“Y yo que quería ser una figurita de Billiken”, dijo Cristina al inicio de su discurso, rodeada de sus familiares y funcionarios más cercanos, ante la imagen impactante de una plaza lluviosa y colmada de militantes, banderas y paraguas. Lo cierto es que, en las revistas Billiken del futuro, el 25 de mayo de 2023 va a quedar marcado como una super-efeméride, una fecha que condensa tres grandes hitos históricos: la revolución de mayo en 1810; los cincuenta años de la asunción de Héctor Cámpora en 1973, el candidato de la Juventud Peronista que asume luego de la proscripción de Perón y, por último, los veinte años desde la asunción de Néstor Kirchner a la presidencia de la Nación en 2003. A diferencia de las fechas in-felices de las que habla Elizabeth Jelin, podría decirse que, para el campo nacional y popular, el 25 de mayo es una fecha feliz. El 25 de mayo como acumulación de símbolos y ritos, el 25 de mayo como cristalización de un relato nacional, el 25 de mayo y sus efectos de condensación y desplazamiento. Tres formas y tres momentos de la liberación nacional.
¿Qué hizo que el calendario electoral se organizara de tal modo que en el año 2003 Néstor Kirchner asumiera en mayo y no en diciembre, como es habitual? Un coletazo de la debacle política del 2001: Duhalde había llamado a elecciones anticipadas para el 27 de abril. El ballotage, previsto para el 14 de mayo, se suspendió por la renuncia de Menem, y Kirchner asume con casi nula legitimidad electoral, con 22% de votos, “menos votos que desocupados”. Un “presidente inesperado”, como se decía por esos años, recién llegado de un lugar inhóspito. En un libro célebre, Perón o Muerte, Eliseo Verón dice que la “llegada” es un motivo característico del peronismo: recién desembarcado en la presidencia, Néstor se mostraba como quien llegaba de un lugar frío y lejano, el sur, y de un tiempo aciago, los setenta. Se vanagloriaba de que lo llamaran “pingüino”: “Y véanme como soy, algunos lo quieren decir despectivamente, un pingüino; soy un pingüino del sur, con fuerza, tozudo, con decisión por hacer un país diferente”, decía en el año 2004. Nace allí el kirchnerismo, los “kukas”, los “K”: ¿una nueva identidad política? ¿El tercer movimiento histórico?
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En la conmemoración de esta fecha feliz que es el 25 de mayo, el presente está profundamente anudado con el pasado. Cristina lo dijo en su discurso: “Hace exactamente 20 años que llegábamos con él, acá, a esta misma plaza en la que 30 años antes habíamos estado”. En su asunción, Néstor declaró formar parte de una “generación diezmada, castigada por dolorosas ausencias”: se refería, claro, a sus compañeros de militancia de la Juventud Peronista. En el acto por la celebración de sus tres años de gobierno, el 25 de mayo de 2006, dijo: “¡Y al final un día volvimos a la gloriosa Plaza de Mayo a hacer presente al pueblo argentino en toda su diversidad!”. Así, le ponía nombre y fecha de nacimiento al kirchnerismo militante, el mismo que había recuperado la ESMA, había desarticulado la cúpula del Ejército y había encarado la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.
El léxico setentista insiste en el discurso y en la identidad del kirchnerismo: el propio surgimiento de La Cámpora, acaso la organización militante más movilizada y con mayor presencia territorial y legislativa de los últimos años, al decir de Dolores Rocca Rivarola, hizo del 17 de noviembre –el día de la militancia, por el retorno de Perón– y del 11 de marzo –el día en que Cámpora fue electo– días festivos y de movilización. Ayer mismo, en la plaza, se escucharon cantos que reclamaban ¡Patria sí, colonia no!, cuando Cristina habló de la soberanía económica.
No se trata solo de un proceso de (re)peronización sino de una reapropiación particular de la narrativa peronista, que es aquella que filia al kirchnerismo con la generación de los militantes de los años 70. En el último año, con la conmemoración de los 50 años de la vuelta de Perón al poder, el kirchnerismo volvió a celebrar la resistencia y el retorno, la misma resistencia e insistencia por la vuelta que militan los seguidores de Cristina cuando agitan las banderas de la proscripción y el Luche y Vuelve. El kirchnerismo no inventó la militancia, pero hizo del militante un sujeto político propio.
Este año, ante la inminencia del cierre de listas y de la definición de las candidaturas, Cristina señaló como sus herederos a “los hijos de la juventud diezmada”: es tiempo de llevar adelante un nuevo trasvasamiento generacional. Wado de Pedro es el “hijo” por excelencia y, como buen heredero, se lanzó como candidato a presidente a pocas horas de finalizado el acto, filiándose en el legado que trazó Cristina. Wado quiere ser el que “toma la posta” de esa generación.
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Un factor constitutivo del mito fundacional del 25 de mayo del 2003 es el efecto sorpresa: a Néstor nadie se lo vió venir, su llegada no estaba inscripta en la trama de la crisis precedente. Néstor Kirchner fue la personificación de la contingencia de lo político, porque si hay algo verdaderamente político es lo que disloca un estado de cosas. Laclau y los laclausianos supieron leer esa sorpresa y la nombraron como populismo, pero el kirchnerismo es más y es menos que un populismo.
En rigor, hay una fase populista del kirchnerismo, asociada a aquellos años intensos del 2008, como bien señala Martín Plot. Pero el kirchnerismo no puede reducirse a esa versión: hay también una fase institucionalista del kirchnerismo, de recomposición del estado y de la autoridad, en los inicios; una fase –breve– pluralista, de apertura transversal; una fase de repliegue, nucleada en torno al Instituto Patria, donde se forjó la última versión, la fase pragmática del kirchnerismo, la fase en la que quiso volver al origen del núcleo nestorista y ungió a Alberto Fernández para ganar unas elecciones que no le pudieron ganar a la pandemia, a la guerra (internacional e intestina) ni a la sequía.
En estos 20 años el kirchnerismo se consolidó como una identidad política. Una identidad política es más que un partido, es más que un líder, es más que un gobierno, es más que una marca. Una identidad política es un despliegue de sentimientos, un conjunto de memorias, una serie de enemigos compartidos, un relato sobre el presente, el pasado y el futuro.
A esta altura, es un lugar común decir que el término relato no supone ni la mentira ni el engaño: un relato es una historia que nos contamos, que nos constituye, que nos da sentido (en la triple acepción de significación, de dirección y de afección). Hay un relato kirchnerista que no estaba prefigurado aquel 25 de mayo de 2003, pero que se fue tramando retrospectivamente, de a mojones, a lo largo de estas dos décadas y tiene cinco momentos narrativos, que son los que se destacan en el spot celebratorio de Presidencia de la Nación: pago al FMI, independencia judicial, Patria Grande, derechos humanos, crecimiento económico.
El kirchnerismo también se convirtió, en ese tiempo, en un actor de poder, en un funcionariado, en una burocracia, en una facción o incluso una secta, dicen algunos. En un partido de Estado que hizo del Estado su locus natural y su terreno de lucha. “Algunos quieren un Estado chiquitito” como el que había cuando Néstor asumió en 2003, dijo Cristina en su discurso, justo cuando Bullrich había afirmado, en una entrevista en plena campaña electoral, que más que hacer un ajuste hay que “desajustar” al Estado de la sociedad.
Una y otra vez se decretó la muerte del kirchnerismo, e incluso se quiso asesinar a su líder. Murió en 2008, murió en 2013, murió en 2015, viene agonizando desde el 2019. Como un contragolpe, este 25 de mayo la plaza nacional y popular celebró la sorpresa del kirchnerismo, la emergencia de lo inesperado. Pero el motivo de la llegada, propio del peronismo, se nutre de un segundo tópico, el tópico del retorno a esa escena fundante: para que haya un mito de origen es necesario volver a él, revisitar la novedad. A 20 años de su irrupción en la escena política argentina, el kirchnerismo siempre está volviendo a la gloriosa Plaza de Mayo.