Ensayo

David Lynch


El artista del inconsciente

Con una filmografía eterna y marcada por el extrañamiento frente al mundo, David Lynch fue un adalid de la libertad. Sus trabajos siempre provocaron a la inteligencia del espectador, a su propia capacidad de juego, de inventiva. En las antípodas del cine más "convencional", el cine de Lynch es un arma peligrosa y divertida a la vez, que desconcierta pero que también da pistas. Así lo homenajea Fito Páez.

La filmografía de David Lynch ha estado marcada por el extrañamiento frente al mundo. Contrariamente a otro tipo de artistas, a Lynch no lo enojaba el mundo. Parecía interesarse más por el absurdo y lo siniestro, como si fueran elementos que fabulan por naturaleza en contra del sentido común, que por intentar transformar lo intransformable. Vieja rencilla estética. Un desafinado humor y los enigmáticos misterios que rodean a sus criaturas aparecen en escena y deslumbran por el marcado erotismo que los envuelve. Borgeano, laberíntico, en su obra nada termina siendo como debería o podría ser. Pero esto no es un recurso posmoderno. Las cosas en Lynch cierran, pero no en un sentido clásico, hitchcockiano. Cierran sensorialmente, para cada espectador como desee. Su cine siempre fue una provocación a la inteligencia del espectador, a su propia capacidad de juego, de inventiva. Sin llegar a ser un juego interactivo, su cine se transforma, casi en las antípodas del cine entendido como convencional, en un arma peligrosa y divertida a la vez, que desconcierta pero que también da pistas. 

El cine de Lynch es un cine de la sensualidad. Su violencia artística consiste en intentar forzar al espectador a la misma experiencia. Esto no lo transforma sólamente en un freak de la industria, sino también en un artista de gran precisión cuando tuvo que abordar historias menos entreveradas como Una historia sencilla  o El hombre elefante, filmes de narrativas cinematográficas más lineales. En su arte siempre hay una placidez que precisa ser vejada: esta es la materia lyncheana. Pero a la vez surge el humor como un tercer espacio, muchas veces velado, que alumbra otra nueva superficie sensorial. Y surge el desconcierto, casi como una flor, de a poco. Así la oreja que despierta la investigación en Blue velvet es la piedra fundacional donde descansará la historia. O la supuesta vida sosegada en Twin Peaks no es más que el paño donde se revelarán todos los horrores de la vida pueblerina. El accidente de Mulholland Drive nos conduce casi a ciegas en un film sobre la esquizofrenia y la locura. Así como la época victoriana en Londres es la tela de fondo para revelar la miseria humana en El hombre elefante.

Como gran parte de los grandes directores ha sabido elaborar una parcería única con un músico que expandió y tradujo  su imaginario personal a la partitura. Es el caso de Ángelo Badalamenti, músico sin igual  en las lides cinematográficas. Creador de formas únicas como los motivos de Twin peaks que generan tensión solamente al escuchar las dos primeras notas de la Rickenbacker octavada sobre las cuerdas sintetizadas, o la originalísima partitura de Inland empire en donde  se mixturan elementos de todo tipo, géneros musicales con instrumentaciones insólitas, voces y texturas dodecafónicas, máquinas de ritmo y teclados de última generación con melodías de gran lirismo. Todo bajo la tutela alucinada de David Lynch, que a cuento de un amigo, mientras intentaba transmitirle todo lo que había sentido durante la visión del filme me dijo: ”“¡Ah! ¡Es el hombre que se convirtió en pájaro!”.

Lynch inventó una nueva forma del suspense donde el solo hecho de ver a un personaje yendo hacia una puerta genera miedo. Demorar la subjetiva de un personaje hacia lo que va a ver, como el personaje desvariado en la cafetería en Mulholland Drive que descubre al mostrolinyera en esa especie de baldío abandonado en el medio de una ciudad, nos deja con el corazón en la boca. Lynch fue un artista del inconsciente donde la interpretación queda siempre puesta en duda porque todos los elementos con los que se expresa, en sus manos se vuelven paradojales y allí también anida la fuerza de su arte. Resumió con excelencia la idea del significado de la modernidad a través de una búsqueda expresiva permanente ligada a cuestiones técnicas de lenguaje cinematográfico, mezclado con el conocimiento de las estructuras de relatos y un íntimo respeto por las leyes de su corazón.

David Lynch encarnó al artista romántico en su máxima expresión. El hombre que se transformó en pájaro partió de este mundo. Fue un adalid de la libertad. Murió un artista con una obra eterna. Su legado está en manos de quienes continuaremos su labor. El día de su muerte hubo un hermoso cielo azul. Eso trató de transmitirnos. Y así lo despediremos quienes lo amamos porque nos ayudó a ser más libres.