—¿Cómo te llevás con que te digan puntero?
—Para la mierda. Puntero es el que lucra con la pobreza y yo trabajo para que la gente viva mejor—dice Maximiliano Sahonero, el líder joven del PRO de Villa 20.
Prefiere que lo llamen “referente barrial”. Tiene 30 años, fue presidente de la juventud PRO y hoy está décimo en la lista de legisladores de Horacio Rodríguez Larreta: si se mantuvieran en julio los resultados de las PASO, es probable entre a la Legislatura. Es devoto de la virgen de Urkupiña, nieto de bolivianos de Cochabamba, hijo de un carpintero que se formó políticamente con el Padre Mugica en Retiro y de una mujer que maneja un comedor comunitario desde hace más de una década. Nació, creció y militó en la villa 20, dentro de la Comuna 8, donde el PRO acaba de volver a ganar: obtuvo un 46 por ciento de los votos en las primarias de la Ciudad de Buenos Aires.
El sábado a la mañana, cuando faltaban 36 horas para el festejo del PRO, Sahonero se metía té con miel e ibuprofeno de combustible porque somatizaba: “No duermo más de 4 horas por noche, estamos a full”. Transpiraba y tosía. “Traeme otro té, gordi”, le pedía a la moza en Delfín Gallo al 5600, Lugano. Ese bar es su centro de operaciones. En la mesa de al lado Víctor, su papá, tomaba agua tónica con limón y conversaba con amigos “de toda la vida”. Cada tanto, Maxi se levantaba y le preguntaba algún dato puntual. El Sahonero grande lo averiguaba y después se lo gritaba. La historia política del padre y el hijo se explican juntas o no se explican. “Nací rodeado de política”, dice Maximiliano mientras Víctor repite que sin su hijo no hubieran logrado ni la mitad.
Macri será Mauricio, Larreta será Horacio, pero los Sahonero son los Sahonero. Así los llaman los vecinos: tanto los que dicen que dejan todo por el barrio como quienes los acusan de quedarse con vueltos. Víctor llegó a la villa en 1978. Tenía 17 años y los militares le tiraron abajo la casa de chapa que compartía con un amigo en la villa 31. Lo subieron a un camión y lo arrojaron en un descampado de Villa 20. Ahí conoció a su mujer, tuvo 4 hijos (Maxi y tres hermanas), recolectó maderas para hacer muebles, cirujeó pedazos de otros para rearmar y tuvo una pizzería. En 1999 fue electo presidente de la Cooperativa de Vivienda 25 de marzo: esa fue la herramienta de los Sahonero para acumular poder territorial.
Maximiliano define a María Eugenia Vidal, la Vicejefa de Gobierno porteño, como su “punta de lanza”. La conoció a fines de los ´90, cuando “Mariu” (así le dice) era estudiante y encuestadora del Grupo Sophia –uno de los think tanks que fue semilla del PRO-. Cuando Vidal entraba al barrio, Maxi era el encargado de guiarla y ayudarla a encontrar el perfil de vecino que precisaba: “ama de casa con cama adentro”, “obrero de treinta años”, “joven estudiante”, etcétera. Cuando en 2008 ella asumió como Ministra de Desarrollo Social de la ciudad, lo convocó.
—¿Fue fácil para vos sumarte al PRO?
—En la vida hay que tomar decisiones. Fue fuerte. Nos costó. Todos tenemos prejuicios. Pensábamos “che ¿qué onda esto? Es raro, quieren ayudar desinteresadamente. Epa”. Pero no nos pedían nada a cambio y no nos exigían que movilizáramos gente a los actos: eso fue lo primero que nos sedujo.
—¿Y después? Tu militancia barrial siempre estuvo enmarcada en el peronismo, ¿cómo saldaste ese debate ideológico?
—Mirá: si ser de derecha es dar educación y entregar títulos de vivienda, entonces tíldenme de derecha. Están los polos cambiados: en un país donde el desorden es regla, la revolución es el orden. Yo no soy filósofo, economista ni librepensador. Soy un ciudadano racional que si llego a fin de mes, la plusvalía ponela donde vos quieras. Llamalo Lenin, Marx, Perón, o Mauricio. La gente no vive de ideas, nosotros somos pragmáticos.
Sahonero es larretiano de cepa. Comparte con el candidato a Jefe de Gobierno la mirada concreta, estratégica y numérica de la realidad y festeja el modo gestionario de concebir la política que tuvo el partido desde su nacimiento.
—No nos llamaron para militar, nos invitaron a tra-ba-jar. La relación política se fue dando y hoy no nos arrepentimos ni en pedo. Maximiliano recuerda una charla motivacional con Mariu. Fue dos días antes de cerrar las listas para las PASO cuando salían de un evento de la juventud PRO en el Hotel Castelar. Ella le pidió que la acompañara al auto y ahí, ya solos, le dijo lo orgullosa que estaba de todo lo que él había logrado. Maxi lo cuenta y se emociona. Para él es “muy fuerte que se lo diga una número uno”. Sahonero fue presidente de la Unidad de Proyectos Especiales Construcción Ciudadana y Cambio Cultural –dependiente de Jefatura de Gabinete- y ahora está encargado del despacho de Vidal.
En 2003, Macri perdió en el balotage contra Aníbal Ibarra para Jefe de Gobierno. En aquella época el ex presidente de Boca decía cosas como “al ciruja me lo llevo preso” y culpaba a la “inmigración descontrolada” por los problemas de los porteños. Ya en la campaña siguiente (2007) el discurso empezaba a aggiornarse. Más consensualista, el PRO mostraba menos a sus enemigos: “I love Argentina”, decía la remera de la niña de la foto que se volvió viral. Aunque se lo veía a Macri sobre una tarima para no pisar la basura y todavía usaba el verbo “erradicar” cuando se refería a las villas, el candidato había decidido lanzar su campaña desde el basural de Lugano. En 2011 se suma Sahonero al PRO. En 2013 muestra fuerza al interior del partido: le arrebata la conducción de la juventud a Marcos Peña. Con la agrupación “La 24”, el militante territorial pasó a ser el líder de esa juventud que hasta entonces sólo reclutaba estudiantes de universidades privadas. En Mundo Pro, Gabriel Vommaro, Sergio Morresi y Alejandro Bellotti dicen que “Sahonero representa una pequeña revolución en sí mismo. El ingreso de un partido de centroderecha al mundo de la militancia popular tradicionalmente peronista es una alteración profunda de las lógicas que han dominado la construcción política barrial”.
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Villa 20 queda a 5 minutos del bar donde desayuna el candidato, que ya no vive en aquel lugar. Sahonero estaba entusiasmado con ser el guía de una gestión en su barrio. “Prestame el auto, Clau”, pidió a una amiga y arrancó. Las paradas fueron en la canchita a la que le pusieron pasto sintético (conocida como “la canchita de los paraguayos”), el Polo farmacéutico, el Polo educativo (la escuela 19), el predio donde construirán la Villa Olímpica y el Hospital Cecilia Grierson en plena reforma. Gestión, gestión, gestión. Después frenó en la nueva sede del Ciclo Común Básico (CBC) que se inauguró en agosto. Al lado tiene una escuela técnica que depende de la Universidad de Buenos Aires, un proyecto conjunto entre Nación y Ciudad. Maxi bajó del auto y se sentó en la vereda:
—¿Ves? Esto es lo que a mí me emociona. Cuando mi hija -que ahora tiene 3 años- crezca, voy a poder decirle que su papá fue parte de esto. A esto me refiero cuando digo que soy “pragmático”: quiero cambios reales, quiero llegar a los 50 y que mi hija vaya a la universidad.
Ya de nuevo en el auto, al referente le sonó el celular. Era un compañero del colorido local del PRO que le contaba que encontró a Dafne –una joven de 16 años- llorando porque la habían echado de la casa. “Perá un segundo, pásame el número”, le respondió Sahonero. Con uno de sus celulares anotó el teléfono, con el otro llamó a Belén, la mamá de la joven:
—Hola, señora. Maxi Sahonero le habla. Escúcheme: encontramos a su hija llorando. Está muy triste. Dice que usted la echó de su casa.
Del otro lado Belén lloraba y le decía que su hija no la quiere.
—Pero por favor, ¿cómo no la va a querer? Su hija la adora, la quiere mucho. Pero entienda: es una adolescente, tiene una edad complicada. Reconsidere la decisión: dejar a su hija en la calle es la peor opción.
Charló siete minutos, cortó triunfante y llamó con el veredicto: “Listo, la va a dejar volver. Preparale un plato de comida, que se quede un rato ahí, contenela”, le dijo a su compañero.
Dafne estaba sentada en la puerta del local del PRO, en Riestra al 5800. Chusmeaba quién ganaba en el metegol que hay en la puerta y seguía los movimientos de Marcelo Martínez (referente del local), Alberto Benito (Secretario General de la Comuna) y Carlos Elvira (un economista ex radical que se ocupa de hacer números, pronosticar, sacar estadísticas, comparar resultados). Ellos tres organizaban la batuta: para la comuna 8, el partido capacitó 468 fiscales, les pagó 350 pesos a cada uno y les armó el desayuno, el almuerzo y la bolsita.
—Acá les damos una carpeta con los datos de la mesa, la autorización, un resaltador, dos biromes, una regla y tizas para el conteo —decía Elvira y se desesperaba por abrir una y mostrar en detalle.
Desde ese mismo local organizaron la campaña de Larreta. Hubo tres estrategias: mesas en las que regalaron helados, pochoclos y volantes, timbreo y sobreo (dejaron en los domicilios, a nombre del titular, boletas de Horacio). Los militantes usaban pecheras blancas con el multicolor que caracterizó la campaña del Jefe de Gabinete y sombreros de ingeniero amarillo fuerte.
—Estas otras pecheras amarillas y el informe de gestión solamente los repartimos quienes somos empleados del Gobierno de la Ciudad, no mezclamos —quiso aclarar Elvira.
“¿Ves? Somos como una gran familia. Qué nivel de locura esa mujer, estas cosas me parten el alma”, decía mientras tanto Maximiliano. Estaba contento con haber ayudado a Dafne y apretaba el acelerador para ir a las nueve manzanas (la 4, la 5, la 6 y de la 10 a la 16) manejadas por la cooperativa que preside su papá. En ese polígono viven 750 familias (el 5 por ciento de los vecinos) y las casas son de material, tienen ventanas para airear la casa, hay veredas y los terrenos están delimitados. Lo hicieron los propios vecinos con la cooperativa. “Fue un trabajo quirúrgico: hubo un caso en el que llegamos a tener 108 reuniones con un par de vecinos para que uno cediera un metro al otro”, contó Maximiliano mientras estacionaba en la puerta de lo de Claudia, la primera vecina en todo el barrio que recibió la escritura. En el mismo momento, de otro auto se bajaba Víctor Sahonero.
Los primeros acuerdos para construir viviendas con el Gobierno de la Ciudad los hicieron en la época en que Aníbal Ibarra era Jefe de Gobierno aunque según Maximiliano no llegaron a entregar ninguna escritura. Nunca los ayudaron tanto como la actual gestión, repitió. “La urbanización de una villa es un cambio cultural: no se hace en tres años. Nosotros dimos más escrituras que cualquier gobierno peronista”, dijo. Y puntualizó, como si la cifra fuera desorbitante: en 2013, el PRO entregó 15 escrituras. Y hoy suman "más de 200", aunque no recordaba la cifra exacta.
“El sector cooperativo del cual forman parte los Sahonero bastó para que el macrismo pudiera agitar la bandera de los logros de gestión”, escriben Vommaro y Morressi. Según el propio Maximiliano, en Villa 20 hay “entre 20 y 25 mil personas”. El Censo de 2010 indica que eran 19 mil. En Mundo Pro, los autores calculan “30 mil familias, 74 mil personas”. La población total de la Ciudad es de casi 3 millones. “Es uno de los distritos del país que empeoró en mayor proporción su situación habitacional entre 2001 y 2010, producto de un incremento muy importante de la población en villas y asentamientos”, explicó por teléfono Eduardo Reese, Director del área de Derechos Económicos Sociales y Culturales del CELS. En ese período –según se lee en unos cuadros que adjuntó luego por mail-, la informalidad de la ciudad aumentó en un 69 por ciento: se agregaron más de 54 mil familias a villas, asentamientos o casas tomadas.
El 30 de diciembre de 2013, los Sahonero entregaron la primera escritura a Claudia, de la mano del Gobierno de la Ciudad. Lloraron todos.
—¡Ahora lloro cuando tengo que pagar el ABL! – bromeó Claudia cuando recordaron aquel día.
Vive en Larraya 4159, tiene 49 años y es auxiliar en una escuela. Su marido Miguel tiene 62 y trabaja en el Gobierno de la Ciudad, igual que Yaquelina, su hija de 25. La hija menor se llama Karen, tiene 17 y está cursando el secundario en un acelerado. Los perros se llaman Tomás, Yara y Minina. Las paredes son turquesa; el centro de mesa es una planta kokedama; la tele, finita; el mantel, de plástico; la bebida, Sprite; el mate, de lata. En la repisa hay un adorno de fernet tamaño mini y un souvenir con la forma de Campanita, el personaje de Disney. Claudia se largó a hablar cuando ya estaban todos sentados en la mesa: la familia entera y Sahonero padre e hijo.
—Yo lo odiaba a Víctor, lo quería matar vivo. Me metí en la cooperativa porque quería vigilarlo de cerca y lo conocí: me cerró la boca. Trabajan de verdad para la gente. Para nosotros, que nos entreguen la escritura es entrar en un nivel social distinto. Yo soñaba con no ser más marginal. Ahora uno siente que pone los ladrillos sobre algo seguro.
Olga, la mamá de Claudia, tiene 82 años y llegó a Villa 20 en 1947, durante el primer peronismo. En ese entonces había 12 casitas prefabricadas, con baño afuera.
—¿Me podrían nombrar fundadora del barrio, no? —reclamó Olga. Los Sahonero sonrieron. Sus nietas la miraron con una vergüenza tierna.
—Mirá lo que está diciendo, mamá –decía Yaquelina para cortar a la abuela. Pero Claudia no prestaba atención: estaba buscando algo en el mismo sobre en el que guarda la escritura.
—Acá está, mirá, los villeros queremos pagar —dijo y revoleó un ticket de RapiPago que decía “$ 105, 55 ABL”.
Para ella, pagar los impuestos es importante.
—¿Entendés lo que quiero decir? No todos los villeros somos iguales. Yo quería salir a decirlo a la televisión cuando fue la toma del Papa Francisco porque esa gente no necesitaba casa.
***
El 24 de febrero de 2014 empezó la toma del predio lindero a Villa 20, a metros de la avenida Cruz y Larraya. Fue sobre un ex cementerio de autos, del que acababan de terminar de remover la chatarra por orden del Poder Judicial de la Ciudad. Las primeras carpas se montaron sobre la tierra contaminada de óxido y esa noche asesinaron de dos tiros en el pecho y uno en la pierna a Osvaldo Soto, hijo de una de las fundadoras de Villa 20 (Trinidad Loaiza). Hubo varias versiones del crimen pero lo cierto es que esa madrugada, en Lugano, había tres ausentes sin aviso: el fiscal de turno (Carlos Fel Romero), algún representante del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y la ambulancia del SAME. Los vecinos tuvieron que subirlo a un colectivo pero murió antes de que lo atendieran.
Al día siguiente a la mañana, ya había 500 familias instaladas entre chapas, lonas, palos, telas. Madres, padres, hijos, jóvenes, viejos, amigos durmieron en el pasto, entre las cenizas de las fogatas que calentaron una de las noches más frías del verano.
“La toma del Papa Francisco dejó ver que no hay tal urbanización: no están las calles asfaltadas, no hay cloacas ni desagües pluviales, y el tendido eléctrico son marañas de cables”, dijo Facundo Roma, comunero del Frente Para la Victoria. El conflicto volvió a poner sobre la mesa el incumplimiento de la ley de urbanización de la Villa 20 (la 1771, sancionada el 11 de agosto de 2005): “El polígono comprendido por la Av. Francisco Fernández de la Cruz, eje de la calle Pola y línea de deslinde con el Distrito U8 será destinado a viviendas y equipamiento comercial”, dice el texto de la norma.
Aunque el fantasma del desalojo estuvo siempre presente –ya en febrero el fiscal Rolero decía públicamente que los sacarían “pacíficamente o no”-, las topadoras llegaron el 23 de agosto. Judith tiene 25 años, vivía con el marido y las hijas de 3 y 5 y dormía cuando escuchó gritos. Los oficiales de la Metropolitana le tiraron la puerta abajo, la empujaron y la obligaron a salir. Evelina dormía en short y remera y cuando la policía entró llegó a llevarse solamente el documento y el abrigo. Hubo seis detenidos.
Todo pasó en el mismo cacho de tierra y pasto en el que, en 1978, los militares tiraron a Víctor Sahonero. En aquel entonces, él era un pibe de la calle huérfano, que vivía con un amigo. Eran las 7 de la mañana y volvían de comer asado y bailar rock en una escuelita de la zona. Se encontraron con topadoras y la casa destrozada. “Cascarita, o te subís al camión, o te quedás acá”, le dijeron. Entendió y subió. Esa noche les pegaron y les avisaron: “Acá nada de organización, eh”. Pero Víctor sigue militando hasta hoy, 37 años después. Solo que ya no en el peronismo clandestino de la villa de los setenta, sino en el más exitoso partido de derecha que haya tenido la ciudad.
—¿Cuando viste a las topadoras desalojar el Barrio Papa Francisco recordaste las que te echaron a vos?
—Yo no estaba de acuerdo con la toma. Ordenadamente se logran más cosas que así. Esa gente tenía casa. No es que esté en contra de los villeros: estoy a favor de vivir mejor – cortó en seco el Sahonero mayor.
Después del desalojo de agosto, el Gobierno de la Ciudad construyó un muro que le pone fin a la villa: un mensaje de “hasta acá”. La zona lindera al predio está mucho más lejos de la urbanización que las manzanas exhibidas por los Sahonero a los visitantes. Angélica Urquiza es la mamá de Kiki Lezcano, un pibe de 17 años al que la policía mató, filmó herido y abandonó como NN. El domingo se postuló para comunera en la lista de Seamos Libres y recorrió los angostos pasillos de la villa como pez en el agua: los conoce a la perfección desde 2009, cuando buscaba a Kiki por los rincones.
—¡Che, Mirtha! ¿Sabés qué andan diciendo por ahí? ¡Que la villa se está urbanizando! ¿Podés creer? —le gritó a una vecina mientras señalaba las cloacas. En esa parte del barrio la mierda no sólo se huele: la mierda se puede ver porque rebalsa de las cloacas que improvisaron los vecinos. En las habitaciones, que se alquilan a 2000 pesos por mes duermen hasta 9 personas.
—Yo estuve en la toma –contó Olga, que alquila un cuarto con vista al muro. Adentro del cubo de cuatro por tres y sin ventanas, hay tres camas y siete colchones.
Silvia también estuvo:
—Cuando nos sacó, el Gobierno nos dio 1800 pesos durante diez meses para que alquilemos. Yo no tengo garantía ni tengo la plata para entrar a un departamento. Sólo puedo alquilar en la villa y ahora, que se está por terminar el subsidio, me quedo sin nada.
Dos grandes dudas quedaron revoloteando entre los pastizales del ex basural: qué significa necesitar una vivienda y quién gana y quién pierde con las tomas, los desalojos, y la construcción de casas. “Hay dos o tres fulanos que son los dueños de todas las habitaciones que se alquilan. No hay un control de quién tiene casa y quién no, no hay una organización: así nunca se va a urbanizar”, dijo Victoria Montenegro, la Secretaria de Derechos Humanos en Kolina que se crió con sus apropiadores en Lugano I y II.
Para Resse, del CELS, el problema es más amplio: “No es solamente un problema de política habitacional sino también de política urbana: se promovieron suntuosos emprendimientos inmobliarios en la Ciudad de Buenos Aires, aumentó el precio del suelo, y se expulsa a los sectores medios y pobres. Esa política pública elitista generó una suerte de segregación que está invisibilizada”.
Pero Maxi lo cuenta distinto: “Que suba el precio de la tierra quiere decir que la ciudad creció, que la ciudad vale”, dijo terminando la recorrida del barrio. Faltaba ir a la salita de salud.
—No se puede pasar ahora con el auto porque está la feria, pero está muy bien.
—Los vecinos dicen que está colapsada y que siempre hay cola.
—Es cierto. Cola hay. Pero es un tema de costumbres: los turnos se pueden pedir por teléfono. A eso me refiero cuando hablo de un cambio cultural. Me acuerdo de una anécdota: hace un par de años ayudamos a una señora a construir una casa con habitaciones. Cuando la terminamos, la señora seguía viviendo con sus hijos en un sólo cuarto. No se adaptaba a la idea. Esto es un proceso largo.
La salita de Villa 20 cierra a las cuatro de la tarde y no abre los fines de semana. Tiene dos candados en la puerta y un cartel: “Señores padres: debido al poco espacio en la sala y el robo de un cochecito, traer por favor cadena candado para amarrarlo”. Montenegro contó: “Antes funcionaba las 24 horas. Sabías que, ante una amenaza, estaba. Ahora está abandonada. Hubo un maquillaje del PRO pero no hay medicamentos y hay pocos profesionales. La gente que llega con un niño con fiebre se desespera. A un padre, eso lo vuelve loco”.
Sobre la Avenida Cruz está el Hospital Cecilia Grierson, en pleno proceso de ampliación pero sin funcionar. Los vecinos lo llaman el “hospital fantasma” y es una de las mayores preocupaciones del “espacio de los jueves”, una reunión semanal de vecinos y organizaciones sociales. “Pasaron 28 años desde la decisión de la construcción de un Hospital de Agudos de 250 camas para Villa Lugano, Villa Soldati y Villa Riachuelo”, escribieron en su último comunicado. Recién en 2005 –el mismo día en que se votó la urbanización- salió la ley para construirlo. Pero todavía no se terminó y, durante una audiencia convocada por la Jueza Elena Liberatori, el PRO prometió terminarlo para 2020. Mientras tanto, la Comuna 8 no tiene hospital propio.
Cuando a los pibes del barrio les pasa algo, terminan en el Hospital Piñeiro o en el Santojanni. Ahí murió Papu (Brian Ayaviri) el año pasado: fue uno de los dos jóvenes que la policía acribilló el 7 de agosto, en plena villa. “Nunca vas a pagar porque sos rati de la federal”, dice el mural que lo recuerda. A pocas cuadras hay otro por Joni, el pibe de 17 años que iba en el mismo auto que Papu cuando la policía les disparó. La versión oficial dice que los adolescentes habían robado un auto, que dispararon, que fue un tiroteo. Pero los vecinos acusan a la policía de haberles puesto un anzuelo y denuncian que los fusilaron.
Sobre el crimen de Papu y Brian, Sahonero dice que “perder un hijo es lo peor que te puede pasar en la vida”, que “hace falta un cambio en la cabeza de la Policía Federal” y que “el protocolo de la Metropolitana es mejor: el uso de la fuerza es el último recurso”.
La villa 20 está repleta de santuarios: Camila Arjona, Kiki Lescano, Joni y Papu. El barrio está atravesado por la violencia institucional.
—La policía pasa por la esquina donde nosotros paramos y nos verduguea, nos dicen que estamos en “el pasillo de la muerte”. Qué sé yo, no hay que tenerles miedo pero uno sabe que, tarde o temprano, te van a agarrar —dice un pibe de 17 años, amigo de Jonathan.
Carolina Stanley, Ministra de Desarrollo Social, dijo por teléfono que en Villa 20 trabajan sobre miedos. “Con el programa adolescencia trabajamos los proyectos de vida. La idea es que empiecen a decidir su futuro, que vivir en la villa no sea un condicionamiento. Hay que acompañar, entender las vulnerabilidades”. Pero Angélica -la mamá de Kiki- dice que nunca nadie del PRO se acercó a preguntarle si precisaba algo y los amigos de Jonathan coinciden.
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En la Comuna 8 el PRO obtuvo el 46 por ciento de los votos, cuatro puntos más que en las elecciones de 2011. En aquellos comicios, la comuna había estado por debajo del total: sacaron 47,1 a nivel general y 42 allí. En el circuito electoral 89 (que incluye a la Villa 20 y representa casi el 35 por ciento del total de la comuna) obtuvieron 44,60: un punto y medio menos que el total pero 7 puntos más que en 2011. “Crecimos muchísimo, la gente está volviendo a creer porque vieron que las cosas concretas suceden”, interpretó Sahonero.
La relación entre el PRO y el FPV en ambas elecciones tuvo una particularidad: fue la comuna en la que el FPV hizo su mejor elección. En 2011 obtuvo 37,9 y el domingo 26,5.
Larreta le ganó la interna a Gabriela Michetti en la Ciudad (28 puntos a 18) y el partido se mostró unido en bunker unificado del 47 por ciento. “Estoy muy contento: la gente debate ideas pero después vota realidad. El laburo garpa”, contó anoche Maximiliano, entre tos y tos.
El domingo Sahonero hizo hasta donde el cuerpo le dejó. Se había levantado a las cinco y la noche anterior casi no había descansado: “No me podía dormir de los nervios, la cabeza me maquinaba a full”, contó. Desde el amanecer, estuvo todo el día de jogging cargando y descargando botellas de agua y pilas de boletas en los autos particulares que distribuían por las escuelas de la comuna. Al mediodía se sentó en un puff del local y ordenó su billetera. Necesitaba parar unos minutos. Pero le sonó el teléfono, le avisaron que su hija ya estaba vestida y se paró de golpe. Lo emocionaba ir con la nena a votar. La pasó a buscar con el auto, metió el sobre en la urna y volvió al local. Se quedó en el barrio hasta las seis de la tarde y después manejó hasta el bunker de Larreta, en Tacuarí 324 a esperar los resultados.
De ahí se fue hasta Costa Salguero. Llegó a las ocho de la noche. Se encontró en el estacionamiento con Larreta y se abrazaron. “Un abrazazo terrible”, dice Sahonero, que recuerda este diálogo con el candidato:
—Gracias por la oportunidad, Horacio. Felicitaciones.
—Hay que esperar – respondió Larreta.
—Ya ganamos, Horacio, olvídate.
—Ganó el PRO.