Según datos del Indec, Macri dejó el poder con una inflación del 53,8%, la más alta desde 1991, un 35,5% de población pobre y una desocupación de casi dos dígitos (9,2%). Contra sus propios pronósticos, no solo no logró aumentar la magra inversión privada, sino que tuvo apenas un año de crecimiento económico (2017). El balance en términos de crecimiento de los cuatro años fue negativo. Al aumentar el endeudamiento público tanto en términos absolutos (la deuda pasó de 240 665 millones de dólares en 2015 a 323 065 millones de dólares en 2019) como relativos (la deuda pública representaba el 53% del PBI en 2015 y el 90% en 2019) creó severos condicionamientos futuros para las finanzas públicas y para la economía. Sin embargo, su fuerza electoral se mantiene tan competitiva como en 2015.
“En el fútbol se dice que un equipo “hizo negocio” cuando, a pesar de un mal resultado, queda en buena posición para lo que viene. Para la revancha, por caso. En ese sentido, Cambiemos (hoy, Juntos por el Cambio) hizo negocio con su paso por el poder”, dicen Mariana Gené y Gabriel Vommaro en El sueño intacto de la centroderecha. El libro analiza las condiciones sociopolíticas que hicieron posible el proyecto encarnado por JxC en el país y de su devenir posterior. Y, por ende, de sus desafíos para el futuro.
La experiencia de la coalición Cambiemos en el gobierno (2015-2019) fue un sueño y un proyecto compuesto de fragmentos del bipartidismo de la era democrática argentina y liderado por el PRO, ese núcleo reformista de políticos provenientes del mundo empresario, activados luego de la crisis de 2001. El gobierno de Mauricio Macri fue, también y en muchos sentidos, más y menos de lo que se esperaba de él. Bien puede ser narrado como la historia de un anhelo incumplido, como el intento fallido o trunco de llevar adelante un conjunto de reformas y, por esa vía, marcar un hito en la política del país. Al mismo tiempo, esa experiencia de frustración implicó el fin de esa serie fatídica de gobiernos no peronistas que no completan sus mandatos. Es decir, el gobierno de Macri llegó a buen puerto navegando en las tormentosas aguas de las negociaciones, los apoyos, los vetos y las críticas de una sociedad argentina acalorada por los debates políticos y las dificultades económicas.
El sueño intacto ofrece una guía para entender la novela política de la Argentina o el drama político argentino que permite ensayar 5 lecciones que dejó el gobierno de Cambiemos sobre los dilemas que enfrentan las fuerzas políticas en nuestro país.
1. Los gobiernos no fracasan ni triunfan
El elemento decisivo que orienta el trabajo político es mantenerse en el poder. Los cuatro años de gobierno de Macri pueden ser comparados, en ese aspecto, con los gobiernos no peronistas de esta última etapa de vida democrática en el país. Llegar al término del mandato presidencial, sostenerse en el poder y brindar las chances a un espacio político -partido o coalición- de seguir aspirando a la competencia por el poder es aquello que marca la eficacia del trabajo político. Ese recorrido puede estar -y generalmente lo está- plagado de aciertos y errores, de éxitos y fracasos, pero siempre considerando aquello que El sueño intacto muestra de modo certero y es que el acceso al poder y mantenerse en el poder es el horizonte principal de la actividad política.
El gobierno de Macri fue eficaz en su trabajo político, así como registró en su desarrollo innumerables errores y fracasos. No cabe duda de que la estrategia gradualista para la implementación de reformas promercado fue un fracaso y que el timing del gradualismo fue ahogado por la dificultad creciente de financiamiento para el gasto público y la imposibilidad de generar apoyos para los ensayos puntuales de reformas específicas. El macrismo olvidó el trabajo político para impulsar las reformas que anhelaba y navegó entre un optimismo ingenuo -el de la lluvia de inversiones- y la expectativa de generar respaldo a través de los votos y de la opinión pública.
Como sabemos, las reformas no prosperaron y el gobierno se estancó en la comprensión de los dilemas de una crisis que se desató en 2018 y que no imaginaba para sí. Por esa vía, con la derrota en 2019 transformó un gobierno de dos períodos de cuatro años en un solo término. Y sin embargo, al final de esa catarata de errores, como muestran Vommaro y Gené, volvió a hacer política para la segunda vuelta y dejó con vida a la coalición para que pueda aspirar, en este 2023, a volver al gobierno.
2. Los partidos nacionales necesitan anclaje territorial (para ganar elecciones y para gobernar)
Sabemos que el bipartidismo (peronismo-radicalismo) que surgió de esta última era democrática en el país reposó sobre el poder de las estructuras partidarias, sobre su extensión a lo largo y ancho del país. Durante años estos fueron los partidos políticos nacionales más importantes en este doble sentido: porque eran los partidos que podían ofrecer competencia en la política nacional y porque eran aquellos que tenían presencia significativa en todos los distritos electorales de nuestro país. Una lectura atenta de El sueño intacto invita a pensar hasta qué punto este dato de la realidad política se transformó. No sólo por el cambio -que tan bien describió Juan Carlos Torre- que sufrió en las últimas décadas la relación del electorado y la oferta política, sino también por una relación de creciente fragilidad entre esos partidos nacionales y su capacidad de garantizar despliegue a lo largo del territorio. Es cierto que la alianza del PRO con el radicalismo fue una de las claves para que Cambiemos pudiera ganar las elecciones presidenciales de 2015 pero es igualmente cierto que el PRO desplegó una estrategia de nacionalización que fue sumamente efectiva y marcó el camino desde la consolidación en la Ciudad de Buenos Aires hasta la Casa Rosada.
Los cambios que muestra la experiencia de Cambiemos parecen indicar al menos dos transformaciones importantes en esta cuestión. La primera es que los partidos nacionales no nacen, sino que se hacen. La construcción de alianzas y la búsqueda de candidatos en todos los distritos fue un trabajo específico que el PRO desarrolló y lo hizo aprovechando las ventajas comparativas de la entente con radicales y con la coalición cívica pero mucho más allá de ellos. Darle anclaje territorial a una oferta política nacional parece un desafío y una tarea que es necesario realizar cada vez y, sobre la base de dirigencias locales y provinciales que -al menos a la luz del 2015- parecen crecientemente fragmentadas. La segunda es, sin duda, que la tarea de nacionalizar los apoyos reconoce una división entre la dimensión electoral y la de gobierno. El sueño intacto es profuso en ejemplos e ilustraciones que muestran que la eficacia de la estrategia electoral para sumar apoyos y respaldos a la candidatura de Macri así como el despliegue de candidatos propios y aliados en todos los distritos del país no funcionó del mismo modo como respaldo a las iniciativas del gobierno durante el período presidencial.
3. El menemismo es un linaje no tan reivindicado pero bien presente en la dirigencia política
¿De dónde viene el sueño que forjó Cambiemos y llevó al gobierno en 2015? Por varias aristas se pueden reconocer los vasos comunicantes de esta centroderecha actual con la experiencia del gobierno de Carlos Menem en los años ’90, como una tradición o un linaje no tan reivindicado pero bien presente. No sólo porque muchos de sus dirigentes se formaron políticamente al calor del decenio menemista sino porque éste expresa su vocación reformista.
La agenda promercado del menemismo se reconoce en el ideario macrista de apoyar y generar las mejores condiciones posibles para los sectores competitivos y globalizados de la economía argentina y soltarle la mano a los sectores menos competitivos. Recrear la dinámica de una economía abierta -aún siendo periférica y dependiente- y lograr que el impulso del desarrollo económico pase del Estado a manos privadas.
Pero pareciera también que la herencia del menemismo incluye una dimensión pragmática, un gusto y una vocación de poder que experiencias previas de partidos de derecha dispuestos a competir en la arena electoral nunca tuvieron. Un realismo político que conduce al barro de las negociaciones y los compromisos ad hoc. Que entiende el ejercicio del poder desde el Estado pero más allá de lo que indica la ética y la estética republicanas. El gobierno de Cambiemos parece haber mostrado el despliegue de un populismo de derecha que mira los fines con mayor atención que los medios y que se mueve en todos los terrenos -que las coyunturas y los problemas proponen- para lograr una victoria frente a los oponentes.
4. El corporativismo está fragmentado
El sueño intacto de la centroderecha analiza no sólo la dinámica de los actores políticos durante el gobierno de Cambiemos sino también la de actores sociales relevantes. Es así que el libro tiene dos capítulos que revelan hasta qué punto actores sociales y políticos comparten el lenguaje común de la política corporativa. Aquella que busca la representación de intereses sociales, su interlocución con actores gubernamentales y su institucionalización en el aparato del Estado. Con esa grilla puede leerse la relación del gobierno de Cambiemos con el mundo empresario y con las organizaciones del mundo del trabajo y de la economía informal.
Las coaliciones de apoyo y las coaliciones de potencial veto al gobierno estaban claras desde el inicio. Y sin embargo, el escenario de la política corporativa que mostró el gobierno de Cambiemos fue de un nivel de fragmentación que se vuelve casi una contradicción en sus términos. Los actores sociales actúan según esa lógica, pero no está claro qué intereses representan ni cómo lo hacen. En todos los casos, ya se trate de la diversidad de cámaras empresariales o de nombres propios, ya sea en el universo heterogéneo de la representación sindical o de las organizaciones sociales, los posicionamientos muestran una aleación difícilmente descifrable de interés e ideología. A su vez, las enemistades y afinidades y las condiciones de amenaza que pueden forjar coyunturas específicas deforman y transforman el posicionamiento de los actores sociales frente a las iniciativas de gobierno. La relación de actores sociales y políticos se vuelve difícilmente predecible o legible en estas circunstancias al tiempo que eso no alcanza para producir otras lógicas de funcionamiento en esos vínculos.
5. Cuanto más cerca del poder más al centro.
A medida que se acercan al poder, los partidos políticos tienden a virar al centro. Al contrario, las estrategias de radicalización suelen aparecer y ser una expresión de una distancia creciente de los agrupamientos políticos con el poder. Son siempre las estrategias centristas las que permiten resolver el problema de cómo acceder al poder a través de la vía electoral.
Ese fue el caso del PRO en 2015. El resultado fue, entre otras cosas, la alianza Cambiemos. Fue también la opción de una estrategia gradualista por sobre la terapia de shock que inspiraba a muchos sectores de la coalición en el gobierno. Sin embargo, la idea de un “segundo tiempo” que acuñó Mauricio Macri así como la persistencia de grandes dificultades económicas en el país parecen abrir la puerta para una modificación de esa dinámica propia de la vida democrática.
El escenario electoral del 2023 se fragmenta a fuerza de radicalización política y pareciera que esa puede ser una buena opción para buscar un acceso al ballotage y llegar al gobierno salteando la larga marcha del gradualismo y enfrentando la crisis persistente con programas de reformas más drásticos. Quizá sabiendo y tomando en consideración que las políticas van a estar sujetas a sus condiciones de éxito más que a los apoyos o vetos que se presenten al inicio del camino.