Crónica

Las amigas de Lola Chomnalez


El feminismo nos salvó

Transitar el asesinato de una amiga a los 15 les cambió la vida a estas cuatro adolescentes: las preguntas estaban ahí pero el femicidio fue un despertar. Saben que el feminismo es político pero lo viven como un estilo de vida. El 8M, como en cada movilización desde el crimen, llevaron a Lola en carteles y remeras. Tamara Tenenbaum reconstruye cómo las cuatro chicas atravesaron el duelo y aceptaron la responsabilidad de luchar.

 

Dalyla, Julia, Alma y Fiamma tienen al menos tres cosas en común: todas tienen dieciocho años, todas acaban de terminar el secundario y todas fueron amigas de Lola Chomnalez, la adolescente de 15 años asesinada a fines de 2014 en el balneario uruguayo Barra de Valizas. Atravesar esa experiencia las transformó: todas emprendieron caminos que ya no pueden abandonar, aunque el porvenir se les abra como un abanico de posibilidades e incertidumbres. Desde entonces son feministas.

 

“En una entrevista me preguntaron por mi encuentro con el feminismo. Muchas chicas decían que habían encontrado en Google, que escuchaban mencionar algo y buscaban cosas para leer y yo dije que lo mío no había salido tanto de Google, sino de Lola”, dice Dalyla Milano. “Lo de Lola nos metió en el tema tipo tomen chicas, esto es el feminismo. Ahora, marchen”. Julia Giganti completa: “No sé si nos metió, fue como si ya estuviéramos metidas ahí, no fue voluntario. En algún momento nos dimos cuenta de que estábamos rodeadas de eso y teníamos que hacer algo para que no volviera a pasar”. Alma Benini Uchitelli habla de “la gota que rebalsó el vaso”: algo que no le terminaba de cerrar en la cabeza, una serie de preguntas que ya venían dando vueltas y estallaron todas juntas cuando pasó “lo de Lola”, ese giro que usan todas. A Fiamma Pagotto el feminismo le interesaba, charlaba con su hermana, pero igual habla de Lola como la puerta de entrada: “decidí que no me podía quedar de brazos cruzados”.

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El 30 de diciembre de 2014 Julia estaba clavada en el sillón de su casa mirando un noticiero. Era verano, no había clases y Julia hubiera preferido hacer otra cosa, practicar alguna coreo de Casi Ángeles, o al menos mirar otro canal. Dos días atrás desapareció su amiga Lola, que estaba de vacaciones en Uruguay con los padrinos, y desde entonces Julia y sus amigas ya vieron más noticieros que en toda su vida. Dalyla, su mejor amiga, cedió ante la insistencia de la mamá de salir de la casa y distraerse de la televisión y se fue con su prima a la pileta. “No hay chance de que  pase nada en dos horas”, pensó Dalyla y guardó la malla y las ojotas con pocas ganas.

 

Alma tardó bastante en entender que todo eso estaba pasando de verdad. El 28 empezaron a circular las imágenes de Lola en las redes sociales: había ido a pasear por la playa y no había vuelto, tenía puesto un short y la parte de arriba de la malla. Alma no lo creyó. Su mamá trabajó muchos años como periodista, y gracias a sus contactos confirmó que la buscaban y colaboró para que las fotos de Lola llegaran a los noticieros. Alma pasó esos días con su hermana mayor. Dos días después las cuatro amigas y otras adolescentes que conocían a Lola del colegio y otros espacios estaban todas en un grupo de Whatsapp: se organizaron para compartir información, motorizar un hashtag y difundir sus fotos en las redes. Un poco con la esperanza de que sirviera y otro poco porque sintieron que necesitaban hacer algo para paliar la impotencia. Era hora de actuar.

 

—La encontraron a Lola. Está muerta. —le dijo por teléfono una amiga a Julia, que estaba mirando en TN.

 

— No creo —le contestó Julia —acá en TN no dicen nada.

 

—Poné C5N —insistió la otra amiga. —No van a mentir con algo así.

 

En los días y meses posteriores las chicas aprenderían que el “no van a mentir con algo así” era un exceso de inocencia, pero en este caso era verdad. C5N era el único canal que tenía la noticia en ese primer momento.

 

Julia mensajeó a Dalyla con la noticia. Ella, que estaba con su primita, se tragó las lágrimas. Cuando llegó a la casa, todas las luces estaban apagadas. La mamá le dijo que no había electricidad, que el verano, que Edenor, pero Dalyla entendió: no quería que viera la noticia por televisión. Se la explicaron despacio, y hubo abrazos.

 

Alma venía tan triste y obsesionada que la hermana la llevaba al trabajo con ella para que al menos saliera a la calle. De regreso en la casa, ella le recomendó que no prendiera la tele. Se enteró por un mensaje de Dalyla en el grupo de Whatsapp. Así también supo Fiamma. Alma tembló y lloró. Prendió la tele y la apagó al instante. Pensó que ya era todo inútil, una pérdida de tiempo. ¿Qué iba a hacer? ¿Un hashtag para alguien que no está?

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Dalyla y Julia fueron compañeras de división de Lola en el Liceo 9 de Belgrano durante segundo año; Fiamma compartió con Lola el primer año en la secundaria María Claudia Falcone; Lola y Alma se conocieron en el jardín, se distanciaron en la primaria y volvieron a ser muy amigas cuando Lola entró al Liceo, aunque cursaban en divisiones distintas. Julia y Dalyla son mejores amigas, pero ni a Alma ni a Fiamma las conocían mucho, ni ellas dos se conocían entre ellas. Todo eso fue antes de que se convirtieran, sin quererlo pero con plena consciencia, en “las amigas de Lola”.

 

El 31 de diciembre de 2014 tuvieron que enfrentar el duelo. Para casi todas, el primero que les tocaba atravesar. Cada una lo hizo a su manera. Alma no suele estar en las notas que se hacen sobre el tema porque no le gusta vivir su duelo públicamente ni en las redes sociales: “A mí no me gusta ese lugar, no me gusta mostrarlo en Instagram. Necesariamente tenés que estar en ese lugar de víctima. Yo sé que la quiero y la voy a seguir queriendo siempre, pero no necesito demostrarlo todo el tiempo. Hubo personas que a los seis meses seguían poniendo ‘amiga, te extraño’. Lo respeto, pero no es lo mío”.

 

En paralelo a esos espacios más personales hubo una construcción colectiva. Se encontraron entre ellas, se apoyaron las unas en las otras, se organizaron. En principio, para lo mínimo indispensable, que en ese momento ya era mucho: estar. Estar vivas y presentes donde hiciera falta. Si los padres organizaban una misa, si hacían un homenaje o una marcha alguna iba “en representación de las amigas”.

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Marzo de 2015 las encontró esperando el primer día de clases sin Lola. Las amigas del Liceo estaban aterradas ante el banco vacío, el hueco de su apellido en la lista de presentes. Necesitaban hacer, pero no sabían bien qué significa eso en este contexto. Lola no iba a volver, y sobre eso no hay nada que hacer. Pero ya no se trataba de eso sino de recordar, de no olvidar.

 

En un principio pensaron en mariposas, que se habían transfomrado en una especie de símbolo de Lola. Una vez que Julia estaba cruzando la calle una mariposa se le cruzó enfrente, por primera vez en la vida, al menos hasta donde recordaba; cuando se lo contó a la mamá de Lola ella le dijo que esa era Lola y que estaba enojada porque ella seguía triste. Esa misma semana otras amigas empezaron a contar en el grupo de WhatsApp que se les cruzaban mariposas por todos lados. Dalyla llenó su cuarto: compró remeras con mariposas, ojotas con mariposas. No es que tengan una explicación esotérica, solamente es algo que les gusta pensar.

 

Las amigas de Lola no son lúgubres pero tampoco piensan que el duelo tenga que ver con no hablar, con tratar de olvidar. Desde el primer momento, la recordaron con chistes internos y referencias que se inventaban, como la de las mariposas. Pero hacía poco, en el mismo colegio, habían tenido que homenajear a un compañero que falleció en un accidente con la bicicleta, y para eso habían llenado el colegio de grullas. Lo de las mariposas sonaba demasiado parecido. Entonces decidieron hacer una suelta de globos con helio.

 

Las chicas estaban empezando tercer año y era la primera vez que tenían que ponerse a “organizar” algo solas. Se dividieron las tareas: avisar en el colegio, invitar a los papás de Lola, juntar la plata. Recaudaron 4 mil pesos en efectivo que repartieron con cuidado entre cuatro mochilas para pagarle a la chica que conseguía los globos de helio. A diferencia del 31 de diciembre de 2014, cuando el colegio les abrió las puertas para que se juntaran a recordar a Lola, la suelta de globos no fue un día oscuro sino el principio de un nuevo rumbo.

 

La familia organizó sus propios ritos, en los que las amigas siempre estuvieron, pero en ellas hay un componente revolucionario, subversivo y profundamente feminista: la autoafirmación de ese grupo de amigas, la defensa de un vínculo no sanguíneo como depositario legítimo del duelo.

 

Los homenajes personales no tardaron en volverse cada vez más políticos. En los meses previos a la primera marcha de Ni Una Menos las chicas no podían evitar al elefante en la habitación: lo de Lola le podría haber pasado a cualquiera de ellas. A la fuerza aprendieron que era lo mismo que vivían muchísimas niñas, adolescentes y mujeres en todo el país. “Yo sé que quizás suena medio cliché, pero pienso que el feminismo nos salvó”, dice Dalyla; “no sé si encontré respuestas pero sí soluciones o la posibilidad de cambiar las cosas, de que esto no vuelva a pasar, de cosas que me pasaron a mí”. A la primera marcha de Ni Una Menos Dalyla y Julia fueron con sus mamás: siempre habían ido solas con el centro de estudiantes del Liceo, pero no sabían cómo les iba a caer estar ahí, con las consignas, con las fotos. “Encaramos la difusión desde ahí: las amigas de Lola vamos. E hicimos carteles, remeras, una bandera”, cuenta Dalyla.

 

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Dalyla y Julia siguen yendo a las marchas juntas y con la bandera de Lola. Fiamma y Alma van con sus hermanas, con otras amigas o con compañeras de espacios culturales en los que participan. Saben que tienen el árbol de tilo que los padres de Lola plantaron para recordarla, ahí se encuentran. Mientras cada una hace su historia, siguen vinculadas con “la causa”. Alma, por ejemplo, saca fotos y hace poco expuso en una muestra colectiva sobre feminismo y violencia contra las mujeres.

 

Contra el prejuicio de que el feminismo “está de moda”, las chicas lo viven más como una pelea permanente que como algo a lo que la corriente las lleva. “Mi mamá el otro día defendió a Cacho Castaña”, se ríe Dalyla; “le pregunté por qué, me dice ‘porque es buena persona él’, y entonces le pregunto, ‘¿qué, lo conocés?’. ¡Obvio que no!”. Discuten con sus padres, con sus compañeros de curso, con los chicos con los que salen y con un montón de extraños en internet.

 

En cuanto a las instituciones, Dalyla y Julia sienten que el colegio estuvo presente y las acompañó durante todo el proceso. Alma duda. Recuerda que todos los junios desde 2015 a “las amigas de Lola” no les contaban la falta para las marcha de Ni Una Menos. Y ella estallaba de ira. Una y otra vez, desde el centro de estudiantes del Liceo, pidieron que esa excepción fuera para todos y todas las estudiantes que quisieran ir, y siempre les dijeron que no. “¿Qué quiere decir esto?”, preguntaba Alma, “¿que es solo un tema nuestro porque era nuestra amiga?”.

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Aunque a medida que fueron aprendiendo se dieron cuenta de que la cuestión del feminismo excede la historia personal de cada una, la figura de Lola nunca se desdibujó de la militancia. “En el Liceo lo de Lola estaba ahí plantado, entonces todo lo que hacíamos tenía esa impronta y ese peso, esa importancia. La gente se concientizaba más que si fuera en abstracto. Los varones venían a una jornada de género y salían movilizados, volvían a su casa y les contaban a las madres”, dice Julia. La resistencia, la militancia, el hacer las ayudó a procesar lo que les pasaba. No tienen problemas en reconocerse víctimas porque nunca se les cruzó por la cabeza la idea de la víctima como una figura pasiva o indefensa. Desde el ejemplo de los propios padres de Lola, dice Dalyla, que se mostraron siempre enteros, ella entendió eso: “si ellos están armándose como pueden, entonces nosotras también tenemos que armarnos. Lola se fue pero nosotras nos quedamos, ¿y para qué nos quedamos si no es para luchar? Siento una responsabilidad”.

 

De las cuatro, solamente Julia milita en una organización partidaria, el Partido Obrero. Pero a las marchas de Ni Una Menos y del 8 de marzo sigue yendo con la bandera de Lola, y habla con entusiasmo del feminismo y del tipo particular de micromilitancia feminista que todas las demás también practican: conversar con otros, desarmar preconceptos, escuchar a las personas sin pretender dar cátedra. Para Alma la militancia se hace en la calle, marchando y también “contestando” ante el acoso callejero o la agresión. “No me hago la canchera, no lo hago todo el tiempo, vivo con miedo, como todas”, dice, “pero creo que esas cosas un poco sacuden al otro, entonces cuando puedo, lo hago”. Fiamma habla del desarrollo de una conciencia feminista: un trabajo personal, ser consciente de lo que a una le pasa y por qué le pasan esas cosas, y desde ahí acercarse a otros. Usa la frase “estilo de vida”, que resuena también en los discursos de las demás. Saben que lo que hacen es político pero que excede a los espacios partidarios y se mezcla con sus cuerpos, con sus familias, con los varones que les gustan, con lo que les pasa.

 

Fiamma está terminando el ingreso al conservatorio, Alma va a estudiar Antropología, Julia Psicología y Dalyla Trabajo Social. No todas se ven seguido, pero se cruzan mucho en los boliches y siempre se abrazan como si se conocieran de toda la vida. Si alguien les pregunta de dónde se conocen ellas hablan de Lola. Las une el mismo hilo. Esta es una historia con final feliz, todo lo feliz que se puede. Aún cuando en veinte años estén juntas en una marcha sosteniendo un cartel con la foto de una adolescente congelada en sus quince años que, a esa altura, va a parecer hija de ellas.