A los 15 años Hernán Panessi tenía el mismo sueño que sus amigos del barrio, que a la vez era el mismo sueño de la mayoría de los pibes de Gerli: jugar en Independiente. En ese barrio de casas de revoque grueso del sur del Gran Buenos Aires que pertenece un poco a Lanús y otro poco a Avellaneda, los grafitis que más se leen dicen: Gerli es del Rojo. A esa edad Panessi jugaba de 10 en el Barracas Sur de Avellaneda y más de una vez se imaginó que él podía ser un nuevo Bochini. Para sus amigos era un crack, un ídolo, un capo, un mostro. Pero no por sus gambetas: era el único pibe de la manzana que tenía Internet. El primero que pudo descargar algo de porno con conexión dial up: un minuto y medio que Panessi y sus amigos vieron ochocientas veces, mientras tomaban birras y pitaban Marlboros.
Cuando era un adolescente, Panessi se hacía los claritos en el pelo y guapeaba por unas monedas a la salida de los boliches. Mientras los padres se separaban, su habitación era el lugar de encuentro para los amigos.
—A los 13, 14 años vi varias películas porno en VHS, de esas que venían con las revistas o que te pasaba el hermano más grande de un amigo, pero no fueron tantas. Yo soy, claramente, un hijo de Internet. Mi consumo voraz del porno tiene que ver con estar noches sentado frente a la computadora buscando páginas donde no hubiese que pagar para bajar porno. Si me habré comido virus por instalar boludeces.
Con 25 años -aunque parezca de 30- Hernán Panessi está implicado en la desaparición de los videoclubes de barrio que fueron devorados por el cable. Supo chusmear en ese rincón prohibido del local donde se veían rubias descomunales y torsos musculosos pero nunca llegó hasta el mostrador con esas cajas del tamaño de las Zucaritas para poner cara de nada y salir con una porno bajo el brazo. Sus primeras alteraciones químicas a base de imágenes las tuvo en sexto grado con las películas softcore del canal Film Zone y con los programas “Real sex” y “Sex bytes” de la señal I-Sat. “De guacho me volvía loco con esa gilada”, dice.
Nostalgias de videoclub
Desde que tiene conciencia cinéfila Hernán Panessi anota todas las películas que ve en una libreta espiralada con abecedario. Cuando dice todas son todas: “hay películas de cine shampoo de sábado a la tarde y otras que vi en viajes en colectivo. No falta ninguna”.
A los 13 años era un devorador de películas de todo tipo y un juntador de cosas que a sus amigos ya nos les interesaba: cómics, revistas de lo que sea, muñecos y muñequitos, posters, latas, figuritas y esos VHS que a otros les molestaban porque el DVD ya estaba entre los mortales.
—El VHS me resulta un objeto hermoso: la textura, el diseño de las tapas, la cultura del videoclub me da nostalgia, una nostalgia rara porque casi no la viví. Todo el puto cine del mundo, en su momento, se editó en VHS. Si vos contrastás lo que está en VHS y lo que está en internet te das cuenta que el VHS le rompe el orto a los boludos que dicen que en internet está todo.
Cada uno de los videos de su colección está en sus cajas correspondientes, envueltos en papel film para protegerlos de la humedad y pronto los tendrá exhibidos en lo que supieron ser los anaqueles del desaparecido Mondo Macabro, aquel mítico local de cine de terror y videos bizarros que estaba en la Galería del Óptico de calle Corrientes. “Me volvía loco ese lugar boludo, ahí conseguí material increíble para mi colección”.
Unos 10 años atrás, cuando Panessi se enteraba que un videoclub de la zona estaba por cerrar -tras haber mutado en kiosco con venta de panchos y medialunas-, él caía buscando su alimento de sublimación. No le interesaba “Querida encogí a los niños” ni “Un detective suelto en Hollywood” sino películas de terror clase B, del subgénero Z, de marcianos, Hentai y porno; en particular porno argento, un género que escaseaba en los videoclubes porque la mayoría de las películas eran yanquis.
Son las once de la mañana de un domingo y la gente en Gerli recién se levanta. Algunas señoras ventilan un poco la casa y riegan las plantas, siempre detrás de la reja. Panessi camina hacia la panadería donde siempre compra “unos chipás que están zarpados”. Parece que a todo el barrio se le dio por ir a comprar el pan a esa hora porque la cola llega hasta la calle. “Ya fue, vamos que en casa debe haber unas Cerealitas”, dice resignado.
—¿Cómo empezaste a obsesionarte con el porno argentino?
—Es que a mí no me gusta lo evidente como puede ser Playboy, me gusta la exploración, me cabe lo marginal boludo, y nuestro porno, si bien tiene una industria, es marginal. Hay películas como “Mi madre”, de Marcelo Vignera, un director que se lo conoció en los 90 como “el amateur”, donde el mismo tipo se filma con una vieja que en realidad era su vecina y en el que vos escuchás que hablan de una tía y después se la termina garchando mientras de fondo se escuchan Los Redondos, ¿entendés? Eso me gusta a mí, boludo.
—¿Hay un público de porno argentino?
—Hoy ya no. Hace 15 años capaz, pero con internet cambió todo. Hoy ya nadie ve una peli porno entera, a nadie le interesan los diálogos, hoy el consumo del porno es fragmentado y específico: quiero un negro con una enana, y buscás eso, o quiero dos lesbianas chupándose y que sea ya, ya, ya, dale, dale, dale.
—¿Cuántas películas de porno argentino tenés?
—198 en total. Tengo todas o casi todas del ‘89 hasta acá, pasa que no son todas originales. Y eso me rompe las pelotas.
La enciclopedia
Hernán Panessi anda por estos días con un bigote a lo Sean Penn porque va a actuar en la película de un amigo y el personaje así lo amerita. Siempre se viste con una camisa arriba de una remera y puede clavar un jean o un pantalón deportivo del Club Atlético Independiente. Habla con la jeta de costado, sobre todo cuando arenga por la República Separatista de Gerli: movimiento que integra desde finales de los ‘90 en reclamo por la autonomía municipal. Estudia periodismo y se define como un “especialista en la entelequia conocida como Cultura Nerd”. Colabora en las revistas Haciendo Cine y La Cosa y es co-director del sello VideoFlims Distribución en el que editan joyas de culto latinoamericanas. Pero lo suyo es el porno (argentino) y como dice que no le ha quedado una película del género rodada en estas tierras sin ver -“bueno, me deben faltar tres”- está escribiendo, desde el 2010, lo que será su libro “Pornopedia: el porno argentino al desnudo”.
—Que quede claro: no es un libro masturbatorio. Sino que yo entendí que en la historia del cine mundial había una parte que no estaba contada, de la que no existía bibliografía y esa es la historia del porno argentino.
En la introducción de “Pornopedia”, que espera terminar para agosto, Panessi explica: “Esta es una historia breve, con potente anclaje en la cultura pop, un ‘libro de cine’ antes que ‘un libro de porno’, que busca rescatar algunos de los nombres de una legión, por lo general anónima y siempre apasionada, que representan con hidalguía los vericuetos del porno nacional. Ordenar el conocimiento de arrabal, aquello que se sostiene evanescente. Porque resultaba necesaria una investigación resignificativa de tal género como patrimonio cinematográfico, y como parte sistémica del recupero de una cultura audiovisual de márgenes, este libro, en efecto y plan tributo, le merece. Ojalá resulte inclusivo, plural y, sobre todo, esté a la altura de las circunstancias”.
El libro tendrá el prólogo del periodista y productor de cine Axel Kuschevatzky y en sus páginas no sólo estará la data dura de las películas sino que Panessi apunta a contar las anécdotas de cada film, con entrevistas a los directores, los actores, los técnicos.
En “Pornopedia” hay historias que son leyendas para los amantes del porno: “Filmada en la Isla San Miguel, en el Delta del Tigre, Expedición Sex (2001), miniserie de trece episodios donde unos participantes se prestaban a la buena vida delante de las cámaras, estaba promocionada como el primer reality show porno (…) Durante el rodaje hubo un problema muy gracioso con la policía: la ley se dispuso a buscar drogas en el set -sin éxito- pero, para sorpresa y gracia de Maytland, testigo y recipiente de la confesión, uno de los actores estaba muchísimo más nervioso que el resto. Ahí mismo blanqueó su verdadera actividad: era un cura católico”.
—¿Quién es el mejor actor de porno argentino?
—Charly Loren.
—¿Qué lo convierte en el mejor?
-Que el tipo siempre está erguido, porque el porno argentino es un género de flacideces.
—Pero hoy existe el viagra. Se toman una pastilla y a otra cosa.
—No te creas… si estás nervioso el sidenafil no te pega.
—¿Y la mejor actriz?
—Déborah Prat, es nuestra pornostar y la más linda.
Uno de los tipos que más páginas se lleva en el libro es Víctor Maytland. Con casi 130 largometrajes filmados ocupa un altar en la colección de Panessi. El director de “Las Tortugas Mutantes Pinjas” (1989), “Un Delito de Corrupción” (1998) y “Secuestro Exxxpress” (2003) es el “Dios todopoderoso del porno local”.
Víctor Maytland, alter ego de Roberto Sena, empezó haciendo cine nada menos que con Fernando “Pino” Solanas y Octavio Getino en el Grupo Liberación. Trabajó en Canal 9, fue productor de Calabromas y de los sketches cómicos de Feliz Domingo, hasta que viajó a Estados Unidos y en un set aprendió como se hacía una película triple x. El precursor y militante del porno argento ha sido entrevistado -en varias oportunidades- y hasta homenajeado por Hernan Panessi en la “Gala de VideoFlims”.
—¿Hola Víctor?
Del otro lado atiende una voz de ultratumba que imprime respeto. Se siente que con sus palabras exhala humo.
—Disculpe la molestia, pero ¿qué me podría decir de Hernán Panessi y su libro Pornopedia?
—Creo que Panessi es un explorador de territorios inexplorados, pero que están al alcance de la mano. Con su libro está haciendo una investigación de artistas y personajes que generalmente pasan desapercibidos por la prensa tan interesada en la impronta mediática. El porno, el cine bizarro, el delirio, ese es su material de estudio y de esa manera se convirtió en un especialista. Le tengo el mayor de los respetos.
Según nuestro especialista la mejor escena del cine porno argentino pertenece a una película del mismísimo Maytland, “Las tortugas pinjas mutantes”, donde los protagonistas pelean en una terraza. “Esa escena es lo más bizarramente logrado de nuestro cine. Vení a la compu que la vemos, que está en You Tube”.
Ahí Panessi se pone a cantar mientras se carga el video: “pinjas turtle ié, ié, ié, pinjas turtle ié, ié, ié,”.
En ese tramo de la película las cuatro tortugas pinjas, con unos trajes azules súper berretas y unas botitas verdes de goma espuma se enfrentan a unos ninjas negros en una terraza que -según él- era de la abuela de Maytland. Al momento de atacar tienen como grito de guerra: “Konchadunga” -emulando al “Kawadunga” de las Tortugas Ninjas- y pelean como lo hacían Mojarrita, Tiburón y Delfín en Los Superagentes. El momento que a Panessi lo enloquece es cuando una tortuga está siendo atacada por un ninja negro y cuando lo salva otra tortuga le dice: “Creí que te habían matado” y el otro le responde: “Sí, boludo, me mató. ¡No sabés como tira la goma!”.
La edición de la extinta revista Eroticón que salió con el VHS de “Las tortugas pinjas mutantes” de regalo vendió 50 mil ejemplares. Un récord nunca jamás alcanzado por esta publicación que siempre estaba en las peluquerías de caballeros.
El refugio del nerd
Hernán Panessi vive con su mamá Sarita. La computadora que almacena gigas y gigas de películas está en el living en un escritorio en el que reina el orden. En un aparador se destacan unos portarretratos en los que se ven Hernán con el delantal del jardín y su hermano César, 6 años mayor, con guardapolvo. En otro, están juntos; y en un tercero Sarita aparece disfrazada como la Mujer Maravilla.
—¿Qué dice tu vieja del libro y de la colección de porno?
—No entiende nada.
Sarita es bibliotecaria en un colegio de Lanús y está estudiando museología. Sus compañeras de la escuela saben que su hijo es periodista y que colabora en distintos medios. Nunca falta la maestra que al conocer a Hernán le pregunta: ¿Conocés algún famoso? o ¿cuándo te voy a ver en la tele? Pero cuando él les cuenta que está escribiendo un libro sobre la historia del cine porno argentino dicen: “¡ahhhh!”. Y no preguntan más nada.
La pieza de Hernán es un museo pop, un sitio envidiado por los nerds amigos que le piden que les haga recorridos vía webcam. De su cama de una plaza sobresalen las sábanas de Los Simpsons y alrededor -todo en perfecto orden- se pueden ver: DVD’s, VHS’s, muñecos, revistas de música, de videojuegos, de cine, libros, la Play Station 2, juegos para la Play, muchas consolas, un Family Game, la Súper Nintendo, el Sega Génesis, la Nintendo 64, muñecos en caja (¡tiene un Mazinger sin usar!), Laser discs, una netbook, un reproductor de dvd, ¡3 videocasseteras!, la colección entera de los 15 años de la revista La Cosa. Y hay más: hasta el muñeco del ex jugador de Independiente Hugo “Perico” Pérez.
Cualquiera que haya pasado los 30 años y repase con atención los VHS’s de Panessi seguro se detendría en uno, lo sacaría con cariño y gritaría: “¡Hijo de puta, tenés la de Xuxa!”. “Despertar” no es argentina pero es una perlita que cualquier cinéfilo quisiera tener. Una Xuxa con cara de inocente acariciando a un niño en la portada. La película que la “reina de los bajitos” siempre quiso hacer desaparecer de la faz de la tierra Panessi la pagó $2 en un videoclub que estaba fisurado. “Cuando la vi pensé que el tipo me iba a arrancar la cabeza”.
—¿Cuáles son las pornos argentinas que te faltan ver?
—“El Satario”, que es la primera porno de la historia y que se filmó en Argentina entre 1907 y 1912 y “El ladrón” y “El tío y la sobrina”, ambos filmes mudos de finales de los ‘40. Maytland las vio.
—Una duda: cuándo te levantás una mujer ¿la traés acá?
—Si, les encanta. Es que el nerd se puso de moda, hoy yo cojo por esto, por todo esto que ves acá.