antes de que Lula da Silva se presente a su primera elección presidencial. Usa una gorrita trucker azul con una M grande y el número 28 de la lista electoral del Partido Renovador Laborista Brasileño (PRTB). En su página web enumera siete motivos para votarlo como alcalde de San Pablo este 6 de octubre, a saber: 1) no depende de la política para vivir; 2) es el cambio que San Pablo necesita; 3) no usa dinero público; 4) no es parte del sistema; 5) se preocupa por el pueblo; 6) comenzó de cero; 7) tiene la energía que ningún otro candidato posee. Sobresalen, a simple vista, diversos clichés que hoy rodean el debate político latinoamericano desde el espacio de las derechas.

El primer trabajo de Marçal fue a los 16 años como operador de sonido de la iglesia evangélica Videira, en San Pablo. Luego recaló en el call center de Brasil Telecom, donde pasó de instructor a gerente de operaciones. Más tarde propició desarrollos inmobiliarios en su Goiás natal. El paso siguiente fueron los cursos de inteligencia emocional que comenzó a brindar, primero en formato presencial y luego, pandemia mediante, desde la virtualidad. Allí se convirtió en coach ontológico.

Su campaña paulista cuenta con un detalle interesante: no contrató ningún marqueteiro, como se les llama en Brasil. Afirma ser su propio publicista, copiando la estrategia discursiva del presidente salvadoreño Nayib Bukele.  “Yo, un celular, Dios y el pueblo”, fue uno de sus lemas de campaña. Además de su encendido discurso antisistema-anticomunista, es la representación mas explícita de dos narrativas en ascenso en el Brasil post-bolsonarista: el emprendedurismo (self-made) y la teología de la prosperidad que predican las cada vez más pujantes iglesias evangélicas neopentecostales de las cuales emergió.

La relación de Marçal con Bolsonaro es ambigua. El expresidente le concedió al coach su medalla imorrível, imbrochável e incomível (inmortal, viril y no gay), la misma que le entregó a Milei. Pero Bolsonaro sabe que un posible éxito a corto y mediano plazo del coach significa una amenaza a su propio liderazgo: por eso la escaramuza el pasado 7 de septiembre, cuando le negaron al influencer subir a la tarima del trío eléctrico (como se le llama a los camiones equipados con sonido que se utilizan tanto para mitines políticos como para carnavales) en el cual el expresidente le habló a unas 45 mil personas en la Avenida Paulista de San Pablo en el marco del Día de la Independencia.

El sillazo del periodista-candidato José Luiz Datena (del PSDB, histórico partido de Fernando Henrique Cardoso) a Marçal durante un debate televisado marcó el tramo final de la campaña. El coach intentó en redes comparar la escena con el reciente intento de asesinato de Trump y la facada (cuchillada) a Bolsonaro en 2018.

Las encuestas más recientes dan cuenta de un escenario de tercios: Guilherme Boulos, del Partido Socialismo y Libertad (un aliado del PT), se acerca a la versión más joven y combativa de Lula, que también inició su carrera política en San Pablo, donde fundó el Partido de los Trabajadores y la Central Única de Trabajadores (CUT); Ricardo Nunes, del Movimiento Democrático Brasileño, es el actual alcalde, alineado al bolsonarismo; y Marçal disputando el ingreso al balotaje previsto para el 27 de octubre, es la novedad: ocupó notoria centralidad en el último mes y medio, y todo giró en torno a él.

¿Administrar o transformar?

Durante la primera oleada de gobiernos nacional-populares, progresistas y de izquierda en el continente, a inicios del siglo XXI, Lula jugó un rol componedor: podía ser un interlocutor válido entre un presidente nítidamente de derecha, como Álvaro Uribe —quien igualmente participó en instancias de integración como Unasur—, y exponentes del bloque más radical dentro de la familia de los progresismos, como Rafael Correa, Hugo Chávez y Evo Morales, que llevaron adelante cambios constituyentes. Lula, junto a Kirchner, formaba parte de un bloque desarrollista.

En estos tiempos, el escenario regional es diferente. Aparecieron gobiernos de la nueva izquierda en Chile y Colombia, aunque ambos encuentran evidentes dificultades para llevar a cabo las agendas programáticas con las que se presentaron a la elección. Por otro lado, Venezuela decidió acelerar hacia ningún lugar tras las elecciones del 28J, en las que el CNE y el TSJ dieron ganador a Maduro sin números desglosados. Lula, que envió a su asesor presidencial y ex canciller Celso Amorim a la ciudad de Caracas mientras se realizaban los comicios, esperó durante semanas actas que jamás llegaron, por lo cual propuso un gobierno de cohabitación y un nuevo llamado a elecciones, dos opciones rechazadas tanto por el madurismo como por la oposición. 

A eso se le suma la presencia de Milei en Casa Rosada: el libertario calificó a su par brasileño de “corrupto y comunista” y luego viajó al Balneario Camboriú para participar de la CPAC, la Cumbre de Acción Política Conservadora. Su discurso en la Asamblea General de la ONU y la actuación de la canciller, Diana Mondino, fueron tristemente célebres. Así lo describió El País: “El Pacto de Futuro fue aprobado por 143 países, entre ellos Estados Unidos e Israel, los faros de Milei en política exterior. Argentina se negó a participar en la votación y su rechazo lo alineó con Venezuela, Irán, Corea del Norte, Haití, Guinea Ecuatorial, Somalia o Uzbekistán”. “En un mundo globalizado no se debe recurrir a falsos patriotas”, ni “tampoco a la esperanza” que ofrecen “unos ultraliberales que agravan las dificultades”, dijo Lula en la ONU, en alusión a Bolsonaro primero y a Milei después.

En palabras de Álvaro García Linera, la segunda oleada de gobiernos nacional-populares, progresistas y de izquierda en el continente “viene a administrar y no a transformar”. Para el exvicepresidente de Bolivia, hablamos de un progresismo algo desteñido y de liderazgos más moderados, timoratos, calculadores. Pero también habla de hegemonías cortas del otro lado del mostrador: no solo progresismos de corta duración, también derechismos efímeros. 

“¿Quién se cree que es?”

El dueño de X, Elon Musk, suele utilizar su cuenta en la plataforma que compró en 2022 para posicionarse políticamente sobre los más diversos acontecimientos de la escena internacional, siempre desde una perspectiva ligada a sectores de la ultra: bendijo a Meloni, a Bolsonaro, a Milei y a Trump, y maldijo a Keir Starmer, a Lula y a Evo (“derrocaremos a quien queramos”, publicó tras el golpe en Bolivia). 

En ese marco se desarrolló la puja entre el magnate y el poderoso Alexandre de Moraes, mandamás del Supremo Tribunal Federal (STF), máxima instancia judicial de Brasil, lugar al que llegó después de ser ministro de Justicia del gobierno de Michel Temer (quien reemplazó a Dilma Rousseff tras un impeachment flojo de papeles). Primero, el magistrado pidió información de cuentas vinculadas a las denominadas milicias digitales en la investigación por el intento de golpe del 8 de enero de 2023 (entre las cuales se encontraba la del estratega mileista Fernando Cerimedo, dueño de La Derecha Diario). Musk no solo se negó a dar información y suspender a los usuarios, sino que retiró la oficina de X en Brasil. De Moraes no se quedó atrás: multó a Starlink y suspendió el uso de X en todo el país. 

Lula intervino en el debate público. Reivindicó la soberanía nacional y confrontó con Musk. “Porque tiene mucho dinero no puede faltar el respeto. No puede andar ofendiendo al presidente, diputados, senadores, Corte Suprema. ¿Quién se cree que es? Tiene que respetar la decisión de la Corte. Tiene que aceptar las reglas de este país”, dijo el presidente antes de que se conociera la decisión de la Corte brasileña. El enemigo de mi enemigo es mi amigo, dice el proverbio que podría unir a Lula y al ex ministro de Temer.

En el marco de la disputa entre Musk y De Moraes, intelectuales y activistas entre los cuales se destacan Thomas Piketty, Yanis Varoufakis y Mariana Mazzucato, firmaron una carta abierta titulada Contra el ataque de las Big Tech a las soberanías digitales. “La disputa de Brasil con Elon Musk es sólo el último ejemplo de un esfuerzo más amplio por restringir la capacidad de las naciones soberanas para definir una agenda de desarrollo libre del control de las megacorporaciones con sede en los Estados Unidos”, dicen los firmantes, que proponen mecanismos de control sobre la esfera digital. Estos intelectuales consideran al caso brasileño como el eje pivotal del conflicto entre las corporaciones big tech y “aquellos que buscan construir una democracia y un paisaje digital centrado en las personas”.

El jueves 26 de septiembre los abogados de X entregaron al Supremo Tribunal Federal documentos en los cuales le manifestaron a De Moraes que cumplieron con todas las exigencias: la indicación de un nuevo representante legal en el país, el bloqueo de perfiles de los nueve investigados y el pago de multas impuestas por no cumplimiento de ordenes judiciales (el STF bloqueó 18 millones de reales, tanto de cuentas de X como de Starlink, para saldar las infracciones). “X adoptó todas las medidas indicadas por Su Excelencia como necesarias para restablecer el funcionamiento de la plataforma en Brasil”, escribieron los abogados de la empresa de Musk. En síntesis, recularon. 

Durante su intervención en la Asamblea General de la ONU, Lula aludió al mil millonario sin nombrarlo directamente. “El futuro de América Latina pasa por construir Estados sustentables, inclusivos, que enfrenten todas las formas de discriminación” y “no se intimiden frente a corporaciones, plataformas digitales o individuos que se creen por encima de la ley”. Y fue más allá: pidió una reforma integral de la ONU —a la que definió como vaciada y paralizada— y  remarcó que el cargo de Secretario General jamás fue ocupado por una mujer. “La exclusión de América Latina y de África de asientos permanentes en el Consejo de Seguridad es algo inaceptable, son prácticas de dominación del pasado colonial”.

El termómetro paulista

La definición electoral en San Pablo será la más representativa rumbo a las presidenciales de 2026. Como se suele decir sobre elecciones intermedias, un termómetro. O un tensiómetro, si de presión hablamos. ¿Qué tan polarizada está la elección? Hay un dato interesante: según el Tribunal Superior Electoral (TSE), 282 candidatos a alcaldes y concejales usarán nombres o apodos que aluden a Lula o Bolsonaro. “Lula”, “Lulinha”, “Bolsonaro” y “bolsonarista” aparecen en la oferta electoral de estos candidatos que buscan un efecto arrastre. En el Estado de San Pablo, donde Jair Messias venció en las últimas elecciones presidenciales, 22 candidatos utilizan su nombre. Lo mismo ocurre con Luiz Inácio en Bahía, estado nordestino donde superó el 70% de los votos en 2022: habrá 36 postulantes con el mítico apodo de Lula, que en español significa calamar.

“Presten atención: si necesito ser candidato para evitar que los trogloditas que gobernaron este país vuelvan a gobernar, pueden estar seguros de que mis 80 años se convertirán en 40 y seré candidato”, declaró Lula en junio pasado. Con esa frase postergaba la discusión que se da en núcleos militantes petistas: ¿quién después de Lula? El debate interno tiene varias corrientes, que se han visto representadas en discusiones públicas entre Fernando Haddad, ministro de Hacienda, y Gleisi Hoffman, presidenta del PT. Al asumir Lula la posibilidad concreta de repostularse, salud mediante, corre al costado el rumor interno, las intrigas.

Su segunda presidencia fue la más transformadora de aquel primer bloque, al punto que Brasil llegó a convertirse en la sexta economía del mundo, por encima del Reino Unido. En ese entonces Lula salió de Planalto con sucesión ordenada (al menos en aquella elección de 2010) y una popularidad inédita, superior al 80%. ¿Apostará a repetir la historia para no solo administrar, sino también transformar? ¿Podrá Lula garantizar un nuevo ciclo de dos presidencias en la América del Sur de las alternancias y los ciclos cortos?

Esa pregunta comienza a definirse este domingo, cuando las y los brasileños vayan nuevamente a las urnas. Lo que ocurra en la alcaldía más importante de América Latina tendrá repercusiones concretas rumbo a 2026. No es lo mismo una segunda vuelta entre Boulos y Nunes, en línea con la grieta brasileña de los últimos años, que una irrupción intempestiva de un outsider con peso propio, fierros algorítmicos y vínculos evangélicos. “Jânio Quadros dijo eso y duró solo seis meses. Fernando Collor dijo eso y apenas duró dos años. Votaré por Boulos porque es político, tiene partido y está comprometido”, dijo Lula a fines de agosto acerca de aquellos que se embanderan con un discurso antipolítica, buscando alinear al coach con dos experiencias presidenciales previas malogradas. Crítica mediante, lo subió al ring y lo comparó con dos ex jefes de Estado. ¿Hasta dónde llegará Marçal? Es la pregunta que hoy se hace no sólo San Pablo, sino todo Brasil.