Carlos Maslatón está sentado en un bar del centro porteño. Para matar el tiempo, mientras espera que el mozo le traiga su tercer café de la mañana, agarra el celular y actualiza una página de finanzas online. Después de medio minuto de análisis vende 50 mil USDT, una criptomoneda atada al valor del dólar. Deja el teléfono y agarra “Hablando con el diablo”, un libro de entrevistas del periodista italiano Riccardo Orizio a una decena de dictadores de todo el mundo, entre los que se encuentran Idi Amin -el ugandés retratado en la película “El último rey de Escocia”-, el “presidente vitalicio” de Haití Francois Duvalier y el nicaragüense Manuel Noriega.
—¿Cuál de todos estos sería Milei? —se pregunta en voz alta.
El influencer barrani, que el año pasado convenció al economista de dar el salto a la política y que hasta hace muy poco soñaba con verlo presidente, es hoy uno de sus enemigos y protagonista central del quiebre dentro del liberalismo vernáculo.
Maslatón busca la respuesta en el índice. Después de pensarlo un rato dice que su otrora amigo se parece a Jean Bedel Bokassa, el emperador que gobernó de 1966 a 1979 la República Centroafricana con mano de hierro. La carrera de Bokassa es menos conocida que las prácticas que, luego de su caída, le costarían la pena de muerte. Había arrancado su gestión prometiendo una revolución social, política y económica, pero apenas consolidó su poder capitaneó una feroz tiranía que incluyó masacres y hambrunas. Cuando fue derrocado, en los frigoríficos del palacio presidencial encontraron una veintena de cuerpos de ex aliados suyos masticados. El emperador ganó su lugar como el caníbal más famoso de la historia moderna.
Quizá Maslatón compare a Bokassa con Milei por como ambos, rápidamente después de un ascenso vertiginoso, mostraron su verdadero rostro. O quizás se imagine, salvando las enormes distancias, que a él también lo quieren poner dentro de ese freezer. Que el león se lo quiere comer.
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Es domingo 14 de noviembre y el economista Javier Milei está en éxtasis. Tiene sentido: en su debut político acaba de sacar un sorprendente 17,06% en las elecciones porteñas. El Luna Park está repleto, en especial de jóvenes, y abundan los pines con las leyendas “la casta tiene miedo” y “Milei o Ezeiza”, y las pancartas con las caras de Jair Bolsonaro o Donald Trump.
El acto está mal organizado y los equipos de seguridad se roban la atención en dos oportunidades. Primero cuando sacan a los empujones a Gustavo Durini, candidato de La Libertad Avanza, que estaba tan borracho que apenas podía sostenerse en pie. Después, cuando uno de los patovicas, parado en el escenario, amenaza con desenfundar un arma. En la foto -que sacó Manuel Cortina y que fue premiada luego por Argra- se ve cómo el hombre agarra la culata de su pistola y levanta un brazo en posición de combate.
Un tercer hecho, mucho más inesperado, ocurrió a la vista de todos. Sobre el final de su encendido discurso, en el que aseguró que la casta estaba “toda cagada”, Milei lanzó una definición que nadie esperaba. Al menos nadie del equipo que había trabajado todos esos meses con la idea de instalarlo como el candidato para suceder a Horacio Rodríguez Larreta en la Ciudad. “Ganar primero la capital y luego el país”, era una consigna que se ajustaba a la realidad de un espacio recién nacido, que había hecho toda la campaña con bastante menos de un millón de dólares de presupuesto y que ni siquiera tenía sello propio.
—Yo no vine acá a guiar corderos, vine a despertar leones, y en el 2023 voy a visitar cada rincón de la Argentina para que ese año haya una boleta liberal —lanzó el economista y despertó el rugido de la multitud antes de dar por terminado el acto.
Detrás de ese anuncio estaba Karina Milei, la hermana mayor del economista -a quien él llama “el jefe”, en masculino-. Ella había sido la gran responsable de convencerlo de que estaba “destinado” a ser el próximo presidente. En ese salto al vacío, en ese inesperado lanzamiento de la candidatura presidencial, el liberalismo comenzó a quebrarse en pedazos.
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Para quienes orbitan cerca de Milei hay una serie de temas tabú. Un amplio abánico de tópicos que muchos comentan en voz baja pero que casi nadie se anima a verbalizar en público: las declaraciones del economista a favor de la venta de órganos y de niños, el reciente acercamiento con su padre golpeador y su madre -cómplice de esa violencia- y la afición de Karina Milei al tarot y a los registros akáshicos son algunos de los elefantes en la habitación. Pero quizás el más grande de todos sea la relación que Milei mantuvo con el genocida Antonio Bussi, acusado de 800 casos de secuestros, torturas, homicidios -muchos de los cuales efectuó con sus propias manos- y desapariciones.
—En dos oportunidades presencié fusilamientos en la Compañía de Arsenales Miguel de Azcuénaga. El que efectuaba el primer disparo era el General Bussi, y después hacía participar a todos los oficiales de mayor jerarquía. Cada quince días se asesinaban entre 15 o 20 personas— contó el conscripto Omar Eduardo Torres en el Juicio a las Juntas.
Además de la perpetua por crímenes de lesa humanidad, a Bussi lo condenaron por delitos de corrupción. “Ni niego ni afirmo”, fue la frase con la que inmortalizó su cinismo, y que usó para defenderse del enriquecimiento ilícito que abarcó al menos 350 mil dólares y la apropiación de 17 departamentos.
Con la llegada de la democracia Bussi creó el partido Fuerza Republicana. En 1994 -un año antes de convertirse en gobernador de Tucumán- logró una banca para la Convención Constituyente. En esa etapa Milei se convirtió en uno de sus asesores personales, en especial en temas económicos.
La única vez que el líder de La Libertad Avanza habló del tema lo hizo en nombre del sistema republicano y con un descaro que haría sentir orgulloso a su antiguo jefe.
—¿Acaso se te pasa por la cabeza que Bussi llegó a la banca por votación? ¿Acaso renegás de la democracia? —le dijo al frentetodista Leandro Santoro
—No da hablar en defensa de la libertad habiendo sido parte de esto —retrucó el radical.
Hoy, Fuerza Republicana sigue existiendo. La preside el hijo menor de Bussi, Ricardo, y ocupa el tercer lugar en la política tucumana. Esa condición, en una provincia en la que un puñado de votos puede definir una elección, hace que la performance de ese partido termine de inclinar la balanza hacia alguna de las dos primeras fuerzas: el peronismo o la oposición.
—Como sabe todo el mundo, ese partido nos es funcional —le explicó el presidente de la Corte Suprema de Justicia de Tucumán, Daniel Leiva, al juez provincial Enrique Pedicone—. Entonces, sacudí al tipo lo que tengas que sacudir, pero sin hacer macanas, sin que se nos arme quilombo.
“El tipo” era Ricardo Bussi, a quien en ese entonces, a fines de 2020, Pedicone investigaba por once denuncias de abuso sexual. Por ese trabajo el juez recibió fuertes presiones de parte de la cúpula del poder tucumano.
—Hacela volver a instrucción o tirala abajo. Yo la verdad es que ni entiendo la causa. Es una cosa que es entre chuparle el pingo y las cuentas bancarias.
Lo que no sabía Leiva, uno de los hombres fuertes del peronismo tucumano en el Poder Judicial, era que Pedicone lo estaba grabando. Luego de esa grabación las amenazas se incrementaron y tomaron la forma de siete pedidos de juicio político, caso que hoy está tratándose en la ONU.
Ricardo Bussi, que cobra un sueldo del Estado -de “la casta”- desde 1984, sigue siendo legislador provincial a pesar del pedido de desafuero del juez. Él fue el elegido de Milei para ser su candidato en Tucumán.
Esta alianza significó mucho más que una jugada política. Una gran parte del espacio no pudo digerir el acuerdo con Bussi, un rechazo que les generó no sólo el apellido sino su larga tradición dentro del Estado, y empezó a agitar la interna. Fue el punto de quiebre dentro de la derecha ultraliberal, y el parteaguas en el viraje de Milei a, como dicen los ahora rebeldes, el “fascismo”.
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Como un efecto mariposa, el anuncio que Milei le hizo a sus leones el año pasado trajo consecuencias inesperadas al interior del espacio político. Es que para sostener su sueño nacional el diputado tomó, a principios de año, decisiones llamativas. Por un lado le pidió a los legisladores Ramiro Marra y Eugenio Casielles, operadores de la última campaña porteña, que en cada provincia busquen candidatos a gobernador. Pero también le dio la misma orden a Carlos Kikuchi, un asesor de perfil conservador que fue vocero de Domingo Cavallo en los 90, a quien muchos definen como un “monje negro” de Milei.
El doble comando en la búsqueda de candidatos duró poco. Kikuchi, a la caza del monopolio del poder dentro del armado, tejió una estrechísima relación con Karina Milei y consiguió el apoyo del líder. El operador, entronizado, aplicó los modos de hacer política que mamó de los noventa y comandó una fenomenal razzia que terminó inclinando aún más al liberalismo hacia su costado más conservador.
—En una reunión en el restaurante Garibaldi, a fines de febrero, Kikuchi me dijo que yo no pertenecía más a La Libertad Avanza —dice Maslatón.
A su ronda de café le acaba de agregar un omelette de jamón y queso.
—Yo le dije que esa no era una decisión que podía tomar él, que un partido político no se maneja así, con esa metodología fascista.
Con el apoyo de Karina, Kikuchi expulsó a todos los que pudieran hacerles sombra: Maslatón, a la dupla Marra-Casielles y a los influencers Emmanuel Dannan y Eduardo “El Presto” Prestofelippo, tristemente célebre por su foto sonriente con Videla.
—Echaron a todos los que habíamos hablado en los grandes actos en el Parque Lezama, el año pasado —dice Maslatón.
Poco a poco, con el empuje del empoderado Kikuchi, Milei construyó alianzas provinciales que, para decirlo en criollo, son demasiado de derecha incluso para muchos de esta derecha.
—Armando estructuras con Bussi estás manchando la idea de la libertad, le estás bajando el precio, y lo que estás logrando es que termine rindiendo mucho menos la imagen de Milei a nivel nacional —le gritó un liberal anónimo durante un acto en Córdoba a mediados de junio.
El video se corta segundos después. Se llega a ver la primera reacción de los organizadores del evento: empujan al joven y le sugieren al oído -sin saber que había un celular grabando- que no se “haga el pesado”.
Luego del pacto con Bussi el Partido Libertario tucumano abandonó a Milei. “Les deseamos buena suerte en esa elección, sin los verdaderos libertarios”, decía el comunicado en el que oficializaron la ruptura. En San Juan se repitió la postal. “La Libertad Avanza parece haber sido tomada por personas ajenas al liberalismo”, dijo el espacio de esa provincia.
—Hace diez años que vengo insistiendo con la idea del liberalismo, pero si Javier sigue así vamos a tener que arrancar de cero —dice Dannan, que hasta que llegó la razzia era quien abría los actos de Milei con su banda de rock.
El 25 de junio, a la “Agrupación Libertad” no la dejaron entrar a un acto en Córdoba. Kikuchi estaba en la puerta controlando quién pasaba y quién no.
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Si escribimos en Google “José Bonacci” lo primero que aparece es una foto de él, sonriente con un ejemplar de “Mein Kampf” (Mi lucha), el libro de Adolf Hitler. En una búsqueda un poco más minuciosa se puede ver al santafesino posando junto al filonazi Alejandro Biondini, socio en varias elecciones, y, un poco más atrás, su larga participación como referente del Modín, el partido de su mentor Aldo Rico. Sin embargo, Bonacci es mucho más famoso en las redes que por su carrera: en Twitter se suele usar como meme su slogan suyo para la campaña del 2013: “esta democracia no sirve”.
En Santa Fe lo conocen como un histórico busca de la política. “¿De qué vivo? Tengo una FM, una AM, una remisería y un partido político”, suele explicar, entre risas. Es que “Unite”, su sello de goma, está disponible para el mejor postor: desde ahí se candidatearon José Luis Espert, Amalia Granata, Cinthia Fernández, y la boxeadora Alejandra “Locomotora” Olivera, entre otros.
Él se define como “buen burócrata” y “nacionalista de los de antes”. Hoy, bendición de Kikuchi mediante, es el encargado de buscar el candidato a gobernador del espacio libertario en Santa Fe. Bonacci estuvo a punto de cerrar a la diputada provincial Amalia Granata -cuyos grandes éxitos este año fueron pedir el regreso del servicio militar obligatorio y asegurar que si su hija fuera violada le diría que “tiene que parir igual”-. Sobre el final de la negociación Granata se echó para atrás. Quizás hasta para ella sea demasiado este conglomerado.
Alfredo Olmedo necesita menos presentación. El ex diputado se hizo famoso por su campera amarilla, por pedir el regreso del servicio militar y de la educación católica obligatoria, por oponerse al matrimonio igualitario -“tengo la mente cerrada y la cola también”- y por ostentar el insólito récord de haber sido el único miembro de la Cámara en votar en contra de la Ley Micaela y de la propuesta para prohibir el 2x1 a represores de la última dictadura.
Su “vida privada” -como dice él cuando le preguntan por temas delicados- no es mucho mejor: fue denunciado por golpear a su entonces esposa y por explotación laboral en sus campos, y hay una investigación en curso por una tentativa de contrabando de un avión. En 2017 se viralizó un video cuando su pareja lo descubrió saliendo de un albergue transitorio con otra mujer, a pesar de estar casado y defender “los valores familiares”.
—Cuando mi mujer me conoció sabía que era un fiestero —se defendió.
Olmedo, dos veces diputado y una senador provincial, fue candidato en Salta tanto de Macri como de Massa. A pesar de todo esto, no parece integrar “la casta” de la que tanto se queja Milei. Es que menos conocido que su prontuario son las dos reuniones que tuvo este año con Kikuchi. Milei había dado el visto bueno para esos encuentros: conoce a Olmedo de los sets televisivos, compartieron varias conferencias y siempre tuvieron una buena relación. En las filas de La Libertad Avanza lo dan como el candidato salteño en el 2023.
—Es una lástima. Javier tiene que volver al liberalismo de verdad y correrse de este tren fantasma—dice Marcos Urtubey, hijo del ex gobernador de Salta, armador de Milei en la campaña porteña y uno de los que esperaba otra alianza en el norte.
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Después de más de tres horas, Carlos Saúl Menem llegó a una conclusión.
—Javier, vos no tenés que aflojar. Vos podés ser presidente de este país. Y te digo una cosa: vas a ser mejor presidente que yo. Sos mi heredero —le dijo, con el acento riojano claro a sus 88 años.
Era mediados del 2019 y el Turco todavía se encontraba lúcido. Milei, entonces un miembro más de la fauna mediática local, estuvo varios meses haciendo lobby para conocer a quien considera “el mejor presidente de toda la historia”. Martín Menem, sobrino y hoy legislador de Milei en La Rioja, consiguió convencer a su familia de que aceptaran un mano a mano de media hora. Pero el tío se entusiasmó y el encuentro en un departamento de Belgrano se prolongó varias horas más.
Aunque pasaron más de tres años, el affaire Menem-Milei revela algo. Es el talón de Aquiles de los libertarios rebeldes, de los que rompieron con el diputado diciendo que este, empujado por el 2023 y por el “entorno”, traicionó ahora a los valores que venían a defender. Es que, antes que Bussi, Bonacci y Olmedo, Milei ya había estado asociado con sectores ultraconservadores y con “la casta”. Y con lo peor de ella.
Su compañera en la Cámara de Diputados es un claro ejemplo. Victoria Villarruel, negacionistas de los crímenes de la dictadura cívico-militar, es una especie de nueva Cecilia Pando. La diputada, que preside la Asociación de Víctimas del Terrorismo y publicó el libro “Los otros muertos: víctimas civiles del terrorismo guerrillero de los '70”, entendió mejor que sus predecesores el espíritu de los tiempos: ella dice que los 30 mil desaparecidos son “mitología”, que “el 24 de marzo solo se recuerda una parte de la historia” y que en “una guerra es legal matar al enemigo”. Pero se cuida, al extremo, de hablar o de justificar la dictadura. No la condena -habla de “gobierno de facto” y no de “dictadura”- pero, con habilidad, evita defenderla.
—A los que me tildan de genocida, de facha, de racista, negacionista, les digo que todo eso lo recibo con una sonrisa. Son los mismos que justifican los crímenes del comunismo. No tenemos que pedir permiso ni perdón por cómo pensamos. Estamos hartos de las dictaduras de las minorías, donde unos pocos progres culposos nos dicen cómo tenemos que vivir. Por eso, si defender la impunidad del terrorismo es de izquierda, señores, soy de derecha. Si votar leyes como la ley Micaela, la ley Yolanda, la ley que mete el lenguaje inclusivo en los medios, si estar de acuerdo con la ideología de género que discrimina entre hombres y mujeres es de izquierda: yo soy de derecha —dijo Villarruel en el acto en Parque Lezama, en el cierre de la campaña de 2013, mientras la multitud gritaba: “la casta se la come”.
En el espacio la llaman la “Dama de hierro”. Su biografía avala el apodo. Su padre, Eduardo Villarruel, fue un militar orgulloso de haber “luchado contra la subversión” en el “Operativo Independencia” -por el cual la dictadura le entregó un diploma de honor- y luego en la sangrienta Tucumán de Bussi. En la Guerra de Malvinas fue capitán de la compañía de Aldo Rico.
Ernesto Villarruel, hermano de Eduardo, no se quedó atrás. Fue oficial de inteligencia y uno de los altos mandos del centro clandestino “El Vesubio”, en La Matanza, donde desaparecieron Haroldo Conti, Raymundo Gleyzer y Héctor Oesterheld, entre otros cientos. El tío de la diputada fue procesado con prisión preventiva en 2015 por privación ilegítima y tormentos contra dos militantes. En 2019, a pesar de que los casos por los que se lo había procesado fueron acreditados, por su agravado estado de salud quedó afuera del juicio “Vesubio III”, donde fueron condenados tres militares a cadena perpetua y otros cinco a quince años de prisión.
Victoria Villarruel fue la puerta de entrada de Milei al mundo más retrógrado de los conservadores. La negacionista, anfitriona y “querida amiga” de los diputados de Vox, acercó a Milei a este espacio ultraconservador español. En el último octubre el economista participó en un evento en España, y aseguró ahí que “siempre se iba a sentir cómodo” entre quienes pelean contra “la amenaza del comunismo”.
Villarruel, además, fue quien recibió a Juan José Gómez Centurión dentro del armado liberal. Él, a diferencia de la diputada, sí llevó a la práctica sus ideas contra la democracia y participó de los levantamientos carapintadas contra el gobierno de Alfonsín. El año pasado el militar retirado apoyó a Milei, y coló a Fernanda Araujo, su referente en la Ciudad, como cuarta en la lista de diputados. Ahora su alfil en Entre Ríos, Miriam Muller, con pasado en el PRO, en “la casta”, se prepara para ser la candidata de La Libertad Avanza en el 2023 en esa provincia.
La segunda en la boleta a legisladores porteños del año pasado fue Lucila Montenegro. Ella es presidenta de Unite, el partido de Bonacci, en Capital. No es la primera vez que la ahora diputada participa en sellos de goma. Su padre, Antonio, tenía Acción Ciudadana, boleta por la cual en el 2005 compitieron en la Ciudad el hijo y la esposa de Biondini. En el mundo conservador Montenegro padre es muy conocido por haber sido el profesor de artes marciales del carapintada Mohamed Seineldín, que luego se convirtió en su íntimo amigo. “El único defecto de Seineldín fue haber sido demasiado grande para un mundo tan pequeño”, dijo sobre él el karateka.
A la legislatura también entró, por La Libertad Avanza, Leonardo Seifert. El flamante diputado porteño tuvo sus minutos de fama a finales del 2021, cuando Ofelia Fernández, en el recinto, le echó en cara los tuits misóginos con los que la había acosado en el pasado. “Me dijo ‘gorda hija de puta incogible’, entre otras cosas, en más de diez oportunidades”, contó la frentetodista. Está lejos de ser la única mancha en la carrera de Seifert: el hombre, que viene del Partido Libertario, reivindicó la dictadura, trató de “villera de mierda” a Malena Pichot, atacó a los judíos, y usó repetidas veces los términos “mogólico” y “negro” como insulto en las redes.
El 24 de marzo, Seifert y Montenegro votaron en contra del proyecto que repudió el golpe de Estado. Lo mismo hicieron los otros tres miembros de La Libertad Avanza, que están en sus bancas desde fines del año pasado. Es que hay un grupo ultraconservador dentro del liberalismo. Y no es nuevo.
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—Hay un giro al fascismo. Milei está traicionando a toda la militancia liberal para privilegiar sólo los negocios de la casta política. La Libertad Avanza tiene a muchos delirantes adentro, está en crisis interna y corre peligro de autodestrucción. Pero yo voy a ser el último que se vaya y apague la luz —dice Maslatón, antes de pedir la cuenta y retirarse del bar.
Más de 400 jóvenes liberales lo esperan a un par de cuadras, en el teatro Margarita Xirgu, donde dará una charla. El viraje del que habla el abogado no se da sólo en las alianzas. Junto al tren fantasma de posibles candidatos Milei profundizó las ideas más conservadoras de su discurso: empezó a hablar de armar a la población, de habilitar la venta de órganos (“Si quiero disponer de una parte de mi cuerpo, ¿cuál es el problema?”) y de niños, y defendió a la ex primera ministra británica Margaret Thatcher.
También cometió otros errores. Promocionó CoinX, una empresa cripto que terminó siendo un esquema Ponzi, se ausentó en votaciones clave como la ley de Alivio Fiscal (“es que yo juego en las grandes ligas”), usó dos pasajes del Congreso para viajar a actos partidarios (“si no usas ese dinero le vuelve a la casta”) y se encaprichó con lanzar su candidatura presidencial con un año y medio de anticipación en Gerli, en un acto que terminó siendo un fiasco. Además, demandó por cinco millones de pesos a cinco periodistas, y la revista Noticias descubrió que en “Pandenomics”, su anteúltimo libro, había decenas de páginas robadas de otros autores.
La consultora Fixer aseguró, a principios de julio, que todo este derrotero le costó 10 por ciento de su imagen positiva y un aumento del 13 por ciento de la imagen negativa.
Pero Milei no se alejó del supuesto deber ser liberal sólo hacia la ultraderecha. A fines del año pasado mantuvo una larga reunión con Mauricio Macri en las oficinas que tiene el ex Presidente en Vicente López, y en lo que va del 2022 hablaron en tres reuniones de zoom. Con Patricia Bullrich, en cambio, los contactos son más frecuentes. Fue la presidenta del PRO quien pateó el avispero y barajó, en público, la idea de una alianza con Milei. Lo mismo había hecho, en el verano, Macri.
El economista es ambiguo ante los coqueteos del ala dura amarilla. Dice que sólo podría sentarse en una mesa con los halcones, y que para eso estos primero tendrían que romper con el resto de Juntos. Es tan incierta la respuesta que da Milei que varios en el espacio sospechan que ni siquiera él tiene en claro qué quiere hacer. Los rebeldes del liberalismo proponen otra visión: aseguran que su otrora líder está infectado por una cuota de cholulismo en la sangre, y que cuando Macri lo llama no puede no atender.
Hasta ahora no hubo ninguna oferta concreta. Los amarillos, con varias campañas en la espalda, aprovechan la tensión que generan sus declaraciones hacia Milei para presionar y ganar lugares en su propia interna. En este juego, cuando sale del círculo ultraconservador de la política local, Milei es un peón.
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Del abandono del espacio de cientos de militantes de todo el país, de las críticas a sus alianzas con los sectores ultraconservadores y con la casta, de la caída en las encuestas por sus dichos polémicos, de los errores y de los peligros de su accionar, Milei no quiere escuchar ni saber nada. “Me pueden chupar un huevo”, es la única respuesta que sale de su boca.
Sin el círculo que corrió Kikuchi, donde estaban los pocos del liberalismo que tenían alguna experiencia política en sus espaldas, lo que quedó alrededor del diputado es un entorno de aplaudidores con temor a convertirse en los próximos parias. El economista tampoco dialoga con pares de otros espacios políticos, y dejó de hablar con los medios que alguna vez señalaron alguna de sus múltiples fallas. Ahora Milei está sin ataduras y muestra, como el caníbal Bokassa, su lado salvaje. Muestra quien siempre fue.