Crónica

Perfil de Nicolás Márquez


El profeta del odio

Soldado incondicional de Javier Milei y enfrentado con Victoria Villarruel, Nicolás Márquez cree que estamos en un mundo en guerra. Junto a Agustín Laje, su mejor alumno, tiene una misión fundamental encomendada por el presidente: dar la batalla cultural. Márquez la despliega como la guerra contra la subversión por otros medios. Por eso insulta, agrede y humilla públicamente a quienes identifica como enemigos: el progresismo. Su estrategia discursiva es exhibir datos impactantes pero inverificables. Cuando no miente, recorta, tergiversa y pega. Márquez se reivindica como el primero en cuestionar la cifra de 30 mil desaparecidos: para él no hubo centros clandestinos, sino “lugares de reunión de detenidos”.

El día de la presentación de su libro Perón, el fetiche de las masas, Nicolás Márquez tomó consciencia de algo importante.

—Todo lo que escribiste, documentaste y narraste pudiste haberlo escrito en otro tono, menos provocador, menos beligerante —le dijo Ricardo López Murphy.

El comentario no era una crítica, sino un consejo afectuoso. A Márquez se le iluminó el rostro.

—Si el libro no tuviera ese tono, yo no lo hubiera escrito —contestó—. No hubiera sido auténtico, el libro hubiera sido una versión desteñida de mí mismo.

El intercambio fue en 2015 y desde entonces Márquez suele recordar esa conversación en sus intervenciones públicas. La honestidad como justificación de la violencia. No podría cambiar sus expresiones sin traicionarse, “sin dejar de ofender a muchos”, como advierte una frase de Maquiavelo que le gusta citar. El insulto, la agresión y la humillación pública de las personas que identifica como enemigas en un mundo al que percibe en guerra son sus estrategias discursivas.

En la última Feria Internacional del Libro de Buenos Aires un público partidario lo recibió con vítores y aplausos para la presentación de Milei, la revolución que no vieron venir, la biografía que escribió junto con el periodista Mariano Duclos. Fue en la sala José Hernández, ante la presencia de los referentes de La Libertad Avanza. Márquez llegaba victorioso después de lo que entendió como una batalla en el programa de radio de Ernesto Tenembaum. “No me entró una sola bala en la cuna del progresismo donde estaba arrinconado”, dijo. “Yo no soy ni un radical, ni un centrista”, se ufanó, con una mueca despectiva, “y me ayudaron las fuerzas del cielo”. El público lo ovacionó.

El insulto, la agresión y la humillación pública de las personas que identifica como enemigas en un mundo al que percibe en guerra son sus estrategias discursivas.

Pero la lucha continúa y su resultado parece todavía incierto. Es lo que advirtió Agustín Laje en Viva la Derecha Fest, el cónclave organizado por Márquez en el Auditorio Belgrano, y en el acto de la Feria del Libro. Laje transmitió entonces la misión encomendada por el presidente Javier Milei: dar la batalla cultural. “Apenas ganamos un set. No nos podemos dormir en los laureles”.

Márquez asume esa tarea. No es un recién llegado al frente de combate; se diferencia de los influencers libertarios por cuestiones generacionales y por lo que impresiona como mayor formación cultural en su discurso. Hace veinte años publicó su primer libro, un título de referencia en la biblioteca del negacionismo: La otra parte de la verdad. Pero no solo lo avala su currículum como escritor y conferencista —así le gusta presentarse—, sino un estilo inconfundible en la red social X. Allí alecciona a los seguidores: “Es el momento de la fidelidad a la fatigosa causa patriótica que el Presidente está encarnando”. Márquez señala la hora decisiva en una “batalla contra el mal”.

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Tenembaum había reclamado en X que los medios se ocuparan de una amenaza de bomba recibida en la línea 144. Entre la catarata de respuestas al tuit hubo una que lo sobresaltó y después releyó con la sorpresa intacta en su programa de radio: “Les quedan quince días de parásitos y se cierra ese antro oloroso (...) Esto no es noticia salvo para zurditos emputecidos como vos”. El mensaje tenía un tic azul, es decir, una identidad comprobada: Nicolás Márquez. “Ese tuit derivó en que yo esté acá, así que mal no hice”, le dijo Márquez en estudio, con una media sonrisa, aunque relativizó parte de la publicación: lo de “emputecido” no tenía una connotación sexual, sino que aludía al supuesto fastidio del periodista por el triunfo electoral de Milei “y uno tuitea tanto que debí decirlo en ese contexto”.

El insulto es su arma. No expone otros recursos, pero el agravio intercepta al enemigo en la red social y al mismo tiempo cohesiona a la tropa y recrea la mística libertaria en las adhesiones y los comentarios que siguen a sus posteos. La eficacia del procedimiento aumenta cuando el otro reacciona ante el ataque y él puede redoblar la embestida y subir el tono, porque Márquez se jacta de no dar un paso atrás. La estrategia suele ser explicada por Agustín Laje: insertarse en los medios que “permiten amplificar el mensaje” es clave para dar la batalla cultural.

Los cruces que protagoniza en X no responden a impulsos ni son actos irracionales, ni siquiera cuando recomendó usar napalm para reprimir actos políticos en un tuit que sumó el like de Javier Milei. Parece llevado por la ira al repudiar el homenaje de la diputada libertaria Marcela Pagano a Eva Perón en el aniversario de su muerte, pero en realidad Márquez regula sus emociones para disciplinar a las filas de La Libertad Avanza y enseñar su visión de la historia, y al mismo tiempo es un francotirador siempre listo cuando la oposición se moviliza contra el gobierno.

Márquez lleva adelante la batalla cultural (una batalla contra el mal). No es un recién llegado al frente de combate. Tiene un estilo inconfundible en la red social X, donde alecciona a sus seguidores.

Los exabruptos hurgan en contradicciones o en situaciones que para él demuestran las imposturas del progresismo: Márquez se pregunta por qué Lourdes Arrieta se escandaliza por el contacto con represores en la cárcel de Ezeiza cuando se postuló en una lista encabezada por Victoria Villarruel, “que visitaba al mismísimo Videla”, y ante un posteo sobre la marcha por el 24 de marzo increpa a Martín Lousteau y le pregunta si lo acompañó su padre, ex funcionario de la dictadura militar. Márquez se planta como integrante de una minoría que es superior en términos morales e intelectuales y el desprecio consiste también en decir que se rebajaría a ilustrar a sus contrincantes, “burros”, “propagandistas menores”, “ignorantes”.

Los dirigentes de la izquierda trotskista y los referentes de las diversidades son un blanco repetido de sus operaciones digitales, en mensajes dirigidos a cebar el espíritu de los seguidores en el refritado del desprecio y la burla; así como la homosexualidad “se padece”, en sus términos, la “mentalidad progresista” es “un virus”. Pocos temas lo regocijan tanto como reponer la discriminación y el estigma. Pero su bestia negra parece ser el Papa Francisco, por razones políticas y religiosas. Si Milei se arrepintió de sus dichos, Márquez los mantiene y los reafirma porque ve en “el monaguillo Bergoglio” al jefe de la oposición peronista y a un usurpador del trono pontificio.

“Márquez reinstala palabras como subversión con el mismo significado con que la usaron los militares y parte de la sociedad a partir de 1974 y durante todo el gobierno militar”, observa el historiador Mario Ranalletti. Las injurias apuntan a la sexualidad, exhuman anacronismos vinculados a una moral de la higiene —para Márquez los enemigos suelen ser “malolientes”— y revaloran sentidos estigmatizadores al poner en curso palabras como sodomita, invertido, retardado. La recurrencia a términos del discurso médico para referirse al conflicto político (el “extremismo de centro” es “un cáncer”; los libertarios “tienen que generar anticuerpos” para defender la libertad) ostenta también el sello de la última dictadura. En la entrevista con Tenembaum esgrimió estadísticas impactantes pero inverificables, un recurso que oculta hábilmente la inexistencia de fuentes comprobables para lo que pretende afirmar, como que los homosexuales viven en promedio 25 años menos, o que son más propensos a fumar y a tomar alcohol.

“Como otros representantes de la nueva derecha, toma al género como eje y presenta sus provocaciones como verdades que nadie quiere decir. Márquez se pone en contra de la ‘corrección política de izquierda’ como una estrategia que les permite articular otros debates, por ejemplo el desfinanciamiento de políticas científicas y académicas. No es casual que cuando atacan al Conicet los temas que destacan sean los de género y disidencias”, analiza Andrea Torricella, doctora en Ciencias Sociales e investigadora sobre historia de la familia y género.

El insulto es su arma y no expone otros recursos. El agravio intercepta al enemigo en la red social y al mismo tiempo cohesiona a la tropa y recrea la mística libertaria en las adhesiones y los comentarios que siguen a sus posteos.

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Martín Caparrós se burló de él en X diciendo que redacta con faltas de ortografía y tocó quizás un punto sensible, porque Márquez se considera, en primer lugar, un escritor. Desde sus primeras presentaciones lleva la cuenta de los libros que tiene publicados y la hace presente como si la cantidad fuera un mérito: a la fecha, son diecisiete volúmenes en los que recorrió entre otros temas la historia de los años setenta y las biografías de Ernesto Guevara y Juan Domingo Perón para concentrarse a continuación en “el homosexualismo cultural”, como se llama su apartado en El libro negro de la nueva izquierda (2016), coescrito con Laje. Ahora enarbola la biografía de Milei como un instrumento para convencer, para recrear un consenso que siente en peligro.

Márquez tiene título de abogado pero asegura que su éxito como escritor le impidió ejercer la profesión. Solo de su primer libro habría vendido 25 mil ejemplares, un best seller del que no tomaron nota la industria editorial ni el periodismo. Sin embargo, La otra parte de la verdad no circuló por canales tradicionales como las librerías sino en actos en distintas ciudades donde comenzó a tramar relaciones que lo sostienen hasta el presente: la más notoria, con Agustín Laje, que a sus 15 años fue a una presentación del libro en Córdoba y devino en su principal discípulo. Con los años superó al maestro en la elaboración teórica, en el prestigio académico, en la soltura para exponer ante grandes auditorios.

Al recordar sus inicios, Márquez dice que apenas recibido en la Universidad Nacional de Mar del Plata apareció “gente interesada” en publicar su libro. Una manera discreta de referirse a Argentinos por la Memoria Completa, la agrupación que quedó enlodada después que su presidenta, Karina Mujica, fuera descubierta por cámaras ocultas del programa Punto Doc en su rol de trabajadora sexual de un cabaret llamado Alto Target. Pero fueron ellos quienes llevaron a Márquez a tener un programa de radio y a contactarse, entre otros, con Ricardo Bussi —“mi entrañable amigo Richard”, como llama al hijo de Antonio Domingo Bussi—, por quien tiene “afecto y coincidencia ideológica”, según comentó en la presentación de la biografía de Perón en Tucumán.

Nacido en 1975, Márquez pasó sus primeros cinco años en Ramos Mejía y después se mudó a Mar del Plata con sus padres. Su historia de vida registra un primer hito el día en que cumplió 18 años y se afilió a la Unión del Centro Democrático (UCeDé). Una foto con Álvaro Alsogaray documenta el episodio y las ideas en germen: el joven Márquez aprueba el primer gobierno de Menem y no ya el segundo, aunque celebra los indultos, “la estabilidad monetaria”, “la inserción de Argentina en el mundo” y hasta la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas, si bien él no es rosista.

Márquez se planta como integrante de una minoría superior en términos morales e intelectuales y el desprecio consiste también en decir que se rebajaría a ilustrar a sus contrincantes, “burros”, “propagandistas menores”, “ignorantes”.

Cursó la carrera de Derecho en la Universidad Nacional de Mar del Plata y se vinculó con Crear, una agrupación universitaria originalmente menemista que fue cambiando de color según la ocasión electoral hasta el presente. “A pesar de tener un proceso de democratización, la tradición liberal y conservadora tenía y tiene peso en la universidad, en la política local y en el Poder Judicial, y ese ambiente contribuyó a la formación de Márquez”, dice el historiador marplatense Juan Ladieux.

Al margen de los estudios se sucedieron sus lecturas fundamentales: Revolución y contra revolución, de Plinio Correa de Oliveira, el fundador de la primera agrupación “Tradición, Familia y Propiedad” en la ciudad de San Pablo, del que retoma la idea de “guerra cultural”; Camino, de José María Escrivá de Balaguer, creador del Opus Dei, que según Márquez moldea su carácter y al que suele citar para cerrar sus discursos; el Manual del perfecto idiota latinoamericano, de Plinio Apuleyo Mendoza, Álvaro Vargas Llosa y Carlos Alberto Montaner (con el tiempo, prologuista de uno de sus libros), en el que admiró “la impertinencia” y “el desparpajo para la polémica”. Un estilo que Márquez supera.

Al dirigirse al público en la última Feria del Libro, Márquez no reparó en la presencia de legisladores, referentes o simpatizantes de La Libertad Avanza. Mencionó, en cambio, a Juan Bautista Yofre por “su tremendo aporte en la batalla cultural”, quizá en referencia a sus libros y a la producción del spot del gobierno nacional sobre el 24 de marzo de 1976. También manifestó su orgullo por la presencia de Vicente Massot, alguien que lo “marcó a fuego con su inconmensurable sapiencia”. El exsecretario de la revista Cabildo y exdueño del diario La Nueva Provincia es su referente intelectual y el enlace con la generación precedente en la defensa de los militares acusados por el terrorismo de Estado.

El primer libro de Márquez evoca a La otra campana del Nunca Más (1997), de autoría atribuida al ex comisario Miguel Etchecolatz y se inscribe en un recambio generacional del negacionismo. Mario Ranalletti señala una nueva estrategia comunicativa en torno al discurso de “la memoria completa” introducido por un discurso del general Ricardo Brinzoni y editoriales del diario La Nación en el año 2000: Márquez integra “una nueva camada de militantes, más jóvenes, con escasa formación, sin experiencia en política y que no siempre pertenecen al ámbito castrense”.

Así como la homosexualidad “se padece”, en términos de Márquez, la “mentalidad progresista” es “un virus”.

Márquez se reivindica como autor del primer libro que cuestionó la cifra de 30 mil desaparecidos. En su opinión el error de los militares fue no publicar la lista de desaparecidos, como pensaba el exalmirante Emilio Massera; le parece comprensible en principio “para no facilitar información al enemigo” pero no ya “una vez finalizado el conflicto”. A diferencia de Victoria Villarruel, pensó tempranamente que la prioridad era la libertad de los represores y no los reclamos judiciales por acciones de las organizaciones armadas.

La batalla cultural es para Márquez la guerra contra la subversión de los militares por otros medios. Como el general Ramón Camps, afirma que el sentido de las palabras ha sido “manoseado” y adulterado. En El libro negro de la nueva izquierda plantea que la palabra gay es “un triunfo filológico” de la izquierda y “la palabra discriminación ha sido bastardeada”. Esta argumentación se refuerza con apropiaciones del discurso enemigo, y así Márquez afirma que la homofobia que le atribuyen es un estigma, un signo de persecución ideológica y “un invento idiomático”, en sintonía con el pensamiento del ministro de Justicia Mariano Cúneo Libarona.

Profesor de la Universidad Nacional de Tres de Febrero y de la Universidad de Angers (Francia), Ranalletti considera a Márquez un propagandista en su cuarto de hora. “Se montó en la negación en bloque de la historia de los años setenta. No tiene otro juego ni intelectual ni literario ni periodístico: no hay investigación detrás de sus libros. Recorta, tergiversa y pega. Pero está en el momento justo y en el lugar justo. Es un epifenómeno de la rabia hacia cierta idea de la Argentina”, afirma.

No hubo centros clandestinos sino “lugar de reunión de detenidos”; los desaparecidos, el robo de bebés, las torturas, las violaciones, todos los delitos de lesa humanidad quedan borrados en el discurso negacionista por la postulación de la guerra contra la subversión. En ese orden de ideas, después de la corrida del youtuber Fran Fijap en la concentración universitaria ante el Congreso, Márquez pide en X un decreto de necesidad y urgencia como el de Isabel Perón “para darle curso a las Fuerzas Armadas a entrar en operaciones de combate para aniquilar el accionar de los elementos subversivos”.

“Márquez reinstala palabras como subversión con el mismo significado con que la usaron los militares y parte de la sociedad a partir de 1974 y durante todo el gobierno militar”.

Mario Ranalletti, historiador

En X Márquez reacciona como si no pudiera contener la indignación ante un posteo de Diego Guelar sobre Lucina Révora, la madre de Wado de Pedro; insulta al ex embajador y llama a Révora, desaparecida en 1978, “la asesina de Paula Lambruschini”. Este cliché del negacionismo tergiversa una fuente de su propia cosecha: el libro Fuimos todos, en el que Yofre menciona la captura de Révora poco antes del secuestro de los militantes de Montoneros a los que adjudica el atentado. Pero un tuit prescinde de aclaraciones, la combinación de la consigna y la agresión potencia el mensaje, y la violencia de Márquez tiene la coartada de la incorrección.

El historiador francés Pierre Vidal-Naquet dijo que debatir con los negacionistas del Holocausto era como confrontar a un astrofísico con alguien que cree que la luna está hecha de queso. Ranalletti lo suscribe para el caso argentino: “No quieren discutir sino agredir y desvalorizar. Es un diálogo imposible. Los negacionistas no tienen ningún límite moral, lo que les importa es la reivindicación de una parte del pasado: entienden la política con la lógica del enemigo y buscan la aniquilación del otro, por ahora solo en lo discursivo”.

Márquez se pronuncia ritualmente contra los juicios a las Juntas Militares y por los delitos de lesa humanidad. Sin embargo, posterga el reclamo histórico por la libertad de los represores. “Ese proyecto no tiene ningún rédito político por el momento, como se dieron cuenta incluso los libertarios con la reacción frente a la visita de los diputados a los presos en Ezeiza”, dice Ranalletti. Pero Márquez mira más allá: en un texto reciente en X pide “apretar los dientes y bancar los trapos” contra el ruido interno que provocó el acuerdo con el Reino Unido para retomar vuelos entre Córdoba y las Islas Malvinas. Los vicios de la política profesional son ahora males menores: “Esto es política, la política necesita pragmatismo, mando y obediencia”, y él es el primer ejemplo cuando resigna lo que más quiere.

La recurrencia a términos del discurso médico para referirse al conflicto político (el “extremismo de centro” es “un cáncer”; los libertarios “tienen que generar anticuerpos” para defender la libertad) ostenta también el sello de la última dictadura.

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“Más que de la derecha, Mar del Plata es un bastión del antiperonismo. Salvo en los años cincuenta nunca tuvimos un intendente peronista”, dice Juan Ladieux. En La feliz. Continuidades de la violencia, película de Valentín Javier Diment, que enlaza las acciones de la Concentración Nacional Universitaria en los setenta con las del grupo neonazi Bandera negra de los 2010, Márquez es entrevistado y afirma que la ciudad padeció gobiernos socialistas. Pero, corrige el historiador, “fueron del socialismo democrático, el más gorila y antiperonista de todos los partidos socialistas argentinos”.

Mar del Plata fue el lugar en el mundo de Alfredo Astiz hasta su primera condena de prisión y de Miguel Etchecolatz, cuyo chalé en el Bosque Peralta Ramos estaba provisto de portones de acero, garitas de vigilancia y cámaras de seguridad. “Hacia 2010 aparece un grupo donde baja línea Carlos Gustavo Pampillón, íntimo amigo de Márquez. Vuelven a las acciones de violencia directa y se ensañan con la comunidad LGTBIQ+. Hay un sustrato social que permite la aparición de estos grupos en la ciudad”, agrega Ladieux.

En enero de 2014 se conformó la rama marplatense del Frente Skinhead. Sus integrantes se identificaban con consignas del nazismo, realizaban “entrenamiento de combate”, fantaseaban con “arrestos civiles” y convirtieron la zona de La Perla en un terreno de operaciones. Nicolás Caputo y el ucraniano Oleksandr Levchenko, miembros del grupo luego llamado Bandera negra, fueron acusados por agredir a mujeres que se manifestaban a favor del aborto frente a la Catedral local durante el Encuentro Nacional de Mujeres realizado en octubre de 2015. La policía local secundó a los neonazis y disparó balas de goma sobre las manifestantes. Fue la primera vez que el Encuentro terminó con represión.

“Todos sus delitos son delitos de odio que tienen una alta motivación discriminatoria: atacan porque las víctimas son judíos, homosexuales, del colectivo LGBT, bolivianos ‘que no merecen tocar dinero argentino’, punks, anarquistas”, señalaron los jueces marplatenses que en 2018 condenaron a siete integrantes del grupo. Pampillón quedó afuera del proceso y ahora en sus redes sociales alterna denuncias sobre corrupción en el armado bonaerense de La Libertad Avanza con imágenes animadas de Jorge Rafael Videla, uno de sus ídolos.

Márquez estaba en otra frecuencia. El 18 de enero de 2018 presentó una conferencia de Milei en Mar del Plata organizada por la Fundación Libre con el título “Argentina y los valores del capitalismo”. En mayo de ese año debió interrumpir una charla sobre “la vida como valor supremo” en el Instituto San Alberto. “Fue tal el nivel de violencia que los mismos directivos del colegio le pidieron que se retirara. Para ese entonces varios alumnos y alumnas se habían quebrado en llanto. El abogado abandonó el recinto abucheado y a los gritos”, reveló el escritor marplatense Agustín Marangoni en el diario La Capital. Márquez pidió el derecho a réplica y se limitó a aclarar un aspecto de su pasado que divulgaba la crónica: una acusación por abuso sexual contra su hija de 4 años, que fue desestimada en varias instancias judiciales incluyendo a la Corte Suprema de Justicia de la provincia de Buenos Aires.

Márquez tiene título de abogado pero asegura que su éxito como escritor le impidió ejercer la profesión. Solo de su primer libro habría vendido 25 mil ejemplares, un best seller del que no tomaron nota la industria editorial ni el periodismo.

“Lo que pasó en el San Alberto muestra la dinámica social de estos grupos. Las autoridades del colegio lo invitaron a dar una charla sin consultar con los padres. Los chicos se sintieron muy mal y muchos padres se quejaron. Pero por detrás de Márquez hubo y hay instituciones que lo respaldan y lo promocionan”, observa Ladieux. En ese sentido lo significativo no son las afirmaciones históricas de Márquez —“miente, literalmente”— sino sus adherentes y promotores: entre otros, Bernardo Neustadt, presentador de la tercera edición de La otra parte de la verdad; Rosendo Fraga, prologuista de Perón, el fetiche de las masas y de El Vietnam argentino, la guerrilla marxista en Tucumán, para quien Márquez “ha sido capaz de ir contra la corriente dominante”; Ricardo Bussi, con las puertas siempre abiertas en Tucumán.

Una imagen del traspaso del mando presidencial en diciembre de 2023 condensa su importancia en el escenario actual: Márquez comparte un palco  de la Cámara de Diputados de la Nación junto con Agustín Laje, el español Santiago Abascal, el chileno José Antonio Kast y el mexicano Eduardo Verastegui. Por fin sonríe, él que siempre tiene un gesto adusto y una expresión de violencia reconcentrada. “Pero es rara la postura actual de Márquez. Se ha vuelto un liberal libertario, cuando viene de la tradición más militar que representa Villarruel”, piensa Ladieux.  Esas tensiones se notaron en “Nuevos desafíos a la libertad” la conferencia que compartió con Javier Milei y Agustín Laje en el Auditorio Belgrano, el 14 de marzo de 2019.

—Sé que aquí hay muchos libertarios que me miran con alguna desconfianza —dijo Márquez, mientras iba y venía por el escenario y alternaba la vista entre el piso y el público.

Entonces atribuyó el recelo a sus críticas hacia “el establishment del liberalismo”, donde identifica al PRO y, en el orden internacional, “a la neo marxista Hillary Clinton”. En El libro negro de la nueva izquierda (2016), Márquez cuestionó además a libertarios europeos y descalifica al movimiento en conjunto: “Es sabido desde hace tiempo que los libertarios de ahora no tienen mucho que ver con los liberales históricos. Es decir, con aquellos cruzados que en un mundo signado por el totalitarismo defendían la libertad individual a capa y espada sin por ello perder de vista que existen limitaciones y condicionamientos razonables”.

El joven Márquez aprueba el primer gobierno de Menem y no ya el segundo, aunque celebra los indultos, “la estabilidad monetaria”, “la inserción de Argentina en el mundo”.

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A veces Márquez se piensa a sí mismo con los conceptos que detesta: “Siempre me percibí como una persona de derecha”, llegó a decir. Esta definición corresponde a 2018, cuando se identificaba como conservador y reactivo contra el liberalismo por “haber sido colonizado por el progresismo cultural”. También usa el lenguaje inclusivo, para provocar a los seguidores de Villarruel: “No me saquen de quicio con ataques mendaces porque (sic) se me acaba la caballerosidad (...) Estamos de acuerdo chiques?”. O recurre al progresismo para darle un toque de stand up a sus discursos: “Los liberales me consideraban un fascista y los fascistas, un liberal. Tengo un problema de identidad de género”.

Márquez agita contra “la ideología de género” y la expresión, dice Andrea Torricella, “es un acierto de la derecha porque han percibido lo revolucionario que es pensar que la identidad no depende de la anatomía biológica; con el concepto de ideología de género tienen un armazón teórico para pensar que las cuestiones de género y de las diversidades son un artificio impuesto desde una izquierda internacional y desde organismos internacionales con dinero, un argumento que cala en sectores religiosos y en la gente común”.

Como en el caso de la historia de los años setenta, el embate de la derecha contra el feminismo combina estrategias retóricas de eficacia comprobada: la victimización y un sentido épico al presentar su discurso como una confrontación con el poder, con el periodismo mainstream; la supuesta incorrección que desbarata conspiraciones ocultas y legitima los insultos como reacciones espontáneas y honestas. “Pero sus argumentos son fácilmente desarmables. Niegan las identidades y postulan a la supuesta naturaleza como verdad. La propia biología ha replanteado ese discurso que da cuenta de cómo la cultura ha moldeado los cuerpos a lo largo de la historia. Pero una cosa es el debate público y otra son los saberes académicos, tenemos el desafío de volver a llegar con estos temas a la opinión pública”, agrega Torricella.

Para Márquez, el error de los militares fue no publicar la lista de desaparecidos. A diferencia de Victoria Villarruel, pensó tempranamente que la prioridad era la libertad de los represores y no los reclamos judiciales por acciones de las organizaciones armadas.

El 27 de septiembre, después de que Victoria Villarruel criticara el acuerdo con el Reino Unido por los vuelos a Malvinas, Márquez se pronunció en X con su estilo habitual: “Los temas personal/familiares se solucionan en el psicólogo y no ejerciendo el poder. Hay que estar a la altura de las circunstancias. Si mi padre fue sodero y luego yo llego al poder, no tiene por qué ser un asunto prioritario de Estado aumentarle el sueldo a los soderos”. Alude así al padre de la vicepresidenta, combatiente en Malvinas, luego se defiende con argumentos insólitos (“yo sí sé de estrategias y sí estudié mucho los asuntos militares de Argentina y del hemisferio”, alusión a un paso por el Centro de Estudios de Defensa Hemisférica William J. Perry) y al fin deja correr un aluvión de críticas: le dicen que es chupamedias de Milei; que su mensaje es ofensivo para los veteranos de guerra; que lo apoyan en la batalla cultural pero “hace tiempo que te dedicás a pegarle a la vicepresidenta”. Márquez recibe su propia medicina: lo insultan con alusiones sexuales y burlas a la relación con Laje, por la denuncia de abuso sexual de la hija, porque “se sabe que la guita de tus libros pedorros son financiados desde el pabellón de lesa humanidad”.

Ocho horas después redacta un manifiesto sobre el mileísmo y los desafíos actuales y lo publica en la misma red: “Los dirigentes, funcionarios, activistas y militantes que se precien de mileístas, tienen que tener obediencia acrítica en esta guerra contra las mafias, la casta, la izquierda, la delincuencia sindical y la deletérea mentalidad estatista. El que no se somete a dicha verticalidad, se constituye en un traidor y/o en un estorbo y lo más saludable es que se dedique a jugar a la Play Station”, escribe. Admira a Javier Milei como “un llanero solitario, un gladiador, un héroe que se pelea solo contra el mundo”, y parece reconocerse él mismo en esas figuras. Soldado incondicional, Márquez descubre “un punto bisagra de la historia” y se alista para la última batalla.