8, 9, 10 de octubre. El Encuentro Nacional de Mujeres se hizo en Rosario. Debates, talleres, disidencias, enojos, recitales, comidas, reencuentros con viejas amigas, complicidades nuevas, peleas por el orden en la marcha, fundaciones. La vivencia colectiva de una fuerza en crecimiento. Alegría y emoción. Represión en la marcha final. Casi escenográfica en su brutalidad. Las balas buscando el cuerpo. Corridas. El espectáculo de la represión tapa el de la fiesta popular, el encuentro de todas las diversidades.
Mientras tanto, en Mar del Plata, tres hombres violaban y asesinaban a una adolescente. La crueldad del hecho conmovió al país. Durante los primeros 19 días de octubre se cuentan 20 femicidios. El colectivo de mujeres, tramado en movilizaciones, disputas y debates, supo llamar a un Paro nacional. Lo hizo, contra toda suposición de viabilidad. Lo hizo, mientras los sindicatos mayores del país callaron por un bono de dos mil pesos. Lo hizo, en redes y asambleas. Ni una menos dio el paso inicial, el llamado a la acción. Como lo había hecho en 2015 y en 2016, generando movilizaciones masivas contra la violencia machista. El movimiento de mujeres crece. No lo hace solo con los lenguajes más clásicos del feminismo, sino mezclándolos con las expresiones de una vitalidad popular que tiene muchas aristas y tonos.
El 3 de junio de 2015 se señaló que los femicidios no eran una cuestión de seguridad, sino la punta del iceberg de la violencia patriarcal, y que había que trabajar sobre la prevención y la igualdad antes que sobre la ampliación de los castigos. Al año siguiente, incorporó la legalización del aborto a las demandas, y se tramaron vínculos con múltiples y diversas organizaciones. El 19 de octubre el documento leído en la Plaza de Mayo incorporó la cuestión de la criminalización de la protesta, la situación de las mujeres en las cárceles y los distintos modos de explotación. Ni una menos toma contenidos heterogéneos y plantea nuevos problemas. En cada movilización, asamblea, documento, acción en las redes, se fue ampliando un modo de afirmar que Vivas nos queremos. Vivas, no sólo en términos biológicos. Vivas: libres, autónomas, deseantes, productivas. El movimiento de mujeres crece, como un río, creando nuevos cauces y caminos.
El 18. Agitación constante. Los grupos de wasap son nuestra caldera, brujas con tecnología. Ahí tiramos todo, pensamos, proponemos. Amasamos el paro, lo criamos, le damos alimento, lo volvemos multicolor. Pero las cosas se realizan fuera del teléfono: juntadas para pintar carteles, febriles reescrituras del documento, reuniones para definir la seguridad, recorrida por sets de televisión y atención a miles de radios del país y del exterior, traducciones de los textos a veinte idiomas. Nunca vi una fuerza colectiva tan dispersa, potente, horizontal, creativa como la que fue armando el paro que son muchísimos paros, infinidad de actos, marchas por todos lados. La potencia es tan alegre y tan furiosa, es duelo colectivo y templanza de los cuerpos, es bulliciosa y sabia, discutidora y tenaz, que arrasa también con nosotras mismas. Agota mientras libera. Nos asomamos al 19 de octubre con la sensación de que estamos ante una fecha histórica. La paladeamos, con deseo y temblor. Demasiada intensidad. Decidí pensar en otra cosa durante un rato en subte. Después volvería al trajín. Me senté al lado de una chica. Ella dejó su teléfono para abrir un libro. Leía a Simone de Beauvoir. Nos miramos y sonreímos.
El 19. Veo muchas mujeres vestidas de negro. En la calle, en el subte, en el tren. ¿Todas serán parte de la protesta? En el subte carteles, también en los puestos de diarios. Paro nacional de mujeres. Las compañeras de la Universidad Nacional de General Sarmiento paran a las 13. Sacan bombos y platillos, termos y ollas, y a recorrer el campus bajo la lluvia. En fila india para aprovechar los aleros. Somos muchas. Llega el momento de la radio abierta. Hablan varias para denunciar el machismo en todos los ámbitos. Llega una amiga de Carla Vallejos, que murió luego de agonizar cuarenta días, a pedir justicia. El femicida sigue caminando por el barrio, impune. El fiscal desoye a la familia. Los hijos, desamparados. Natalia, de Malviticias, amplía la lista. Polvorines es un polvorín.
Ya mojadas, nos vamos hacia el tren. Y el tren es territorio de cantos y saltos. Se arma caravana para recorrer los vagones, arengar y convencer. Algunos se ponen más firmes los auriculares, algunas doñas se suman, aplauden. Las más jóvenes se incorporan a la marchita. El canto dice, sobre el final, “cómo te duele machista, ver que crece la lucha feminista”. Pasamos todas las estaciones que mojonean el borde de Campo de Mayo cantando eso. En algún sentido, repara, rememora, muestra una vitalidad que no puede ser arrasada.
Una compañera cuenta: en las redes hay trolls o trogloditas. Alguno llegó a amenazarla: vas a aparecer en una bolsa. Otros se limitan a putearla. Las redes son amplificación y encierro. Todo el tiempo: inventar estrategias para romper los diques de los algoritmos y para no quedar sumidxs en la tristeza de la cloaca. En Lacroze: pogo, alto pogo. Salta, salta, salta luchadora. No había muchas canciones disponibles y ésta había quedado del encuentro en la provincia que es tan linda como conservadora. El rito se reitera en la estación Uruguay.
Y la calle y la lluvia, y un corte difícil de Cerrito a la altura de Lavalle, y veo poetas admiradas y escritoras sutiles explicando a automovilistas airados que no, que pasar no se puede, que hay una movilización, que den la vueltita. Las muchachas tienen brazaletes color rosa. Un rato después, quizás una hora, tan infinita ella, el corte ya está listo y nos vamos a la bandera de arrastre. No sabemos calcular cuantxs somos. Pero la marcha es enorme. Doscientas mil, se corre la voz en la columna.
Frío, lluvia, los cantos con las compañeras. En un momento, aterida y temblequeante, pienso en los soldados que estuvieron en Malvinas: sin elegir, sin el horizonte de una ducha caliente, una casa acogedora, una comida. Una multitud aplaudió esa guerra absurda y criminal. En esta Plaza que ahora vamos a pisar, eufóricas pero también en duelo por tantas y tantas mujeres asesinadas. En memoria de las que murieron en abortos mal hechos, en lucha por lxs militantes presos de la Tupac. Tratando de que cada paso sea un hilado con las que están en los barrios y en las fábricas, en las empresas y en las oficinas públicas, en sus casas y en las aulas.
Tantas veces lloré durante el día, que fui confundiendo lágrimas con lluvia. Los anteojos guardados en el bolso. Veo borroso, pero vi que en el Cabildo cuelga una bandera rosa que dice Ni una menos. La patria se hacía matria, nos amparaba y nos decía que había que seguir: que este paro era un hito histórico y que debíamos aceptar el reto fundacional. Nosotras paramos. El primer paro nacional de mujeres. 19 de octubre.