El debate del aborto partió al país con una lógica diferente a la que lo viene dividiendo desde la mitad del siglo XX: ya no peronismo-antiperonismo/no peronismo, sino progresismo (laico)/conservadurismo (confesional). Eso puso en escena las profundas diferencias culturales que hay al interior de los partidos en Argentina, pero también la manera en que estas diferencias se relacionan con clivajes regionales: más que el desarrollo económico, es la influencia de la Iglesia en la vida pública, su capacidad de formar y moldear las élites políticas y los círculos de poder, y el peso de los sectores conservadores en esos círculos, lo que pareció estar en la base del “costo diferencial” que tuvo el voto en este tema para los diputados que provenían de los heterogéneos rincones de la extensa Argentina.
Silvia Lospennato, diputada de la provincia de Buenos Aires, y miembro del PRO, dio un celebrado discurso casi al cierre del largo debate en la cámara baja. Y generó adhesiones de todos los colores. La identificación con el otro produce sorpresa, quizá hasta satisfacción, al permitir poner entre paréntesis aquello que separa. Más aún cuando se trata de una fuerza política que, ya antes de llegar al gobierno nacional pero mucho más desde entonces, se construyó en gran hostilidad con el progresismo argentino, primero en términos culturales (al tratar con desdén bienes colectivos caros a esos sectores, como la defensa de los derechos humanos y el juicio a los responsables de su violación en la última dictadura; al proponer una nueva “doctrina” en materia de seguridad que parece ver las libertades civiles como obstáculo, etc.); más recientemente, en términos socio-económicos, con la radicalización del programa de ajuste y el regreso a los condicionamientos del FMI. El discurso de Lospennato tuvo ese efecto, aunque no fue el único.
Muchos se sorprendieron al escuchar el discurso de la secretaria parlamentaria del interbloque Cambiemos y vocal del Consejo Nacional del PRO, que discurrió por los argumentos más progresistas en torno a la defensa del aborto legal, seguro y gratuito, y hasta reivindicó a militantes feministas de izquierda como Dora Colodesky y Lohana Berkins. ¿No se trata, después de todo, de una miembro del bloque de un partido de centro-derecha? ¿Qué tiene que ver su discurso con el que ofreció el jefe del bloque de PRO en la cámara Baja, Nicolás Massot, quien sostuvo que el proyecto en debate proponía crímenes peores que los de la dictadura?
Lo primero que hay que recordar, y que desarrollamos en Mundo Pro, primero, y en La larga marcha de Cambiemos, luego, es que PRO es un partido heterogéneo y pragmático. En ambos puntos se distingue de la derecha tradicional argentina. Heterogéneo, porque junto con el personal político conservador –que tan bien representa Massot, en su discurso y en su linaje–, incorpora otros grupos políticos, en especial peronistas y radicales, que le permiten conectarse con electorados con los que tradicionalmente la derecha no estableció relaciones. Pragmático, porque esa incorporación supone también sumar ingredientes de tradiciones políticas ajenas al conservadurismo liberal clásico. Por caso, elementos progresistas en la esfera cultural, un discurso social y una interpelación emotiva antes que programática de los electores. También es pragmático al lograr articular esos grupos y esas tradiciones políticas, muchas veces contrapuestas, en una argamasa político-electoral que hasta el momento se ha mostrado muy eficaz.
La propuesta de Macri de lanzar la discusión parlamentaria sobre el aborto en la apertura de sesiones ordinarias del Congreso en marzo de 2018 expresa este pragmatismo, así como un sentido de oportunidad y un saber leer el tiempo histórico que, hasta el momento, caracterizó a PRO. La legalización del aborto era una demanda social que circulaba persistente y profundamente por círculos cada vez más amplios e influyentes en la opinión pública. Contaba con colectivos movilizados entrenados en producir grandes movilizaciones, definir demandas e intervenir de manera competente en el espacio de la comunicación política. Además, la bandera forma parte de un programa de largo aliento que está produciendo un cambio societal en Argentina. El poder conquistado por las mujeres obliga a reinterpretar prácticas y modos de ser y de pensar a la luz de una historia larguísima de desigualdades y subordinaciones. No está claro si el gobierno era consciente de la profundidad de la estructura de poder que podía conmoverse con su propuesta. La banalidad inicial de buena parte de los discursos de sus principales figuras –el propio presidente, su jefe de gabinete…– era un reflejo de viejas certezas. La movilización hizo avanzar la discusión hasta terrenos no anticipados. Probablemente cierta inconciencia permitió que el debate tuviera lugar. Y escenificó esa otra grieta, cultural, que atraviesa a la mayor parte de las fuerzas políticas argentinas.
El debate sobre el aborto tensionó fuertemente la heterogeneidad bien gobernada de PRO, y puso a prueba su pragmatismo en relación con temas que despiertan pasiones políticas, pero también morales. Massot y Lospennato expresan dos interpretaciones diferentes del macrismo: la conservadora y la liberal. El partido del orden y el reformismo republicano. Las esperanzas de unos y otros dan cuenta de la amplitud de los apoyos electorales porteños al macrismo y luego extendidos a Cambiemos a nivel nacional. Lospennato viene del peronismo, llegó a PRO de la mano de Emilio Monzó, cuando se produjo el primer gran desprendimiento del peronismo kirchnerista, tras el conflicto con el campo de 2008. No expresa el peronismo conservador popular de Cristian Ritondo, sino uno más moderno y liberal, forjado en los años noventa.
No debe sorprender que PRO sea objeto de miradas tan diversas como lo es Cambiemos. El peronismo y el radicalismo crecieron en su historia en base a malos entendidos de este tipo. No hay partido policlasista y competitivo que no esté basado en alquimias de esta naturaleza. Por caso, sólo con la ruptura entre el núcleo del kirchnerismo expresado en el Frente para la Victoria y el justicialismo en sus otras formas los votos de los bloques de origen peronista se alinearon de manera homogénea en el debate sobre la legalización del aborto. En cambio, no lo hizo lo radicalismo, que con las brasitas del poder logra mantener unidos a sus tensos fragmentos.
El debate sobre el aborto mostró que las pertenencias partidarias importan, como importan las diferencias regionales. Llamativamente, las diferencias de género no pesaron (50 mujeres diputadas votaron a favor del proyecto, 49 en contra; los hombres se distribuyeron 79 a 76, respectivamente). En cambio, los diputados del noroeste, de Cuyo y Córdoba votaron mayoritariamente en contra (por caso, ningún representante proveniente de Salta y San Juan votó a favor), en tanto que los que provienen de provincias del Centro y la Patagonia lo hicieron mayoritariamente de manera afirmativa (no hubo votos negativos entre los representantes de Río Negro y Tierra del Fuego). Los bloques de la izquierda y del FPV votaron mayoritariamente a favor, en tanto que los del peronismo federal, el Frente Renovador y Cambiemos tuvieron aproximadamente dos tercios de votos en contra y un tercio a favor. En el bloque oficialista, fue clara la diferencia entre los radicales (el 60% de sus diputados votaron a favor) y los macristas, que mantuvieron la proporción total del bloque de un tercio a favor/dos tercios en contra.
En resumen, PRO fue el grupo parlamentario con mayor proporción de votos en contra, pero también fue la fuerza que habilitó el debate en el Congreso, y la que proveyó algunos de los discursos más elaborados y progresistas. El peso de las pertenencias partidarias no debe hacernos olvidar que los partidos argentinos se construyen con facciones heterogéneas, y que lo que pesa en cada período, lo que da el tinte a la propuesta que las fuerzas políticas elaboran e impulsan, es la facción que la conduce, que conforma lo que los politólogos llaman la coalición dirigente. El peronismo produjo el menemismo y el kirchnerismo porque fue conducido por grupos diferentes en cada momento. PRO es controlado desde sus orígenes por la misma coalición dirigente, formada por nuevos políticos provenientes del mundo de los negocios y de las ONG, asistidos por dirigentes de derecha que ya hicieron el duelo de la tribuna de doctrina al aceptar el camino pragmático al poder[1]. El grupo que orienta las estrategias macristas entendió que había que aceptar que un debate que ya estaba en la sociedad llegara al Congreso por el cauce de la agenda oficialista. Al dar libertad de acción a sus diputados, permitió que los más progresistas, provenientes del peronismo o del radicalismo, se asociaran con sus pares de otros bloques para tejer junto a la fuerza social movilizada una trama compleja que incorporó nuevos apoyos y que terminó por visibilizarse, en la noche fría pero inmensamente festiva del miércoles 13 de junio, como una imparable ola verde. El discurso de la diputada Lospennato honró esa trama, y se asoció a las cientos de miles de personas que se movilizaron en las calles de Buenos Aires y de otras ciudades del país. Si la facción liberal de PRO consiguió apalancarse en esa movilización y mostrar nuevos circunstanciales socios, la facción conservadora quedó entrelazada con el peronismo federal y con una porción del radicalismo que se le parece. La primera mostró un vínculo con la calle diferente al que tuvo en otros debates, como el de la reforma previsional de diciembre de 2017. La segunda, se asentó en el lugar de la derecha argentina acunado por su larga historia.
Lo extraordinario del debate de este tiempo en torno al aborto es que habilitó esas combinaciones. Probablemente, cuando se traten otras reformas vinculada con la desregulación de mercados y la austeridad fiscal las cartas volverán a ordenarse y todas las facciones de PRO jugarán en el sentido que proponga la coalición dirigente. Es esperable que diputadas y diputados que generaron empatías progresistas vuelvan a ubicarse en el lugar de quienes causan rechazo en esos grupos. Y entonces deberá recordarse, una vez más, que la vida política –y sus conflictos– nunca se juega en una sola dimensión.
[1] Esta historia nos ocupamos en La larga marcha de Cambiemos.