Foto: Ricardo IV Tamayo
El escenario del sábado 17 en el Malecón de la Habana era conocido. Sol, calor y olas golpeando una y otra vez contra el paredón centenario. La convocatoria también lo era: “defender la Revolución”, esta vez actualizada con el slogan “a Cuba ponle corazón”.
Hasta el número de asistentes no sorprendió. Miles y miles de personas: jóvenes y adultos, hombres y mujeres, marchando y danzando, vestidos con banderas, retratos y carteles que respondían al llamado del presidente Miguel Diaz-Canel en “La Piragua”, a metros nada más del monumento a las víctimas del acorazado “Maine”. La excusa que los Estados Unidos utilizaron para entrar en guerra con España en 1898 y comenzar su “protectorado” sobre Cuba.
Esta escena podría haber ocurrido en cualquier momento, pero se trataba de una marcha convocada por el Gobierno cubano en respuesta a las movilizaciones del 11-J. Lo raro, lo distinto, lo atípico había sucedido una semana atrás, llegando a días de máxima tensión.
Las primeras manifestaciones se habían iniciado en San Antonio de los Baños (cerca de La Habana), Palma Soriano (Santiago de Cuba) y Matanzas y enseguida se replicaron en distintas ciudades, con distintas consignas y una denuncia común: la crisis sanitaria, alimentaria y económica que vive la isla y que se profundizó con la pandemia.
En un primer momento, Díaz-Canel salió a las calles a conversar con la población. Horas más tarde guardó sus intenciones de diálogo y llamó a los cubanos “a defender la Revolución”. Lo que pudo haber terminado en catástrofe derivó en encontronazos entre manifestantes y fuerzas policiales, y en varias detenciones.
Lo externo
“Las protestas del 11J no pueden explicarse sin pensar, analizar y visibilizar también los ensamblajes de la política de asfixia y desestabilización del gobierno de los Estados Unidos respecto a Cuba -relaciona la académica Ailynn Torres-. No es un elemento aislado, se conecta con las dinámicas sociales, políticas y económicas del país, se condicionan mutuamente.”
El Covid interrumpió a nivel global una de las industrias más rentables de la vieja normalidad: el turismo que, sabemos, es también uno de los núcleos más importantes de la economía cubana. A la suspensión de arribos provenientes de Estados Unidos y a la restricción del envío de remesas establecidas por Donald Trump, -medida que la administración de Joe Biden aún mantiene- se le agregó el cierre total de los vuelos a nivel mundial. Según un estudio de la CEPAL, el 11% del PBI de la isla depende del turismo; por eso muchos de quienes salieron a la calle se vinculan directa o indirectamente con ese rubro.
El pueblo cubano también llegó al límite por el impacto de la segunda ola. No es casual que las protestas hayan comenzado, además, en la Provincia de Matanzas, donde se dieron los mayores picos de contagios en las últimas 3 semanas.
En 2020, el gobierno tuvo la crisis bajo control, pero en los últimos meses la situación sanitaria comenzó a empeorar. El 21 de julio se reportaron 7.745 contagios y 65 muertes, llegando a un total de 308.559 contagios y 2.137 fallecidos por Covid, sobre una población de 11 millones de personas. Ubicado en el puesto 64 de infectados en el mundo 104 de muertos por millón a nivel mundial. Bélgica, con la misma cantidad de habitantes y ninguna de todas estas restricciones, al día de hoy tiene una cifra de 1.108.675 de infectados y 25.213 fallecidos.
A pesar de todas sus limitaciones, durante la pandemia más impactante de la historia reciente, Cuba envió las brigadas “Henry Reeve” de médicos sanitaristas a todo el mundo para ayudar a la lucha contra el COVID-19. En este momento, desarrolla cinco vacunas para frenar al virus, dos de ellas (Soberana 02 y Abdala) en fase 3, muy cerca de ser aprobadas, y con un porcentaje de efectividad que supera el 91%.
La sumatoria de bloqueo y pandemia tuvo como principal emergente la falta de insumos.
“La producción nacional ha sido exitosa para cubrir necesidades locales de medicamentos. Pero en este contexto, faltan componentes para producirlos y dinero para comprarlos”, explica el jurista cubano Julio César Guanche.
Esto también se manifiesta en la escasez de alimentos: Cuba importa el 70% de los productos que necesita a un costo de más de 2.000 millones de dólares al año. Por las dificultades económicas que se profundizaron en pandemia, el abastecimiento interno se ha vuelto un problema mayúsculo.
Semanas antes del 11-J, hubo regiones que quedaron a oscuras. Los sucesivos y prolongados cortes de luz fueron provocados por daños en las centrales eléctricas Antonio Guiteras. Esta situación no es nueva, y se explica por un aumento del consumo eléctrico y por la dificultad para conseguir repuestos que garanticen el mantenimiento adecuado.
Lo interno
Entre la economía y la pluralidad de voces
Desde finales de 2020 Cuba aplica una serie de medidas económicas llamadas Tareas de Ordenamiento. Algunas de ellas fueron la eliminación de subsidios a los servicios y alimentos, recortes en la asistencia social, que se agregaron a la más compleja de implementar: la unificación monetaria que implicó, en los hechos, la devaluación de la moneda nacional. El impacto fue mayor en los sectores más empobrecidos de la sociedad, y que pandemia mediante llegaron a julio con una situación económica crítica.
Pero la sociedad cubana ya había dado señales. “Fue en noviembre de 2020, pasó inadvertida”, plantea Julio César Guanche.
El 27 de noviembre de 2020, los problemas relacionados con la situación económica y sanitaria comenzaron a mostrar expresiones de malestar importantes que terminaron de expresarse en la puerta del Ministerio de Cultura. Varios grupos denunciaron el arresto de Denis Solís, miembro del Movimiento cultural San Isidro (MSI). Solís fue arrestado el 6 de noviembre: un policía entró a su casa sin una orden de allanamiento y se lo llevó por desacato, aplicado en tiempo récord.
Ese día y los que vinieron fueron una muestra de los reclamos que muchos sectores de la sociedad tienen para con el gobierno. Incluso hubo personas que no estaban de acuerdo con el MSI pero vieron en la manifestación una oportunidad de hacer oír sus demandas y exigir la apertura de canales de diálogo, expresándose en la calle y a través de las redes sociales.
Guanche sintetiza: “Si mezclamos el aumento de la injerencia de los Estados Unidos, la acumulación de problemas no resueltos en la política del Estado cubano, la acumulación de índices de pobreza y desigualdad y la pandemia, obtenemos una situación explosiva”.
“La trama de la sociedad civil cubana se ha vuelto densa -comenta Ailynn Torres-. Su tejido es más colaborativo, participan más actores, hay más demandas en juego. El espacio digital hace que todo esto sea menos marginal.”
Julio Antonio Fernández Estrada, cubano licenciado en Derecho e Historia y Doctor en Ciencias Jurídicas aclara que las del 11 de julio: “No fueron marchas contra el país, ni para tumbar un gobierno, ni para tomar instituciones del Estado. Vi marchas para ir a lugares. En La Habana nadie fue a la Plaza de La Revolución. Nadie fue a ninguna institución de gobierno. La gente caminó por donde podía y dijo lo que pudo”.
Fernandez Estrada plantea que “el bloqueo no depende de nosotros, la pandemia no depende de nosotros. Es decir: esta crisis ya no depende de nosotros. Se trata de tomar medidas democratizadoras, de ir hacia el pluralismo político y económico, de proteger a las personas más pobres, de mantener los valores del socialismo; de que haya equidad, justicia y canales para que las personas que piensan diferente existan política y económicamente”.
El post
Una tensa calma en Cuba habría llegado por las medidas anunciadas por Diaz-Canel. El gobierno tomó nota de las demandas y habló con la prensa durante tres días seguidos.
El presidente tuvo el tono mesurado que lo caracteriza, pero una impronta mucho más conciliadora. Si bien apuntó que detrás de muchos grupos manifestantes existían intereses foráneos, reconoció las demandas de “personas insatisfechas, con incomprensión, con falta de información y también con deseos de manifestar su situación particular”. Planteó la necesidad de que el Estado llegue más a esos barrios, con todas las organizaciones y las estructuras, y reanimar las formas de participación popular y de funcionamiento de las organizaciones de masa, las barriales y, sobre todo, las instituciones.
También anunció medidas destinadas a generar un cambio -y alivio- económico. Se restableció la posibilidad de importar alimentos y medicamentos sin tope, se modificó la escala salarial y el funcionamiento de la libreta de abastecimiento, esto le permite a más gente obtener alimentos a precios subsidiados.
Pero eso no es todo porque durante esa semana, las redes sociales y muchos medios intentaron mostrar a una Cuba que seguía movilizada. Se instaló el hashtag #SOSCuba en el que demandaban “ayuda humanitaria” y pedían por un “corredor sanitario” para la isla. Pero enseguida esas versiones fueron echadas por tierra, ya que no se registraron otras manifestaciones opositoras.
Estas propuestas y esa forma de abordar cada una de las dificultades y/o problemas que surgen en Cuba son una constante en la historia de la Revolución. Pero hablando de historia, es interesante analizar cómo no se planteó la necesidad de un “corredor sanitario” cuando el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, subestimó la pandemia hablando de “Gripezinha” mientras su país escalaba ininterrumpidamente hacia la cifra actual de 542.214 muertos y 19.376.574 contagiados.
Tampoco se instaló masivamente el pedido de un “corredor humanitario” cuando el pueblo colombiano salió a protestar a las calles por la crisis del COVID-19 y las múltiples desigualdades que existen en su país, mientras el gobierno de Iván Duque dejaba un saldo de 60 muertos y más de 700 heridos. O cuando semanas atrás, luego de meses de protestas callejeras en Haití, el país más pobre de Latinoamérica, su presidente Martine Möise fue asesinado por un grupo mercenario.
Y a nadie, en su delirio más extremo, se le ocurrió demandar un corredor humanitario cuando estallaron revueltas sociales a lo largo y ancho de los Estados Unidos tras el asesinato de George Floyd, ni cuando su Donald Trump fomentó un autogolpe de Estado socavando la legitimidad e institucionalidad de una de las democracias más antiguas del mundo.
Aunque algunos vengan de larga data, los conflictos en Cuba responden a problemas del siglo XXI. Por eso, una clave para leer su actualidad es hacerlo en contexto latinoamericano y mundial. No con discursos anacrónicos de una Guerra Fría que terminó hace treinta años y que mantiene armas (como el bloqueo) vigentes hasta hoy. Sino respetando su soberanía y entendiendo sus complejidades, en el marco de un siglo XXI inestable y en conflicto permanente, donde las crisis económicas, sociales, culturales y climatológicas se replican de norte a sur y de este a oeste.