Crónica

Los caídos del sistema


Doce fibras y unos lápices de colores

En General Pico, La Pampa, una nena de 13 años intenta llevarse útiles escolares de un negocio para el inicio de clases. Dos patrulleros, dos policías en moto y otros a pie la rodean y la llevan a la comisaría. Diez días antes, Ezequiel Curaba, cartonero de 21 años, muere electrocutado por un fallido intento de robo de cables de luz en un barrio del oeste de Rosario. Mientras, el ministro de Economía, Luis Caputo, destaca en primera persona “el esfuerzo que hoy estamos haciendo todos los argentinos”. También pide, en tercera, que “sigan aguantando, que en tres, dos, un año, somos otro país”. Cuántos malabares más para llegar, ya no a fin de mes, sino a la mitad. Cuántos útiles, remedios, pañales, leche, pan, se dejarán de comprar porque no alcanza. ¿Cuánto más?

Dos patrulleros, dos policías en moto y otros más a pie rodean un comercio de General Pico, en La Pampa. Adentro hay una nena de 13 años acusada de robar; una nena que a la mañana vio salir a la mamá de su casa para comprar los útiles para ella y sus tres hermanas y después la vio volver con las manos casi vacías porque no le alcanzó la plata; una nena que a la tarde intentó llevarse de otro negocio, ese que ahora está rodeado de policías y sirenas, doce fibras y unos lápices de colores.

A la nena la trasladaron en patrullero a la comisaría cuarta de General Pico, donde la demoraron. Su mamá la fue a buscar corriendo. Ella se puso a llorar y la abrazó. 

No se sabe su nombre y está bien que así sea. Sí se sabe que su madre, Natalia, tiene 36 años y enviudó hace dos, cuando su marido murió de covid-19. Madre de seis hijas y abuela de tres nietos, es también el único sostén económico de ese hogar en el que viven todos. No tiene trabajo en relación de dependencia: se le haría imposible compatibilizarlo con las tareas domésticas y de crianza. Es buena cocinera. A veces la llaman para cuidar adultos o hacer catering pero no siempre puede aceptar porque no quiere dejar solas a sus hijas más chicas. Las dos más grandes, de 19 y 22, ya terminaron la secundaria pero están amamantando, así que tampoco pueden hacer mucho.

Nada de lo que describe Natalia es nuevo. Una mamá haciendo malabares para mantener económicamente su casa, cuidar a sus hijas, llevarlas y traerlas de la escuela, cocinar, hacer el resto de las tareas domésticas. No tiene tiempo para un trabajo fijo. Y tampoco se lo ofrecen.

A la nena la trasladaron en patrullero a la comisaría cuarta de General Pico, donde la demoraron. Su mamá la fue a buscar corriendo. Ella se puso a llorar y la abrazó.

Recién salida de la última asamblea feminista en la sede de ATE, en Buenos Aires, Verónica Gago, doctora en Ciencias Sociales, dice que “las mujeres de sectores populares están siendo las más violentamente afectadas por la crisis”. Lo dice, también, Natalia, cuando cuenta que éste es el primer año que no pudo comprar todos los útiles. 

“Lo dicen las compañeras a cargo de los comedores, ahora atravesando una crisis alimentaria sin precedentes. También las madres que están  a cargo de sus hogares con enormes responsabilidades de cuidado, sobre cuerpos ya agotados por la crisis, para hacer frente al encarecimiento de las cuestiones básicas como es el alimento, la vivienda y la salud”, sigue Gago. El inicio de clases suele ser un momento clave. “La inflación sobre los útiles escolares es un emergente que expresa esta desesperación, la imposibilidad de afrontar rutinas básicas”.

Para Natalia siempre fue difícil, pero nunca como ahora, porque está todo muy caro y encima te piden muchas cosas. Que las crisis afectan más a mujeres y disidencias no es un mito feminista. Se llama feminización de la pobreza. Tampoco es nuevo. Pero se profundizó en la última década.

La economista Mercedes D´Alessandro lo explica así: “Las mujeres dedican tres veces más que los varones a cuidar a niños, niñas, adultos mayores, personas con discapacidad, personas enfermeras. Y esto para muchas de ellas es no poder tomar una jornada laboral de 8 horas, no poder desarrollarse en el trabajo, tener que hacer malabares para tener que llevar adelante la logística del hogar”.

Natalia dice que su hija de 13, la tercera de las seis, quiso ayudarla. Ella sabe que robar está mal, que mejor es pedir. Y que ahora está asustada y avergonzada.

No es casual, entonces, que participen menos en el mercado laboral. “Y, cuando lo hacen, es en condiciones más precarias, tienen salarios menores, un 27 por ciento menos que los varones”.

Para las jefas de hogar, como Natalia, sin otro salario que complemente esto se agrava.

Natalia dice que su hija de 13, la tercera de las seis, quiso ayudarla. Ella sabe que robar está mal, que mejor es pedir. Y que ahora está asustada y avergonzada. Por la viralización del caso en el pueblo se enteraron todos, incluso las compañeras de la escuela.

Mientras en los noticieros se multiplican los análisis sobre cómo va a hacer la clase media para afrontar los aumentos descontrolados de las prepagas y las cuotas de los colegios privados, y el presidente Javier Milei dice con sorna que los argentinos están quemando los ahorros para llegar a fin de mes, la realidad está plasmada en las góndolas de los supermercados y en las estanterías de los kioscos y las librerías. Los datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) la reflejan: el aumento interanual de productos básicos para la escuela supera el 200 por ciento. Una canasta de productos escolares básicos, que incluye una mochila y 21 útiles tiene un costo mínimo de 45.999 mil pesos. El año pasado rondaba los 10 mil.

A Natalia le hubiera gustado que los dueños del negocio la llamaran a ella, en lugar de a la policía. Por la viralización del caso, recibió donaciones de útiles, guardapolvos y zapatillas. Está muy agradecida. Lo que le sobró, dice, lo va a donar a otras familias que también lo necesitan.

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Diez días antes del intento de robo de las doce fibras y algunos lápices de colores, a casi 500 kilómetros, Ezequiel Curaba moría electrocutado por intentar robar cables de luz en un barrio del oeste de Rosario. Tenía 21 años, vivía en la calle y era cartonero.

Robar cables para luego vender el cobre no es un delito nuevo pero se intensificó en los últimos años al ritmo del precio del metal: a principios de 2023, un kilo costaba 1950 pesos. Hoy ronda los 7 mil.

Entre enero y febrero, la Policía detuvo en Rosario a 129 personas por este delito. Las internaciones por quemaduras también crecieron. La mayoría son varones de barrios populares que no usan ningún tipo de protección. Como Ezequiel. Su historia sobresalió porque en las redes se viralizó un video en el que se lo ve apenas salido del pozo con el 90 por ciento del cuerpo quemado. Hubo miles de comentarios deseándole la muerte por “delincuente” y en los medios algunos periodistas hasta se burlaban de él. Ezequiel estuvo internado dos días y al tercero murió. Familiares, amigos y amigas hicieron una colecta para pagar el cajón, pero no les alcanzó la plata. Con lo que juntaron compraron flores y coronas.

El año pasado hubo más de 500 personas detenidas por robar picaportes, bronces y metales en distintos barrios de la Ciudad de Buenos Aires. El bronce es otro de los metales que se comercializa en chatarrerías, aunque casi a la mitad del precio del cobre. Placas, canillas, paneles de porteros eléctricos, crucifijos y lápidas de tumbas se suman a los objetos más robados.

En el libro Cómo hacen los pobres para sobrevivir (Siglo XXI), publicado el año pasado, Javier Auyero y Sofía Servián describen estrategias de supervivencia. “Redes de reciprocidad, redes políticas, ayuda estatal, comportamiento o participación en acciones delictivas”, detalla ahora Auyero. Y destaca: “Cuando algunas de estas estrategias entran en tensión o los recursos que adquieren a través de ellas no son suficientes, hacen lo que en el libro llamamos ‘bricolage’: expanden otras, como las actividades ilícitas”. Ahí es cuando entran en juego crímenes de oportunidad, de desesperación, actividades ilícitas legales o ilegales en un contexto que Auyero describe como “de disrupción del funcionamiento cotidiano de estas otras estrategias”. 

El ministro de Economía, Luis Caputo, destacó, en primera persona del plural, “el esfuerzo que hoy estamos haciendo todos los argentinos”. Y pidió, ahora en tercera, que “sigan aguantando, que en tres, dos, un año, somos otro país”.

La semana pasada la Secretaría de Energía informó los incrementos de hasta un 150 por ciento en las facturas de electricidad. Este miércoles, el ministro de Economía Luis Caputo destacó, en primera persona del plural, “el esfuerzo que hoy estamos haciendo todos los argentinos”. Y pidió, ahora en tercera, que “sigan aguantando, que en tres, dos, un año, somos otro país”.

La pregunta que surge es cuánto más pueden aguantar familias como las de Natalia, sumidas en una pobreza estructural que no es de hoy ni del año pasado y que las empuja cada vez más afuera. Cuánto más se pueden achicar. Cuál será la próxima compra que cancelarán. Cuántos malabares más para llegar, ya no a fin de mes, sino a la mitad. Cuántos útiles, remedios, pañales, leche, pan, dejarán de comprar porque no alcanza. ¿Cuánto más?