Ensayo

A 9 años del primer Ni Una Menos


¿Dónde están los varones?

El 3J viene marcado por las denuncias de abuso sexual en el mundo de la política. El peronismo sigue convulsionado por el procesamiento de Fernando Espinoza. El tres veces gobernador de Tucumán, José Alperovich, fue condenado a 16 años de prisión por abuso sexual contra una sobrina y ex secretaria. Estos casos son apenas la superficie. Más de 300 funcionarios de distintos espacios políticos de los tres poderes del Estado fueron denunciados en los últimos 4 años. ¿Cómo procesan el tema las distintas fuerzas políticas? ¿Cómo juegan los códigos de masculinidad en los casos de abuso? ¿Es la política o es el poder? ¿Por qué siempre nos exigen a las mujeres que salgamos a repudiar? ¿Cómo resignificar la lucha de los feminismos para volver a ganar terreno?

*Nota actualizada el 18 de junio de 2024

Este texto podría empezar con una pregunta tan puntual como universal: ¿qué (más) decir?

O así: hace un mes, Fernando Espinoza, el intendente de La Matanza, el distrito más poblado de la provincia de Buenos Aires y bastión del peronismo, fue procesado por abuso sexual. Lo denunció una mujer que fue su secretaria privada en 2021. Según dice en el expediente, Espinoza fue a cenar al departamento de la mujer, como parte de una reunión laboral. A ella le pareció raro, pero lo habló con su novio -un colaborador del intendente- y él le dijo que era normal. Una vez en su casa, Espinoza la manoseó y le pidió que le practicara sexo oral. Ella se resistió y él, antes de irse, le dijo: “Sos una boluda, no sabes lo que te perdés, pero bueno, allá vos”. La denunciante contó también que quiso denunciarlo antes, pero su pareja le aconsejó que no lo hiciera. En un comunicado, Espinoza -que va por su cuarta gestión en el municipio- dijo que los hechos nunca sucedieron y que se trató de una “mentira armada”.   

Quizás así: el peronista José Alperovich, exsenador nacional y tres veces gobernador de Tucumán, fue condenado a 16 años de prisión por abuso sexual simple reiterado contra su sobrina y ex secretaria. Durante el juicio, Alperovich siempre negó los hechos y argumentó que la causa fue “armada políticamente”. 

O ir más allá en el tiempo: en tres décadas, Héctor “Chabay” Ruiz fue cinco veces intendente de la ciudad de La Banda, en Santiago del Estero. En los últimos 40 años fue radical, frepasista, kirchnerista, massista y macrista. En 2014 asumió como concejal y una mujer lo denunció por abuso sexual. Él se fugó, la Policía lo encontró en Ituzaingó. Confesó el abuso y en un juicio abreviado fue condenado a tres años de prisión en suspenso. Quedó en libertad, pero inhabilitado de ejercer cargos públicos por ese lapso. En 2021, siete años después del delito, fue electo diputado provincial en la Legislatura santiagueña. No le salió bien: organizaciones sociales, feministas y de derechos humanos irrumpieron en la ceremonia de asunción y obligaron a que la Legislatura le impidiera asumir. 

¿Qué particularidad tienen los casos de abuso que suceden en el ámbito de la política? ¿Qué más decir sobre el procesamiento a Fernando Espinoza, el juicio a Alperovich, las idas y vueltas de Chabay? ¿Son casos aislados? Claro que no. Desde 2020 el Observatorio Lucía Pérez lleva la cuenta: a la fecha, los funcionarios de los tres poderes del Estado denunciados por algún tipo de violencia contra las mujeres son 353. Si ampliamos a miembros de las fuerzas de seguridad y la Iglesia Católica, la cifra asciende a 495. ¿Es la política? ¿Es el poder?

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Releer a Rita Segato nos sirve para entender. Ella dice que la violación no es un crimen sexual, es un crimen de poder. Un acto moralizador y disciplinador hacia la mujer que se salió de su lugar esperado, pero también una demostración de masculinidad para y hacia el resto de los varones. Porque el poder, claro, siempre está en manos de los varones. 

José Garriga Zucal es antropólogo e investigador del Conicet. Publicó decenas de artículos sobre violencias, masculinidades y corporalidades. En diálogo con Anfibia, dice: “La construcción de la masculinidad se hace siempre, y como casi todas las construcciones de identidad de género, a través de la prueba. La política permite probar la masculinidad a través de la valentía, el coraje, la bravura”. 

“Casi todos los liderazgos políticos tienen una dimensión de masculinidad fuerte. La construcción de esos líderes se basa en el probar y en jerarquizarse por arriba del otro, completa Garriga Zucal. 

Varones que se miden entre ellos. Que pretenden hacerse respetar a través del sometimiento al otro. Es Espinoza, es Alperovich, es Chabay. Pero también es un jefe gritándole a su empleada, un padre pegándole a su hije para que aprenda, un chabón peleándose con otro en la calle. Son violencias diferentes, pero tienen el mismo origen: la desigualdad y el ejercicio brutal de la dominación masculina. Es la violencia sexual, pero también la psicológica, la física y la económica. Ocurre en la política, pero también en la oficina, en el club, en la casa, en la calle.         

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Al día siguiente del procesamiento de Espinoza, el gobernador bonaerense Axel Kicillof se mostró con él en una entrega de patrulleros en La Matanza y hasta se sacó una foto. Se los ve sonrientes. También iba a participar de la inauguración de la Escuela de Género, Gobierno y Comunidad, con la ministra de Mujeres y Diversidad bonaerense, Estela Díaz, pero el acto se reprogramó. Se cayó un techo, dijeron. 

Esa misma semana diputados del PRO intentaron aprobar en la cámara baja un repudio contra Espinoza. No lo lograron. La diputada Cecilia Moreau, en nombre del bloque de Unión por la Patria, pidió que abrieran un expediente para tratarlo. Y recordó el silencio de los legisladores del Pro durante cuatro años ante las denuncias contra el ex presidente de Diputados, Manuel Mosca.

En 2022 Mosca, hombre de confianza de María Eugenia Vidal y ex presidente de la Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, fue procesado por el delito de abuso sexual simple. Lo denunciaron dos mujeres que habían trabajado con él cuando era diputado. Una era su secretaria privada. Esa denuncia se sumó a otras cuatro que Mosca venía arrastrando, por las que, en su momento, decidió tomarse licencia en la Legislatura. Unos meses después del procesamiento, una de las denunciantes murió en un accidente de tránsito. Al año siguiente, la Justicia desestimó la causa.

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Con la noticia del procesamiento de Espinoza en las redes sociales cargaron contra las mujeres: ¿adónde están las feministas? Las Actrices Argentinas dijeron “acá estamos” y publicaron un comunicado de repudio preguntándose “si un hombre procesado por abuso sexual va a seguir ocupando el cargo de Intendente del municipio más grande de PBA”.

Al día siguiente, el Frente de Mujeres La Cámpora también publicó en Twitter un comunicado para aclarar que ellas “no encubren denuncias de abuso sexual”. Entonces,  varios analistas políticos leyeron el repudio como una jugada en la interna kirchnerista entre Kicillof y Máximo Kirchner. Otra vez, varones midiéndose. ¿Qué lugar tenemos las mujeres en la política? ¿No jugamos en las internas? 

Un día después, la Juventud de La Libertad Avanza se sumó al repudio. Los mismos que apoyan a un presidente que utiliza la cultura de la violación para hacer chistes y explicar teorías delirantes, repudian a un procesado por violación de otro partido político.   

Nunca nadie nos exige a las mujeres que nos pronunciemos sobre la Ley Bases o sobre la falta de comida en los comedores. Paradójicamente, ambas nos afectan directamente.  ¿Por qué siempre se espera que las mujeres digamos algo sobre las violencias hacia nosotras? ¿Dónde están los varones? ¿Sólo a nosotras nos duelen, nos afectan, nos indignan las violencias sexuales? ¿Qué tienen para decir ellos cuando los denunciados pertenecen a sus mismos espacios?

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No es sólo la política, pero hoy está en el centro de la escena. ¿Qué pasa cuando referentes políticos son acusados, denunciados, procesados, imputados? ¿Cómo repercute hacia adentro de esos espacios? 

En conversación con Anfibia, Victoria Freire, legisladora porteña de Unión por la Patria y directora del Observatorio de Géneros y Políticas Públicas, usa la palabra “indignación” y amplía: “Es comprobar que las violencias siguen existiendo y que estas prácticas lamentablemente son mucho más cotidianas o comunes de lo que quisiéramos y que existe una gran impunidad en torno a ellas, ¿no? Porque si son desplegadas por personas que tienen altos niveles de responsabilidad es porque están acostumbradas a recurrir en las mismas”. Y dice algo más: “Lamentablemente para las que hace mucho tiempo que nos venimos organizando en torno a estas discusiones, no hay demasiada sorpresa”. Varones que abusan de su poder, nada que no hayamos dicho antes.   

Para Freire casos como el que protagoniza Espinoza no deben pasar desapercibidos y tienen que ser condenados “más allá de los espacios políticos donde se reproducen”. “Tenemos que condenar cualquier expresión de violencia de género en el ámbito político, pero también solidarizarnos con las personas que denuncian y se atreven a romper el silencio”, dice, y alerta que “a veces pretender confiar en la justicia lamentablemente es un engaño, porque para la mayoría de las mujeres, las personas LGTB, la justicia no es un ámbito de reparación, de contención o de acompañamiento”. 

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La violencia hacia las mujeres, lesbianas y trans, es sistemática y estructural. Mientras unos discuten si repudiar, otros sobreactuan solidaridad con las víctimas y otros tantos deciden si soltar manos o agarrarlas más fuerte, la violencia toma dimensiones ¿imprevisibles?: 

A nueve años del primer Ni Una Menos contamos 2544 femicidios, según el observatorio “Ahora que si nos ven”. Un femicidio cada 31 horas. 

Hace menos de un mes cuatro lesbianas fueron prendidas fuego en Barracas y tres de ellas murieron por la gravedad de las quemaduras. Fue un triple lesbicidio. 

Está a punto de aprobarse la Ley Bases que, entre otras muchas cosas, deroga la moratoria previsional, lo que afecta directamente a las mujeres: 9 de cada 10 no podrán jubilarse. ¿Por qué? Porque, según la OIT, en todo el mundo se destinan 16.4 billones de horas diarias al cuidado no remunerado, lo que equivale a 2 mil millones de personas ocupadas 8 horas diarias sin remuneración. El 76.2 por ciento del total del tiempo de trabajo de cuidados no remunerado lo realizan las mujeres. Equivale a entre el 16 y el 23 por ciento del producto interno bruto de cada país (CEPAL, 2022).  A ese universo de mujeres que trabajan pero no cobran un salario y, por lo tanto, no realizan aportes jubilatorios, se suman las que trabajan afuera de sus casas pero de manera informal.  

Desde el oficialismo intentan volver a discutir el derecho al aborto libre, seguro y gratuito.  

El gobierno de la libertad desconoce, niega, ningunea todo lo anterior: entre otros hechos concretos, eliminó el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad y desmanteló el plan ENIA, un programa que entre 2017 y 2023 logró bajar la tasa de embarazos adolescentes al 50 por ciento. Entre enero y abril el gasto destinado a políticas contra la violencia cayó cerca de un 27 por ciento, según datos de la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia. El presidente, que prohibó el lenguaje inclusivo y “todo lo referido a la persepctiva de género” en el Estado, utiliza la violación y el sometimiento como metáforas habituales y le dice “El jefe” a su hermana.  

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Una referenta feminista le cuenta a Anfibia que, hace unos años, en un recital de Sara Hebe la cantante pidió que para la siguiente canción (el cover de “I follow rivers”) los varones se fueran para atrás: quería un pogo solo de mujeres. Estuvo divino, tuvimos un pogo de hadas. En la siguiente canción, los varones volvieron a recuperar sus lugares: pasaron a las pibas por encima. Varones pasando a pibas por encima para recuperar lugares. ¿Metáfora o literalidad? Que no se alarmen los puristas del lenguaje, pero en este caso es ambas.

Hubo un tiempo que fue hermoso y las mujeres no fuimos libres de verdad, pero tuvimos algo parecido a eso: nos hicimos los espacios para encontrarnos, para contar nuestras experiencias, para reconocernos como pares, para decir basta, para desnaturalizar las violencias cotidianas y estructurales. 

La misma referenta que contó lo del recital lo explica mucho mejor: “Todo esto tuvo muchísimo impacto en la vida y en la transformación profunda de las mujeres, pero no hubo una reflexión ni una transformación profunda en la vida de los varones”. Y detalla: “Muchos de ellos se sintieron apurados y muy incómodos con todas estas situaciones. No tuvieron ningún tipo de reflexión sobre esto, sólo lo vivieron como un ataque”.

¿En qué beneficia a los varones la igualdad a la que aspiran los feminismos? ¿Qué lugar ocuparían en una sociedad más igualitaria? ¿Qué significa para ellos que van a perder privilegios? ¿Qué privilegios? Si bien desde diferentes entidades gubernamentales, universidades y organizaciones independientes se abrieron espacios y talleres destinados a debatir las masculinidades, aún falta mucho trabajo que incluya a los varones.            

No es la política, pero volvemos siempre a ella porque, sí, es una herramienta para la transformación, pero también es un territorio de disputa de poder. Para la referenta feminista con la que hablamos, el gran problema de la política es que está centrada en la lealtad. “Y la lealtad es con el poder mismo. Entonces por eso es tan fácil saltar de bando, reacomodarse, reconocer a un jefe. Y al alinearme con ese jefe, me alineo con el poder, sigo órdenes y establezco encubrimientos o protecciones”. 

Para escapar de esa alineación al poder, ella plantea un cambio de paradigma: salir de la lealtad para pasar a la integridad. Alinearte con los principios, “con la misión de por qué querés hacer política”. ¿Una salida feminista a un paradigma masculinizado? “Estaría más relacionado con el bienestar general, no con mi posición particular de poder. Yo creo que ahí hay un cambio de paradigma no sólo feminista, es un cambio de paradigma que tiene que ver con la empatía: no considerar objetos a los otros. Porque el paradigma de poder te considera como un objeto: vos sos un escalón más de una escalera que yo piso para llegar a un lugar”, responde.  

Pisar para llegar. Demostrar poder para jerarquizar(me).  

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Este texto podría cerrar con una reflexión: las vidas de quienes seguimos vivas, los derechos  conquistados tras años de luchas, los acuerdos y desacuerdos, no son cotillón ni decorado para “las cosas que realmente importan”.

O con una reflexión de Ileana Arduino, escrita cuando resistíamos el gobierno neoliberal de Mauricio Macri, antes de que el aborto fuera ley, antes de que la ultraderecha llegara al poder, antes de que los discursos de odio barrieran con lo conquistado: Parte de la gimnasia necesaria para resistir a esa captura por derecha que tanto preocupa cuando de planteos feministas se trata, es poder preguntarnos: ¿y más hacia la(s) izquierda(s) cómo andamos? Vemos partidos, sindicatos u otras organizaciones del campo popular que mantienen mecanismos de decisión dominados por la lógica del macho. Vemos que la praxis política ignora la desigual distribución de tareas entre unas u otros - los horarios de las reuniones, la no previsión de lugares para niñes, lo que implica también que algunas a veces podamos porque podemos pagar a otras. Hace décadas que en la discusión de políticas claves, por ejemplo socio económicas, en los análisis de coyuntura o programas los aportes de la economía feminista respecto de las distinciones artificiales de esferas en el mercado productivo no ocupan un lugar decisivo. Eso sólo, tomado en serio como un aporte político y no reducido a una nota de distinción del feminismo en el análisis, quizás pondría patas para arriba o tambalearía las discusiones. Si alguno de estos ejemplos parece menor, es precisamente por androcentrismo. Lean el artículo completo, tiene tanta actualidad que duele.     

O quizás, este texto podría terminar con varias preguntas. Acá dejamos sólo algunas: ¿Cómo seguimos? ¿Cómo agitamos? ¿Desde dónde retomamos? ¿A quiénes les hablamos? ¿Cómo incluimos a los varones?  ¿Cuándo se hará evidente que las prácticas machistas no son un problema sólo de las feministas? ¿Cuándo se entenderá que las exigencias del Patriarcado y del Capitalismo también los perjudican a ellos? ¿Tenemos que volver a explicar todo otra vez?

O con una certeza, acaso la única: la salida (la respuesta, la contraofensiva, la acción) es colectiva. Siempre.