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Un día cualquiera de un mes cualquiera del año 2005 una chica de 20 años a la que llamaremos Raquel espera sentada en el consultorio de la ginecóloga Graciela Finkelstein del barrio porteño de Devoto. Está muy angustiada y apenas la doctora la recibe se pone a llorar. Graciela ya sabe de qué se trata su caso antes de que se lo cuente. A Raquel la deriva una amiga de Graciela que es terapeuta y trabaja en una comunidad judía ortodoxa en el barrio de Barracas. El rabino de esa comunidad ya no sabe qué hacer con el caso de Raquel y todo indica que su marido está en condiciones de pedir el divorcio —el divorcio religioso hasta el día de hoy lo puede pedir únicamente el varón— por no poder tener hijos. Los estudios clínicos están bien, el tema, para el rabino, es “psicológico”.
Raquel, que llega al consultorio con pollera larga, remera de manga larga y peluca, le cuenta a la doctora que no puede tener relaciones sexuales con su marido, se deshace en llantos, le dice que no soporta ese dolor, y que al final lo único que quiere es no verlo. Entonces lo primero que hace la doctora es tranquilizarla y decirle que va a poder, que lo único que tiene que hacer es seguirla, que también el sexo se aprende, como todo en la vida. Lo que tiene que lograr Graciela es ganarse su confianza. Sabe que para Raquel éste es un tema absolutamente tabú, que hasta ahora no pudo hablarlo así con nadie. Le pide que se acueste para hacerle un tacto vaginal, un control de rutina. Pero apenas intenta tactarla ve cómo Raquel contrae todos sus músculos. Es imposible incluso para Graciela realizar el chequeo. Así que la sienta en la camilla, le pide que abra las piernas y le explica que como primera medida ella tiene que meterse un dedo por el agujero vaginal. Para su sorpresa, le da que una clase de anatomía. Raquel no conoce su propio cuerpo.
Una hora después, Raquel sale entusiasmada del consultorio. La ginecóloga le propone encontrarse con una frecuencia semanal e ir viendo la evolución. A la semana siguiente le indica que lo que hacía con un dedo lo haga con dos. Después Graciela le pide que reemplace el dedo por una zanahoria con un preservativo y después le da un dilatador anal. Raquel cumple a rajatabla las indicaciones, nunca pregunta de más. Graciela también se cuida en las palabras que usa. No habla de masturbación, no habla de orgasmo. Dos meses después Graciela vuelve a pedirle que se acueste y le hace un tacto vaginal. Ahora sí puede revisarla . Raquel está lista. Pero la médica le da la última recomendación: le explica que antes del coito en sí, ella tiene que crear con su marido un ambiente amable. Le sugiere que se besen, que se acaricien. Raquel pregunta, pregunta, pregunta, pregunta. Graciela le dice que dentro de la habitación con la puerta cerrada puede pasar todo. ¿Todo? Todo.
Unas semanas después Graciela recibe un llamado. Es Raquel. Le pregunta, un poco tímida, dando algunas vueltas, si puede tener relaciones sexuales mañana, tarde y noche. Graciela se ríe y le dice que sí, que puede hacerlo las veces que quiera, cuando quiera y como quiera.
—A su manera, me dio a entender que le había gustado coger— cuenta Graciela Finkelstein quince años después de aquel episodio que recuerda a la perfección. Cuando vio Poco Ortodoxa, la miniserie de Netflix que se convirtió en la segunda más vista en Argentina, no pudo creer la similitud con su experiencia. Como Raquel, o como Esty, pasaron por el consultorio de la doctora Finkelstein durante cuatro años una veintena de chicas judías ortodoxas a las que les enseñó, sin que ellas supieran, a masturbarse. En el cien por cien de los casos el resultado fue efectivo: todas quedaron embarazadas. Más de una vez.
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Poco ortodoxa se publicita como una serie de Netflix basada en una novela del mismo título, que narra la historia autobiográfica de Deborah Feldman, quien pudo “escapar” de la comunidad ortodoxa en la que vivía, en Nueva York. No sorprende su éxito, cumple con todos los “requerimientos” del bingeo actual: protagonista femenina “empoderada”, el “basado en una hechos reales” y la presencia de elementos vistos como “exóticos” por el público del gran gigante del streaming. De Wild Wild Country a Tiger King, Poco Ortodoxa tiene la ventaja de ser realidad y ficción al mismo tiempo, contar, además de las cosas “nuevas” para el gran público, las conocidas: la protagonista atrapada en una realidad de la que no puede escapar, la historia de amor, la de desamor, el viaje, la autosuperación, la decisión de abortar o no. La fascinación por la serie radica por un lado en el morbo de espiar una sociedad que se plantea como secreta para el no iniciado, pero por otro lado, por identificarse y distanciarse a la vez. Una comunidad tan reglamentada como la ortodoxa es ideal para el drama. Vemos a personajes “ordinarios”, que son “como nosotros” —habitan ciudades cosmopolitas, son contemporáneos, tienen dos brazos y dos piernas— pero viven bajo circunstancias consideradas “extremas” por la mayoría de occidente.
Pero entonces, ¿qué de todo lo que se cuenta en la serie es real?
Deborah Feldman, la autora de la novela en la que se basa Poco Ortodoxa, realmente vivió en esa comunidad de Williamsburg, realmente se casó a los 17 años con un hombre al que casi no conocía, realmente tuvo vaginismo y tardó más de un año en poder tener relaciones sexuales y realmente se escapó de su comunidad ortodoxa. Sin embargo, Deborah no se escapó de un momento para otro, con un pasaporte y lo que tenía puesto. Cuando Deborah se fue de su comunidad, su hijo ya tenía un par de años, ella ya estudiaba en Sarah Lawrence en un programa de escritura, y no se fue a Berlín sino a New Jersey. Es cierto que viaja a Berlín a vivir, pero diez años más tarde y ya siendo una escritora exitosa.
En la serie, la realidad ortodoxa es suficientemente televisiva como para ser representada tal y como fue, pero el viaje de liberación real de la protagonista fue reescrito completamente para poder convertirlo en una fábula apta para los parámetros del streaming.
Alerta spoiler: En Berlín las cosas suceden con un nivel de azar bastante alto. Mágicamente, Esther —Esty— la protagonista, conoce a un chico en un bar, lo sigue, se hace amiga en 30 segundos de todos sus amigos, un grupo étnicamente diverso que parece salido de un focus group de corrección política y estética, este grupo la lleva a encontrar su verdadera vocación, la música, y del mismo modo mágico conoce a un profesor que le ofrece una beca. Ah, y la escuela de música también le sirve a Esty de hostel improvisado porque viajó sin mucho dinero y sin valija, y las puertas en Berlín parecen no tener llave ni las ventanas trabas.
Este mundo de fantasía le permite a Esty, en la ficción, conectarse por primera vez con un genuino deseo sexual. Esty se calienta con Robert, el ciudadano alemán. Se da su primer beso de lengua, le mira el torso desnudo. No lo muestran, pero suponemos que esa noche de fiesta, música y alcohol, Esty tienen sexo consentido por primera vez.
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“En Yidish no hay una palabra exacta para decir ´Te amo´. Tampoco existe una palabra que signifique ´ternura´. Los matrimonios en mi comunidad siempre fueron arreglados, por lo que realmente no sabías con quién te casabas. Tenía 17 años, asistí a clases para conocer mis nuevas obligaciones. Me explicaron por primera vez los genitales masculinos y femeninos y cómo se supone que funcionan. La maestra no los llamó por sus nombres. Ella usó palabras en hebreo que no entendí y explicó que la mujer tiene un lugar donde ´eso´ encaja: es un hermoso pasillo que conduce a la fuente de toda la vida, así es como suceden los bebés, me explicaron. Tenía que tener relaciones sexuales con alguien a quien no sabía si quería o no. Así que tuve relaciones sexuales y fue extremadamente doloroso. Lloré. Y a la semana siguiente, descubrí que estaba embarazada.”
El relato es de Deborah Feldman en Placer Femenino —Female Plesure—, un documental que se estrenó en noviembre de 2018 por Amazon Prime, un año y medio antes de Poco Ortodoxa. Aborda la liberación de la sexualidad femenina a lo largo del siglo XXI a través del testimonio de cinco mujeres, entre las que se encuentra Feldman. Las otras voces son una psicoterapeuta somalí, una artista japonesa, una ex monja abusada y una activista india.
Ilustración Sebastián Angresano
El relato de Feldman sobre la sexualidad es el disparador que queda flotando en la atmósfera de la serie a lo largo de los cuatro capítulos. “Dios espera demasiado de mí”, sintetiza al empezar a revelar su historia. ¿Dios espera que sea una buena esposa? ¿Una buena madre? ¿Qué hay de esta afirmación en relación a la perspectiva judía religiosa? ¿Acaso la única manera de pensar el acto sexual es con finalidad reproductiva?
En el libro de Génesis 1:28 está escrito que Dios bendijo a los hombres diciéndoles: “Fructidicad y multiplicaos”. Ese se convirtió en uno de los preceptos esenciales de la tradición judía.
Hay dos escenas de la serie en las que Esty, la protagonista, parece contradecir esta premisa. Dos momentos en los que “desacata” el mandato establecido.
El tercer capítulo arranca con la inesperada llegada de la madre de Yanky a la casa de su nuera. Le dice que tiene conocimiento de que la noche anterior “tampoco pudieron hacerlo”. Esther se sorprende primero por el hecho de que lo sepa, segundo porque le recuerda que la boda fue hace tan solo una semana. “¿Cuántas veces probaron?”, le pregunta su suegra y le da automáticamente un dilatador vaginal aunque claro que no se lo dice así. “Facilita las cosas ahí abajo”, le aclara y le advierte: “Tienes que resolver esto antes de que él pierda la confianza. Tenés que hacerlo sentir como…”. “Como un Rey”, restruca Esther. “Mi Yanky siempre debe sentirse como un rey”. “¿Y eso me hace una reina?”, le pregunta a su suegra. El silencio se convierte en la mejor respuesta.
La otra escena ocurre al final de ese capítulo. Esther entra al cuarto y Yanky la espera acostado en la cama. Esther se sienta en la silla.
—Me es muy difícil Yanky.
—¿Has hecho los ejercicios?
—Por supuesto. Y sinceramente, me duelen. Y no me ayudan a creer que el acto sea atractivo.
—¿Atractivo? Esty, nos casamos hace casi un año. La procreación es el primer mandamiento de la Torá. Tenemos que formar una familia te atraiga el acto o no.
—¿Así que soy egoísta porque no quiero que me duela? Incluso el Talmud promete cierto placer en procrear una familia—responde Esther.
Según el rabino Abraham Joshua Heschel, uno de los principales teólogos del siglo XX nacido en Varsovia y exiliado en Estados Unidos, “el judaísmo es un mínimo de revelación y un máximo de interpretación”. Es por eso que en ese mundo de interpretaciones se debaten visiones diferentes y hasta en algunos casos opuestas de cómo se transita la vida judía.
Silvina Chemen de la Comunidad Bet El es una de las pocas rabinas mujeres de la Argentina, pertenece a la corriente más liberal del judaísmo y se considera feminista. “La tradición judía que data de 2000 años es una experiencia que se consolida en el exilio y en la diáspora. Y es en esa dispersión en donde hay también diversidad de opiniones”, explica a modo de introducción. En ese mismo sentido para la “Ley Judía”, condensada en la concepción de lo que se denomina “Halajá” -que es el la vía jurídica y legal de cómo el judío debe comportarse de acuerdo a los preceptos divinos-, también hay una vasta variedad de interpretaciones. Incluso esas representaciones y diferencias existen dentro del universo judío ortodoxo. No necesariamente el detalle de la Ley Judía se practica de igual manera en la comunidad Satmar —donde transcurre la serie y donde se cría la propia Déborah Feldman— que en otra comunidad ortodoxa, por ejemplo, en una Sinagoga del barrio porteño del Once. Existen incluso en Argentina comunidades ortodoxas tan “estrictas” como la de Esther, así como también algunas más “abiertas”. Si bien cubrirse la cabeza con un pañuelo o una peluca es un denominador común para las mujeres ortodoxas casadas —el cabello es un signo de seducción—, no todas las comunidades las obligan a raparse, como lo es en el caso Esther. No en todas el uso de internet está vedado.
De hecho, en estos tiempos de cuarentena, un grupo de la rama joven de una comunidad ortodoxa decidió hacer un debate de la serie por ZOOM. La idea surgió a raíz de que una de las chicas se la recomendó a quien oficia de maestra y coordina grupos de estudio, además de ser la encargada de preparar a las novias antes del casamiento. La cita se mandó a través de Whatsapp bajo la premisa: “Se contestarán preguntas y conversaremos sobre el lugar de la mujer judía desde la perspectiva de la Torá”. Al evento virtual asistieron más de veinte mujeres, no todas necesariamente ortodoxas, es decir, también participaron jóvenes a quienes les interesan ciertos debates de esta corriente pero no practican niveles tan altos de religiosidad. En la charla se respondieron preguntas sobre el lugar de las mujeres, sobre todo, dejando en claro que hay ciertos rituales de la serie que ellxs, por ejemplo, no practican. “Dijeron que les pareció un poco morboso que la foto de portada sea lo del corte de pelo, que ellos no obligan a la mujer a eso—relata una chica que participó del ZOOM—. Dijeron que la mujer no tiene obligación de estudiar el Talmud pero puede hacerlo; también explicaron que la Torá habla del placer y que no solo se tiene relaciones para procrear y que de hecho existen circunstancias en las que se permite el cuidado anticonceptivo, con la autorización del rabino. También contaron que si bien los hijos del rabino estudian en la yeshiva —la escuela superior de formación religiosa— cada año rinden el examen en el colegio público para la equivalencia del grado y tienen en séptimo la materia de educación sexual”.
Por lo tanto, lo que plantea Esther tanto a su suegra como a su marido con respecto al placer sexual femenino no es ficticio y tiene basamentos en los propios textos. Por caso, existen infinidad de leyes y preceptos que contemplan el placer sexual femenino.
Según el libro de Génesis, “Dios vio todo lo que había hecho y lo encontró muy bueno”. Para la rabina Chemen: “Si todo lo que hizo es muy bueno entonces las piernas son muy buenas para caminar, las manos para amasar, la cabeza para pensar, los ojos para ver, y los órganos sexuales para gozar”. Otra cita aparece en el libro de Deuteronomio 24: 5: “Cuando un hombre ha tomado una mujer, no saldrá con el ejército ni se le asignará por ningún motivo; estará exento un año por el bien de su hogar, para dar felicidad a la mujer con la que se ha casado”. “Dar felicidad se refiere al sexo no con el propósito de procrear sino por placer—alcara la rabina—. En definitiva en este tipo de comunidades hay un fuerte control de la corporalidad de la mujer para tenerla totalmente sujeta al poder de un varón, porque son comunidades patriarcales, machistas”, concluye Chemen.
El Talmud —obra que recoge los debates rabínicos sobre leyes y costumbres— indica, en palabras de Joshua ben Levi, que “se prohíbe a un hombre a obligar a su esposa a tener relaciones matrimoniales. Quien obligue a su esposa a tener relaciones matrimoniales tendrá hijos indignos”.
Entonces, ¿será indigno el hijo de Esther y Yanky? Habrá que esperar a la segunda temporada, que con el éxito de la primera y con algunas pistas que dejó la protagonista, Shira Haas en sus redes sociales, seguro la habrá.
Fotos: gentileza Netflix. Ilustración: Sebastián Angresano