Hay escenas que sacuden y calan en lo profundo por su potencia para articular muchos planos, lo personal, lo político, lo generacional, el drama compartido y la alegría del encuentro posible. Los protagonistas de la historia que voy a contar son una abuela, una madre, cinco estudiantes normalistas de Atequiza, un normalista de Ayotzinapa enlazado por el teléfono y un ministro.
Es una historia que se tejió con prisa pero con paciencia, con amigos en Argentina que ayudaron con hilos, puntadas y una profunda generosidad; es una historia que transcurre una mañana soleada en Guadalajara, pero que en realidad comienza muchos años antes.
Sabíamos que Estela de Carlotto esa abuela argentina que acumula más energía y bondad que años, estaría en la ciudad. Que importante sería, pensamos, que se encontrara con los normalistas de Atequiza, esa Normal que también ha padecido persecución y descrédito; que se reuniera con las madres de FUNDEJ, la asociación de familiares de desaparecidos en Jalisco que lleva adelante una búsqueda-lucha que los desgarra pero los hace fuertes. ¿Sería posible?
Lo fue.
Sentada en el sillón de la sala, como una de nosotros, como una interlocutora atenta, Estela escuchó con esa escucha que viene de la sabiduría, de la paciencia de la que ha transitado esos caminos del dolor y del horror, de la empatía con el dolor del otro, de la otra, primero la historia de Guadalupe “Lupita” Aguilar, esa madre que se ha agigantado en la misma medida en que se achica la legitimidad de las autoridades en este país. Le contó la historia de su hijo desaparecido, sus trajinar por oficinas, su valentía para enfrentar cuerpos destrozados con tal de tener una mínima certeza. Nada, hasta ahora. Sin descomponerse con el relato, Estela la miraba apenas distrayéndose lo necesario para respirar y darle un sorbo al café.
“Nos hemos tenido que convertir en madres investigadoras”, soltó Lupita, al narrar cómo fue desentrañando las inconsistencias del culpable fabricado que le presentaron. Ahí, el cuerpo de Carlotto, modificó la posición, su cuerpo se alertó como queriendo alcanzar a Lupita, como si esa sola frase hubiera detonado su propia historia, la de los años y meses y días en las que ella misma, Estela, fuera una investigadora y con el gesto de sus ojos aprobara la acción, porque ella misma trajo a su nieto de regreso. Ensimismada en su relato, Lupita siguió contando y con cada palabra llenaba el espacio de una profunda fuerza: se entrevistó con policías, el supuesto asesino de su hijo, entró a las morgues y se fue haciendo la que es hoy.
Ah, la técnica del “garrón”, dijo Raúl Zaffaroni, hablando por primera vez, atento después del silencio que había guardado en esa amorosa reunión que nos cobijaba a todos los presentes. Los mexicanos entendimos por contexto, “garrón” no es una palabra nuestra, de hecho creo que carecemos de una formulación popular para designar al culpable fabricado. Y nos explicó, como un buen maestro, las tácticas que utilizan esos poderes oscuros.
Estela elogió, aconsejó, acompañó con palabras tan fuertes y claras como cariñosas, el relato de Lupita, le hizo sentir-saber que no están solas estas, nuestras madres mexicanas; se detuvo en lo que fue su experiencia con los padres y madres de Ayotzinapa con quienes se había reunido en la Ciudad de México. Memoria, verdad y justicia, son la clave en estos procesos tan difíciles.
Sí, analizamos las diferencias entre la situación mexicana y la argentina. Allá, dijo Carlotto, nuestros hijos desaparecieron en dictadura, acá estamos hablando de un gobierno constitucional, la gente votó. No había tiempo para un análisis detallado de lo que esto significa. Pero fueron apareciendo a lo largo de la conversación, girones y trazos de esta diferencia.
Y allí, en ese momento, tocó el tiempo a los estudiantes. Tan articulados, tan claros, tan extremadamente jóvenes. Y Carlotto y Zaffaroni los escucharon como si fueran sus iguales, sus amigos. Preguntando, aclarando. De la historia de su escuela Normal a la historia de las Normales en México, los jóvenes pasaron a la narración de los hechos del 26 de noviembre, cuando fueron intimidados por la Fuerza Única de la policía en Jalisco, golpeados, amenazados, dispersados, lo que ocasionó una fuerte reacción de una sociedad ya movilizada. Ayotzinapa ha sido eso, un encender alertas y articular esfuerzos para que nunca más este horror vuelva a repetirse.
El mundo entero está viendo, está movilizado, dijo Carlotto, con una sonrisa tan enorme que alcanzaba para iluminarnos a todos. Argentina ahora mismo está movilizada por esta gran tragedia que nos atañe a todos. Y este es el momento para impulsar los cambios que se necesitan.
Se habló de las posibilidades de acudir a la Corte Interamericana, de lo que sigue, de la necesidad de no bajar la guardia. Del trabajo de Gobernanza Ciudadana y su proyecto de banco de ADN, bajo resguardo ciudadano. Y una frase crucial, que me sacudió especialmente: del cuidado de los “pibes” que nos corresponde a los adultos, dijo Zaffaroni.
Y entonces, una de las estudiantes le preguntó a Estela, “yo quiero entender lo que es una dictadura”. Momento luminoso, porque al responder y contar su propia historia, Estela de Carlotto no hizo sino hablar de la historia de Argentina. Nos llamaron locas, yo padecí soledad social, dijo. Pero nunca paré, no pararemos porque nos faltan 300 nietos. Quizás fue el momento más estremecedor de esas largas pero insuficientes dos horas, porque tanto los estudiantes normalistas, como Lupita y nosotros, los testigos, entendimos mejor por qué en estos ya largos dos meses, la fuerza nos sostiene y nos impulsa a no parar, porque no solo faltan estos fundamentales 43 de Ayotzinapa, no solo debemos arropar a las madres y padres y cuidar a los pibes, sino porque sabemos, lo entendimos de mejor manera hoy: se trata de la esperanza y de la risa, de la solidaridad y el abrazo, de la lucha cotidiana que no admite descanso. De ese tamaño es la generosidad de Estela, de las Abuelas, de las Madres.
A punto de cerrar con los abrazos y los besos, pudimos enlazar con Ayotzinapa, Eduardo habló con sus compañeros de Atequiza, les dio ánimos. Les dijo, “no vamos a permitir que el gobierno de carpetazo” y fue hermosa su palabra. Pero fueron Carlotto y Zaffaroni, quienes al teléfono dijeron: No están solos, a cuidarse, a ser inteligentes y a sostener la lucha por la verdad, la justicia y la memoria. La palabra nos hermana, nos salva, nos compromete.