Abro con un hilo teórico. Voy a hablar de algo que, muy pretenciosamente (es difícil hacer teoría sin épica), llamo teoría de la futuridad. Para compartir algo de esa teoría empiezo con la frase famosa de una canción:
El futuro llegó, hace rato.
Todo un palo, ya lo ves.
Llegó como vos no lo esperabas.
El futuro ya llegó.
Como dirigiéndose a las generaciones (entre ellas, la suya) que habían apuntalado sus vidas en futuros prometidos y deseados -en el deseo de cierto futuro- el Indio decía que el futuro había llegado. Todo un palo fue lanzada en 1988 pero grabada en 1987 (cuatro años después del final de la dictadura, dos años antes del derrumbe del muro de Berlín y tres antes de la disolución de la URSS). Anunciaba que traer el futuro no estaba en sus manos, porque ya había llegado. Para colmo, parecían ser malas noticias: había llegado como no lo esperaban. Distinto. Todo un palo, ya lo ves.
Pero eso no era todo. Cuatro años antes de que Fukuyama publicara El fin de la historia y el último hombre, la frase de Los Redondos insinuaba otro problema: la temporalidad de lo social. Si el futuro había llegado, entonces no podía volver a llegar. La historia se volvía un callejón sin salida. Muerta la esperanza, sólo había lugar para la desesperación, la resignación, la adaptación o la euforia de vivir en un mundo sin futuro.
Los 90 produjeron esos afectos en relación a lo que se definía como futuro. Sin embargo, en un plano categorial se puede cuestionar lo que expresa la canción (que está en mi top 10 de canciones de los Redondos). Mi tesis es la opuesta a la del Indio: en sentido estricto, el futuro nunca llega. No puede llegar. El futuro nunca es hoy. Lo que puede llegar es la realización o no de un pronóstico o un suceso inesperado. El hecho de existir témporo-espacialmente implica que el futuro está en nuestro presente, en las condiciones y consecuencias de los actos, en los efectos de los procesos, en las tendencias, en las inclinaciones, en los resultados, en las propiedades emergentes. Salvo que el universo deje de existir -aunque ni siquiera entonces estaríamos seguros porque no sabemos qué podría suceder- siempre hay futuro. Quizá no sea como lo pensamos ni nos incluya entre sus elementos, pero hace a la experiencia humana del tiempo.
Si el futuro no llegó -ni desapareció- es cierto que en las últimas décadas cambiaron los modos de estar en el tiempo, las estructuras de interpretación y las formas de imaginarlo. Se produjeron desplazamientos tectónicos en los sentidos de la palabra futuro, en los modos de vinculación con el porvenir, en los agentes capaces de incidir en las tendencias, en las estrategias de anticipación, en los objetivos deseados. El futuro no desapareció del lenguaje, ni la flecha del tiempo desapareció de las condiciones de la experiencia. Lo que pasó es que estamos en otro orden de cosas.
¿De qué modo Todo un palo sirve para entender la teoría de la futuridad? Por oposición. Si en la canción el futuro es un acto consumado después del cual ya no pasa nada (o lo que pasa es una repetición eterna), la noción de futuridad sirve para pensar lo que sucede como una relación entre actualidades y virtualidades (o potencialidades). Dicho en otros términos, el futuro tiene futuro. Hay que considerar lo interminable, lo abierto. Esa relación entre potencia y actos -el intervalo vivo que la define- hace que se retroalimenten lo posible y lo actual, que las cosas sean y cambien. ¿Son buenas noticias? No sé. Pero así funciona. La futuridad, la temporalidad de ese intervalo, es condición para el devenir.
Decir futuridad es casi como decir devenir. Con la noción devenir se hace hincapié en el hecho de que hay cambio y sucesión y movimiento; con la de futuridad el movimiento, la sucesión, el cambio implica una temporalidad específica configurada por la relación entre lo actual y lo virtual, lo potencial y lo realizado. La futuridad es esa diferencia entre lo actual y lo virtual, entendida temporalmente. Digamos que si el devenir es el hecho del cambio, la futuridad es el tiempo de la posibilidad del cambio. No es del orden de lo actual (ni actualidad presente, ni actualidad futura), tampoco es del orden de lo virtual: es el nombre de la relación temporal que los vuelve existencias. Si, como escribió Alfred North Whitehead, “hay tiempo porque hay sucesos, y más allá de los sucesos no hay nada”, la futuridad es la posibilidad del tiempo y los sucesos, la posibilidad del suceder, que es la realidad de la articulación entre actualidades y virtualidades. Es, de nuevo Whitehead, “un suceso general sin hecho actual”. Tal vez en ese sentido sea entendible la afirmación de Heidegger, en Ser y tiempo, según la cual “la posibilidad está antes de la realidad”. Para que la realidad sea actualizable antes debe ser posible.
La futuridad no es sinónimo de futuro. No se trata de algo que podrá ser sino que es de un cierto modo. ¿De qué modo? Se diría: como una actualidad de segundo grado, en la medida en que es la actualidad de una relación entre actualidad y virtualidad, que es como decir que la posibilidad está por sobre la realidad. Es la posibilidad de que haya un paso y después otro y después otro y después otro.
Fin del hilo teórico. Ahora volvamos a la situación actual. Eso que llamamos coyuntura.
Diez elementos
Estamos en un momento de cambio civilizacional. El optimismo moderno -que invocaba un futuro mejor- y el goce posmoderno -para el cual el futuro es un presente extendido- fueron desplazados por ideas que se contradicen entre sí y forman una especie de triángulo. Un lado remite a la idea de destino vinculada al colapso ecológico; otro, a la imposibilidad de hacerse una idea de lo que vendrá; el tercero, a una suerte de proliferación frenética de discursos de futuro, orientaciones, definiciones. Bizarre Love Triangle.
Si me viese obligado a condensar en diez elementos las condiciones (que son problemas) que organizan nuestros vínculos con el porvenir, serían los siguientes:
1. El dinero es tiempo
Desde los 80, el capitalismo coloniza el futuro a través de la expansión de las deudas financieras, la proliferación de mercados a futuro y el desarrollo de tecnologías que gobiernan el tiempo social. Estos fenómenos definen nuestras sociedades como sociedades del riesgo, alteran las estructuras socioeconómicas y políticas en las que se condensan formas del poder y de la orientación social. El neoliberalismo alteró los parámetros sociotemporales de la época. El tiempo ya no es dinero: el dinero es tiempo. Las relaciones capital-trabajo también se alteraron por estas transformaciones. Si antes el problema era un trabajo para toda la vida que acotaba lo posible, ahora la precarización expande lo imposible o nos multiplica en el sinsentido.
2. Política emancipatoria y retroutopía
Las crisis de los estados de bienestar y los socialismos propiciaron crisis de sus discursos de futuro, de las formas de imaginarlo, de sus hipótesis sobre medios y fines, de los sujetos que se suponían protagonistas del cambio. Hoy, treinta años después del derrumbe del muro de Berlín y a pesar de la aparición de perspectivas renovadoras, aquella crisis sigue siendo una suerte de muro contra el que choca la imaginación política. Una consecuencia es la dificultad que enfrentan los procesos sociales emancipatorios para salir del modo defensivo o de la retroutopía -es decir, del anhelo idealizado de un mundo o una sociedad que ya existió en el pasado- y pasar a formas más inventivas.
3. Tecnoutopías corporativas
La consolidación de un corporativismo empresarial que no sólo busca la máxima ganancia monetaria sino que multiplicó a capitalistas-profetas que se presentan como creadores de mundos futuros (Steve Jobs, Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg), casi utopistas, con asiento en Marte, la infoesfera, la logística robotizada o el Metaverso. La relación entre capital financiero, tecnologías y futurizaciones se refuerza, y su producción de un ser tecnosocial es cada vez más exhaustiva.
4. Predicciones algorítmicas
La crisis económica iniciada en 2008 clausuró la fase de la globalización abierta en 1990 e inauguró un discurso de austeridad y ofensiva financiera sobre la población mundial. Desalojos, endeudamientos, precarización de la vida, extractivismos. Los procesos políticos comenzaron a cuestionar los horizontes de la democracia liberal representativa y a abrir otros caminos (algunos promisorios, otros autoritarios). Esta crisis también detonó procesos claves en torno a la aceleración tecnológica y a la digitialización de lo social. Pasamos de una internet más anónima a una red que captura datos como un nuevo modelo de negocios y control social. Esos nuevos desarrollos vuelven imposible distinguir dónde empieza la trama técnica y dónde termina la trama social. Este continuo sociotecnológico es fundamental para el modo de construcción de orientaciones a futuro, anticipaciones, predicciones, sea a gran escala como en el nivel más individual.
5. Hegemonía con dos cabezas
Como el futuro, Norte, Sur, Este y Oeste tampoco son lo que eran. Esas categorías no sólo son geográficas sino geopolíticas y semántico-históricas: como mostraron la teoría de la dependencia y el pensamiento poscolonial, organizan temporalidades sociales (civilizado/salvaje, subdesarrollado/desarrollado, avanzado/retrasado, central/periférico). Pero la hegemonía mundial se está trastocando. El crecimiento chino, por ejemplo, ha impactado el gobierno norteamericano del mundo. Y mientras escribo esto está en curso la invasión rusa de Ucrania que promete marcar una nueva coyuntura planetaria. Las guerras, como el futuro, nunca se fueron, cambiaron. Y siguen siendo vectores de pronósticos y horizontes geopolíticos.
6. Religión y orientación
Las prácticas religiosas (desde los cultos tradicionales a las nuevas espiritualidades, pasando por las instituciones pluriseculares y la proliferación de nuevas maneras de asociación y prácticas religiosas) postulan mundos futuros o éticas con gran impacto para poblaciones inmensas. Lejos quedaron los sueños modernos de secularización progresiva y definitiva de las sociedades (que era, a su manera, también un modo de la disputa por el futuro); las creencias son decisivas en las orientaciones.
7. Somos sobrevivientes
La pandemia resulta clave a la hora de alterar nuestros vínculos con el futuro. En todos los niveles tradicionales de análisis social promueve nuevas formas de proyectar, nuevos objetos de temor, nuevas estrategias para sobrevivir, nuevos elementos en los cálculos.
8. Crisis climática, límites y posibilidades
La lucha contra el cambio climático genera nuevas discusiones. Así como no se puede pensar en el planeta Tierra sin que ese pensamiento no incluya, aún sin ser explícita, una noción de naturaleza, no se puede pensar en el futuro con sensatez sin tener en cuenta el cambio climático. Nociones como Antropoceno, Capitaloceno, Ecología política, Colapso ecológico, Sexta extinción, Extinción masiva, Mitigación, Adaptación, Justicia ambiental, Modo de vida imperial, entre otras, aportan una dimensión clave porque permiten una perspectiva sistémica no antropocentrada y una renovación de la planificación y la transición en todos sus niveles. El cambio climático pone en debate los límites -de recursos, de modos de vida- y exige considerar nuevas posibilidades.
9. América Latina y la discusión de los modelos
Los movimientos sociales opositores al neoliberalismo desde los años noventa y un conjunto de políticas de los gobiernos que, de un modo u otro, llegaron al poder a partir de ese ciclo de luchas, cuyo momento álgido podríamos fechar entre 1994 (el levantamiento zapatista) y 2006 (la asunción de Evo Morales en Bolivia), con el 2001 argentino como punto intermedio clave. Estos dos agentes -movimientos y gobiernos- hacen difícil asumir para la región la muerte de los discursos políticos de futuro que se decretó sin más en otras zonas del mundo, en especial Europa, a partir del consenso neoliberal. Los intentos de configurar alternativas políticas al neoliberalismo alimentan un debate sobre el futuro en una tonalidad más intensa que en otras partes del planeta. La discusión de los modelos está abierta y en llamas: Chile, Colombia, Brasil, pero también la avanzada de las fuerzas antidemocráticas y de ultraderecha.
10. El acontecimiento feminista
El feminismo es un fenómeno político decisivo. Su poder de transformación es tan enorme como su potencia para diseñar orientaciones a futuro. Es una de las matrices claves en la alteración del modo de vincularnos con él. Cuando se dice que “el futuro es feminista” se despliega un tipo de aproximación estratégica al pensamiento que puede tener profundas consecuencias no sólo en las imágenes a producir sino en el modo de producirlas.
Una imagen de justicia
Si los futuros imaginados por la política de los últimos siglos tienden al desplome, si la economía capitalista sólo nos ofrece someter nuestra vida e imaginación al cálculo y nuestra capacidad inventiva al dinero y la deuda, si las fantasías de exterminio que alientan las (ultra)derechas son el peor modo del deseo social, si los sueños de una vida sin malestar que configuran las utopías deben dar lugar al reconocimiento del carácter ineliminable del malestar, ¿cómo salir del ahogo simultáneo de la hiperestimulación y la impotencia?
Tal vez se trate de alterar las gramáticas de la imaginación, ese aspecto decisivo de la inteligencia estratégica. Comprender la relación íntima, orgánica, de retroalimentación entre pensamiento, acción y devenir. En ese esquema, la imaginación y las imágenes adquieren la función de hilvanarse en imágenes de porvenir más como puntos de pasaje que como destinos o finales. Antes que una pintura, la imagen debería ser una baliza, una sonda, un bicho evolutivo. Diseñar proyectos, planes, planificaciones y pronósticos es tan importante como prestar atención a lo que aparece, a lo que se descubre, a lo que no se esperaba y puede resultar vitalizante. Por debajo, una certeza: ya no se trata de un presente que se orienta a alcanzar un futuro, ni de un puro presente sin devenir, ni de un futuro inalcanzable que nos arrastra a la melancolía.
Imágenes/pasaje, imágenes/sonda que propicien el análisis de los posibles, que activen procesos de selección (porque no se trata de aceptarlo todo ni negarlo todo). Imágenes/bicho que, tal vez como un perfil, muestren -o permitan ver- el fondo contra el que existen, que no encandilen, que participen de una disposición a mutar con lo que emerge, que se entramen con otras imágenes, que muten, que pluralicen las predicciones. Imágenes que, como escribió el psicoanalista Donald Winnicot a propósito de los objetos transicionales, cuando se las abandona “no se olvidan ni se guarda luto”. El mundo atraviesa con violencia cualquier figura de destino, la rasga irremediablemente, la deja atrás, la afecta con novedades, emergencias, descubrimientos, invenciones. Como propuso Robin Collingwood en Idea de la Naturaleza (1949), la materia no es algo, es potencialidad de formas. Nuestros planes deben ser concientes de esto.
Dicho esto, ¿Qué pasa cuando el futuro ya no es un imperativo imaginado que fuerza a dejar atrás todo pasado en pos de una promesa redentora, como sucedió con el futurismo? ¿Qué pasa con la capacidad de crear cuando no tenemos -porque no podemos o no queremos- una imagen clara de futuro? ¿Qué hacemos con el futuro cuando asumimos que el devenir es interminable? ¿Qué modos de hacer, estar, pensar, sentir propician todos estos supuestos? ¿Cómo pensar la política? ¿Qué es la justicia?
Justicia, tiempo y futuro
Me gustaría cerrar con una reflexión sobre la justicia. La teoría de la futuridad no es, de por sí, una teoría de la justicia pero ofrece materiales para una discusión sobre la justicia.
En este sentido, la justicia no es una imagen ni una norma (a la cual podríamos considerar como el modo jurídico de la imagen de destino). Es un principio (o un axioma) lo suficientemente abstracto para poder ensamblarse a imágenes y emergencias diferentes sin perder su plasticidad. Entiendo a la justicia, en este nivel de abstracción, como un principio que no se limita a la producción o la distribución. Tampoco se reduce a sus expresiones jurídicas. Opera como una fuerza que empuja a la inventiva buscando que la dominación -interahumana, interespecies, cósmica- sea la menor posible. Por eso no alcanza con postular futuros deseados, ni siquiera con ponerlos en acto sino con mantener viva la dinámica entre aquello de lo que somos capaces, la consideración de múltiples posibilidades, la acción, lo impredecible y lo interminable.
La pregunta política es cómo inventar instituciones capaces de proliferar la inventiva - política, económica, técnica, organizativa, vincular, planetaria- en entornos con la menor dominación posible. Instituciones inventivas alejadas del pequeño grupo que repite su estructura o su hacer, de la senilidad institucional, de las instituciones futurizantes (organizadas a partir de una imagen de destino que las vuelve meramente defensivas a la alteridad) y, por supuesto, de aquellas instituciones empeñadas con consolidar las asimetrías, los partidarios de la desigualad.
La justicia es más que un procedimiento, es un proceso en cuyo núcleo hay una apuesta por el modo de estar en el tiempo. Pensar la justicia a la luz de repensar los modos de vincularnos con la futuridad puede ser un insumo estratégico importante para lo que hay y lo que viene.