Crónica


El millonario y los anfibios

La cronista Graciela Mochkofsky y el sociólogo Alexandre Roig entrevistaron al empresario sojero argentino Gustavo Grobocopatel. El objetivo: mostrar cómo piensa, cómo se construye a sí mismo un personaje clave del poder económico del país. Grobo se enojó con el enfoque del perfil y con el título. Escribió una carta, uno de los autores respondió, y Anfibia publica ese cruce.

Por: Redacción Anfibia

A Gustavo Grobocopatel no le gusta que le digan el rey de la soja. Aunque no es el mayor productor de soja ni el creador del boom sojero en la Argentina lidera uno de los mayores grupos agropecuarios de la región. Su empresa, Los Grobo, factura mil millones de dólares por año; él dice que las ganancias son iguales a cero.

Grobocopatel es un personaje distinto en el mundo empresarial agropecuario argentino. A diferencia de otros líderes –gremiales y empresariales- del sector rural, no se muestra agresivo con un gobierno que, entiende, lo ha perjudicado o al menos no lo ha ayudado a crecer como él hubiese querido. Y también a diferencia de otros colegas del sector más arcaico de la economía argentina y latinoamericana, Grobocopatel ha construido una imagen de sí mismo, conceptualizando acerca de lo que es y lo que hace.

Graciela Mochkofksy -periodista y autora, entre otros libros de no ficción, de Timerman-, y Alexandre Roig -doctor en sociología económica en la EHESS (Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales) de París-, se sentaron con Grobocopatel. Lo escucharon, le preguntaron, viajaron a Carlos Casares a conocer el pago chico del empresario; pensaron y repensaron, volvieron a escucharlo y a preguntarle. Y escribieron. El resultado es el perfil que Anfibia publicó el 24 de mayo. Molesto, enojado quizás, Grobocopatel le escribió un extenso mail a Graciela Mochkovsky y autorizó la publicación de ese correo en Anfibia. A continuación, la carta de Grobo y la respuesta de Alexandre Roig.

La carta de Grobocopatel

“Estimada Graciela:

No puedo dejar pasar la oportunidad para reflexionar sobre la nota que publicaron en Anfibia sobre la entrevista que me hiciste. Para mí el debate es sustancial en la construcción colectiva y dejo a tu criterio si compartirla o no con alguien más.

Lo hago impulsado especialmente por la decepción que la misma me causo. Te confieso que fui seducido con la idea de la revista, sobre una nota realizada en conjunto entre una periodista y un académico, con lo cual me dispuse, con mayor amplitud, a recibirlos donde ustedes me solicitaron. “El mayor rigor periodístico e investigativo, desde los nuevos relatos de la contemporaneidad”, dice Anfibia en su presentación.

Te la dirijo a vos porque en la nota no veo el aporte académico y sí muchas notas de color.

Cuando me refiero a mi expectativa por lo académico me refiero a que no veo referencias, reflexiones, inquietudes sobre la necesidad (o no) de tener compañías multinacionales en Argentina, de tener modelo de negocios articulados en redes y sus ventajas (o no),  la importancia de las proteínas en el siglo XXI y sus impactos sobre Argentina, la calidad de las organizaciones como base de la competitividad, la importancia de integrar el mundo académico con el de la empresa, el tema de sucesión en las empresas familiares, la importancia del estado de calidad, etc., todos temas abordados en mi conversación. Por otra parte tengo la mínima expectativa de que se discrimine entre lo que es facturación y lo que es ganancia en una empresa, que a  propósito es cero o menos desde hace 4 años.

Las notas de color, desde mi punto de vista, son fruto de una persona con un particular punto de vista, alejada del rigor periodístico que se menciona antes. Por ejemplo llamar desierto amarillo a un campo de soja a punto de cosechar, o decir que “monté un espectáculo”  cuando fueron ustedes los que me pidieron recorrer la colonia o el campo, sacándome un día de descanso con mi familia, en fin …

El título merece  un capítulo aparte. Consulte a amigos periodistas sobre el mismo y coincidieron, y más allá de cuánto sea rico o me crea Steve Jobs (o no), que es peyorativo y discriminatorio decirle a alguien “rico” y que se cree algo. Uno de ellos me dijo: Podrías  titular tu carta “Una Pobre que se cree periodista”.

Durante los últimos años he dado entrevistas o todo el mundo, sin especular sobre si me serían útiles, favorables o no, nunca hice comentarios sobre las mismas, en este caso una expectativa decepcionada pudo más.

Saludos.

Gustavo.”

La respuesta de Alexandre Roig

No vamos a volver sobre las dificultades o la imposibilidad de reconocerse a sí mismo en las palabras de otros. No nos atreveríamos a discutir si se hace justicia o se traiciona a quien fue retratado. Podríamos, inclusive, contestar que para nosotros “montar un espectáculo” no es peyorativo, ya que todos tenemos formas de presentarnos al mundo. Esta crónica habla claramente de la relación con “un otro” que nos sorprende. Partimos de nuestro prejuicio decepcionado para mostrar una vez más la improductividad de los maniqueísmos y tratar de relatar a un hombre y sus horizontes. Algunos dirán que esta no es la cuestión, que tal como lo narramos nos hemos extraviado. Varios reprocharán que no hayamos denunciado los estragos ecológicos, económicos y sociales del modelo de Los Grobo. Otros dirán que no hemos alabado las virtudes de las transnacionales modernizadoras y de las relaciones entre empresas y mundo académico para la innovación tecnológica y productiva.

La interpelación de Gustavo Grobocopatel nos invita efectivamente a reflexionar. ¿De qué debe hablar una crónica que surge de una periodista, un académico y un fotógrafo? O todavía más: ¿sobre qué debería debatir la sociedad?  No todos los textos tienen que concentrar todas las batallas, todas las disyuntivas que se ofrecen a la historia. De hecho, si queda algún privilegio para los autores es el poder elegir qué pelea quieren dar. La nuestra es simple, pero no menos importante. ¿Cómo se presenta un hombre multimillonario que ambiciona dejar una obra pero que no le gusta ser llamado “el Rey de la soja”?

Esto también es una discusión académica. No lo son solamente las perspectivas “útiles” sobre el “deber ser” del desarrollo. Una sinagoga, un cementerio, una casa de familia, un auto por caminos de tierra, una clase de canto, un campo de soja, una situación imaginaria en Kenia son lo distintos escenarios dónde “él” se nos presentó -es cierto, a nuestro pedido y un día de descanso familiar-. No son datos de color, son los espacios desde dónde hacer pensar su obra, su empresa, su potencia; dónde inscribe su destino. No son el contexto de datos duros sobre la productividad sojera, son fragmentos de la existencia de quien construye una multinacional desde la Argentina.

Los autores y el fotógrafo quieren mostrar esta complejidad sin obsecuencia. Buscamos matizar al empresario para hacerlo sin duda más paradojal, pero más real y singular. A esto también se dedican la academia, el periodismo y la fotografía.

Alexandre Roig