“Hay que amucharse: si festejamos, festejamos juntos y si tenemos que llorar un poco, lo hacemos juntos también”, alienta un hombre de unos 60 años del Movimiento Evita. Son las siete de la tarde y, aunque en C5N ya anunciaron que ganó Mauricio Macri, en la Plaza de Mayo se esperan los resultados oficiales a bombo, trompeta y marcha peronista. Hay motivos para no creer en los canales de TV y muchos se negaron durante todo el mes a mirar encuestas: “Nos pusimos anteojeras para seguir militando ¿me entendés?”, dice Alejandro, un hombre de 36 años que trabaja en una cooperativa de limpieza y vive en Presidente Perón. Tiene una remera naranja con una mano en ‘V’ y una visera en composé. La esquina de Avenida Julio Roca e Hipólito Irigoyen, entre la Plaza de Mayo y el Búnker en el hotel NH se iba llenando despacio, desde que cerraron las urnas. Cerca de las diez de la noche, se lo ve a Daniel Scioli aparecer en la pantalla gigante y todos callan. Las caras quedan iluminadas por los led. No es que se llegue a entender lo que dice -la potencia de los parlantes no alcanza-, el silencio es simbólico: mientras Scioli habla, los militantes suponen, deducen, aceptan, que el candidato del Frente para la Victoria está diciendo que el próximo presidente de la Argentina será Mauricio Macri. Algunos mueven la cabeza de lado a lado, dicen que no. Al que lagrimea, se lo abraza. Sea conocido o no. Cuando ven que el candidato termina de hablar, instantáneamente se acaba la pausa y sigue el aguante: “¡Oooh, yo soy argentino, soy soldado del pingüino!”, “¡Olé, olé, olé olé olá, a los ‘90 no volvemos nunca más!”, “¡Vamos a volver, guacho!”, “Los muchachos peronistas…”.
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El domingo del primer balotaje de la historia argentina arrancó con sol peronista. Ya desde el mediodía circulaban mensajes de whatsApp entre militantes PJ, funcionarios sciolistas y la prensa, igual que sucedió en la elección anterior. El 25 de octubre los datos de boca de urna habían empezado parejos y la distancia fue creciendo con el paso de las horas. Ayer, la corrida de boca de urna le atribuía a Analía Franco, de la consultora Analogías, una medición que daba una ventaja de 10 puntos para Macri en la Provincia de Buenos Aires y Patagonia, y mucho más en el resto del país. Al rato, la encuestadora desmintió por Twitter haber hecho la medición. Lo mismo pasó con otras: salieron a aclarar “esos números no son nuestros”. Incluso circuló una falsa captura de pantalla de un chat de Gabriela Michetti. La viveza macrista fue llamada “operación” y la palabra se repetía cuando varios canales de televisión titulaban en sus zócalos: “Ganó Macri”. En el bunker sciolista varios repetían: “cautela”, “no caigamos en operaciones”, “todo puede pasar aún”, “estamos parejos”. Hasta que no llegaran los cómputos de la Provincia de Buenos Aires, no podía saberse qué tanto podían contrarrestarse los resultados de provincias que ya se sabían malos.
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La Alianza Cambiemos ganó la elección por una diferencia de 630 mil votos, una cantidad menor a la pronosticada por las encuestadoras. “La diferencia fue muy chiquita pero hay direcciones territoriales y de clase muy claras. Entre los votantes de secundario incompleto para abajo, Scioli ganó por mucho y Macri triunfó entre quienes tienen de secundario completo para arriba”, analiza Ernesto Calvo, doctor en Ciencia Política por teléfono desde Estados Unidos, donde es docente del Departamento de Gobierno y Política de la Universidad de Maryland. La tendencia de división por clase ya se había notado en las elecciones de 2011.
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“Fue conmovedor de qué manera se han movilizado. La militancia superó a nuestro espacio político”, dijo Scioli horas después, desde la planta baja del NH, un espacio pensado sólo para el periodismo. Alberto Pérez -Ministro de Jefatura de Gabinete de la Provincia- fue el primero en subir a la tarima ubicada frente a las cámaras y dijo que había ganado la democracia y que se esperarían los resultados oficiales. Un rato después, Diego Bossio reafirmó la falta de cómputos oficiales mientras en el bunker de Cambiemos ya el aire era de triunfo. Pocos minutos después de las ocho, Gustavo Marangoni -el titular del Banco Provincia de Buenos Aires, que en los últimos días de campaña daba los discursos más sólidos para votar por el FPV- prometió que en media hora hablaría Scioli.
En el cuarto piso del hotel, al que se entraba por la puerta “nueva” -la parte más moderna- estaba el VIP. Un salón con una pantalla gigante por la que pasaban imágenes de la concurrida manifestación en Plaza de Mayo. En un momento de la noche Marangoni bajó del octavo piso -en el que esperaban los funcionarios- y se mezcló entre Diana Conti, Carlos Kunkel, miembros de la agrupación sciolista LGTBI Igualados, referentes del Movimiento Martín Fierro como Quito Aragón, allegados a Jorge Telerman y Martín Sabatella.
A diferencia de los dos Luna Park, no había personajes del espectáculo y el diseño del búnker separó a la militancia de la dirigencia. Si se ganaba, se festejaba en la calle.
La terraza daba alivio a los fumadores del VIP. A las siete y monedas empezaron a llegar algunos números sueltos. “Hay que esperar a que vengan los datos del Conurbano, parece que nos fue bien”, decía un alto funcionario sciolista en off. Para calmar la ansiedad, algunos grupos se juntaban con otros para intercambiar cómputos parciales. “Tres de Febrero, mal. Malvinas Argentinas, muy bien”. Los funcionarios subían y bajaban del octavo al cuarto.
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Ernesto Calvo estudia los vínculos entre redes sociales y política. Para él, en esta elección las redes sociales influyeron como nunca antes. “Fueron la clave para para darle argumentos a las bases para movilizarse”, opinó. En los grupos de Facebook, varios contaban su experiencias de proselitismo, sus victorias al ganar un voto, para inspirar a otros. Según Calvo, tanto en el sciolismo como en el macrismo, las interacciones no llegaban a interpelar al “otro estribo”, pero sí movían a los propios para salir. En el oficialismo, por ejemplo, hubo un grupo “secreto” de 400 mil miembros. Según los cálculos de Calvo, en el último mes hubo entre 9 y 12 millones de tuits vinculados al balotaje y sólo durante la semana del debate hubo más de dos millones. Desde el sciolismo cuentan que el gobernador estaba sorprendido por la militancia que floreció durante el último mes. Los asesores se ocupaban de mostrarle los videos y publicaciones en las redes sociales. La campaña de militancia hormiga empezó el lunes 26 de octubre: los militantes se organizaron, los no agrupados armaron convocatorias silvestres y hasta hubo funcionarios que salieron de civil a tocar puertas o charlar con los vecinos en las plazas. “Yo casi no duermo, me despierto en la mitad de la noche y salgo a dejarles cartas a mis vecinos abajo de la puerta”, contó una mujer de 27 años durante la segunda convocatoria ‘Amor sí, Macri no’, en Parque Los Andes. La primera había sido el sábado siguiente a la primera vuelta.
Las actividades tomaron la calle y crecieron a lo largo de los días. Entre la ya conocida disciplina peronista, y su organización de la dirigencia a la base activa, se mezclaron acciones nacidas en grupos y decididas en asambleas, como la de los científicos de universidades públicas que hicieron lavadas de plato simbólicas. Una cooperativa de productores en Villa Alberdi, en las afueras de Rosario, hizo una tirada de frascos de dulce de leche con una etiqueta amarilla que decía “No, Macri no”. También se movieron grupos más pequeños, como los actores que se subieron a los colectivos, o las solitarias, como la mujer que convenció a su ex marido, otra que le prometió al novio convivir si votaba a Scioli y una mamá que puso un cartel en el changuito del supermercado: “Quiero poder seguir llenándolo”. Un hombre de unos cincuenta se pasó el mes simulando que hablaba por teléfono en el subte para decir en voz alta argumentos a favor de Scioli. Se compusieron cumbias, chacareras y raps. Una quiosquera hizo su propia encuesta con clientes. Algunas historias se viralizaron por las redes sociales, como la de Ailín y la nota que pegó en el ascensor:
“Vecinos y vecinas: tengan memoria, acuérdense del 2001, yo fui con mis viejos al trueque, me llevaban a los cacerolazos cuando tenía 8 años, viví los patacones, no me pude ir de vacaciones ni a Mar del Plata. Hoy vivo sola en este edificio divino, tengo 23 años, voy a laburar y estudio sociología en la UBA (universidad pública) . ¡Qué no nos roben la felicidad! #YoNoVotoAMacri. Ailín”
Debajo del mensaje, con marcador negro, otro vecino le respondió: “Ponete al día con las expensas, Ailín”.
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Doce millones trescientas mil personas votaron a Daniel Scioli en el balotaje. “Ya desde el principio de la campaña -hace 7 meses-, una parte del voto estaba muy cristalizada y era difícil de mover. Toda la campaña y el esfuerzo de movilización estuvieron destinados a definir un grupo reducido de votantes, los que tenían cierta flexibilidad. Desde el sciolismo, movilizar funcionó para el voto propio que no estaba tan convencido pero no se logró capturar el voto delasotista, que era clave”, analiza Calvo. El costo de Córdoba es importante, son 2 millones y medio de votantes y Scioli logró un 30%. Nicolás Damin, doctor en Ciencias Sociales, dice que el FpV no logró invocar en los electores de comunidades agroproductoras la idea de que limitar sus intereses inmediatos, podría redundar en la mejora de la próxima generación. Esto minó su caudal electoral en las zona centro del país. “Las reminicencias de la idea "campo vs industria", como clivaje que estructura el imaginario político, marcó un límite a las posibilidades de un cuarto gobierno de la coalición FpV”.
El legado de tres gobiernos K se disputará por varios integrantes del frente, aunque es incierto quién logrará motorizar la renovación, que es parte constitutiva de cualquier derrota política.
Entre algunos sciolistas, circuló cierto enojo respecto a que los mismos que “antes del balotaje sacaban turno para putearnos, recién durante el último mes se pusieron a disposición”. Un funcionario contó que durante el mes del balotaje se tomó una doble consciencia: “Por un lado, creíamos que no había homogeneidad y descubrimos que al momento de los bifes contamos con el apoyo del Frente para la Victoria. Y, por otro, ellos pasaron de vernos como 'el mal necesario' o el 'anticristo' a querernos un poco, valoraron todo a lo que Daniel no renunció".
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Inés tiene 59 años y estos doce fueron mucho más parecidos al país que soñó cuando tenía 20 y militaba en el Partido Obrero, en 1976. Hoy se reivindica peronista. Es psicóloga de la Universidad de Buenos Aires pero se dedica a la producción de seguros. Esta semana se pidió unos días en el trabajo para terminar un trámite pendiente y poder jubilarse el año que viene. Milita en su barrio, Almagro, participando de las asambleas de la comuna. Habría votado a Florencio Randazzo si hubiera participado en la interna pero el día en que Scioli dijo que Zannini sería su vice, y Randazzo no quiso competir ni en Nación ni en Provincia, apoyó a Scioli. El domingo fue a Plaza de Mayo con una amiga cerca de las ocho de la noche.
Inés es la optimista del barrio. Antes de la primera vuelta, se la pasaba diciendo “ey, che, ¡Qué negativos! ¿Nadie piensa en ganar en primera?”. Desde el 26 de octubre se sumó a la movida del “Etiquetazo”, un grupo de Facebook que proponía ‘sacar el muro a la calle’ y luego publicaba las fotos de los retazos de papel blanco sobre los postes, las paredes, los tachos de basura, los bancos de la plaza. Inés anduvo por el barrio dejando mensajes. “No es por mí, no es por vos, es por todos. Voto Scioli”; “Tengo más sueños que cumplir: vivienda para todos. Voto Scioli”; “Un país para todos, un país soberano”.
El sábado a la mañana se levantó temprano y le mandó un WhatsApp a una compañera del barrio:
- Voy a salir a etiquetar, ¿venís?
- Me parece que es medio ilegal.
- Sí.
Dos horas después, se encontraron en una esquina.
- Leí que la pena son 10 mil pesos.
- Sí, yo también busqué. Lo bueno es que no es la cárcel.
Pegaron etiquetas alrededor del enrejado de la Plaza Almagro, en paredes, arriba de carteles. En un momento de la tarde pasaron por un local de La Cámpora y saludaron a unos compañeros que tomaban mate en la puerta. “Shh, no digan nada, estamos violando la veda”, dijo Inés y mostró disimuladamente los papelitos que guardaba en el bolsillo.
El domingo cerca de las nueve de la noche, con la remera de Scioli 2015 puesta, dice: “Espero que Daniel hable y nos diga que ganamos ya”. Cuando el candidato termina su discurso, Inés no dice más nada y se abraza con su amiga.
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Nicolás tiene 26 años y es de San Juan. Ahora vive en Once, estudia abogacía y trabaja en un call center. Hasta 2009 era “recontra anti-k”. Estudió algunas materias de la carrera de Economía en la Universidad de Quilmes y le cambió la cabeza. Ayer a la noche, con remera y visera naranja, contó:
- Yo era el típico que decía ‘basta de mantener vagos’, pero cuando me explicaron el sistema capitalista, entendí que no puede ser el mercado el que regule todo.
Según el sociólogo político Nicolás Damin, el FPV demostró en la segunda vuelta que su estrategia de largo aliento es construir una representación partidaria centrada en la ampliación de la democracia y la distribución del ingreso, tanto geográfica como social. Esto le permitió traccionar el apoyo del entramado de agrupaciones y simpatizantes del universo de las izquierdas y del peronismo.
Sobre la calle Roca se arma un pogo: una veintena de jóvenes grita ‘Patria sí, colonia no’ formando un círculo. Del centro de la ronda apretada, sale el ministro de economía Axel Kicillof. Saluda, sube a un auto corriendo y un custodio da el “ok” para que el chofer arranque.
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El cuarto piso la terraza está repleta, circulan jugos, agua con gas, gaseosas. Jóvenes y no tanto, trajes y ropa informal, remeras naranjas. Cada tanto se detienen para preguntar la hora, como si fuera un partido, como si hubiera que saber cuánto falta para los 45. Hay una prudente esperanza, aunque las noticias son malas. Los que se saludan dicen: “Me hubiera gustado verte en un momento más alegre”. Oscurece. Dos mozos sacan un trípode y colocan en dos rincones una pantalla de luz blanca. Horas atrás, un militante le hacía un chiste a otro: “Tranqui, están contando votos, a las once ganamos”. Ahora está solo, en un rincón, con un vaso de jugo de durazno. Mira hacia la calle Alsina. Ve flamear las banderas de Descamisados y Juventud Peronista en Plaza de Mayo. Escucha los bombos.
De pronto todos se mueven en bloque de la terraza al salón con la pantalla gigante que todo el tiempo transmitió imágenes de la concentración. Héctor Griffini, referente de Igualados, con el pelo con un jopo y la camisa entallada, abraza a cuatro compañeros frente a la pantalla. Los televisores de la pared también muestran a Scioli. Quienes estaban sentados, se ponen, serios, de pie. El silencio es total. Una pareja se toma de las manos. Un hombre de cincuenta años, de remera naranja, canoso, toma el hombro de un joven con saco. Junto a su hija Lorena y su esposa Karina Rabolini, rodeado de su gente, de su equipo, el gobernador comienza a hablar, firme y estoico. Detrás de él, la pantalla proyecta un “Gracias”. Estoicos, tristes, sus militantes escuchan. En sus casas, en el bunker, en la plaza.
-Será para mí inolvidable todas esas manos que pude estrechar, esos abrazos, esas demostraciones de afecto. Siento que fui cosechado durante esta campaña lo que fui sembrando a lo largo de mi vida. Argentina se transformó, se ampliaron derechos, se mejoró la distribución del ingreso, se fue poniendo al país en un lugar donde seguramente siempre hay cosas para mejorar y cosas que faltan.
Los cinco chicos de Igualados se juntan más entre sí, son un bloque fuerte mientras escuchan.
-Agradezco a los más de diez millones de ciudadanos que nos dieron un respaldo en función de lo que representa nuestra propuesta- dice Scioli.
Los militantes frente a la pantalla aplauden sin sonreír. Fuerte, tres veces. Cuando Scioli termina, el aplauso se extiende aún cuando la pantalla se apaga. Despacio, todos rumbean al ascensor. Quienes bajaron por la escalera se encuentran con algo inesperado: Daniel está en la vereda, camina hacia Plaza de Mayo.
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Una valla rodeaba la entrada del hotel sobre la calle Bolívar y una pared de madera la dividía de la plaza. A algunos custodios los toma por sorpresa y deben correr tras el candidato. Lo siguen Martín Sabatella, Carlos Zannini y militantes del bunker. Se abre la puerta de madera y el candidato, habiendo reconocido la derrota minutos antes, se mete entre la gente. Hay apretujones, alientos a lo “olé, olé, olé, Scioli, Scioli”, gritos de “gracias, Daniel” y la cantata de la juventud peronista. Los empujones casi hacen caer a quienes sostienen las cañas, mástiles móviles de banderas. Hay jóvenes desesperados por abrazar a Scioli y los hombres de seguridad se colapsan. Una chica con una remera que dice “patria sí, colonia no” se toma una selfie, mientras llora y ríe a la vez. Un veinteañero de remera naranja logra darle un beso en la mejilla y gritarle “fuerza compañero”. Minutos después, Scioli vuelve a atravesar la puerta improvisada. Cerrarla tras él es difícil, hay gritos y empujones. Los patovicas no pueden con el furor militante: varios se cuelan a la calle Bolívar y lo siguen. “Cuidado, lo van a hacer caer”, grita una mujer. Daniel tropieza. Sonríe mientras avanza, levanta la mano, los dedos en “V”. Se detiene junto al auto. “Gracias, Daniel”, “Vamos, Daniel”. Saluda con la puerta del auto abierta, mira a los ojos de cada uno: a esa altura son unas treinta personas. Cuando se agacha para meterse al auto, empiezan a cantar la marcha peronista y Daniel Scioli sale otra vez.
En su retirada, el auto se detiene tres veces; él baja a saludar junto a Karina Rabolini, rodeados, cada vez, de banderas de Peronismo Militante, JP Descamisados, Movimiento Evita y Quebracho.
Ya pasadas las once de la noche, recuperada, Inés manda un mensaje al grupo de WhatsApp de toda su familia: “El 11 de diciembre empieza la resistencia. ¡Fuerza a todos, los quiero mucho!”. El búnker ya está casi vacío pero la esquina de la Catedral sigue llena de juventud. Los militantes del Movimiento Evita, La Cámpora, Nuevo Encuentro, Peronismo Militante, Descamisados, Seamos Libres se agrupan, cantan, saltan. Los resultados son definitivos: Macri es presidente por una diferencia de más de dos por ciento de los votos.