Crónica

El caso de las turistas francesas


Zamba para un padre solo

En julio de 2011, en un departamento de las zonas más recoletas de París, Jean Michel Bouvier vio en la televisión que su hija Cassandre había sido asesinada en Salta. Este experto en finanzas públicas viajó y se convirtió en un militante por la Justicia: fue a todas las audiencias, se mandó a hacer remeras con la frase “estoy deshijado” y terminó defendiendo a dos acusados de matar a su hija. La historia de un hombre en busca de una verdad que se le escapa.

Publicado el 9 de junio de 2014

En un estudio de televisión salteño, un rato después de la sentencia del juicio por la violación y asesinato de su hija, Jean Michel Bouvier espera su turno para salir al aire. Está agotado: la audiencia duró doce horas. E inquieto: sabe que a ese programa también irá Daniel Vilte, uno de los acusados absueltos. Y sucede. Se lo cruza. Después de 70 días sentados en lados opuestos de un juzgado, es la primera vez que estos dos hombres, de países, culturas, y clases sociales distintas, se encuentran en calidad de víctimas.

Cuando Vilte lo ve, estalla en llanto. Le dice que él no mató a su hija, que no tiene nada que ver. Bouvier ya lo sabe: él mismo había pedido su absolución. Al ver la desesperación del chico, el francés también se quiebra. Y lo abraza.

—Sé que sos inocente. Ahora tenés que cuidar a tu familia. Educar a tus hijos en la verdad. Tu esposa siempre te acompañó.

Vilte casi no puede hablar pero le dice que sí. Le agradece por haber creído en él y en Gustavo Vera, el otro acusado que estuvo encerrado tres años injustamente. Bouvier se aparta un poco y le pide un favor: que se ocupe de cuidar el monumento a su hija Cassandre y su amiga Houria en la Quebrada de San Lorenzo, a minutos del centro de Salta capital. Que vaya todos los meses, en su nombre. Que no deje que lo cubra la maleza. Que lo tape el olvido. Y Vilte promete.

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El  29 de julio de 2011 un turista chaqueño paseaba por la Quebrada de San Lorenzo, un paraje de montañas tan hermoso como salvaje, cuando se topó con un cuerpo. Al principio pensó que era alguien dormido; después vio la sangre seca, los tajos en la espalda y los ojos abiertos. La mujer estaba boca abajo, semidesnuda y muerta. Era Cassandre Bouvier, una historiadora francesa de 29 años que se había tomado unos días de vacaciones en el norte argentino, después de participar de un coloquio en Buenos Aires. El chaqueño salió corriendo a avisar los empleados de ese lugar turístico. Como nadie le hizo caso, él mismo fue a la comisaría a hacer la denuncia. La policía fue a rastrillar y encontró otro cuerpo a pocos metros del primero. También era el de una chica. Tenía los mismos cortes y golpes, también tenía los pantalones bajos. Pero a diferencia de Cassandre, que fue ejecutada con un tiro en la cabeza,  a la segunda muchacha la habían baleado por la espalda. Houria Moumni era una socióloga francesa de 24 años, compañera de Cassandre del Instituto de Altos Estudios de América Latina de la Sorbona. Hija de inmigrantes marroquíes, había crecido en los suburbios de París, en una casa humilde. Llegó al coloquio de Buenos Aires gracias a una beca y tenía planeado quedarse a estudiar un tiempo en Argentina. Pero esto todavía nadie lo sabía. La prensa empezó a hablar de “dos turistas francesas asesinadas en Salta”. Esas fueron las palabras que Jean Michel Bouvier vio en la placa un informativo francés. Así, el 30 de julio de 2011, a las 11 de la noche, en un departamento de las zonas más recoletas de París, fue como se enteró de la muerte de su hija.

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Cuando tenía once años, Jean Michel se escondió. Su madre lo había llamado para que se despidiera de su papá, un constructor de ferrocarriles, segunda generación de colonos franceses en Rabat, Marruecos. Su marido se acababa de morir y la viuda quería que su hijo lo viera por última vez. El niño no quiso. Pataleó, gritó y se escondió hasta que se llevaron el cuerpo.

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—Yo ya tenía un carácter muy fuerte y mi madre no pudo obligarme. Pero desde ese día me quedó una marca. Una fisura. Siempre cargué con la culpa de no haber visto a mi padre una última vez. De haberme escondido, en todos los sentidos del término.

A partir de ese episodio, Bouvier cree que creció de golpe. Con la madre se mudaron a Francia y el hombre prometió hacerle frente a todo lo que viniera. No ocultarse nunca más.

Medio siglo después, cuenta esto en un departamentito de una ciudad que, por la luz y el paisaje, lo traslada a su Rabat natal. “Ironías de la vida”, dice. “Salta está cargada de dolor, cada lugar me recuerda la muerte de mi hija y sin embargo me traslada a una infancia que fue muy feliz”. En este espacio espera la sentencia de su hija. En el lavadero hay ropa colgando y sobre la mesada fruta y café. Después de que el resto de su familia se volviera a Francia, pidió mudarse a un lugar más céntrico. Le gusta hacer todo caminando. Se lo puede ver a diario sentado en el mismo café de la plaza 9 de julio. “Voy porque acá no tengo conexión a internet pero también para sentirme un poco más normal”. Un rato antes de esta entrevista, había pasado el plomero. Eso lo tenía nervioso. Los argentinos son impuntuales, dice – todas las audiencias del juicio empezaron al menos una hora más tarde-  y ya se veía hablando de la muerte de su hija y lidiando al mismo tiempo con un señor en el baño que no hablaba francés. Bouvier no habla español y además tiene sentido del humor, lo que al principio pude descolocar. La  articulación discursiva y lucidez de este ex militante del Mayo Francés, que lo muestran al mundo como un ejemplar de la clase media bien pensante y progresista parisina,  se matiza con una calidez que va más allá de los buenos modales. Cuando se relaja por momentos parece un niño. Una mezcla de abuelo sabio  y un  niño.

Quizás por eso no sorprenda que vuelva a la infancia una y otra vez cuando habla y vuelva a esa promesa de sus once años: no ocultarse nunca más. Eso, explica, hizo que después de un divorcio temprano, criara solo a sus tres hijos, acompañara a hasta el final a su segunda mujer durante la agonía de un cáncer y, tras el asesinato de su hija y su amiga, asumiera por completo el rol de familiar de víctima, poniendo la cara, reuniéndose con las autoridades sacó solicitadas en la prensa de su país e inició una campaña para que la figura de “femicidio” fuera incorporada al Código Penal francés. No tuvo suerte.

—Ahora me doy cuenta que para que eso sucediera tenía que cambiar todo el sistema penal de mi país, que no tiene perspectiva de género. Las mujeres seguirán muy desprotegidas hasta que esto no pase. No podrán tener libertad hasta que la justicia no considere su maltrato y matanza como un crimen contra la humanidad.

Fue también por ese dar la cara siempre, que se enfrentó dos veces al cadáver de su hija. Primero solo. Después con sus hijos Aliénor y Florian. 

—Yo no quería obligarlos pero sabía que si no se despedían nunca se lo iban a perdonar. Entonces les dije que yo los acompañaba. Fue durísimo. A pesar del formol, del cuerpo manoseado y ultrajado, Cassandre tenía una expresión trágica, de lucha. Tenía una dignidad que pude reconocer, que era bien de ella. A veces pienso que son fantasías mías, pero estoy seguro de que murió combatiendo.

Cuando dice esto, este hombre canoso, de barba crecida y mirada inteligente, se desarma. Hace casi tres años que mataron a su hija y desde entonces llora todas las mañanas. Su discurso racional y su estoicismo durante el juicio conviven con la fragilidad de un padre que no esconde ni la angustia, ni la emoción.

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Después del reconocimiento del cuerpo, los trámites legales y cinco días de encierro en un hotel, Jean Michel fue a comprar un aguayo. Era para envolver el cajón. Quería que su hija fuera enterrada con algo querido, que le diera un sentido a su muerte, aunque él prefiera hablar de ausencia:

—Sé que ella está muerta, muerta, muerta. Pero para mí eso no tiene ningún significado en términos de trascendencia. Soy ateo y sé que no la voy a volver a ver. Lo que yo siento es su ausencia.

Le falta su hija del medio. Una chica tan vital como brillante. Generosa y abierta. Cuando la describe, le cambia el tono y la expresión. Y conmueve.

Estaban formateados igual, no necesitaban hablar para entenderse. Se peleaban, también. Ella le tomaba el pelo. Le decía que se estaba avejentando. Que se dejara de joder con tanto pesimismo.

—Ese viaje a Salta teníamos que hacerlo juntos. Yo no pude ir porque me operaron de la columna. Y a veces pienso que si no me hubiera dedicado tanto al trabajo, habría cuidado más mi salud. Si hubiera estado más pendiente. Todo el tiempo me asaltan estos pensamientos, pero sé que tengo que dejarlos ir y concentrarme en buscar la verdad. Es lo que mi Cassandre hubiera querido.

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Buscar la verdad se convirtió en el Grial de Bouvier. Así lo define. Su Grial. Desde el principio, los datos de la investigación no le cerraron. Estudió el expediente de memoria y había muchas inexactitudes, cabos sueltos que iban desde la fecha de la muerte hasta la sospecha de pruebas plantadas, detenciones arbitrarias y torturas policiales.El juez encargado de la instrucción, Martín Pérez, desoyó testimonios y ordenó cerrar el caso lo más rápido posible. El supuesto suicidio del jefe de la Brigada de Investigaciones Especiales, Néstor Píccolo, en la mitad de la investigación, alimentó las hipótesis de que, detrás de ese crimen, había algo más grande. Que se estaba protegiendo a personas poderosas y encarcelando inocentes.

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-Jean Michel cuestionó todo desde el inicio. Desconfió de todos, incluso hasta de mí. Algunas personas lo quisieron marear con información falsa, con teorías conspirativas. A veces dudó en exceso, lo que no quita que haya tenido razón con el tema de la etapa de la instrucción- cuenta Nicolás Durrieu, uno de sus abogados.

En agosto de 2011, la policía hizo detenciones masivas entre vecinos de la zona de San Lorenzo. En su mayoría eran hombres pobres, sospechosos solo por el hecho de vivir cerca de la escena del crimen. Finalmente dieron con una pista certera: una llamada desde el teléfono de Houria. El teléfono lo tenía la novia de Gustavo Lasi, el hombre que fue condenado la semana pasada a 30 años de prisión por violar y matar a las chicas. Pero Lasi no fue al banquillo solo. Después de confesar la violación (habían encontrado su adn en el cuerpo de Houria) dijo que quienes las habían matado eran Daniel Vilte y Santos Vera. Que él paseaba por la zona de la Quebrada cuando los vio golpeándolas. Que ellos lo obligaron a violar y que después se fue. Aunque el arma homicida, una carabina calibre 22, era propiedad del padre de Lasi y no había pruebas contra ellos, Vilte y Vera fueron imputados. En los dos años y diez meses que estuvieron encarcelados negaron todo y en el juicio oral contaron cómo fueron picaneados y golpeados para que se hicieran cargo del crimen. Hasta el último día, gritaron su inocencia.

Y Bouvier los escuchó. Cuando faltaba una semana para sentencia, sus dudas fueron demasiado fuertes y se terminó separando de la querella inicial. Después de hablar con su ex esposa, sus hijos y la familia Moumni, decidió apartarse y pedir la absolución de Vilte y Vera. Fue un momento difícil. No quería romper con el pacto de solidaridad pero a su vez callarse no era una opción. No podía convalidar que dos inocentes fueran condenados. Su hija Cassandre nunca se lo hubiera perdonado. Y se quedó solo.

Este experto en finanzas públicas, que convivió toda su carrera entre ministros y altos funcionarios franceses, dedicó los primeros meses de su jubilación a buscar justicia a miles de kilómetros de su casa. Se lo veía en las audiencias con una computadora y una grabadora donde lo registraba todo con la ayuda de su traductor. Se mandó a hacer remeras con la foto de su hija y las frases “estoy deshijado” o “contra la impunidad judicial”. El primer día del juicio, leyó entre lágrimas la “Oda a Cassandre”, del poeta francés Pierre de Ronsard.

“De modo que si me crees, bonita/mientras tu lozanía vive y palpita/ en su más rozagante novedad/ tu juventud cosecha de una vez/ porque como a esta flor, ay, la vejez hará que se marchite tu beldad/”.

—Cassandre, a diferencia de la del poema de Ronsard, no llegó a vieja. La vejez no hizo que marchitara su beldad. Tuvo el destino trágico de la heroína de la mitología griega. La otra Cassandre, la que fue violada y asesinada.

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Al convertir cada uno de sus gestos en símbolos, Bouvier se fue transformando, para gran parte de la sociedad salteña, en un paladín de la justicia y dignidad. Participó de las “marchas de las velas blancas” junto a otros familiares de víctimas, criticó el clasismo y el racismo imperante en la provincia, mandó construir una escultura y erigió un monumento en homenaje a las dos chicas asesinas y a todas las mujeres víctimas de violencia.

Marcelo Arancibia, el abogado que defendió ad honorem a Daniel Vilte y declaró “es la primera vez en mi carrera que defiendo a un inocente” no esconde su admiración por Bouvier.

—Lleva la integridad en su estructura. Tiene el humanismo a flor de piel y la racionalidad de pensamiento. Es un intelectual. Yo me emocioné mucho cuando vino a hablarme después de los alegatos y me felicitó. Antes me miraba con desconfianza y ahora me estrechaba la mano con esa mirada penetrante que él tiene. Me sentí muy pequeño frente a tanta grandeza.

Las críticas de Bouvier a la sociedad salteña coexisten con el “cariño que le tengo porque mi hija amaba esta cultura”. Pero los sentimientos son encontrados. La Salta de postal, la “linda”, esconde dramas que son, justamente, los que él tuvo que encarar desde el principio.

— Sé que lo que digo puede molestar. Sé que el término “sociedad feudal” que usé no le gustó a muchos. Soy medido, pero digo las cosas. Sé también que hay gente, argentinos o franceses, incluso algunos amigos, que quieren embarcarme en luchas que no son mías. Tampoco soy un salvador de nadie. Algunas personas que se me acercan son muy amables y muy humildes; muchas veces invisibles. Y veo que se encomiendan a Dios o al destino. Y yo no soy creyente, entonces me cuesta mucho entender esa lógica de funcionamiento.

Media hora antes de que se conociera la sentencia que condenó a Lasi a 30 años de cárcel y absolvió a Vilte y a Vera,  en la puerta de la Ciudad Judicial salteña familiares de los dos acusados inocentes sostenían pancartas. “Michel Bouvier, gladiador francés. Hombre justo y de ley”. El cartel estaba pegado a una bandera del Papa Francisco.

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El jueves pasado, tres días después del encuentro con Vilte en el canal de televisión, Jean Michel Bouvier abandonó Salta y regresó a París, a su  departamento de Saint Germain de Près, donde una foto de Cassandre en blanco y negro lo mira desde la pared.

—Cuando vi su foto en el diario con su valijita en el aeropuerto, se me encogió el corazón. Imaginarlo volviendo solo a su mundo sin conocer lo que realmente pasó con su hija, me causa mucha indignación. Acá en Salta deja una estela de resistencia y nobleza. Yo voy a acompañar a Daniel Vilte a cuidar el monumento de las chicas-  diceel abogado Arancibia.

—Estoy conforme con la sentencia. Fue un juicio justo. Pero una condena no es una victoria. Esto no es un partido de fútbol. Ahora iré por la vía política. Porque Lasi no pudo haber violado él solo a dos mujeres ágiles y fuertes. Están escondiendo información- había declarado Bouvier a la prensa.

Y cumplió. Antes de irse de Salta, se reunió con el gobernador Juan Manuel Urtubey y le pidió formalmente la creación de una policía judicial en la provincia. Está convencido de que eso podrá facilitar futuras investigaciones y evitará las oscuridades de las que él fue víctima. “Lo hago en homenaje a Cassandre. Para que su muerte le sirva de algo al pueblo salteño”. También pidió una entrevista con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y con el presidente francés François Hollande. Su lucha, dice, no se va a terminar mientras haya culpables sueltos y no se conozca toda la verdad, aunque ésta se escape. Siempre.