Este trabajo periodístico se realizó y publicó originalmente en la tercera edición de #CambiaLaHistoria, proyecto colaborativo de DW Akademie y Alharaca, promovido por el Ministerio Federal de Relaciones Exteriores. Conoce el proyecto y más historias en https:/cambialahistoria.com. Fotografías: Débora Navoni - Gisel Cáceres.
El cauce del río es apenas una sombra de lo que fue, un hilo. El riacho Victoria, un brazo del Paraná, antes corría con su agua marrón y tapaba a todo lo ancho la superficie de tierra hoy mustia, blanca, seca. Los peces muertos refulgen al sol, se puede caminar metros y metros dentro de un lecho hoy vacío. La sequía lo convierte en desierto. Y las colinas de la ciudad de Victoria pierden su verde brillante.
Victoria, habitada por poco más de 30 mil personas, situada en la provincia de Entre Ríos, en la mesopotamia Argentina, está separada de Rosario por sólo 60 kilómetros. Los ritmos de vida de uno y otro lado de las orillas distan mucho de sí mismos a pesar de la presencia del puente que une a las ciudades desde hace más de 20 años.
Ese puente es como “un tajo” de cemento y hierro que cambió corrientes del río, modificó el hábitat de los peces, puso terraplenes donde había agua y también transformó las vidas en una ciudad que antes se sentía aislada y años después se debate entre los vaivenes de lo bueno y lo malo de estar cerca de Rosario, la tercera ciudad más grande de Argentina, después de Córdoba y Buenos Aires.
Cuando se inauguró el puente, el 25 de mayo de 2003, en la costa entrerriana tenían grandes expectativas. La vida no cambió de golpe, pero fue mutando.
Diana Campos es artista, nacida y criada en Victoria. “El puente es un dispositivo en la vida social, en la vida comercial, laboral y cultural que tenía el humedal”. Lo sabe en carne propia: “A mí me tocó vivir una infancia muy rica en lo relacional con las islas y hoy no estamos pudiendo llegar al humedal porque no hay río”.
Los humedales abarcan el 21% del territorio argentino, son tan importantes que el 40% de todas las especies los eligen como su hábitat o sitio de reproducción y cumplen un rol en los procesos de mitigación y adaptación frente al cambio climático. Según Greenpeace, en el último siglo desaparecieron el 64% de los humedales del mundo por el avance de las urbanizaciones, la agricultura intensiva y el cambio climático. Argentina no es la excepción.
Con la convicción de defender el humedal, en 2019 Diana fue una de las impulsoras de Río Feminista, una red de 20 grupalidades que atraviesa las provincias de Entre Ríos, Santa Fe y Buenos Aires. En 2020 realizaron un mapeo para conocer quiénes eran esas presencias feminizadas resistiendo ante las violencias extractivas y patriarcales y con las que era posible compartir preocupaciones y activaciones en todo el Delta del Paraná.
Desde entonces se organizan y desorganizan porque en los cinco años que llevan activas, las preocupaciones vitales a lo largo del Delta cambian de acuerdo a las realidades de cada territorio.
En el corazón del humedal, el lecho del río es socavado por máquinas que convierten al Paraná en una vía troncal navegable de 1.635 kilómetros, que es el cauce de salida al Atlántico del 80% de las exportaciones argentinas, principalmente granos y derivados.
Las cargas también provienen de Brasil, Bolivia, Uruguay y Paraguay, países que en 1992 firmaron un acuerdo para facilitar la navegación y el transporte comercial en la Hidrovía.
¿Qué impacto tienen el Puente y la Hidrovía en una ciudad sentada sobre el río Paraná?
Victoria es hoy una ciudad costera sin agua, donde las lanchas a duras penas pueden salir para la pesca diaria. Para hacer frente a esa escasez, la Coordinadora del Agua, que nuclea a pescadores, organizaciones sociales, ganaderos y grupas feministas, activa con manifestaciones públicas y peticiones a las autoridades.
Carolina Cabrera integra la cooperativa de Pescadores Frutos del Río y junto a su amiga Sofía de Luca, de Taller Flotante y Cuidadores de la Casa Común, es parte de la Coordinadora.
En octubre, reiteraron su llamado al gobierno de la provincia de Entre Ríos. Reclaman que se draguen las bocas de acceso al riacho Victoria, que están tapadas porque el calado del río Paraná para la Hidrovía drena el arena hacia esos ingresos, dejándolos vacíos. “Queremos un río con agua, no triste como está ahora”, apunta Carolina.
En Victoria no hay agua en los cursos de agua que irrigaban la ciudad, como Laguna del Pescado y Laguna Grande.
Son dos dragados: el de la Hidrovía permite que barcos de gran porte trasladen los granos por la vía navegable, y mueve sedimentos que tapan las bocas de riachos y arroyos. El que pide la Coordinadora es para despejar esas bocas y garantizar el agua necesaria para la vida.
Victoria es mucho más extensa que el cuadriculado de calles que muestra el mapa. El municipio abarca 376 mil hectáreas de islas, y una gran parte del humedal considerado de interés internacional por la red de Sitios Ramsar.
Una excursión flotante
Diana Campos conoce esas islas, las recorrió como parte del proyecto Taller Flotante, un espacio autogestivo de activaciones y resistencias feministas. En una lancha, como hacía cuando era chica, se apropió de un territorio siempre masculino.
De piel morena, cabellos entrecanos y una sonrisa cálida, conoció en 2012 a la arquitecta Soledad Ferrería, que vivía en Victoria desde hacía unos años. Soledad le dijo que tenía el proyecto de ir a la isla durante cuatro días, inspirado en el Paraná Ra’Anga, que congregó a artistas e intelectuales en un viaje desde Paraguay hasta el río de la Plata.
Fue el comienzo de una travesía que lleva más de doce años. Se encontraron con otras mujeres para habitar esos territorios, hablar sobre su historia, sus memorias, sobre sus recuerdos.
Las mujeres en esa zona del Delta suelen depender de los varones para navegar. “Con Río Feminista hemos ido a visitar mujeres que están en la casa y no pueden salir si no tienen a alguien que les conduzca la lancha para llevarlas a lo de una vecina, a tomar el mate social. Antes teníamos la lancha taxi, entonces era diferente”, explica Diana.
La vida social se reduce cuando no son dueñas de su movilidad y por eso, desde Taller Flotante, se propusieron que más mujeres estuvieran al frente del timón. Generaron un proyecto de conductoras náuticas para que pudieran sacar su carnet habilitante. La iniciativa cubre los gastos, como la nafta y todo lo relacionado con el trámite administrativo, además del acompañamiento.
Así se van tejiendo las pequeñas acciones que generan grandes cambios en la vida individual pero sobre todo en las vidas colectivas de una tierra que vive entre ríos.
Prácticas feministas
La vida de Carolina depende directamente del río. La de Víctor, su compañero, también. Es pescador, pero además hijo, nieto y bisnieto de pescadores. “No tenemos la mercadería como para vender a gente que busca un buen pescado, pero vamos tirando con lo que hay. El puente perjudicó la zona de pesca, porque los sedimentos taparon muchos canales y lagunas, es un terraplén muy grande”, explica con la experiencia de quien arrastra conocimientos vivenciales y heredados.
En las vidas cotidianas de quienes habitan el humedal, la situación es “crítica”, advierte Carolina y eso obliga a los pescadores artesanales a cambiar las rutas de pesca, ir más lejos y por lo tanto gastar más dinero en combustible para asegurarse el sustento.
Por eso, sumarse al activismo por la defensa del río es fundamental. La Coordinadora del Agua, que si bien es heterogénea en su composición, mantiene prácticas feministas, como las rondas para que la palabra circule y que las decisiones se tomen entre todes. En eso, Ana Julia Bustos tiene mucho que ver.
Profesora de filosofía y doctora en Ciencias Sociales, originaria de Buenos Aires, vive en la ciudad de las siete colinas desde marzo de 2020. Desde entonces, se integró a Taller Flotante, impulsó Río Feminista y fue una de las primeras integrantes de la Coordinadora del Agua.
Como parte de las protestas, organizaron una “pescadeada” frente al hoy exiguo riacho Victoria y también manifestaciones callejeras. A la intendenta Isa Castagnino le pidieron audiencias, pero el problema excede la posibilidad de acción de un municipio. “Esto tiene que ver con la Hidrovía”, dice Ana Julia.
Los documentos oficiales la llaman vía navegable, pero es un río. Un río que se modifica para transportar cada año 100 millones de toneladas, con un calado de 34 pies que los sectores agroexportadores, con representaciones institucionales como la Bolsa de Comercio de Rosario, quieren aumentar a 42 pies. Doce metros de profundidad.
El 9 de agosto de 2024, por medio del decreto 709/2024, el gobierno nacional argentino encomendó a la subsecretaría de Puertos y Vías Navegables “efectuar el llamado y adjudicación de la Licitación Pública Nacional e Internacional por el régimen de concesión de obra pública” para la vía navegable troncal.
El alerta de Ana Julia es que “el sedimento que tapona el ingreso de agua a Victoria es consecuencia de un modo de trabajo sobre la Hidrovía que también va a desbarrancar las costas de Rosario y las de todas las ciudades que están sobre el Paraná, porque va erosionando el curso de agua”.
Según señala la organización Taller Ecologista, estudios realizados por un panel de expertos ponen en duda los resultados de los informes oficiales sobre el impacto ambiental de la Hidrovía. Entre los efectos directos que menciona, se encuentran “la contaminación del curso de agua y la erosión en áreas ribereñas. Además, se ha beneficiado el desarrollo de las actividades extractivas, principalmente minerales y agro-negocio, en torno a las cuencas, con repercusiones socio-ambientales como el agotamiento de suelos, la especulación inmobiliaria, las expulsiones de poblaciones rurales, la disminución de la biodiversidad, la contaminación y afectaciones en la salud”.
La importancia estratégica de la vía navegable queda en evidencia con el memorándum de entendimiento firmado en marzo de 2024, que habilita la presencia del Ejército estadounidense en la ruta fluvial.
El mapa y el territorio
Las resistencias ante un escenario que se dibuja y desdibuja no paran ni un segundo. Sofía de Luca, la amiga de Carolina, tampoco. Es todo torreno como su camioneta negra que transita por la tierra seca de Victoria en la que antes había lagunas. “Ahora estamos con el tema del agua”, dice con su hablar pausado. “En la pandemia estuvimos porque hubo una sequía grande, con las quemas no paramos ni en pandemia y bueno, ahora viene esto”.
La escasez de agua y las violencias que sufren las mujeres hacen que el día de Sofía tenga más de 24 horas para poder responder a todo lo que sucede en una población de aparente calma. Reconoce que ha recibido amenazas por pedir justicia ante dos femicidios que tuvieron lugar en Victoria: los de Berenice González (2024) y Noelia Soledad (2021).
Estos crímenes movilizaron a la comunidad, donde el Ni Una Menos -como en toda la Argentina- se esparció por las plazas y las escuelas.
“El lugar en el que vivimos está hecho de una violencia estructural contra la vida no humana. Eso es una enseñanza del ecofeminismo: hay una relación entre la violencia contra el territorio, contra el ambiente, contra la vida natural y contra las mujeres”, encuadra Ana Fiol, que vivió en Victoria desde los ocho años hasta que terminó la secundaria. Residió diez años en Londres, y volvió a la ciudad en 2020. Allí terminó el doctorado, “mirando el limonero de su patio”. Actualmente es la directora académica de la diplomatura Ecofeminismos, cuerpos y territorios en peligro, de la Universidad de Mar del Plata, una propuesta de Orilleras, la colectiva que integra, y que forma parte de Río Feminista.
Las quemas fueron un hito para la creación de Río Feminista.
Voces de alerta
La sequía se anuncia duradera, con la baja de precipitaciones que trae el impacto de la Niña en la región. Este dato lo confirma el último pronóstico climático elaborado por el Servicio Meteorológico Nacional (SMN), en colaboración con otros organismos. A ello se suma el registro de temperaturas mayores de lo previsto. Según Statista, Argentina se encuentró en segundo lugar, después de Bolivia, en el ranking de países de América Latina con mayor riesgo de sequías en 2024.
Aunque parece una contradicción, esto se produce en una de las zonas de reserva de agua dulce más grandes del mundo. El río Paraná es uno de los más caudalosos del planeta y el segundo más largo de América del Sur. Paraná significa “pariente del mar” en tupí-guaraní y su Delta abastece de agua dulce a casi 20 millones de personas. Se trata del hábitat de una gran cantidad de especies.
En este escenario de falta de agua se levantan todas las alertas y se ponen en cuestión prácticas históricas. Las quemas han sido una herramienta para la limpieza de la maleza y la preparación del terreno para la pastura, pero hacerlas en un contexto de sequía y bajante extraordinaria del Paraná, sin planificación y sin control, supone un riesgo para los ecosistemas.
En 2024, las quemas han sido aisladas, pero las tierras vienen afectadas.
En 2008 tuvieron lugar grandes quemas en el Delta, que afectaron el 17% de la superficie total. En aquel momento, el factor fundamental fue el crecimiento de la actividad ganadera: se pasó de 160 mil cabezas de ganado en 1997 a un millón y medio una década después.
A ello, se suman las quemas producidas en 2020, que afectaron 486.934 hectáreas, lo que representa un 21% del territorio total de la zona, según un informe elaborado por Humedales Sin Fronteras, en julio de 2021, cuando se produjo la bajante del Paraná más importante de los últimos 77 años, que afectó el abastecimiento y la calidad del agua potable, la navegación y el impacto en el ecosistema, entre otros factores.
“Dos años de fuego y no pudimos hacer nada. Y ahora es lo mismo. Ahora es muerte”, dice Ana Fiol mientras escupe al mismo tiempo la palabra “impotencia”.
Si bien las imágenes de 2020, con grandes columnas de fuego que se veían desde Rosario, no se han repetido, ya que las quemas en 2024 han sido con focos aislados en esta zona, el alerta es máximo: la conjugación de la sequedad del suelo, con mucha materia orgánica y la vegetación seca son la combinación perfecta para transformarse en material combustible. Aún existen zonas que “no se regeneran después de las grandes quemas de hace cuatro años y que acumulamos, no sólo la sequía que tenemos ahora, sino la que tuvimos con una bajante del río muy fuerte desde 2020 hasta el 2023”, explica Graciela Klekailo, directora del Observatorio Ambiental de la Universidad Nacional de Rosario.
A este escenario, se suma que el Congreso de la Nación aprobó el Régimen de Incentivo de las Grandes Inversiones (RIGI), que promueve la explotación de los recursos naturales -así está expresado en la ley- por encima de la preservación del medio ambiente. “El RIGI y sus versiones locales van a presionar para las nuevas transformaciones del territorio”, alerta Laura Prol, de Taller Ecologista.
En la provincia de Entre Ríos, a la adhesión a este régimen nacional que impulsó el gobernador Rogelio Frigerio, se suma el RINI (Régimen de Incentivo de Nuevas Inversiones), que implica un riesgo concreto para el Delta: incluye incentivos fiscales para otras actividades, además de las previstas en el RIGI, como emprendimientos turísticos, otro uso en disputa en el territorio.
Las islas de Victoria, si bien son de jurisdicción entrerriana, constituyen un área natural protegida, con una importancia mundial. La militancia de mujeres y disidencias del humedal resiste su explotación económica extractivista.
El río que se funde en el mar
Aguas abajo, en la provincia de Buenos Aires, cae la noche sobre el río Sarmiento, y varios botes salen de Casa Puente, un centro cultural autogestivo en Tigre.
Sofía Astelarra se sube a su lancha, acciona el motor y se va para su casa en Tres Bocas. Lleva bidones con agua potable. Ana Mossini va para el otro lado, su casa está en el arroyo Esperita. Gisel Cáceres o Gigi, como le dicen y Victoria Aguilo están más cerca, en “el Fulmi” (arroyo Nuevo Fulminante) pero dependen del nivel del agua para entrar en bote, aunque encuentran un atajo caminando.
Las islas de Tigre son míticas. Para una parte de la población de la ciudad de Buenos Aires, son un lugar de recreación, pero también han sido refugio de perseguidos políticos, de población LGBTTIQ+ y de quienes eligen una vida rural, en medio del agua.
Es un paisaje singular: cuando las islas del Delta del Paraná se acercan al Río de la Plata, en su primera sección, forman parte de la provincia de Buenos Aires. Ocupan una superficie de 221 kilómetros cuadrados.
Tigre tiene un puerto donde conviven grandes yates, ferries que van a Uruguay y lanchas colectivas. Hay también una amarra comunitaria para la población de sus islas.
Vivir en una zona anfibia, sobre una tierra no tan firme, es parte de la experiencia cotidiana de las integrantes del Taller de Ecología Política y de Las Comadrejas, banda de sikuris de mujeres y disidencias, dos de las grupas que activan desde los transfeminismos en el Delta del Paraná y que participaron de la segunda juntada presencial de Río Feminista en 2023.
Quemar porque sí
La semana anterior hubo incendios: “chabones haciendo cosas que no dan”, es una simplificación que encuentra Gigi para describir cómo el territorio que habita está tomado por una violencia patriarcal que también se expresa en el monopolio de la lancha colectivo, en los abusos intrafamiliares silenciados que cuestionan las feministas vistas como “recién llegadas”, aunque vivan allí desde hace quince años.
Carolina Guiña puso el cuerpo en el incendio que menciona Gigi. Allí vive su amiga Celina, entre otros afectos. “Estamos convencides de que es intencional porque son zonas en este Delta que quieren hacer bastante turísticas, son muy fáciles de lotear para gente que tiene yates y posibilidades de hacerse una casa en un mes”, dice.
Los incendios se produjeron sobre una de las márgenes del río San Antonio, uno de caminos acuáticos que funciona como avenida en el Delta. El fuego consumía todo a su paso y estaba cerca de la casa de Celina. La falta de viento hizo que las llamas no llegaran a su morada pero podría haber ocurrido. “El pajonal estaba seco”, explica Carolina para señalar que aún metiéndose 800 metros pajonal adentro, el agua no brotaba de la tierra. “Tratábamos de cavar para que saliera y poder cargar baldes y salvar por lo menos los arbolitos que habían empezado a prenderse”, pero el líquido no aparecía y las raíces del pajonal ardían. Al día siguiente, el agua subió y a eso se sumó la lluvia que fue clave para aliviar la magnitud de la tragedia.
Para Gigi, de Las Comadrejas, las quemas las produce alguien que prendió fuego sin tomar en cuenta las señales del entorno. “Si uno se para dice ‘ah, hoy hay viento norte’, y lo siente en el cuerpo. Decís ‘hoy no es un día para un fuego”. Así resume una mirada atravesada por los feminismos: “Hay algo de la percepción corporal que me parece muy importante, con el cuerpo- territorio”. Gigi nació en San Luis y en diciembre cumplirá 13 años en la isla.
Según Sofía, “la gente isleña siempre quemaba y dejaba, total, como el suelo era húmedo, no pasaba nada”.
Remar la vida
A pesar de lo narrado, los focos de incendio no surgen en primer lugar cuando se pregunta por los principales problemas en la zona. Lo que aparece es la necesidad de resolver qué hacer con los residuos domiciliarios, cómo abordar los conflictos con los barrios cerrados, las disputas por la titularidad de las tierras, pero sobre todo, un conflicto histórico en la cuenca del río Reconquista. “Es la segunda más contaminada”, señala Sofía, durante un encuentro en ronda. En el mes de julio, el intendente de Tigre, Julio Zamora, dijo que se trataba del “segundo río más contaminado de Argentina”.
Sofía vive en la zona desde hace 15 años. En 2009, fue una de las iniciadoras de Casa Puente. Es de Río Negro, estudió en la ciudad de Buenos Aires, pero la vida urbana no era su elección.
Vicky es la única nacida en Tigre. “De bebé salía a remar con mis viejos”. Durante dos décadas fue militante piquetera en la ciudad de Tigre. Se considera una “recién llegada”, aunque hace siete años que vive en el arroyo Rompani. Entre las isleñas, los nombres de los arroyos funcionan como barrios.
“En mi barrio somos un montón, hay olor a caca”, dice Vicky cuando se habla de la necesidad de instalar biodigestores para tratar los residuos cloacales.
“En 2001, había 5.000 habitantes, y el último censo arrojó 12.000. Si bien todavía no están los datos oficiales de 2022, creemos que hay como 15.000 habitantes permanentes. Entonces hay un proceso de repoblamiento, a diferencia del resto del Delta”, señala Sofía, doctora en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, que hizo de su hábitat el tema de su investigación. Según relevamientos realizados por la Fundación Humedales, en 2018 se registraron 543 urbanizaciones cerradas, construidas y proyectadas en el Delta.
El acceso al agua potable es una de las dificultades cotidianas. Durante la pandemia, Agua y Saneamientos Argentinos S.A (AySA), pasaba por los muelles. “Vos dejabas los bidones vacíos y te los cargaban”, cuenta Vicky. Sin embargo, con los cambios de gobierno del municipio y luego a nivel nacional, la situación empeoró. “Con el recorte de Javier Milei y el cambio de autoridades en AySA, nos cortaron el servicio”, se queja.
La lucha por este bien común indispensable llevó a Vicky a reflexionar que “el desarrollo de la vida política en la biografía personal está re sujeto al territorio”. Como integrante del movimiento piquetero, el sentido de la organización era férreo. Para cualquier acción, hacían falta reuniones y acuerdos estrictos. “Cuando empiezo a militar en la isla advierto que acá, las individualidades van aportando y ahí se construye la posibilidad del movimiento”.
La isla bonita
Fue el lesbofeminismo el que llevó a Eris a vivir en el Delta. “Soy isleña entrerriana, nací en el río Salto del Paraíso, después crecí en el río Paraná, me fui a vivir a Córdoba, donde la sequía me entristeció el alma y el corazón. No sé vivir en las ciudades. Conocí a Sofí y vine para acá. Siempre viví en las islas, pero la forma en que están habitadas en esta zona es única”, relata.
Eris proviene de una familia muy pobre, del campo. Son 13 hermanes, de los cuales ocho están “juntes y vivos”. “Soy de las mayores, o sea que mi vida siempre consistió en hacerme cargo de mí misma, por todos los medios. Trabajo desde los 13 años”.
Eris se nombra lesbiana, pasó más de 20 años sin saber que podía identificarse así. “Para mí es peligroso vivir sola en todos lados, pero hay una sensación en el territorio isleño de que puedo llamar a alguien y ese alguien siempre es una compañera, mujer, madre, feminista, es la persona que está oprimida también y es la que te tiende la mano”.
La migración de mujeres y disidentes que lleva 15 años creó una grupalidad fuerte en el territorio, un entramado de cuidados que se organiza de forma capilar.
La historia LGTTBIQ+ tiene su señalamiento territorial, en el Río Tres Bocas, a propuesta del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, que también produjo el documental “Tres bocas”, como reconocimiento a las personas que se alojaron en esa zona desde hace medio siglo.
A Eris le importa trazar esa memoria en el presente, y por eso es la primera que activa el Encuentro de Mujeres y Lesbianas, Travestis, Trans, Intersex, No binaries, Bisexuales y Maternidades que tiene lugar desde hace siete años en el Delta.
“Hay muchas comunidades conviviendo y una es la LGTB. Como activista lesbo feminista federal, siento que acá hay un montón de lesbianas, a diferencia de otros lugares. Esto se relaciona con cómo el territorio nos permite una vida un poco más libre”, dice Eris.
Las mareas y los ciclos
“En Rosario el agua baja. Y cada tanto se inundan un poco porque baja mucha agua de arriba. Acá tenemos marea. Tenemos el régimen del mar porque el Río de la Plata está muy cerquita, entonces cada seis horas sube y cada seis horas baja”, explica Sofía sobre las diferencias en los territorios del Delta del Paraná.
Y en ese ir y venir de las aguas, las tierras se mojan y se secan y marcan el trajín de la vida en el humedal. El enorme cartel pintado a mano que da la bienvenida a Casa Puente, ese lugar que acoge cada lunes los debates feministas, políticos y de resolución de la vida cotidiana dice: “Somos Humedal”.
¿Pero qué significa ser humedal?
“La noción de humedales es muy reciente. Entonces, todavía estamos aprendiendo a resignificar este concepto”, explica Sofía. Y considera: “Quizás por ser activistas, feministas, ambientalistas, nos trastoca mucho más y somos más permeables”.
Y en su reflexión de las idas y vueltas de las mareas piensa también en los ires y venires de la militancia feminista: “Al igual que en otros lugares, estamos en un momento de repliegue, de reflujo. Nos está costando cada vez más sostener los encuentros”.
A Vicky, habitar en el humedal la ayudó a conectarse con “los tiempos reales de la vida”. Con su hablar veloz, dice: “en la ciudad tenés todo más rápido, pero a veces es una trampa para seguir pensando en términos recontra extractivistas, demandantes, con lazos que no tienen que ver con lo comunitario, sino con la individualidad. Cuando una milita, ya sea dentro del feminismo, del movimiento piquetero o del movimiento socioambiental, está pensando que la vida tiene una capacidad transformadora”.
En la ronda, Ana Pérez toma la palabra y cuenta que llegó a vivir hace nueve años a la isla por una “casualidad maravillosa”. Una canoa disponible y una casa amiga la recibieron. Aprendió a remar y a mirar de otra manera: “con la canoa pasa algo muy particular, una puede ver diferente a cuando camina, ve los árboles desde su altura. En cambio, en la canoa, ves desde otro ángulo las raíces en el agua”.
Ante el interrogante sobre qué es “ser humedal”, busca las palabras justas que expresen su sentir: “hace muchos meses que estamos viendo peces muertos en el río constantemente, es una pregunta que trae otra cosa, porque ¿qué es un río muerto?, ¿es un río? o, si muere lo que vive en el río, ¿el río muere? Es una pregunta abierta”, arranca.
“El humedal es una experiencia, es algo que se siente, que entra en el cuerpo, es como si integrara el agua y la tierra al mismo tiempo”.
Ana tiene imágenes en su cabeza sobre la manera en que queda la tierra después de la bajante. “Es como el esqueleto del río, ves todo, ves la basura que quedó, las ramas que no se fueron, el color de ese barro y después viene la marea y lo cubre todo y ves el agua donde veías el pasto, donde veías el barro. Eso es el humedal, una posibilidad de verlo todo de forma integrada”.