Crónica

Crónica de una fuga


Una road movie narco de cabotaje

El 7 enero, cuando llevaban 10 días huyendo, los hermanos Martín y Christian Lanatta y Víctor Schillaci llegaron a Santa Fe. Entre pueblos, sembradíos y bañados los prófugos lograron esconderse apenas 5 días más, suficientes para dejar expuestos los desaguisados e internas entre las fuerzas federales y provinciales y las operaciones entre los funcionarios. Dos periodistas santafecinos reconstruyen los detalles y las voces de una historia de cabotaje que termina ascendida, en plena temporada estival, al nivel de una inverosímil road movie narco.

Fotos: Télam.

El Oso y el Sapo preparan el mate. Trabajaron toda la madrugada y en el corazón de la pampa gringa los espera una jornada de 40 grados de térmica. Es jueves 7 de enero. Allí, entre San Carlos Sur y Gessler, en el departamento santafesino de Las Colonias, hicieron uno de los tres allanamientos en diferentes cascos rurales de la zona en busca de Martín y Christian Lanatta y Víctor Schillaci, los prófugos del penal bonaerense de General Alvear que huyeron hace 10 días. No los encontraron. El Oso y el Sapo son los rezagados de una unidad especial de la Gendarmería. Ya sin los chalecos antibalas, mientras terminan de confeccionar las actas del fallido operativo, escuchan voces en el sojal lindero. “¡Alto, Gendarmería!”. Les gritan, arma en mano, a tres hombres que están a pocos metros. “¡Alto, Policía!”, les responden. Uno de los desconocidos, el del medio, levanta un fusil y gatilla. El comandante de gendarmería José María Valdez, el Oso, cae derribado por un balazo en el hombro. Se escucha otro tiro, pero su subordinado, el Sapo, resulta ileso. El trío camina hacia los uniformados, les quita las armas pero decide dejarlos con vida. Los abandona a su suerte, llevándose además un vehículo de la fuerza federal.

Pifie georradar, contexto fuga narcos

El domingo 27 de diciembre de 2015 tres hombres se esfumaron del sector de sanidad del penal de máxima seguridad de General Alvear. Habían sido condenados a prisión perpetua por el triple crimen de la efedrina, cometido en agosto de 2008 en el sur del conurbano bonaerense, aunque los cadáveres aparecieron en el norte, en General Rodríguez. Martín Lanatta acusó al ex jefe de Gabinete nacional Aníbal Fernández de comandar aquella banda dedicada a importar la efedrina de manera legal desde la India, que los cárteles mexicanos usaron para fabricar metanfetamina allá en sus pagos pero también aquí, como en Ingeniero Maschwitz. Lo dijo en el programa televisivo del periodista Jorge Lanata poco antes de las elecciones, en las que Fernández fue candidato a gobernador bonaerense. No está claro si repitió la misma versión en Tribunales.

Algunos conocedores de las fuerzas federales y de la Bonaerense analizaron que la fuga fue facilitada y que el objetivo fue marcarle la cancha al nuevo gobierno. Otros se preguntaron cuál fue el rédito que sacó Lanatta por la nota. Uno de los primeros beneficios fue conseguir el traslado a la cárcel de General Alvear, donde se reencontró con su hermano mayor y con Schillaci. De ahí escaparon, desde la enfermería del penal custodiadio aquella noche sólo por un penitenciario, testigo de Jehová, que por su fe no porta armas. El resto de los detalles de la huida son materia de investigación, pero como dice el periodista Ricardo Ragendorfer “si tenés una condena a perpetua y de pronto tenés plata, no comprás un departamento, comprás una fuga”.

La causa por la fuga recayó en manos de un fiscal provincial. Entonces, la ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich, impulsó a través del fiscal federal Jorge Di Lello la apertura de un expediente federal, paralelo, que quedó a cargo del juez Sergio Torres el 5 de enero. Fue un sobre destinado a envolver una carta: un dato preciso aportado por algún buche a la AFI (Agencia Federal de Inteligencia, ex Side) brindó al día siguiente, el miércoles 6, el lugar exacto del rancho/aguantadero del trío, ahora ya no en territorio bonaerense, con lo cual el magistrado firmó las órdenes de allanamiento.

La localización mediante georradar falló o los gendarmes interpretaron mal los datos y fueron hacia una edificación que no era la señalada, donde derribaron puertas y asustaron a los lugareños. Muy cerca, donde el Oso y el Sapo fueron baleados en el amanecer del jueves 7, está la tapera que los fugitivos usaron como aguantadero: ahí quedaron ocho bidones de cinco litros con agua, frazadas, una garrafita, ollas y cubiertos, arroz, fideos y leche. También una caja de cacao Quillá, una marca que sólo se consigue en el centro-norte santafesino. Y quedó abandonada la Renault Kangoo que la ex suegra de Schillaci dijo que su ex yerno le robó una semana antes: en sus asientos encontraron dos celulares. En tren de vinculaciones, aseguran que un viejo amor de uno de los fugitivos fue el contacto para que trocar el conurbano bonaerense por los campos santafesinos. Pero eso está por verse.

Tiroteo Berlingo y aviso federal a la provincia

El jueves 7 los prófugos van al norte por la ruta 6 en dirección a la autovía 19, que comunica la capital santafesina con la ciudad cordobesa de San Francisco y el Oso, el gendarme herido un rato antes, va camino al hospital. No está claro qué vehículo les robaron a los federales. De todas formas, lo abandonan. Al menos dos horas después del primer tiroteo, en un retén federal sobre un camino rural cercano a San Agustín, casi sobre la 19, una Citroen Berlingo blanca de Gendarmería, sin rótulos que la identifiquen, queda agujereada. Muy agujereada.

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La primera versión oficiosa dice que los fugitivos van en ella, lo que parece descartarse sólo con observar los numerosos balazos en el parabrisas y la carrocería. Lo cierto es que Walter Aguirre, otro gendarme, recibe un tiro que le roza el tórax y uno más que le atraviesa una pierna para frenarse en la otra y queda internado en el hospital Cullen de la ciudad de Santa Fe. Lo que primero es presentado como un segundo enfrentamiento no fue tal. Un fuego amigo, describen funcionarios judiciales sin dar demasiados detalles.

Para entonces, cerca del lugar de ambos tiroteos, los prófugos reducen a Juan Ignacio Reynoso, un ingeniero agrónomo de 31 años que trabaja en la zona y que se apresta a volver a Córdoba, donde vive, en una camioneta Volkswagen Amarok. Son cerca de las diez de la mañana del jueves 8.

El Ministerio de Seguridad de la Nación, que no sabe que los prófugos tienen un rehén, avisa recién entonces al gobierno santafesino y comienzan a montarse retenes para auxiliar a los gendarmes. Ese es el primer cortocircuito entre las fuerzas federales y las provinciales que se extenderá cuatro días más, cuando la cacería por fin termine.

En los medios electrónicos y redes sociales estalla la noticia: los prófugos se mudaron de provincia y siguen dispuestos a gatillar, tal como al parecer lo hicieron días antes en Ranchos, provincia de Buenos Aires, con el saldo de dos policías baleados.

Psicosis en el campo

El comité de crisis se instala cerca de San Agustín, en la localidad de Franck, en una estación de servicios, en el mediodía del jueves 7, mientras los jefes comunales de las pequeñas localidades del departamento Las Colonias salen por la tele y la radio contando lo que saben. No hay información oficial y sólo se conoce que los fugitivos están en la zona.

Desde el comando operativo montado en una estación de servicios salen comitivas de fuerzas de seguridad hacia los campos cercanos, en su mayoría sembrados con soja, pero también con maíz o girasol. Los agentes provinciales los acompañan hasta la tranquera y a partir de ahí una caravana de móviles federales entra a patrullar los sembradíos.

Los vecinos están en estado de psicosis ante la irrupción en sus vidas de esa película que hasta el momento miraron por los canales de noticias porteños. Las autoridades recomiendan a los ciudadanos que se queden encerrados en sus casas. El jefe comunal de San Agustín, Alejandro Monaca, ofrece colaboración. Recién a las seis y media de la tarde de esa jornada aparecerán los federales a pedirle un mapa de la zona. El mismo Monaca sugiere que se usen caballos y perros para la búsqueda en medio de esas plantas que en el caso del maíz, por esta época del año, ya está en un metro ochenta de altura. Le contestan que no está previsto en el protocolo.

A medida que transcurre la jornada los chisporroteos entre federales y provinciales aumentan. No se observa coordinación y se pasan facturas por la demora en avisar del inicio de los tiros. Más allá de las históricas disputas entre fuerzas nacionales y provinciales, como el recelo entre federicos porteños y patas negras bonaerenses del que existen innumerables relatos, hay reclamos y condiciones laborales que igualan a estos uniformados.

En los últimos años muchos de sus integrantes protagonizaron reclamos por salarios que incluyeron fuertes cimbronazos políticos. A la revuelta de gendarmes y prefectos en 2012, según dijo el gobierno en aquel momento por una mala liquidación de sueldos, le siguió al año siguiente una rebelión de las policías provinciales, incluida la santafesina, también con el bolsillo como protagonista. En el fondo es un inconveniente que trasciende a los uniformados y alcanza a la mayoría de los agentes públicos.

El Estado suele ser el mayor negrero y se resiste a blanquear la totalidad de los salarios, por lo que son habituales las demandas judiciales. Con los últimos aumentos, el sueldo inicial de un policía santafesino es de once mil pesos, mientras que el de un gendarme asciende a la mitad. Claro que en Santa Fe, por ejemplo, quienes trabajan en cuerpos especializados cobran adicionales por tareas riesgosas especializadas, como los efectivos de la Tropa de Operaciones Especiales o la ex Drogas Peligrosas. Entre los federales, los suplementos son los que terminan de configurar un pago similar al de los uniformados santafesinos. La formación de estos últimos es puesta en duda ante cada caso de gatillo fácil protagonizado por policías jóvenes, sobre todo porque ante la crisis de seguridad de los últimos años los nuevos agentes salieron a la calle con seis meses de instrucción. De igual manera, los palos de Gendarmería ante protestas laborales en las calles traen críticas por su accionar desmedido.

“Puede haber alguna diferencia de formación, pero en cada fuerza los cuerpos de elite tienen profesionales que están capacitados para hacer su trabajo. Eso no quita que se cometan errores y que los papeles se inviertan: el grupo mimado de Gendarmería cayó en una emboscada de los prófugos, que terminan detenidos por policías de pueblo”, ejemplifica un comisario retirado provincial.

La difícil convivencia entre gendarmes y santafesinos tiene antecedentes. El 9 de abril de 2014 desembarcaron en Rosario dos mil federales a las órdenes del entonces secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni. Las fuerzas federales trabajaron en conjunto con los provinciales en el territorio, en especial cerca de las bocas de expendio de drogas. A esta situación incómoda para los policías locales se le sumó la designación de un ex gendarme, Gerardo Chaumont, como secretario de Seguridad Pública.

Este era el panorama de desconfianza y recelos mutuos cuando los gendarmes iniciaron el operativo para dar con los prófugos el jueves 7 en San Carlos Sur.

Departamento céntrico

Nadie sabe dónde están. “A esta altura pueden estar acá cerca, en Santiago del Estero o en Tucumán. En cualquier lado”, dice un policía en el atardecer del jueves 7. En realidad sí están acá cerca. No entre esas plantaciones, sino en el centro de la ciudad de Santa Fe, en un departamento de San Jerónimo al 3000, a cinco cuadras de la terminal de ómnibus y a 50 kilómetros de San Carlos Centro. Allí se queda a veces el ingeniero Reynoso cuando, según cuenta, decide no volver a Córdoba. Parece que los prófugos y su rehén usaron la autovía 19 y se movieron sin problemas hacia el este cuando los retenes aún no habían sido montados, esa misma mañana.

En esa casa los prófugos reponen fuerzas el jueves y el viernes, mientras mantienen a la víctima, que trabaja para la firma Bayer, encerrada en una habitación. Obligan al muchacho a avisarles a sus familiares que se quedará el fin de semana en Santa Fe. Van al súper a conseguir comida y compran un tensiómetro –Martín Lanatta es hipertenso- y vendas de una ortopedia cercana. Están a la espera del momento propicio para moverse. Por la tele ven ese viernes 8 que los siguen rastreando en los campos. Y que mientras llegan más fuerzas federales los efectivos provinciales parecen comenzar a desentenderse del caso, hartos del maltrato permanente, tal como dice un vocero del gobierno provincial .

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La lectura que se hace en los medios es que huyeron hacia Santa Fe porque su policía es corrupta. Que los hay los hay: Hugo Tognoli, el ex jefe de fuerza provincial, está preso involucrado en dos causas federales, acusado de complicidad con narcotraficantes. Y en cuanto se abre un expediente por tráfico de estupefacientes, siempre aparecen efectivos santafesinos involucrados. Incluso, hasta hace algunos meses, con Sergio Berni como secretario de Seguridad de la Nación, fiscales y jueces federales evitaron involucrar a la fuerza de la provincia en operativos.

Hablar de Santa Fe para muchos medios porteños es hablar de Rosario y hablar de Rosario es hablar de narcotráfico. Y aparece el nombre fetiche de las bandas narcos: Los Monos. Lo que poco o nada se explica es que la organización, que está a años luz de un cártel de países como Colombia o México, no pasa por el mejor momento. Sus integrantes están presos o prófugos y no cuentan con la logística para soportar a un trío de fugados con los que no tienen relación acreditada.

 

Tiroteo Recreo y nueva huida

“Tres gatos de verde” le dice un policía al 911 y el dato dispara la histeria. Son las once de la noche del viernes 8 en Recreo Sur, diez kilómetros al norte de la ciudad de Santa Fe, y la escucha puesta en boca de un efectivo policial al llegar a la escena de un homicidio hace que decenas de patrullas converjan en el lugar. Coincide con los dichos del comandante Valdez, quien afirmó que los prófugos visten uniformes de una fuerza de seguridad. Ahora la búsqueda ya no es entre maizales, sojales y plantas de girasol, sino entre quintas frutihortícolas, donde proliferan plantas de zapallitos, papas y acelgas, además de duraznos e higos. Entrada la madrugada comienza a quedar en claro que esos tres muchachos que mataron a tiros a una persona e hirieron a otras dos, con la supuesta motivación de robarse una moto, no tienen que ver con los fugitivos más buscados. No hay comando unificado y el nerviosismo reina entre los uniformados de las diferentes fuerzas.

La cobertura de los medios electrónicos, con sus móviles apostados allí cerca, muestra cómo la cacería se trasladó algunos kilómetros al norte del departamento del microcentro santafesino, donde los Lanatta y Schillaci deciden que ha llegado el momento de moverse en la camioneta Amarok, que se presume plotean ellos mismos con una gráfica que bien pudieron robarle al gendarme que balearon en San Carlos, con cinta conseguida en el local de ortopedia o de algún apoyo externo, hipótesis en la que, a esta altura, pocos creen.

Seguirán hacia el norte, tal vez con destino a la frontera con el Paraguay, pero no por la ruta nacional 11 sino más al este, por la provincial 1, contra el río Paraná. Pasarán la laguna Setúbal en dirección al túnel subfluvial que conecta con la capital entrerriana, pero abandonarán la ruta 168 luego de pasar el barrio El Pozo. No lo saben, pero entre las inundaciones y las últimas lluvias caen en un embudo del que no podrán escapar.

Arrozales

Poco después de que el ingeniero Reynoso pide ayuda desde el balcón del departamento de calle San Jerónimo, donde los prófugos lo dejaron maniatado, y comienza a contar una historia que los investigadores en principio no creen, a unos 90 kilómetros de ese lugar, cerca de la localidad de Cayastá, en el departamento Garay, los fugitivos deciden entrar, arma en mano, en la vivienda rural de una familia.

¿Cómo llegaron hasta allí? Es la 1:30 del sábado 9. Cruzaron a toda velocidad un puesto de la Policía provincial sobre la ruta 1 y doblaron más adelante por la ruta 62S ante la presencia de otro retén, en el norte de Cayastá. Cuentan que al policía que los vio primero, a la altura de Santa Rosa, le llamó la atención esa camioneta de Gendarmería, por eso avisó a su compañero apostado algunos kilómetros más adelante. En ese cruce de caminos, éste obstruyó el paso con su patrulla: se puso en posición de tiro y dio la voz de alto a la Amarok. Que dobló por la 62S y siguió como si nada. No tan lejos de allí, en el paraje Campo del Medio, la camioneta terminará volcada y sus ocupantes golpeados. Ahora el paisaje, para los prófugos, es otro. Zona de arrozales y bañados, difícil de transitar en vehículos tradicionales. Y también de a pie. Los uniformados ya están sobre sus pasos.

Productor Ferreyra

Héctor Ferreyra duerme, pero no con profundidad. Es la madrugada del sábado 9. Escucha ruidos, se despierta, y agarra su escopeta para ver qué pasa. Pero se topa con los prófugos, dos de ellos vestidos de verde, que lo apuntan con un arma larga y dos cortas. Lo reducen y lo maniatan. Él les ofrece plata. Quiere que se vayan.

Un día después, ya con el miedo abandonando el cuerpo, Ferreyra contará: “Me dijeron que tenían dólares y me los mostraron. Se llevaron unos jugos de la heladera y querían pagarme. Dijeron que sólo querían mi camioneta. Uno estaba lastimado, los otros dos estaban bien. Me dijeron que la Policía les tiró, pero no, era mentira, había chocado la camioneta”. Es la Amarok, volcada a unos mil metros de la vivienda de Ferreyra. Los prófugos se suben a la Toyota Hilux de la víctima, que deberán abandonar no muy lejos de allí, en un paraje llamado Cuatro Bocas, empantanada.

Ferreyra recordará con particular interés el momento en que los fugitivos discuten, o al menos ensayan una escena, frente al productor rural: “(Martín) Lanatta, el que estaba más lastimado, pidió que no me maten y los otros decían: «Lo vamos a matar para que no hable». Gracias a él estoy vivo”.

Caballos

Las denuncias del ingeniero Reynoso y del productor Ferreyra, la aparición de la Amarok volcada y la Hilux empantanada, además de los dichos de los policías que estaban en los controles de la ruta provincial 1 terminan por definir, con las primeras luces del sábado 10, que los prófugos están en esa zona. Los efectivos de la comisaría 5ª de Cayastá deciden intervenir. Piden prestados tres caballos al baqueano Juan Manuel Chellini. La Ñata, la Tostada y el Tostado, con sus jinetes uniformados, marchan hacia la zona de Cuatro Bocas y Campo del Medio, entre Cayastá y Helvecia. Lo sugerido dos días antes por el jefe comunal de San Agustín se pone en marcha en el departamento Garay, claro que con la Policía santafesina.

Bairoletto y caída de Martín

“Bairoletto” le dicen a Enzo Duprá. Tiene 56 años y se jubiló meses atrás. Llama la atención su apodo, por el apellido del famoso bandido rural nacido a menos de 300 kilómetros de allí más de un siglo atrás. Y mucho más porque fue policía tres décadas, casi siempre en el área de investigaciones. A las diez de la mañana del sábado 9, a unos tres kilómetros del lugar donde había volcado la Amarok, Bairoletto toma mates con un peón del campo donde trabaja cuando ve a lo lejos un hombre que camina en dirección a lo de su vecino, Luis Cabral. “Se arrima y me pide agua”, contará este último. El hombre está golpeado y quiere tomar unas pastillas. Dice que es de San Justo y que tuvo un accidente.

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Ambos, Bairoletto y Cabral, al ver a ese hombre desarropado y rapado, con un visible tajo y su consecuente hematoma en el ojo izquierdo, saben enseguida que es uno de los prófugos. Cabral se mete en la casa, hace salir a su mujer por la ventana, pero al volver con el vaso de agua el desconocido ya no está. Bairoletto, al ver la escena, se acerca a ayudar a su vecino y el forastero se aleja.

Bairoletto se sube a su camioneta, da la vuelta, le corta el paso y le grita: “¡Alto, Policía!”. En el acto, el desconocido, desarmado, se rinde ante el policía retirado, quien lo entrega instantes después a dos uniformados de la seccional 5ª, los que estuvieron un rato antes en la zona y acaban de ser alertados por el peón del campo donde trabaja Bairoletto.

Después de trece días como prófugo, Martín Lanatta elige el momento para entregarse. Sólo pide que busquen rápido a sus compañeros. “Se van a morir en el campo”, calcula. Pero no le llevan el apunte.

Papelón

El sábado 9, durante la mañana y el mediodía, en Argentina no se habla de otra cosa: atraparon a los tres prófugos. También cayeron Christian Lanatta y Víctor Schillaci, cercados por fuerzas federales en la zona de Cuatro Bocas. La ministra Bullrich se lo comunica al presidente Mauricio Macri y éste manda la felicitación por Twitter por la triple captura. Lo mismo hacen la vicepresidenta Gabriela Michetti y funcionarios nacionales; también el gobernador santafesino Miguel Lifschitz y su antecesor Antonio Bonfatti. Todos hablan en plural: los prófugos fueron recapturados. Pero sólo aparece la foto de Martín, golpeado, exhausto, vencido, exhibido como un trofeo de guerra. Y nadie sabe dónde están los otros.

La ministra Bullrich viaja en avión a Cayastá para dar cierre triunfal al operativo. Pero de forma imprevista baja antes, en el aeropuerto de Sauce Viejo, pegado a la capital provincial, y nunca llega a Cayastá. En pleno vuelo, el ministro santafesino Pullaro le asegura que sólo recapturaron a Martín Lanatta. Bullrich le dice que tiene otra información, que están los tres presos. Incluso aporta a la confusión los detalles que un gendarme le da sobre la captura de los otros dos. “De todos modos, se ve que la duda le quedó y decidió bajar en Santa Fe”, aseguran desde el Ministerio de Seguridad santafecino. La polémica recrudecerá sin indirectas entrada la semana. Y cada uno se mantendrá en su postura.

Pero ahora, en la tarde del sábado 9, el papelón está en marcha: faltan dos. Llega la aclaración del jefe de Policía provincial Rafael Grau y también de su superior, el ministro Pullaro. Bullrich debe atajarse en conferencia de prensa: todo fue un error, dice. Y también dice que ese error es producto de la infiltración narco en las fuerzas de seguridad y que esas horas en las que se afirmó que todos estaban presos se paró la búsqueda para favorecer a los fugitivos. Cosa que el gobierno santafesino niega: nunca se suspendieron los rastrillajes por el simple hecho de que siempre se sostuvo que había sólo un detenido.

Las principales firmas de los dos diarios más importantes del país elegirán luego a Pullaro como el culpable de la desinformación, en notas publicadas antes de que los restantes prófugos caigan. Pullaro les responderá en forma indirecta en una conferencia de prensa, cuando llega el desenlace: “Quiero agradecerles a los medios de mi provincia por el trabajo serio que llevaron adelante con la información” (hizo silencio y se escucharon aplausos). Un instante más tarde se abrazó con la ministra Bullrich.

El domingo 10 se propaga por las redes sociales una certeza que hasta se convierte en nota periodística en algún portal. Se basaba en la notificación del juez Torres en la que pedía que, de inmediato, le envíen a los tres recapturados del día anterior, firmada sin conocer la falsedad de la información. La hipótesis que circula en las redes sostiene que la Policía santafesina detuvo en el mediodía del sábado 9 también a Christian Lanatta y Víctor Schillaci, pero los dejó ir a cambio de dinero. Es otra manera de explicar el desaguisado de la falsa información.

“Fijate que a las dos de la tarde del sábado (Ricardo) Canaletti, el de TN, dice claramente dónde y cómo los detuvieron: «Martín Lanatta fue el primero en caer detenido; lo venían corriendo a caballo. Después su hermano Christian unos kilometros más adelante también fue detenido, rodeado por la Policía. Y el tercero, Víctor Schillaci, al que le debieron hacer algunos tiros de advertencia; sí, porque ahí hubo tiros cuando cayó Víctor Schillaci»”, recrea un vocero del macrismo la descripción del periodista. Y avanza en una conclusión: “Seguro que compraron a esos narcocanas y los dejaron ir”. Desde el socialismo, consumado el desenlace del lunes 11, hacen hincapié en una obviedad: los prófugos están detenidos. Y repiten lo que suele decir una escritora a la que le gustan los policiales: “Nadie nace Canaletti”.

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Locura en Helvecia

Los rastrillajes continúan el domingo 10, a pocos kilómetros de Cayastá, en Helvecia, cabecera del departamento Garay. Una radióloga que está alojada en un complejo de cabañas junto al río San Javier denuncia que dos hombres, uno vestido de negro y otro con una camiseta de Boca, le exigieron que les abriera la puerta. Ella pidió ayuda y pronto se repitieron las escenas que dos días antes se dieron en la localidad de Recreo.

Decenas de efectivos federales y provinciales recorren el complejo y hasta patrullan el río, aunque el momento cumbre para la televisión es en la tarde del domingo 10, durante un operativo en un aserradero ubicado frente a las cabañas. Con camarógrafos, periodistas y vecinos en la línea de fuego de efectivos que hasta se sumaron a la cacería en ojotas, un uniformado destapa un bote que está estacionado dentro de este predio y allí suenan un par de disparos. Otra falsa alarma.

De los dos prófugos que faltan no hay noticias, aunque todos aseguran haberlos visto. Parece una historia de aparecidos: los policías corren armados al son de las visiones de los vecinos, como si los prófugos se reprodujeran en cada una de las casas.

Arrocera y caída de los otros dos

Después de los acontecimientos del sábado y el domingo, con el departamento Garay en el foco de los medios nacionales, Franco Martín debe regresar a trabajar a la arrocera Trimacer (de la firma Spalletti SA), cerrada en el mediodía del sábado por orden de la Policía. Tanto su patrón, de vacaciones en Brasil, como su mujer lo llenan de recomendaciones. Ambos le dicen que avise en la comisaría antes de ir al molino, ya que la captura de Martín Lanatta se produjo a menos de un kilómetro de ese lugar. Lourdes, la mujer –que después reclamará la recompensa de dos millones de pesos ofrecida por el gobierno bonaerense-, le pide esa mañana del lunes 11 que deje la camioneta en casa, porque los prófugos pueden estar en su lugar de trabajo.

Así las cosas, el encargado de la empresa pasa por la comisaría 5ª y pregunta a su amigo, el numerario Federico Papini, si lo puede acompañar al molino. Este policía y una patrulla de la Tropa de Operaciones Especiales –que tiene previsto rastrillar esa zona– lo escoltan hasta el ingreso. Cuando el trabajador deja su moto, entra y encara el sector de vestuarios se topa con los prófugos. Lo apuntan y le quitan el celular, pero enseguida se relajan. Él los ve hambrientos y sedientos. Le preguntan cómo llegar hasta el norte provincial, a Reconquista. Comen un pedazo de pan duro que encontraron en el molino, le piden si puede cocinarles una carne que hay en la heladera y les responde que es todo hueso: la comida para los perros. Entonces quieren que prepare el mate. Están agotados. Por eso, cuando Papini, preocupado, insta al grupo especial de la Policía santafesina a ingresar a la arrocera a ver qué pasa con su amigo, quien prometió volver tras recorrer el predio, los fugitivos no se inmutan demasiado. Christian y Víctor tienen las pistolas en la cintura, pero no se resisten. Uno de ellos ensaya el último truco ante las armas de los uniformados: “Está todo bien amigos, estamos por tomar unos mates antes de entrar a trabajar”. No da resultado. Quince días más tarde, termina la historia de prófugos más famosa. Y los tres, vivos.

Los recapturados marchan a la comisaría de Helvecia. Los locales cercan el lugar y prohíben la entrada de cualquier fuerza que no sea la santafesina. “Fue porque teníamos miedo de que se mandaran alguna. Y además para mostrar respeto por nuestra gente, que había sido humillada por todos ellos. Cercamos la zona con la intención de demostrar lo que hicimos y para que nuestros policías estuvieran orgullosos”, explica horas después, exultante, una fuente del gobierno provincial.

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La interna se siente cada vez más fuerte, pese a que horas después, en conferencia de prensa, los ministros Bullrich y Pullaro se mostrarán unidos y amables. “La Gendarmería llevaba la delantera, siempre sabían dónde estaban. Pero algo pasaba: creo que es que no les gusta el nuevo jefe”. Así describe un funcionario santafesino a la fuerza verde retobada, que fue la niña mimada del ex secretario de Seguridad Sergio Berni, por la que los santafesinos clamaron años a los gritos como una salvación ante la compleja e investigada fuerza local, que deja agentes procesados o detenidos en cuanta causa narco aparece. “Ellos (por los prófugos) tampoco les tenían confianza. Esperaron a la policía santafesina, y cuando los vieron a ellos no dispararon y se rindieron. Tenían miedo de que los maten”, sostuvo el funcionario, versión que coincide con los dichos del abogado de los últimos recapturados. “Cuando estuvieron frente al juez Torres, agradecieron estar vivos”.

Pata narco y santafesina

La fuga del penal de Alvear trajo numerosas interpretaciones y algún puñado de datos. Según la principal hipótesis, avalada por la investigación federal del fiscal Di Lello y el juez Torres, todo puede ser parte de una maquinaria narco internacional que tiene conexiones en Santa Fe. Allí encajan desde el recientemente recapturado Joaquín “Chapo” Guzmán hasta el rosarino Mario Segovia, bautizado por Aníbal Fernández como el Rey de la Efedrina. Esos vínculos se montan en que las principales bandas que exportaban efedrina a México lo hacían, todas, al cártel de Sinaloa o del Golfo, del cual Guzmán es su jefe. Entre ellas la que se adjudica al todavía prófugo por el triple crimen Esteban Ibar Pérez Corradi, supuesto jefe del trío de sicarios condenados por los homicidios de Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina.

A partir de nexos de Segovia con el jefe de la barra de Boca, Rafael Di Zeo, y de éste con Marcelo Mallo, ex capo de Hinchadas Unidas Argentinas sospechado de colaborar en la fuga del trío más buscado, saltó la relación de Mallo con el jefe de la barra de Rosario Central, Andrés “Pillín” Bracamonte, como parte de un posible soporte para los fugados. Y, en otra línea, una supuesta relación de los Lanatta y Schillaci con el clan Zacarías, dos de cuyos integrantes están procesados en una causa junto con el ex titular de la Sedronar José Granero. Un tercer hermano de los encausados, ex secretario presidencial por más de una década, fue blanco de un allanamiento ordenado por la Justicia federal en búsqueda de los fugitivos, en la localidad de Coronda, no muy lejos de la ciudad de Santa Fe. Una madeja de varias puntas que prometía explicar de manera compleja un caso complejo.

Desde el kirchnerismo insistieron con que ha sido un caso típico de fuga comprada, en esta ocasión con el dinero recibido por aquella entrevista con Lanata, que incluyó un agregado. José Luis Salerno, un ex policía bonaerense involucrado en la mafia de los medicamentos y también investigado por el triple crimen, dio una nota al mismo programa en el departamento de la diputada Elisa Carrió, clave en el armado que llevó al macrismo al poder. Cuando los dos principales diarios del país involucraron a Aníbal Fernández con la triple fuga, éste se defendió diciendo que el principal perjudicado por la denuncia de Martín Lanatta había sido él, con lo cual sería imposible que quisiera beneficiarlo con un escape. Tras la caída de Lanatta, Aníbal tuiteó que había sido detenido por un bache (en referencia al vuelco de la camioneta Amarok que precipitó el desenlace) y se preguntó cómo era que Nicolás Wiñazki, periodista que hizo algunas de aquellas notas que lo involucraron, tenía relación con la dueña del campo donde Martín Lanatta se entregó, lo que quedó en evidencia en una nota entre el periodista y esta mujer, funcionaria de la comuna de Cayastá. "El periodista de PPT Wiñazki, vinculado personalmente a la dueña de un campo donde cayó uno de los delincuentes", afirmó Aníbal. Y añadió: "Es imperativo investigar si valijas con dinero en la camioneta provienen de la producción de PPT # cómplices".

Extraoficialmente trascendió que Martín Lanatta tenía encima 3.600 pesos al caer; sus compañeros de aventura, 169 dólares y 36 pesos. Dirigentes y legisladores de la oposición piden que se investigue qué fue lo que hablaron la ministra Bullrich y su secretario Eugenio Burzaco con Martín Lanatta cuando se cruzaron en el aeropuerto de Sauce Viejo tras la recaptura.

La caída del trío más buscado en medio de un arrozal, extenuados, con unos pocos pesos en el bolsillo, luego de un raid que sólo parece haber incluido una búsqueda desesperada de ayuda en viejos contactos del bajomundo del hampa bonaerense, e incluso santafesino, tiene toda la pinta de certificar que está lejos de ser parte de un maquinado plan de una sofisticada banda internacional que puede comprar voluntades oficiales en los niveles superiores para desestabilizar a un gobierno o complicar a su predecesor.

Más bien parece una historia de tres tipos audaces con mucha suerte, que terminaron vivos cuando sus allegados decían que no se rendirían sin disparar –apoyados, es cierto, en el temor que infundieron en los uniformados los tiroteos contra policías y gendarmes- y decidieron entregarse cuando supieron que no tenían ya más fuerzas. Una historia más de cabotaje que termina ascendida, en plena temporada estival, al nivel de una inverosímil road movie narco.