Crónica

La doctrina Chocobar


Quién recuerda a Pablo Kukoc

En diciembre el policía Luis Chocobar mató por la espalda a Pablo Kukoc. La justicia lo procesó pero el gobierno lo recibió como héroe. A seis meses del crimen, la mamá de Pablo Kukoc cuenta cómo era su hijo: la mudanza del campo a la ciudad, la promesa de venganza al padrastro violador, la casa en el barrio de La Boca y el paso por un instituto de menores. En esta crónica Tali Goldman muestra cómo la vida de Ivone volvió a cambiar para siempre.

Octavio se levantó antes de las 7, aunque el 8 de diciembre de 2017 era feriado. Tiene 12 años y en unas horas se irá a Rosario de excursión con sus amigos y amigas de la Casa de Niñas, Niños y Adolescentes de La Boca, un programa del Gobierno de la Ciudad a donde asisten pibes en situación de pobreza y vulnerabilidad a contraturno de la escuela. Octavio es fanático de Casita -como le dicen los chicos- y sus compañeros lo eligieron delegado. Ese día tenía que estar antes que el resto para chequear el micro y ayudar a servir el desayuno. Octavio también es abanderado de su grado en la Escuela número 4 José Jacinto Berutti, baila en una murga Los Amantes de La Boca y, como es dúctil para el dibujo, está pensando en anotarse en un secundario de Bellas Artes. Por las noches ayuda a su mamá y al novio de su mamá-Jesús- a vender empanadas a $15 en la terminal del 39 o en un playón donde salen camiones sobre la calle Pedro de Mendoza. Octavio dice que cuando sea grande quiere ser colectivero.

 

Antes de irse le recordó a su mamá Ivone que el micro partía 8:30. Ella se había acostado casi a las 5 de la mañana. Algunos vecinos del conventillo que les otorgó el Instituto de la Vivienda, donde viven junto a otras seis familias, se habían quedado tomando cerveza y charlando hasta el amanecer. Entre ellos estaba su hijo Juan Pablo, que hacía menos de veinte días había salido del Instituto de Menores de San Martín: allí pasó casi cuatro meses hasta que cumplió 18. El juez lo mandó porque acumulaba tres causas por robo.

 

El regreso a casa de Juan Pablo fue angustiante: dormía con su mamá y casi no salía. Pero esa víspera de feriado estaba alegre. Ivone llevaba una hora de sueño cuando a eso de las 6 de la mañana José, otro de sus hijos, la levantó.

 

— Mamá ¿vos le diste permiso a Pablo para que esté tomando vino afuera?

 

Ivone se levantó sobresaltada, abrió la ventana y pegó un grito. Pablo estaba solo con una botella de vino Balbo. Jesús la había comprado para llevarle como ofrenda al Gauchito Gil: Ivone le había pedido al Santito que su hijo salga bien del instituto.

 

— Pablo, ya te metés adentro a dormir.

 

Pablo estaba borracho. Respondió que ya iba y se rió.

 

Ivone había pensado en que Juan Pablo la acompañara a despedir a Octavio, así se aseguraba que volviera a dormir. Pero en el medio Octavio volvió con un par de amiguitos para pedirle que llevara el DNI original y no la fotocopia. Y de paso la apuró. Cuando Ivone bajó lista para salir Pablo ya no estaba solo, había otro pibe que ella no conocía. Lo increpó:

 

— ¿Vos quién sos? Rajá de acá. Vos no sos del barrio, te van a rajar de acá.

— Eh, má, ya se va mi ñeri acá Pereira, tranquila, ya se va.

 

Ivone empezó a caminar y vio cómo se despedían. Se quedó tranquila y caminó dos cuadras hasta Casita. Octavio le pidió que se quedara hasta que saliera el micro, así le sacaba fotos con sus compañeros y filmaba la salida. 8:30 en punto partieron. Ivone emprendió el regreso a su casa. Cuando dio la vuelta a la esquina, vio calles cortadas más adelante. ¿Un choque? Siguió caminando. La atajaron los vecinos.

 

— Quedate tranquila, Ivone, quédate tranquila.

 

Se le heló el cuerpo. La mujer de 39 años vio a su hijo José abrazando a su otro hijo, Juan Pablo, que estaba tirado en el piso con su remera roja empapada de sangre.

 

— Mamá vení, le dispararon a Pablo, vení mamá.

 

No se acuerda cómo llegó:

 

—Mamá levantame, me duele. Negro, no me dejes morir.

 

La ambulancia apareció casi una hora después y lo llevó al Hospital Argerich.

 

Cuando volvió de Rosario a los cuatro días, Octavio se enteró de que su hermano mayor, al que le decía papá, había muerto producto de cuatro disparos efectuados por un vecino de su barrio, un policía que estaba de civil: Luis Chocobar.

 

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***

 

Empezamos muy mal digamos con mis hijos, muy chiquitos. Ellos tenían que vender en la calle  naranja, palta, pan casero, era lo que más vendía. Pablo era el que más trabajaba. Allá no se ve muy visto a los chicos trabajando.

Fui mamá por primera vez a los 19 años. Me parece que era muy chiquita, porque aparte me había quedado sin mamá y sin papa de muy chica, digamos, de los 13 años sin papá y los 17 de mamá. Se separaron y después se separaron de los hijos. Vivíamos en un pueblo que se llamaba El Carril, departamento Chicuana (Salta). Es muy conocido ahora ya no es un pueblo, ahora le dicen ciudad.

Mis hijos siempre estuvieron escolarizados, digamos, nunca faltaron ellos al colegio. Belén tiene 20, Pablo tenía 18, José 16, Octavio 12, Marianela 10 y Thiago 5 años. Pablo, Belén y José de un papá, Octavio y Marianela, otro papá y Thiago otro papá.

Hace seis años hubo una situación horrible con Belén, algo que en la primera parte de nuestra vida fue lo más terrible. Él está en la cárcel pero hace poco me dijeron que me tenía que acercar a la ciudad judicial, Salta, porque le iban a dar una salida preventiva. Se lo comuniqué a mi abogado porque no me parecería a mí que tenga que salir, porque le dieron once años y no cumplió cinco años de condena. Lo detienen a él porque yo lo vi en los hechos lo que estaba haciendo con mi hija Belén, tenía 14.

Pablo y José eran chiquitos. Yo los logré despertar y les dije que vayan a llamar a la policía. Él me tenía del cuello agarrándome para que no corra, pero como yo había logrado despertarlos más antes a José y a Pablo, que dormían en la misma pieza que Belén, fueron corriendo descalzos. Pablo era más pícaro, yo le decía anda buscar la policía. Ellos corrían. La policía estaba a dos cuadras de mi casa, demasiado cerquita, entonces cuando él vio que ya iban una cuadra corriendo, él los fue a agarrar y se olvidó que me tenía apretando, entonces cuando él salió corriendo yo salí por la otra puerta.   

Yo llegué llorando, gritando, no me podían calmar, les expliqué y dije manden una patrulla porque volvió con mis nenes, yo no sabía qué podría haberles hecho él en ese instante a mis hijos, si se agarró la bronca con ellos.

Cuando llegué lo estaban bajando a él de un árbol, se quería ahorcar con una sábana, que supuestamente era parte de las pruebas. Estaba en el brazo de una palta. Subió a una piedra y quería colgarse. Bueno ahí viste que ponen cintas, empiezan a juntar las cosas, la ropa de mi hija. Octavio y Marianela eran más chiquitos, pero me decían mamá mala, vos trajiste a la policía, se llevaron a papá, mala vos, los más chiquitos, que eran hijos de él, como que me veían la Cruela en ese momento. Porque todavía él estaba ahí esposado y yo lo insultaba, me desbocaba y a la vez me desvanecía porque no podía creer lo que nos estaba pasando. Verla a mi hija en la cama era horrible.

Fue un trámite larguísimo, nos llevaron a la ciudad de Salta para que a Belén la viera un médico con permiso mío, porque como era chica yo tenía que estar presente, ver si no había quedado embarazada o cosas así horribles. Logré llamar a una de mis hermanas para que viera a los nenes.

La familia de él directamente nos quiso prender fuego la casa con nosotros adentro. Tenían unos perros de raza encerrados y los largaban. Y ahí fue mucho el cambio de Pablo, José y Belén. Mucha rebeldía, mucha bronca, más allá de haberle jurado a Belén tan chiquito, él con 12 años le dijo ‘Ya no llores hermana, te juro que yo a él lo mato, él te lastimó, te hizo daño´. Ella tenía depresión, venían psicólogos a verla, la municipalidad nos ayudó mucho. Pablo no entendía todavía la palabra violación. Pero ellos habían visto porque dormían en la misma pieza. Es más, Belén le decía papá. Todos le decían papá. El padre de ellos está vivo pero es un alcohólico.

Pablo se crió con ese deseo de vengarse. Venimos para acá por esto. Porque el pueblo es tan chico, se hablaban cosas, que yo la prostituía a mi hija o sea cosas al revés de todo lo que pasó. Allá a los chicos en la escuela les decían ¿es verdad que a tu hermanita la violó tu papá? Entonces los chicos decían ‘no quiero ir más a la escuela, mamá’.

Pasaron como tres meses, mi mamá se enteró de lo que yo estaba viviendo allá. Ella estaba acá como hace veinte años. O sea cuando yo tenía 17 se vino a Buenos Aires y nunca más volvió. Porque acá estaba con otra hermana mía que se había contagiado el HIV y murió a los 27 años. Todo un bolonqui.

Ella me dijo venite hija con tu ropa y tus hijos, acá te vamos a dar una mano. En el interín me dediqué a la droga y al alcohol porque conocí a una persona. Empecé a faltar a mi trabajo. En vez de ser más responsable por lo que me había pasado, era menos. En vez de abocarme más a mis hijos me tiraba a morir, porque veía cómo lloraban y prefería darme contra la pared y drogarme. Ahí quedé embarazada, dije yo no quiero ese bebé, iba a ser mucho para mí, sentía un peso y una traba para venir.

Vendí todas mis cosas, mis hijos lloraban porque tenían cuchetas, tenían pley, tele, todo bueno. Ya van a ser seis años y medio que estamos acá. Y yo digo bueno acá va a ser fácil en algún momento voy a tener mi casa y volver a comprarme todo. Pero no fue así.

 

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***

 

La mesa ratona del despacho presidencial tiene unas azucenas blancas. Es 1 de febrero de 2018 y hay 31 grados. En un sillón la ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich, sonríe. Al lado, en una silla individual, el Presidente Mauricio Macri charla con un hombre robusto, de pelo rapado, tez morena, vestido de uniforme: pantalón azul marino, camisa blanca con ribetes del mismo azul y boina. Es Luis Chocobar, el policía de la municipalidad de Avellaneda que mató a Kukoc.

 

La reunión no fue casual. Una semana antes, el juez Enrique Gustavo Velázquez, titular del Juzgado Nacional de Primera Instancia de Menores N 7, procesó a Chocobar como “autor penalmente responsable del delito de homicidio agravado por su comisión con violencia contra las personas mediante la utilización de un arma de fuego, cometido con exceso de legítima defensa”. Además, lo embargó por $400.000.

 

Apenas terminó la reunión a puertas cerradas, el presidente subió la foto en su cuenta de Twitter: “Hoy recibí a Luis Chocobar en la Casa Rosada. Quería ofrecerle todo mi apoyo, decirle que lo acompañamos y que confiamos en que la Justicia en otra instancia lo liberará de todo cargo, reconociendo su valentía”. Bullrich se sumó: “Junto al Presidente Mauricio Macri recibimos al policía Luis Chocobar que salvó a un turista de la muerte. Actuó en cumplimiento de su deber de Policía y así debe ser interpretado. Queremos defender a los Policías que cuidan a la gente y no que terminen acusados o presos”.

 

La foto fue trending topic y tapa de los diarios. En la televisión pasaron en loop la imagen del Presidente y el policía dándose la mano. Desde ese instante, en la Argentina se acuñó un nuevo término: la “doctrina Chocobar”. Y la vida de Ivone dio otro giro. Su perfil de Facebook se llenó de insultos.

 

—Hasta ese momento, la muerte de Pablo Kukoc era una más, producto de la violencia institucional. Estamos acostumbrados. Vivimos lo de Nehuen Rodríguez, Lucas Cabello, Ángel Duarte y Leandrito — dice Natalia Quinto, una de las referentes del espacio multisectorial “La Boca Resiste y Propone”, quienes acompañan a la familia Kukoc y otras víctimas de violencia.— Nadie pone en cuestión que Juan Pablo fue a cometer un delito. Eso lo tenemos clarísimo. A nadie le cabe duda que fueron a robarle a un turista y llevaron adelante una acción grave. Pero lo que también hay que tener claro es que a Juan Pablo no lo mató la droga, no lo mató la vulnerabilidad, no lo mató la pobreza. A Juan Pablo lo mató Luis Chocobar.

 

Según la causa 74191/2017 (caratulada “Imputado Chocobar, Luis Oscar y Otros S/homicidio agravado (ART.80 INC.7) y Robo con armas damnificado: Wolek, Frank Josepth y Otro”) en la calle Garibaldi entre Olavarría y Suárez, Pablo Kukoc y otro adolescente habrían interceptado a Frank Joseph Wolek para robarle su cámara fotográfica y ante su resistencia, lo apuñalaron en las zonas vitales. Tres varones que estaban en la puerta de un Cyber escucharon un grito de auxilio y vieron a los dos jóvenes corriendo con la cámara de fotos. Decidieron perseguirlos, dos en moto y uno a pie. Alcanzaron a Juan Pablo y el otro logró huir. Hubo un forcejeo cuando intentaron recuperar la cámara de fotos.

 

En ese instante llegó Chocobar, que se identificó como policía y dio la voz en alto. Kukoc huyó. El oficial disparó tres tiros intimidatorios hacia arriba, pero cuando vio que el joven no acató la orden continuó la carrera por la calle Suárez y tiró otros cuatro: dos impactaron en el cuerpo de Kukoc.

 

El 23 de abril de 2018, el juez ordenó el análisis cuadro por cuadro del video que muestra el episodio para probar si el crimen fue con “alevosía”.

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*

 

Unos días después de que Macri recibiera a Chocobar, Ivone fue en persona a la Casa Rosada y pidió hablar con el Presidente. Los guardias que escucharon su pedido, se rieron y le dijeron que hiciera una nota. Volvió con el pedido por escrito. Unas semanas después, se comunicaron de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. Le dieron una cita con el secretario Claudio Avruj en la Ex ESMA. Natalia Quinto la acompañó pero Avruj nunca apareció. Las recibieron María Aurora García, de asuntos jurídicos y Ruíz Díaz, del despacho de la Secretaría.

 

—Fue una vergüenza, se habían olvidado que íbamos — cuentan.

 

***

 

Yo me descompensé por todo lo que había pasado con mi hija. Mi mamá me llevó a psicóloga, ¿Moyano es el de mujeres? Ahí se dio cuenta que estaba embarazada porque me veía vomitando y me decía vos llorás, todo, pero por qué vomitas. Yo le dije que no quería que me apoye, que una vez que tenga él bebe lo quería dar en adopción. Después me medican, embarazada, para poder dormir. Me daban un octavo creo que era de denapril, una cosa así. Hasta que tuve un accidente a los ocho meses de embarazo. Iba a trabajar en el 168, para el lado de Constitución. Viste que no te dan los primeros asientos. Entonces cuando frenó el colectivo me tiró al medio. Claro, no iba bien sentada y cuando frenó hice pum, todo así, y me tiró. Me hicieron resonancia y todo. Cómo está mi bebé, cómo está mi bebé. Y ahí digamos que volvió. Anulé todo lo de la adopción. Mis hijos estaban felices. Juan Pablo estaba contento aparte él decía que era un varón y que él iba a ser papá y así fue. Él era el papá de Thiago. O sea vos le hablas a Thiago de él y él te dice papi, papá, a dónde está papá y todo el tiempo es papá.

Él era el hombre de la casa, cómo te puedo explicar. Era mi hijo, a la vez era como mi marido, porque yo le daba la autoridad siempre, digamos, que él tenía autoridad como papá. Él y Belén.

Mientras tanto Pablo y José se fueron adaptando a Buenos Aires. Le decían los salteñitos, campesinos. Se hicieron de amigos. Eran demasiado inteligentes los dos, yo digo, demasiado, que hubieran sido profesores ya. A ellos les entraba y bien, en todo, la multiplicación, la división, se la sabían de memoria, o sea no le costaba estudiar.

Pero Pablo vino a Buenos Aires con el deseo de ser jugador de River. Pablo en realidad allá era uno de los chicos más buscados para jugar al fútbol. Él se hacía el capo, peor, en ese tiempo él se sentía el Pablito Aimar.

No sé cómo es la historia, pero me dijo mamá, mamá, mamá, estoy inscripto, bueno, dale. El 8 nos dejó a dos, tres cuadras, pero ya veíamos la Monumental y él corría, él corría. Él era de River, para el colmo eso. Era un calvario para él vivir acá. Cuándo vamos a ir a vivir a donde todo es de River, mamá. Acá su hermano que era de Boca le decía, acá está todo bien Pablo, acá te vas a morir.

A Pablo le llegaba mucho el futbol.

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Fuimos a River y todos eran papás. El primer garrón para mi hijo era que yo era la única mamá. Se presentó, hizo la prueba y le dijeron que tenía que volver al otro día. Al otro día volvimos y así una semana. Se nos complicó porque era el pasaje, la vianda, pagar. No era que River te daba todo, era mentira y no podía yo todo eso. Yo traté de ayudarlo a Pablo en todo lo que pude con River. No se pudo más. Se sintió muy apagado.

En ese interín se puse de novio con Karen. Con la novia que tuvo siempre, durante estos 4 años. Es la ahijada de mi mamá. Se conocían de siempre, pero no se soportaban. Él la veía como india porque andaba todo el día descalza. Ella le decía Negrito que te haces el agrandado. Lo jodía y él, bueno, siempre fue un chico, como te puedo decir, que le gustaba tener un buen perfil. Le gustaba estar bien peinado, bien vestido, bien cambiado, bien bañado. Presumido le decía yo.

Era un chico demasiado sano. Se cuidaba de chiquito de las comidas porque decía que los futbolistas no pueden comer grasa. Siempre se miró los músculos, las piernas. Antes de que fallezca se afeitaba porque decía que los futbolistas no pueden tener vellos en las piernas, porque si se lastiman, se infeccionan y no se curan rápido.

Se iba a barb shop, a las peluquerías más caras que hay en Constitución o en Once. Era muy exigente.

Era una persona muy divertida. Demasiado. Cómo te pudo decir, vos podías estar llorando y él llegaba y te reías después. No sé cómo hacía pero te hacía reír.

Hace dos años nos fuimos de vacaciones a Salta, pero él no quería ir, como estaba de novio, un día sin vos, me quiero morir, decía ella. Ya hacía 4 años que no íbamos, desde que había pasado lo de Belén, y se me dio la locura porque lo había conocido a Jesús en Facebook y habíamos quedado en encontrarnos alguna vez. Y qué más mejor se me ocurrió ir de viaje.

Pablo dijo estoy navidad y año nuevo y me vuelvo. Pablo la pasó bien. Se la pasó pescando. Se volvió. Estaba solo en la casa y ahí empezó todo. Estuvo dos meses solo. En esos dos meses conoció todo, la droga y los amigos y no estaba la mamá. A mí se me complicó viajar. Yo había ido con la ida nomás y tenía que juntar plata para todos, para la vuelta.

Cuando volví era otro Pablo. Todo flaquito, no iba ni a entrenar. Se habían peleado como cuatro veces con Karen. Ella lo había visto que se drogaba. Estaba todo el día en la calle.

Le dije que lo iba a inscribir al colegio y me dijo este año no voy a estudiar. ¿Vos me estas cargando? Yo te voy a inscribir. Corte, que fue al colegio, unos días no, unos días sí. Encima yo llegué con Jesús. Él me mandó a decir que no iba a dejar entrar a Jesús a la casa, que nos vayamos a alquilar. Que en esa casa dormían él y sus hermanos. Hasta el último día que se murió, era re celoso.

Siempre lo amenacé y le dije que lo iba a encerrar en un lugar que lo saquen de la droga. Algunas veces parece que se metía otra cosa, además del porro. Me imagino que deben ser pastillas. Nunca le encontré nada.

 

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A mediados de julio de 2017, Juan Pablo Kukoc ingresó al Instituto de Menores San Martín, en la calle Baldomero Fernández Moreno, en el barrio de Flores. Lo decidió el juez ante las causas que acumulaba.

 

Los institutos de menores deben ser la última instancia que tienen los magistrados para actuar con los adolescentes entre los 16 y 18 años, de acuerdo a la Convención sobre los Derechos del niño. Pero según el Régimen Penal de Menores, enmarcado en la ley 22.278, el juez está facultado a “disponer del menor”, aún por debajo de esa edad, y esa disposición no es otra cosa que el encierro punitivo. Contrario a las recomendaciones internacionales, suele ser la primera y única carta de la justicia.

 

Juan Pablo podía ver a su familia los martes y domingos. Lo visitaban su hermano José e Ivone, con la esperanza de que se rehabilitara de las drogas. Pero cada vez que lo veía Pablo le contaba cómo le pegaban, cómo intentaron apuñalarlo con cepillos de dientes y cómo los policías los hacían hacer tareas de mantenimiento.

 

Karina Valobra es abogada e integrante del colectivo Juguete Rabioso, que ofrece patrocinio gratuito a chicos privados de su libertad. Cuando explica cómo son los institutos de menores, no duda:

 

— Son cárceles para pibes y no pasan cosas distintas de lo que sucede en una cárcel de adultos. Es la lógica tumbera. No sólo no puede salir, a diferencia de un hogar, sino que hay rejas, si te escapás te libran una orden de detención. El personal de custodia es penitenciario y para pasar de un lugar a otro hay rejas. No es un hogar, ni una escuela, ni un centro de salud para curar adicciones, como muchas familias creen. Entonces, ¿qué otra política llegó antes de que al pibe lo priven de la libertad? Porque el Estado llega a las vidas de estos chicos para aplicar penas, no políticas públicas y protección. Sobre todo en los barrios periféricos.

 

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Es un miércoles de abril de 2018. El conventillo en el que vive Ivone sobre la calle Suárez es fácilmente reconocible. Está a dos cuadras de Caminito y por la esquina pasa el bus turístico de la Ciudad de Buenos Aires. Afuera hay una parrilla donde hacen las tortillas. En la fachada, un mural que realizaron los de la CORREPI: Pablo está sentado en un banco con su gorrita. Tiene el logo de la barbería a la que iba, las manos de su hermanito menor estampadas y la letra de una canción que eligió Ivone (“Entre el Cielo y vos” de Tito La Liga). “Me visitas de noche en mis sueños, vienes a mí, me abrazas, me despierto ¿Dónde estás? Que ya no puedo verte pero sigues conmigo eternamente”.

A las diez de la mañana en la casa están Jesús, José, Thiago y el perro Aika. Thiago tiene asueto en el jardín por unas “jornadas” y José, desde que pasó lo de Pablo, no quiere ir a la escuela porque lo hace acordar. Además, hay chicos que le tienen bronca, los más “blanquitos”, que le dicen que lo van a matar como a su hermano. En el medio llegan Octavio y Marianela de Casita. Octavio sirve agua para todos, le dice a su mamá que va a llevar la pelota al colegio porque tiene educación física y trae el cuaderno con sus dibujos para mostrar. Hay uno que hizo hace poco: están él y Pablo. Sube al cuarto —ahora ocupa el de Pablo, porque antes dormía con Marianela y Thiago— y baja con el guardapolvo blanco y la mochila. La pieza conserva las marcas de Pablo en la pared, las frases que le había escrito Karen, los corazones.

 

— ¿Qué espero ahora? No espero nada. Que esté mi hijo conmigo. Ese es el único deseo que yo tendría que pedir a Dios, si tengo que pedir algo. Para mí la justicia del hombre no existe. La justicia divina es la que espero.