Crónica

La detención del mapuche Facundo Jones Huala


"Si no resistimos, morimos"

Desde su celda, una de las máximas autoridades de los mapuche dice que su detención fue acordada por el presidente Macri y su par chilena, Bachelet. Cómo se transformó en el líder de su comunidad el hombre que desafía a dos Estados y que dice luchar por la liberación de su pueblo después de 130 años.

Fotos: Alejandra Bartoliche

La máxima autoridad de una comunidad para el pueblo mapuche es el lonko. Debe reunir condiciones espirituales, de sabiduría y liderazgo. No son tan habituales los lonko jóvenes como Facundo Jones Huala. Pero él, ya traía un mandato de lonko, que de no canalizarse le enfermaría el espíritu y  también su cuerpo. En un extenso proceso de consulta a las machi -figura médica y religiosa del pueblo mapuche-, y con la propia comunidad, y de elección del lawen o medicina ancestral, Facundo canalizó ese mandato, y se convirtió en un referente del lof o comunidad Cushamen, en el noroeste de Chubut. Hoy, uno de los líderes de esa comunidad, está encerrado, a la espera de que la Justicia resuelva un pedido de extradición de Chile que, en realidad, ya declaró nulo en 2016.

En la celda con el número cuatro de un metro ochenta por un metro ochenta del Escuadrón 34 de Gendarmería de Bariloche suena “A redoblar”, la murga-canción que se convirtió en uno de los pilares musicales de la denuncia contra la dictadura en Uruguay. Suena rara esa canción en ese contexto de encierro. “Nosotros les pedimos que pongan Gente de Radio”, explica Facundo, y los gendarmes sintonizan la emisora en la radio que está al fondo del pasillo.

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Gente de Radio es una FM cooperativa histórica de Bariloche. En su sede, durante la gran nevada del '96 o el '97, se recibieron donaciones para los afectados. Hasta allí fue Facundo a los 10 o 11 años a llevar alguna ropa. En ese lugar, y en ese contexto, “empieza a saber su verdadera historia, a saber que forma parte del pueblo mapuche”, cuenta María Isabel, su madre.

A María Isabel los años le trajeron un problema: confunde algunas fechas y mezcla las edades de las anécdotas de Facundo. Su vida itinerante, de madre de seis hijos, trabajadora, la vio vivir en Bariloche, Comodoro Rivadavia, Buenos Aires, Chile, y de vuelta Bariloche. Apechugó sola gran parte de la crianza y lo acompañó en el proceso que terminó por convertilo en el lonko de su comunidad.  “Ahí, en la radio, con esa nevada, empezó. Ahí se encuentra con varios chicos mapuche, y empieza a saber su verdadera historia, a los 10 o 11 años más o menos”, dice.

El camino de Facundo para convertirse en lonko y en duro activista mapuche no fue sencillo ni lo recorrió solo. “Nosotros aprendimos como familia, y en conjunto fuimos aprendiendo un montón de cosas, al lado de él”, explica María Isabel.

En la celda número cuatro, Facundo susurra para que los gendarmes, a un lado y otro del pasillo, no escuchen que está grabando una nota. La música de la radio ayuda a disimular la charla, en la que denuncia su detención ilegal.

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Con un artilugio aún no conocido, el Poder Judicial pretende mantenerlo detenido 30 días. En ese período deberá definir si vuelve a analizar el pedido de extradición realizado por Chile. El 1 de septiembre de 2016, el juez Guido Otranto de Chubut declaró “nula” esa solicitud. El fallo fue apelado por la fiscalía y espera una resolución de la Corte Suprema de Justicia. Desde principio de ese septiembre, Facundo se movía con libertad. Fue hasta el 27 de junio pasado. Algunas horas después de finalizada una reunión entre el presidente argentino Mauricio Macri y su par chilena Michelle Bachelet, el lonko fue detenido en el control de Gendarmería de Villegas, entre Bariloche y El Bolsón.

Mi detención la acordaron Macri y Bachelet”, dice Facundo emponchado en la celda de un metro ochenta por un metro ochenta. Tiene 31 años y está sentado junto a uno de los “sargentos” designados por la comunidad para que lo cuiden. Bajo el poncho y con su lawen -la medicina mapuche-, Facundo desafía a los presidentes de dos Estados. “Ellos me querían preso”, dice. Susurrando, explica que lo van a juzgar dos veces por la misma causa; y que el suyo fue un tema de debate entre Macri y Bachelet; que la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, lo tiene en agenda; que los grandes medios de Buenos Aires dicen que le declaró la guerra a dos Estados pero que la guerra la empezaron los Estado hace 130 años “contra nosotros porque son dos Estados capitalistas que nos oprimen, junto a los terratenientes y las empresas transnacionales”.

Aún en voz baja sus palabras suenan con fuerza. Toma el mate que le ceba “su” sargento, que no tiene más de 25 años y advierte que “hay sectores del pueblo mapuche que empezaron a tomar conciencia, a recuperar conciencia y las tierras, y a reconstruir nuestro mundo”.

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Dicen que mi viejo era inglés, cualquier cosa dicen” mientras se ríe. El “Jones” llegó de algún mestizaje pasado, pero la familia paterna de Facundo nació y vivió en Cushamen, un paraje cercano a la localidad chubutense de Esquel. Una zona luego comprada por Benetton. Los capataces de esa estancia fueron corriendo alambrados, expulsando a los pobladores originarios de la tierra y conformaron un territorio de 800 mil hectáreas.

Allí fue donde el lonko Facundo Jones Huala, junto a su comunidad, recuperó las tierras y conformó el lof Resistencia Cushamen. Ese proceso no fue acompañado físicamente por María Isabel, se trataba de la recuperación de un territorio del linaje paterno. Pero sí estuvo presente y activa en la complejo formación de la identidad de Facundo como lonko.

Facundo es el más grande los hermanos. Le siguen Fernando, Fiorella, Fausto, Nicolás y Pirén, de 9 años. Es hijo de María Isabel y Ramón Eloy Jones Huala, con quien la mujer estuvo casada “por las leyes huinca”.  Los cuatro primeros hermanos son del mismo padre, de quien María Isabel se separó cuando el ahora lonko tenía 11 años. La separación, el regreso a Bariloche, complicó las cosas. “Facundo me ayudó muchísimo, fue mi mano derecha en el tiempo en que me separé, por ser el mayor muchas veces se tomaba atribuciones como papá”, cuenta María Isabel y se ríe. “Aunque tuvimos que trabajar muchísimo para que él ocupe el puesto de hermano mayor y no de papá, peleábamos mucho por eso”.

Facundo tenía de chico una salud endeble. “Lo podían hacer pasar por loco, le podían llegar a decir que era esquizofrenia, falta de vitaminas, de minerales, andá a saber que más. Pero en realidad, tenía que conocer y asumir su condición de lonko”, explica María Isabel. “Lo que tenía era una enfermedad espiritual y que si no se trata enferma al cuerpo”, dice mientras explica que una machi lo empezó a curar y encontró que él tenía que ser lonko, que su enfermedad no era física si no espiritual.

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La machi determinó que Facundo debía transformarse en lonko con algunas ceremonias. Tenía todas las virtudes y características. Le faltaba realizar determinadas ceremonias para no estar tan enfermo. “Con la recuperación de Cushamen es justo cuando le dicen que tiene que levantarse como lonko, que ya no hay tiempo. Ese espíritu estaba apurando y él cada vez más enfermo y es ahí donde habla con la abuela y la familia paterna y deciden recuperar esas tierras”, recuerda su madre.

“Para los mapuches, la machi es psicóloga, enfermera, doctora, es todo para nosotros. Otras machi más lo vieron a Facundo. Así como dijeron que se estaban levantando lonkos en Puel Mapu (tierras al este de la cordillera), también se están levantando machis”, explica María Isabel.

A pesar del recuerdo y la risa del momento, “no es que todo sea 'mire qué bonito lo que está pasando'. Lo que pasa es que esas son como enfermedades, hay que hacer ceremonias, tomar lawen, varias cosas”, dice la mujer.

El 3 de julio, unas cien personas -la mayoría mapuche de distintas comunidades- caminaron por las calles de Bariloche para reclamar la liberación del lonko. “Marichiweu -gritaban-. Diez veces venceremos”.

Dos días antes, Facundo había sido trasladado desde Bariloche hasta Esquel. Con casco, chaleco antibalas, esposado, entre gendarmes. “El Chapo Guzmán parecía”, dicen en la marcha dos días después.

En la celda número cuatro del Escuadrón de Gendarmería, antes del traslado, Facundo susurra que el pueblo mapuche “fue históricamente oprimido, pero que siempre tuvo conciencia de su historia, cultura, y de su tradición guerrera y libertaria” y que por eso se da en los últimos años este “renacer de la lucha, con gran contenido espiritual”.

La resistencia, la violencia, la muerte, rondan su discurso. “Fuimos un pueblo a punto de morir; nuestra generación es la última esperanza”, plantea y cuela términos occidentales que matizan su palabra ancestral: habla de cultura libertaria y de proceso dialéctico. “Debemos impedir que destruyan nuestro territorio, peleamos contra la contaminación de las mineras, las petroleras, que  destruyen los espacios sagrados”, dice. En esa defensa “se profundiza un proceso dialéctico: estamos los oprimidos y hay un opresor”, sintetiza bajo su poncho.

Desde la celda de un metro ochenta por un metro ochenta advierte: “Eso lleva a la radicalización. Hemos agotado todas las vías pacíficas, legales e institucionales. Están agotadas. Si no resistimos, nos morimos”.

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A Facundo siempre le gustó leer. “Viene del lado de su abuelo materno, que le inculcó el gusto por la lectura, por informarse, debatir, leer historia con contenido, con conciencia”, reconstruye María Isabel.

Los recuerdos se le entremezclan. Quienes lo conocieron dicen que de chico era bravo, inquieto. Pero para la madre, el rol que cumplió ayudando a cuidar a sus hermanos, jugueteando con ocupar el lugar del padre de familia, pueden más. “No era revoltoso, era muy ordenado, me ayudaba mucho con sus hermanos. Era muy curioso, le gustaba aprender”. A la madre de Facundo no le gusta la palabra “rebeldía” para describir a su hijo. “¿Cómo, cuál rebeldía?”, repregunta y aclara: “Es una lucha de pueblo. A nosotros nos negaron, nos ningunearon, nos escondieron debajo de la alfombra. Hoy ya no nos pueden seguir manteniendo debajo de la alfombra”.

Facundo fue salteado a la escuela primaria y a la secundaria. Donde más aprendió fue yendo a las bibliotecas. Esos espacios fueron refugios cuando se escapaba de la casa cuando se peleaba con su madre. “Las primeras veces que se enojó conmigo y se fue de la casa, se me escapó un par de veces”, reconoce María Isabel. “Yo estaba asustada porque no sabía adónde estaba, y estaba allá”, dice y cabecea hacia la Biblioteca Sarmiento, en el Centro Cívico de Bariloche, hasta donde llegó la marcha pidiendo la liberación de su hijo. “Allá, en la Biblioteca Sarmiento, una noche casi lo dejan encerrado leyendo libros. Eso puede ser que sea rebeldía”, y finalmente se ríe.

Facundo, desde su celda, niega que esa rebeldía lo haya llevado a estar involucrado en hechos de terrorismo o de sangre en Chile, cuyo Estado pide la extradición. “Esto es totalmente político”, insiste, y apunta contra el pretendido progresismo de la coalición socialdemocráta chilena: “Macri y Bachelet, un gobierno de derecha y otro que se dice de izquierda, y que a la hora de las políticas neoliberales son solo uno”.

Bajo el poncho, en la celda, dice que le adjudican “delitos comunes con fines políticos en un contexto de conflictividad social, y que la prensa habla de terrorismo, aunque nunca se lo acusó de eso, y que la causa por el incendio de una propiedad, la tenencia de armas de fabricación artesanal, y transgredir ley de Extranjería, se da el contexto de la lucha contra los terratenientes y las empresas transnacionales”.

De corrido, repite que “nosotros nos defendemos, y a esa autodefensa la llaman violencia. El monopolio de la violencia la tiene el Estado; a mi primo le sacaron la carretilla en Leleque, a mi hermano le hicieron perder un oído. ¿Eso no es violencia? A nosotros no nos pagan por defendernos, a ellos sí por atacarnos”.

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Desde que tomó conciencia de su condición de lonko, mezcla sus lecturas con los rituales ancestrales y la profundización del conocimiento de su historia. Desde la puerta de la celda, asegura que no teme que la prisión se prolongue también dice no temer a la muerte. “A nosotros no nos importa morir, si morimos combatiendo de manera heroica”, explica el lonko y weichafe (guerrero). “Nos vamos con nuestros antepasados si morimos luchando, es algo honorable morir combatiendo como un waichafe, repite y promete que si llega la muerte “será por algo digno, por un futuro mejor para nuestros hijos y nietos. Ningún burgués va a ceder sus privilegios por las buenas. La lucha es para volver a conseguir la felicidad del pueblo mapuche, después de 130 años. Vivir con este sistema es estar muerto en vida”.

 

Dos días después de esa charla, mientras marcha por el centro de Bariloche, María Isabel se comunica por teléfono con Facundo, encerrado en Esquel. Levantó la huelga de hambre porque le permitieron acceder a una celda donde se respeten sus costumbres, el acceso a la medicina mapuche, sus rituales. Es la única vez en toda la movilización, que María Isabel se emociona, hunde el teléfono en el costado de la cara para que los gritos de “marichiweu”  no le impidan escuchar la voz de su hijo.

En ese estado de emoción, no disimula contar que “aprendió todo de él. Yo digo él es mi hijo, lo amo como hijo, es mi vida, yo el día que decidí tenerlo asumí una responsabilidad de madre, por eso lo acompaño y estoy con él, porque sé que es una lucha digna; pero también es mi lamien, mi hermano mapuche, pero también es mi autoridad, mi lonko”, e insiste: “Yo sé que muchas veces es difícil entenderlo, muchas madres que han sufrido cosas con sus hijos a veces no lo pueden entender. Yo lo asumo desde esa lado, lo veo como mi hermano mapuche que está luchando por mi pueblo, no solamente por él o por mí como mamá. Está luchando por un pueblo, que se tiene que levantar, que despertar, que dejar de ser oprimido, pisoteado, ninguneado, insultado”.