La hegemonía cultural sobre la que descansa el dominio neoliberal se remonta a fines de los años sesenta, cuando el capitalismo logró sobreponerse al último gran embate en su contra. En aquel momento la fortaleza del bloque comunista, las críticas de la iglesia social, las insurrecciones nacionales, las levantinas estudiantiles, junto a la ofensiva de los movimientos sociales, pacifistas, y contraculturales parecían asfixiarlo. Y en verdad lo hicieron trastabillar, pero de ningún modo caer. Como ocurre con las serpientes en los períodos de transformación, el capitalismo asimiló las críticas y cambió completamente la piel. Redefinió su estrategia, modificó su imagen, y junto a una renovación cosmética de los aspectos que más lo desprestigiaban, comenzó a desarrollar las operaciones tecno-políticas que restablecerían su dominio: sofocamiento militar de las insurrecciones, reconocimiento de las exigencias sectoriales de autonomía, reformulación de la gestión empresaria, guerras no declaradas, promoción de un falso multiculturalismo, división global del trabajo, exaltación del emprendedurismo, flexibilización laboral. En poco más de una década, con el sindicalismo desorientado, las resistencias desarticuladas, las guerrillas corrompidas o aplastadas, y el acompañamiento de la iglesia (que también necesitaba el debilitamiento del poder soviético), el capitalismo no sólo recobra su poder y consigue una dominación técnica de los fenómenos sociales, sino que inaugura una etapa superior del capitalismo. Esta metamorfosis que Boltanski y Chiapello llaman “el nuevo espíritu del capitalismo”, es la que abriría el camino a la financiarización de la economía y a un poder omnímodo, desterritorializado, sin leyes, sin límites, sin legitimidad, sin representación, y contralor de los organismos internacionales; y por eso mismo, capaz de instrumentalizar la política, de subordinar a los estados nacionales, y de establecer las reglas de juego.
La contraparte necesaria de una conquista global tan importante, que contemplaba la concentración exponencial de la riqueza, con una transferencia masiva de los tesoros públicos a manos privadas —como lo demuestra Thomas Piketty en El capital en el siglo XXI—, era la recuperación y consolidación de su hegemonía cultural. Pero para cubrir eficientemente un escenario tan abarcador, había que dar un salto en la estructura comunicativa y en el concepto de la comunicación. El salto en la estructura se produce con los mass media y la formación de grupos mediáticos, consumado por grandes conglomerados empresariales que comenzaron a acumular medios al mismo ritmo que incrementaban sus riquezas. El salto conceptual —en términos de McLuhan— se produce cuando deciden utilizar a estos medios, y no otros, para asegurar el carácter de sus mensajes; porque esos medios, en tanto que emisarios de su idea del mundo, pueden convertir cualquier mensaje, aún el más antagónico, en una expresión del status quo[1]. Surge así un dispositivo global que instrumentaliza la comunicación y le da una homogeneidad discursiva sin antecedentes. Megacorporaciones mediáticas que con su enorme poderío económico logran conformar un ejército internacional de almas solícitas (anche profesionales), adiestrado y organizado, tanto sea para crear la “necesidad” de gobiernos recesivos, como para naturalizar la desigualdad, silenciar las protestas, difamar las alternativas emergentes, desideologizar el neoliberalismo, disuadir la participación, uniformar los criterios de consumo, promover el entretenimiento vacuo, y homologar a la política con la corrupción[2]. Pero por sobre todas las cosas, para ocultar el poder real que desde las sombras afianza su poderío y profundiza la desigualdad gracias al debilitamiento de los gobiernos democráticos —siempre cambiantes, siempre sujetos a la voluntad popular y siempre condicionados por su poder de lobby, al punto de convertir a las socialdemocracias europeas en sus aliadas.
La naturalización de ese nuevo orden mundial y de ese “relato único”, que pone sistemáticamente a la política bajo sospecha —en tanto que componente pragmático e interactivo, capaz de generar valor y fortalecer el juego democrático—, se fue convirtiendo en una usina de significaciones y valoraciones que actúan sobre el sentido común; en una matriz interpretativa sin fisuras ni oposiciones perdurables; en una fábrica de sujetos adocenados y dependientes.
Hegemonía y sentido común
El carácter subrepticio de las codificaciones que organizan el sentido común funcionan como una colonización impersonal en el interior de los individuos[3], condicionando sus reflejos y permitiendo a los poderes establecidos contar con una base de aprobación fundamental para cada una de sus acciones. A partir de lo cual, toda interpelación a las posiciones dominantes se convierte en una oposición a la normalidad; y toda voz disidente con pretensiones de validez, en una tarea ciclópea que primero debe quebrar el consenso general (con las resistencias y los costos que esto conlleva) para recién entonces poder presentar y abrir otra perspectiva. Eso es la hegemonía cultural, una forma imperceptible de legitimar lo instituido, una construcción histórica y seriada de la subjetividad, una poderosa máquina de sentido que trasciende las clases sociales y puede convencernos sobre los beneficios —incluso— de aquello que nos perjudica. Pero a pesar de su innegable efectividad, en los últimos años este portentoso generador de consenso ha comenzado a defeccionar.
La sociedad mediatizada está montada sobre un instrumental que, conforme avanza el siglo XXI, va perdiendo capacidad de sujeción y, consecuentemente, funcionalidad. Por una razón factual e indetenible: requiere audiencias pasivas, predispuestas para incorporar información metabolizada, muy lejos de la “auto-comunicación de masas”[4] que en la actualidad tiende a capturar, producir, remixar y compartir la información sin la intermediación ni la legitimación que ejercieron los medios clásicos durante el siglo XX. Digamos que si la sociedad de masas tuvo su modelo de comunicación más representativo en los mass media; la sociedad conexionista ha comenzado a esbozarlo en la comunicación interactiva. Las connotaciones de estos dos modelos, claro está, son radicalmente diferentes. El primero está compuesto por un grupo de empresas que emiten mensajes unipolares y monolíticos para un público pasivo; el segundo, es una red multipolar y transversal compuesta por usuarios que multiplican las potencialidades de ese tejido con fines diversos, incluso políticos (sin que esto niegue el poder de los monopolios en la red ni la idealización de una horizontalidad que en general es más voluntarista que real).
Hoy no podemos saber por cuánto tiempo el capitalismo podrá sostener su hegemonía sobre un andamiaje mediático en decadencia[5]. Tampoco si logrará trasladar ese dominio a las plataformas interactivas —como ya intenta hacerlo—, o si su hegemonía terminará siendo desplazada por una nueva. Sin embargo tenemos indicios ciertos para pensar que la auto-comunicación de masas y la lógica interactiva son algo más que una mera alteridad en el sistema-mundo: 1] el entrecruzamiento de círculos sociales heterogéneos le otorga presencia a un mundo invisibilizado y negado; 2] la trama de significaciones inter-personales está generando un pensamiento social renovado; 3 ] la capacidad de agenciamiento ha refinado las destrezas y las estrategias para alcanzar metas comunes. Son las condiciones de posibilidad de un nuevo poder colectivo, la morfología de una incipiente contra-hegemonía, cuyo alcance y derivaciones no podemos aventurar, pero que tampoco sería prudente desestimar
Analizar el entramado de desclasificaciones y resignificaciones culturales con visos contra-hegemónicos nos llevaría más espacio del que disponemos en este artículo, pero podemos tomar un ejemplo cercano, que nos permita verificar oportunidades y dificultades a partir de nuestra propia experiencia. En este sentido, los llamados neo-populismos latinoamericanos conforman una de las oposiciones mejor logradas, más estigmatizadas por los medios hegemónicos, y más ricas de esta emergencia global, tanto por lo que ofrecen sus aciertos —no exentos de una renovado sustento teórico— como por lo que aportan sus derivas y sus traspiés. Particularmente el kirchnerismo, por la magnitud simbólica de su cruzada internacional contra los fondos buitres.
Hegemonía y populismo
El kirchnerismo, fiel a un estilo pero con sagacidad, estableció su antagonismo contra los personeros del capital financiero especulativo, tanto en el frente interno como en el frente externo. Hasta entonces, las voces opositoras, representadas fundamentalmente por las contra-cumbres, los movimientos autonomistas y las impugnaciones de Chávez en Venezuela —más declamativas que efectivas—, no habían conseguido ingresar en la agenda de los organismos internacionales. El kirchnerismo, en cambio, convirtió la herencia económica, la IV Cumbre de las Américas, las disputas por el Banco Central, su participación en el UNASUR, y el conflicto con los fondos buitres, en una sumatoria de acciones políticas contra el supra-poder financiero que culminarían con la ejemplificadora y masiva aprobación en la ONU de un proyecto que protege los acuerdos de reestructuración de deudas dándole carácter soberano[6]. En otras palabras: enfrentó y expuso el orden global que desde hace décadas subsume a los estados nacionales y se mantiene al margen de toda regulación. No vamos a analizar aquí los costos y los beneficios de esta decisión política, porque sería ingresar en las pasiones de un presente todavía candente. Pero podemos detenernos brevemente en un aspecto clave de esta operación política: su comunicación.
Aún cuando se trataba de una reivindicación justa y necesaria en defensa de las soberanías nacionales, la acción comunicativa que acompañó la estrategia argumentativa y propositiva del kirchnerismo contra los fondos buitres se edificó sobre cimientos comunicativos prestados; más aún: contrapuestos a la voluntad trasformadora y reivindicativa de la soberanía económica y política que la impulsaba. Pues, si bien es cierto que el kirchnerismo fomentó la conectividad y la inclusión digital de un modo elocuente (aunque también desordenado e improvisado por su carácter inaugural), no menos cierto es que estuvo lejos, tanto de aprovechar el potencial social de ese impulso innovador, para traducirlo en una instancia de interacción representativa con gravitación política; como de consolidar una alternativa comunicacional que vaya más allá del necesario pero insuficiente antagonismo que planteó en los medios tradicionales. Esto se puede observar en la colosal energía que se invirtió en la llamada Ley de Medios[7], para democratizar la antigua ley de Radiodifusión de la dictadura y regular el abuso de posición dominante que perpetraban (y perpetran) las corporaciones mediáticas. Decisión que desde luego se justifica por la necesidad que tiene el pueblo argentino de limitar esa suerte de gobierno paralelo que con recursos, influencias y capacidad extorsiva aún logra imponer sus intereses económicos por sobre los de la nación. Pero convengamos que ese esfuerzo —reitero, justificado— fue en detrimento de la vigencia y promoción de una ley de TICs e internet, al estilo del proyecto participativo que Brasil llevó adelante con el “Marco Civil de Internet”[8]. La ley “Argentina Digital”, sin ir más lejos, llegó en diciembre de 2014, tarde, transigida y de manera compulsiva, sin el respaldo ni la fuerza necesarios para legitimarla y consolidarla socialmente, de acuerdo a su valor estratégico, económico, político, científico, educativo, participativo[9]. Dicho de otro modo, en un escenario regional favorable el kirchnerismo construyó una experiencia contrahegemónica potente y multiplicadora, pero la transmitió desde una matriz comunicacional ajena, que boicoteó sus pretensiones de validez. Omitió 1] que los medios concentrados, concebidos para emitir juicios sin feedback ni interacción, podían instalar versiones adversativas como si fueran datos de la realidad, con un poder de erosión y consenso a largo plazo que fue desestimado[10]; 2] que en ese modelo naturalizado —Argentina Debate incluido— la reiteración de consignas es más efectiva que las argumentaciones y los tiempos que requiere la política; 3] que el formato de la comunicación dominante está pensada para su decir, y que en ese molde cualquier otra forma de decir, hace ruido, aburre, confronta, agravia, divide, y por lo tanto se puede menoscabar o difamar fácilmente. Por eso, el significante vacío “cambiemos” —un recurso rentable del conservadurismo internacional— les fue tan propicio y terminó consagrando al stablischment en detrimento de las conquistas conseguidas a lo largo del peliagudo proceso de cambio real que se llevó a cabo en la última década. Por eso, hoy, a pesar de la ostensible inequidad de las medidas económicas que lleva adelante Cambiemos, de la impúdica transferencia de ingresos a los sectores concentrados, del premeditado atropello a los derechos conquistados, y de la omisión facciosa de los poderes judicial y legislativo, la imagen de Macri no ha caído de acuerdo a las lesiones que produce. Por eso, en definitiva, puede seguir ponderando el libre mercado, una utopía capitalista probadamente fracasada que no deja de producir desigualdad y desgracias, en detrimento de la regulación del Estado. Esa ajustada sintonía transnacional, es la que hace que muchos votantes de Podemos, a pesar de la evidente confluencia de intereses, vean en Cristina Kirchner a una dictadora en lugar de una aliada; mientras en España los asocian con los satanizados Irán, Venezuela y ETA.
Contrahegemonía y tiempo de descuento
La cultura hegemónica define el patrón narrativo dominante. Es la manera de inscribir sus valores y asegurar su continuidad en el modo que se relata el mundo; peor aún: en el modo que nos relatamos a nosotros mismos. Ahora bien, como decía más arriba, la creciente complejización tecno-social puso de manifiesto las dificultades que la cultura hegemónica tiene para administrar la interacción no mediada. ¿Eso quiere decir que ha perdido su poder o que disminuyeron sus resultados? Evidentemente no, aunque tampoco les pasa inadvertido que su costoso aparato comunicacional se ha vuelto caduco y que las proyecciones no lo benefician.
Pero como he intentado exponer a lo largo de este trabajo, el neoliberalismo no es el único que necesita una renovación del modelo comunicacional. La situación, enmarcada en un cambio de época que por su dimensión e implicancias no tiene antecedentes[1], también apremia al campo popular que se ve compelido a abandonar un formato comunicacional y un patrón narrativo contrarios a sus intereses, que además está vencido. Lo cual, en cierto modo, pone a las partes en un pie de igualdad frente al futuro común. No sólo por la necesidad compartida de renovar el modelo comunicacional, sino porque en el tránsito que atraviesa nuestra época hacia un nuevo diagrama de poder (y comunicacional), todos los actores deben revalidar sus dotes. Es decir, ambas partes tienen necesidades propias, vinculadas a sus intereses, pero también tienen ventajas y desafíos.
El capitalismo
Con el pasaje del paradigma industrial al paradigma informacional, el capitalismo tiene la ventaja de haber avanzado en la exploración y rentabilización de la nueva matriz productiva; que, como sabemos, tiene una fuerte impronta comunicativa[2]. Facebook at work tal vez sea la síntesis mejor lograda hasta el momento de esta fusión entre comunicación y explotación, ajustando la cultura del trabajo a la lógica interactiva para lograr un mayor rendimiento de los usuarios-operarios[3]. Sin embargo, a pesar de estas consecuciones en el ámbito laboral-empresarial y de la creciente manipulación de grandes volúmenes de datos (big data), de la cobertura global de las redes sociales (sobre todo del grupo Facebook-Instagram-Whatsapp), de guionar el entretenimiento mundial a través de Netflix, Fox, Sony, y Amazon, y de ejercer el predominio interfásico con Google y Apple, el capitalismo aún no logra traducir su ascendiente económico en un modelo comunicacional que le permita proyectar su hegemonía en la cultural interactiva. Asimismo, las incursiones que sus expresiones partidarias —Macri, Capriles, Piñera, Ciudadanos en España— realizan en la comunicación 2.0, no consiguen la fluidez y la espontaneidad que demanda la interacción. Porque utilizan las redes sociales para replicar el viejo modelo, saturando Facebook y Twitter con frases insustanciales que deprecian la política y consiguen un rédito improbable. Como cuando Albert Rivera, presidente de Ciudadanos de España, tuitea: “Ningún interés personal puede estar por encima del interés de los españoles. Menos números, menos reproches y más sentido de estado”[4]; o como cuando Marcos Peña, Jefe de Gabinete de Macri, tuitea: “Tenemos que romper la lógica de amigo o enemigo. Dialoguemos desde la diversidad, buscando juntos objetivos comunes”[5]. ¿A quién le hablan? ¿Cuál es la llegada real de esa estrategia comunicativa? ¿Cuánto tiempo podrán exaltar el voluntarismo aséptico —que por supuesto no practican; Milagro Sala es el más claro ejemplo de su intolerancia y su autoritarismo— frente a una realidad que los desmiente y una gestión que acrecienta los problemas que iban a solucionar? Tal vez esa sea la esencia ideológica de las redes sociales que los sustentan, pero no se pueden hacer inferencias concluyentes si el accionar “interactivo” con fines políticos se circunscribe a Facebook y Twitter (dos redes sociales que buscan reformularse porque están siendo abandonadas por los jóvenes para migrar a otras redes y otros formatos interactivos); más aún si se limitan a utilizarlas como placebo de sus añorados mass media. Marcos Peña, por ejemplo, tiene 218 mil seguidores en Twitter, y sólo sigue a 284 personas. Lo mismo ocurre con Mauricio Macri, con Albert Rodríguez en España y Henrique Capriles en Venezuela; pero también con Cristina Fernández de Kirchner, con Pablo Iglesias, con Obama, con Vladimir Putin, y con el Papa Francisco (que sólo se sigue a sí mismo en ocho idiomas). Porque la política aún no rompió la antigua matriz comunicacional. En su imaginario comunicacional, que evidentemente abarca todo el espectro político nacional e internacional, le siguen hablando a las audiencias de los mass media. Pero en la interacción ya no hay audiencias; hay seguidores, invitados, contactos, prosumidores, grupos, foros, etc., y cada una de estas figuras tienen modalidades de participación diferentes, muy alejadas de la lógica emisor-receptor que organizaba a la comunicación clásica.
A partir de estos y otros datos, que sin duda debemos ensanchar con una base empírica mayor, es pertinente preguntarse: ¿cómo hará la hegemonía neoliberal para sostener su ascendiente comunicativo, que requiere la sujeción social y la determinación unilateral de la agenda pública, frente a una acción colectiva que elude las intermediaciones, que se consolida como productora de contenidos, que organiza y viraliza su propia agenda pública, no sólo al margen de los medios hegemónicos sino muchas veces obligándolos a incluir los murmullos de la calle en sus agendas? ¿Cómo conseguirá la gobernabilidad y la legitimidad que necesita para mantener su posición dominante si ante la progresiva pérdida de eficacia comunicativa carece de elementos persuasivos y sus únicas respuestas son, mayor coerción policial y mayor disciplinamiento económico?
Por el momento, sin optimismo pero con sospechas fundadas, se podría decir que el capitalismo no encuentra una salida política ni una alternativa comunicacional a la altura de la transfiguración social y del actor colectivo que surgió con la auto-comunicación de masas. El orden social emergente agrieta su poder y lo obliga a reformularse bajo una lógica ajena, en la que ya no conserva sus prerrogativas ni ejerce su dominio. Encontrar la salida a esta situación es su gran desafío, pero también su mayor riesgo.
El campo popular
Desde que la auto-comunicación de masas se apropió de la interacción, el campo popular cuenta con una ventaja que trasciende largamente el formato autocrático de las redes sociales dominantes y se extiende a la vida offline con una innegable dimensión política. Hablamos de esponteneidad, imprevisibilidad, policentrismo, horizontalidad, viralización, activismo difuso, etc. Una gramática social heterodoxa que se desarrolla por fuera de las estructuras institucionales y de toda racionalidad sistemática, generando componentes expresivos que hasta el momento logra traspasar los mecanismos de control y eludir la estigmatización. Este sinnúmero de saberes, por su variada aplicabilidad y su capacidad de intervención social, se han vuelto fundamentales. Sin embargo, a pesar de las ventajas comunicativas que estos saberes conllevan en la era de la información, el campo popular no logra objetivarlas políticamente ni alcanzan a consolidar una contrahegemonía. En Argentina lo pudimos ver con el impacto social, político y mediático que se produjo alrededor del hashtag #NiUnaMenos; y lo podemos actualmente ver con la voluntad colectiva que trata de sostener la cohesión del 48,6 % que votó a Scioli y busca ensanchar la conciencia política sin canales orgánicos claros, sin amparo institucional y sin apoyo logístico. Este actor indeterminado, que no está compuesto por líderes políticos sino por ciudadanos de a pie, es el que fue capaz de conseguir una paridad electoral cuando muchos responsables políticos se habían resignado. Su procedimiento interpela la cognición sobre la que se organizan el conocimiento de las ciencias sociales y buena parte del universo categorial que hasta hace poco servía para dar cuenta del acaecer social; pero también interpela la capacidad de la política para reflexionar sobre sí misma, porque en la experiencia acumulada por la interacción popular se encuentran los criterios de valor y de sentido de “los muchos”, una brújula que puede reinventar la política y ayudar a tomar las decisiones necesarias.
Por eso, quienes tienen responsabilidades profesionales o representativas son los que más pueden aportar para que estos saberes “pre-figurativos” sean aprehendidos con mayores niveles de conciencia teórica y conceptual, lo cual redunda en el modelo de desarrollo, en la agregación política, y en una acción comunicativa contrahegemónica[6]. Porque en el marco de una disputa tan decisiva por la lógica del sentido como la que atravesamos en la actualidad, la identificación de las ventajas conseguidas tienen un valor relativo si no se las trasforma en un cambio de la estructura organizacional y en un salto conceptual, como el que llevó adelante el capitalismo a fines de los años sesenta, cuando tomó conciencia de sus riesgos y reconquistó la hegemonía cultural.
Final
En esta suerte de carrera, el campo que primero logre decodificar la cosmovisión emergente —porque de eso se trata—, es el que realmente conseguirá una ventaja política y comunicativa. Porque el que logre construir una identidad narrativa acorde a la trama de significaciones y procedimientos que le dan sustento y proyección colectiva a esa cosmovisión, estará sentando las bases para una nueva hegemonía (o contrahegemonía); es decir, tendrá un rol decisorio en la reconfiguración del diagrama de poder y, por lo tanto, de la nueva institucionalidad. Seremos nosotros en la medida que exploremos, apliquemos, promovamos, y ampliemos ese nuevo decir. Lo cual, por su carácter dinámico e interactivo, nos demanda —indispensable— el desarrollo de una nueva escucha, especialmente hacia los más jóvenes. En esa reformulación instituyente de la acción comunicativa se encuentra la oportunidad de una alternativa cierta a la hegemonía neoliberal.
[1] La dimensión del cambio epocal lo trabajé en “Gramáticas epocales. Sobre las ciencias sociales en contexto de cambio”, Revista debates y Combates nº 3, junio de 2012. Disponible en línea: https://www.academia.edu/2576258/Gram%C3%A1ticas_epocales._Sobre_las_ciencias_sociales_en_contexto_de_cambio
[2] Ver Esteban Magnani, “Ganancias nada virtuales”. Disponible en línea: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/17-9127-2016-02-08.html
[3] Mauricio Macri se ofreció a utilizar la versión de Facebook para empresas en las diferentes dependencias del estado. Ver: http://www.iprofesional.com/notas/227373-El-equipo-de-Macri-avanza-en-inedito-plan-de-la-mano-de-Facebook-para-lograr-un-Estado-mas-agil-y-eficiente y http://www.infobae.com/2016/02/16/1790481-el-gobierno-utilizara-la-version-corporativa-facebook-agilizar-el-trabajo-interno
[4] 12 de febrero de 2016, link del tuit: https://twitter.com/Albert_Rivera/status/698218077700358148
[5] 11 de febrero de 2016, link del tuit: https://twitter.com/marquitospena/status/697590190001557505
[6] La Universidad Nacional de San Martín, realizó una valiosa experiencia en esta línea con el “Seminario de Ciencia Política Aplicada”, ver Eduardo Rojas y Mario Greco, Entre el orden y la esperanza. Kirchneristas argentinos y socialistas chilenos en años de política inquieta, Unsam Edita, 2013
[1] Trazando una analogía rápida y simplificadora, se podría decir que el mensaje es al medio lo que Hollywood es los EEUU, pues más allá de los argumentos cinematográficos, sean revolucionarios o reaccionarios, EEUU siempre se fortalece.
[2] Bernie Sanders lo expone en este breve ping-pong que el 16 de agosto de 2015 mantuvo con la prensa.
[3] El dominio extranjero interior del que habla Freud y pormenoriza en “La descomposición de la personalidad psíquica”
[5] Los jóvenes ya casi no miran televisión ni escuchan radio; diarios emblemáticos como Independent discontinúan sus versiones en papel.
[6] El proyecto contó con el voto favorable de 136 países, 41 abstenciones, y 6 votos en contra: Alemania, Canadá, Estados Unidos, Israel, Japón, Reino Unido.
[7] Ley 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual
[8] Texto de la Ley Nº 12.965 promulgada el 23 de abril de 2014
[9] La Ley 27.078, que anuncia la creación de Argentina Digital fue publicada 19 de diciembre de 2014, en el Boletín Oficial Nº 33.034.
[10] Esta tarea de desgaste sólo fue interrumpida por la muerte de Néstor Kirchner y el posterior triunfo de Cristina Fernández con el 54% de los votos; que fue leído como una victoria en lugar de leerlo como la prórroga a un escenario con adversidades importantes.
[11] La dimensión del cambio epocal lo trabajé en “Gramáticas epocales. Sobre las ciencias sociales en contexto de cambio”, Revista debates y Combates nº 3, junio de 2012.
[12] Ver Esteban Magnani, “Ganancias nada virtuales”.
[13] Mauricio Macri se ofreció a utilizar la versión de Facebook para empresas en las diferentes dependencias del estado.
[14] La Universidad Nacional de San Martín, realizó una valiosa experiencia en esta línea con el “Seminario de Ciencia Política Aplicada”, ver Eduardo Rojas y Mario Greco, Entre el orden y la esperanza. Kirchneristas argentinos y socialistas chilenos en años de política inquieta, Unsam Edita, 2013