Los submarinistas del ARA San Juan


Vivir y morir con el "espíritu de buque"

El espíritu de buque no es una romantización, es un concepto naval que representa la comunión del buque, la tripulación, el mar y la institución. Es el sentido colectivo y la plena conciencia de que, en inmersión, la vida de todos es una e indivisible, como el acero fundido de un submarino. Por ese mismo espíritu, no es extraño que algunos familiares de la tripulación del ARA San Juan prefieran, después de la catástrofe improbable, el fondo del mar como destino final de sus hijos.

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La última vez que el jefe de operaciones del ARA San Juan, capitán de corbeta Fernando Villarreal, se comunicó con su base, no habló él solo. Habló con la voz de toda la tripulación que trabajaba bajo el temporal violento que la azotó en superficie. Habló con la voz de quien ha compartido semanas de navegación, semanas de luz artificial, frío ficticio y horas de vacío con 43 camaradas más. Habló con el efecto de una noche en alta mar con ráfagas de viento de 140 kilómetros por hora y olas de siete metros a bordo de un buque que no sabe navegar en superficie. A bordo de un buque sigiloso e indetectable bajo el agua, pero torpe y asustadizo sobre ella. Habló con su voz, con la de los 43 que trabajaron junto a él, y con la del ARA San Juan S-42. Lo hizo con la voz de sus maestros, de su comandante, de sus subordinados, y del mismo Atlántico Sur que lo abatía y a su vez le concedía el don de cumplir su vocación: navegar un submarino.

—Estamos navegando a plano periscopio. Pasaremos a plano 40 (inmersión a cuarenta metros) para entrar al tanque de batería número 3 y evaluar los daños.

Tres horas después, ese 15 de noviembre de 2017, la Organización del Tratado de Prohibición de Ensayos Nucleares CTBTO (por sus siglas en inglés) detectó un evento corto, anómalo, violento y no nuclear en la zona navegada por el ARA San Juan. Podría decirse que la explosión ocurrió a bordo, que el buque quedó sin gobierno hacía el fondo, que implosionó por el colapso de sus materiales y cayó a 907 metros en una zona de cañadones submarinos donde fue encontrado el viernes 16 de noviembre de 2018 por el barco noruego Seabed Constructor. Salvo la implosión y el hallazgo, todo sería hipotético.

Si hubiera que pensar una hipótesis haría esta reconstrucción guiado por voces de submarinistas en retiro: tras la entrada de agua y principio de incendio en tanque de baterías, reportados por el ARA San Juan, el buque salió a superficie, renovó aire, restableció propulsión con un circuito de baterías diferente al afectado y fue a plano periscopio (inmersión a 18 metros). Estabilizó navegación y fue a inmersión. Las baterías afectadas siguieron produciendo hidrógeno contenido en su tanque. Tres horas después, cuando se trató de ingresar al tanque, hubo una reacción química con la atmósfera interna del buque que produjo una explosión. En esta secuencia, nadie habría quedado en condiciones de ejecutar maniobras de contingencia: vaciar agua de los tanques de lastre y poner al buque en flotabilidad positiva, soplar radio balizas o disponer velocidad con planos (como aletas) hacia superficie. Luego habría ocurrido el descenso, la pérdida de gobierno y la implosión a 700 metros por colapso del casco resistente hecho con un acero de 33 milímetros. Eso habría pasado, pero eso nadie puede probarlo hoy.

Hoy solo sabemos que el submarino ARA San Juan es como un rompecabezas en el fondo del mar. A: Casco resistente, proa y tubo lanzatorpedos. B: Hélice y eje. C: Vela. A, B y C más los escombros de chapa naval dispersos alrededor. Para algunos familiares esto es el resultado de una catástrofe. Para otros es, además, un féretro. Para la justicia es el objeto de investigación. Pero para los marinos, A, B y C son una sola cosa unida por algo intangible que ellos llaman: espíritu de buque.

El espíritu de buque no es una romantización, es un concepto naval que representa la comunión del buque, la tripulación, el mar y la institución. Es el expertise transmitido entre generaciones, el sentido colectivo y la plena conciencia de que en inmersión la vida de todos es una sola cosa indivisible como el acero fundido. Por eso, cuando el jefe de operaciones del ARA San Juan, capitán de corbeta Fernando Villarreal habló a la Base, no lo hizo solo. Lo hizo con su voz y con todas las voces que lo antecedían, lo rodeaban y constituían.

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Imagínese a bordo de una canoa en medio de un río. El río no es caudaloso. Imagínese que en la canoa van Usted y una persona que la tripula. Que mientras esa persona se encarga de la propulsión, Usted mantiene el equilibrio de la canoa. Es una canoa, es destapada. Usted ve el río, que no es caudaloso, solo calmo y oscuro como otros ríos. Imagínese que navegan durante días, que comparten la comida, el paisaje exuberante y las horas muertas. Al cabo de unos días, la persona desconocida se convierte en una especie de camarada. Al cabo de unas semanas, en un verdadero camarada. Y la canoa que al principio tocaba a tientas es ahora su lugar. La recorre, la limpia, la cuida y la habita como a una casa. Igual que el paisaje. Si antes le parecía hostil, ahora es su ambiente, su entorno, su medio. Bien. Ahora imagine esto durante meses, durante un par de años. Imagínelo durante un día, bajo el agua. En la hora siete, Usted tendrá la plena conciencia de que su vida, la de su camarada al lado y la del buque que navega, son una sola cosa. Esa pertenencia que Usted experimentaría es el espíritu de buque. Algo por lo cual, uno estaría dispuesto a darlo todo: por sus camaradas, por su buque, por su misión a bordo y por uno mismo, como lo hacía el capitán de corbeta Fernando Villarreal durante la última navegación del ARA San Juan.

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La madre de Fernando Villarreal, María Rosa Belcastro, se enteró del hallazgo del ARA San Juan mientras dormitaba en el hotel donde se hospedan los familiares en Mar del Plata. El celular sonaba monótonamente a su lado. Ni ella ni su marido querían atender. Sabían que eran noticias sobre el “punto de interés número 24” que iba a verificar el Seabed Constructor. Habían pasado por 23 puntos de interés, todos clasificados como formaciones rocosas, redes de pesca o buques naufragados en otras épocas. Para qué, pensaba ella cuando escuchó un alarido, un grito de llanto o un grito de alegría de los familiares en otras habitaciones.

–Lo encontraron. –dijo su marido, Jorge Villarreal. Militar retirado de la Armada integrante de la Flota de Mar. Corrieron hasta el lobby del hotel y lo confirmaron junto a un grupo de familiares que veía televisión. Cinco minutos después los visitó el jefe de la Base Naval de Mar del Plata, capitán de navío Eduardo Attis, y les oficializó la noticia.

—Conociéndolo como lo conozco —dijo Jorge Villarreal—, él hubiese preferido que lo dejen donde está, pero bueno, yo como papá, si pudieran utilizar los medios para reflotarlo lo haría, con fines investigativos.

Villarreal padre fue electrónico de armas y luego de arsenal en buques de superficie de la Armada como los destructores ARA Almirante Storni D-24, ARA Piedrabuena D-29 y ARA La Argentina D-11. También embarcó en submarinos de la Armada, pero no estuvo asignado como sí lo estuvo su hijo en calidad de jefe de operaciones. La última comunicación que tuvieron fue el 5 de noviembre de 2017 cuando Villarreal hijo amarró en el Puerto de Ushuaia.

—Él hizo parte de su escuela primaria en Ushuaia y me mandaba fotos de todos los lugares que recordaba: el correo, la base, el Hotel Albatros, algún negocio. Fue muy emocionante.

Al igual que él más de una docena de familiares quisiera que refloten el submarino. La mayoría de ellos desea tener el cuerpo de su familiar y hacer el rito de acuerdo a sus creencias, y algunos otros, además, consideran que es indispensable reflotar el buque para saber qué pasó a bordo. La jueza de la causa, Marta Yáñez ha ordenado un estudio de factibilidad técnica y financiera para determinar la necesidad de reflotarlo en beneficio del caso caratulado como “averiguación de ilícito”.

María Rosa Belcastro, opina diferente a su marido sobre el reflote del ARA San Juan, pero coincide en algo: su hijo Fernando Villarreal hubiera preferido permanecer en el fondo del mar.

—Yo creo que sí porque siempre lo decía. Por eso no estoy de acuerdo con que lo refloten. Quiero que mi hijo se quede donde está. Él amaba el mar, su submarino y su profesión y me parece injusto que lo saquemos de su trabajo.

La primera vez que su hijo abordó un submarino, hace quince años, se le acercó y preguntó directamente y sin ambages: qué pasa si tienen una emergencia. Fernando Villarreal, entonces de 23 años, explicó a su madre las formas de salir y dar aviso durante una emergencia.

—Me mostró una salida en la que pulsaban un botón y salía un aviso, me mostró los salvavidas, las bengalas, los tanques de lastre, un montón de cosas. Si todo esto no lo podemos usar, me decía, nos vamos abajo y ya termina mi existencia dentro del submarino. Siempre recuerdo esas palabras. Por eso tenía fe que iban a salir. Algo ha pasado en ese momento, que no lo pudieron solucionar.

Un submarinista es un profesional preparado para la contingencia. Su adiestramiento es gradual, focalizado y minucioso. Cada expertise de abordo tiene un especialista y todos los tripulantes están formados para operar cada uno de los mecanismos del buque indistintamente de su especialidad. Esa es una de las singularidades principales del submarinista y uno de los elementos que diferencian su espíritu de buque del espíritu de buque construido en la flota de mar.

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Las condiciones de inmersión en un espacio confinado con reducidas posibilidades de salir y su poco contacto con el ambiente, construyen un intercambio profesional que estrecha el espíritu de buque en un submarino. Una de las definiciones más comunes de la profesión entre submarinistas de distintas edades reza lo siguiente: no somos ni mejores ni peores, somos diferentes. Esto aplica no solo para la tripulación sino para el buque y su lugar táctico en un campo de batalla. Por eso la mirada de los submarinistas es tan singular en relación a otros militares y, por su puesto, a todos los civiles.  

Cuando el capitán de navío submarinista, en condición de retiro, Jorge Bergallo, padre del segundo comandante del ARA San Juan, dijo públicamente que prefería mantener a su hijo en el fondo del mar, la repercusión fue inmediata. Produjo indignación pese a sus salvedades. Aceptaba abiertamente opiniones diferentes, hablaba a modo personal y subrayaba la subjetividad de su declaración.

Es muy subjetivo, pero después de cinco años conversando con submarinistas, me atrevo a decir que: la mirada de un submarinista es singular, es una ligazón de experiencias navales a bordo de un buque sigiloso. Es la mirada de quien ha compartido el silencio, el vértigo y la contingencia con decenas de camaradas. Es la mirada de quien vive su vocación alrededor de una sola palabra: buque-camarada-mar-institución-. Una sola palabra. Por eso, si uno de ellos tiene un hijo que sigue sus aguas, se hace submarinista y vive la catástrofe improbable de naufragar hasta 900 metros de profundidad en un cañadón submarino, es comprensible que elija el fondo del mar como la tumba para ese hijo ido.

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