Crónica

El fin de una era


El largo adiós de Moyano

Después de doce años, Hugo Moyano vive sus últimos días al frente de la Confederación General del Trabajo. Le queda un mes y una misión: lograr la unidad de las tres centrales obreras que usan el sello CGT. Bajo su liderazgo, el sindicalismo fue un factor de poder real. Su partida puede leerse también como el comienzo del fin para toda una generación de dirigentes gremiales. Convertido en presidente de un club y actor de peso en la AFA, Moyano encontró en el fútbol lo que no consiguió en la actividad sindical: el cariño de la clase media.

Fotos: Agustina Badano / Archivo Anfibia

Disfónico, casi sin voz, sin gestos ampulosos, en un escenario montado en un camión, Hugo Antonio Moyano parafraseó a Evita y dio uno de sus últimos discursos como líder de la CGT: “Renuncio a los cargos pero no a la lucha. Me voy como Secretario General pero siempre estaré con ustedes, compañeros”. Los trabajadores recolectores de residuos y de logística de varias empresas le rendían tributo desde la avenida Avellaneda, en Caballito, frente a la cancha de Ferro Carril Oeste. Fue breve al hablar como breve fue el Congreso que había sesionado unos minutos antes: hasta hace unos días, el plan de Moyano era cumplir su palabra y entregar el bastón de mariscal pero la mano alzada de 776 congresales prorrogó su mandato por 39 días. En el epílogo de su gestión, el hombre que condujo una de las centrales obreras peronistas durante 12 años tiene una misión: llegar al 22 de agosto con una CGT unificada e influir en el armado del futuro consejo directivo.

El largo adiós de Moyano es parte de un lento proceso de recambio en el sindicalismo argentino. Y es la confirmación de que el líder camionero será un jugador fuerte en el fútbol argentino pos Grondona. Si en 2010 llenó un estadio de trabajadores para demostrar su poder sindical, ahora Moyano sueña con un campeonato con Independiente y un estadio lleno de socios que le reconozca su capacidad de conducir un club  y una asociación de fútbol.

El Congreso Extraordinario y Ordinario de Ferro fue pim pum pam: se aprobaron balances y se incorporaron algunos sindicatos confederados a la CGT. Lo que importaba era si Moyano se iba, continuaba un tiempo más o ungía a viva voz a quien él considera que debe sucederlo.

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—Mi viejo se queda hasta el 22 agosto.

—¿Y después?

—Nosotros queremos un triunvirato.

Pablo Moyano, hijo mayor de Hugo, secretario adjunto de Camioneros, mano derecha de su padre en el Club Independiente, llegó al microestadio de Ferro a las 10 de la mañana y anticipó lo que iba ocurrir una hora y media después.

Cuando Pablo dice “nosotros” dice CGT Azopardo y dice, sobre todo, familia. En Ferro estaban Pablo, Facundo y Huguito, tres hijos de Moyano. Facundo en el escenario, como dirigente del gremio de Peajes y representante de la Juventud Sindical –aunque no la conduce-; Hugo Jr. tras bambalinas, monitoreando los pasos formales del Congreso; y Pablo habilitando la entrada a las tribunas de la masa camionera.

Facundo, 31 años, diputado del Frente Renovador, llegó de camisa entallada, pantalón de vestir y saco en la mano. Ya en el escenario, miraba cada treinta segundos el celular, le guiñaba el ojo a alguna compañera que lo saludaba desde abajo y sonreía con los diálogos que mantenía su padre con Pereyra de Petroleros y el Momo Venegas.

Huguito, de 30 años, llegó unos minutos después. Ninguno de los congresales que hacían cola para inscribirse lo reconoció. Pasó raudo con su traje oscuro y entró directo a la cancha de básquet. Asesora a su padre en la CGT y en Camioneros, refrenda convenios colectivos y también es abogado de consulta de otros gremialistas. Todavía no ocupa el lugar que dejó vacío Héctor Recalde (distanciado de Moyano cuando el sindicalista rompió con el Frente para la Victoria) pero transita esa senda.

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Pablo, el mayor, 45 años, es el conflicto, la calle, la amenaza de paro si no se firma la paritaria, el que le dice a un plateista de Independiente que si no saben de fútbol no puteen al técnico. Su cara está en las banderas al lado de la de su padre. Y desde hace algunos años hay banderas que solo llevan su imagen. Es el heredero natural de Hugo en Camioneros. Fue el encargado de ubicar afiliados de Camioneros en las dos tribunas, con bombos y trompetas, para cantar por Hugo: “En Argentina, hay una banda, hay una banda de camioneros, que tiene aguante, que tiene huevos, yo con Moyano no tengo miedo”.

Camioneros mandaba en la tribuna pero no en el poroteo: por cantidad de afiliados, el gremio moyanista inscribió a 67 congresales, bastante menos que los 145 de municipales o los 242 de UATRE. En el mundo sindical, los números, la representatividad y la capacidad de movilización no caminan siempre por la misma vereda. 

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Cuando asumió en el triunvirato cegetista en 2004, Hugo Moyano tenía empadronados a 48 mil camioneros; lo que se dice, un gremio mediano tirando a grande: menos que la histórica UOM pero bastante más que los 6 mil afiliados con los que contaba el cervecero Ubaldini cuando asumió la conducción de la central en 1980. Como “Saúl querido”, el Negro Moyano lideró por doce años la CGT.

Compartió un año el mandato con Susana Rueda (Sanidad) y José Luis Lingieri (Aguas Sanitarias) hasta que en 2005 comenzó a liderar solo. Años de gloria para el sindicalismo: convenios colectivos, afiliaciones por miles, paritarias por encima de la inflación. Hugo rubricaba la paritaria camionera con la bic azul de Néstor. El presidente lo palmeaba, había foto y detrás cerraban acuerdos docenas de gremios. Si la inflación era del 8%, la paritaria llegaba 18%; y si la inflación era del 10%, el aumento salarial llegaba a 20. El trabajador formal y sindicalizado fue el sujeto político del primer kirchnerismo.

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“Nos roba los afiliados”, se quejaba Armando Cavallieri. En los primeros 8 años de kirchnerismo, Camioneros pasó de 50 mil a 200 mil afiliados. Moyano reencuadró trabajadores de logística, ajustando cifras a la realidad: la expansión económica y del consumo viajaba arriba de los camiones. Fueron esos repartidores de bebidas y alimentos y de insumos varios del comercio y la industria los que coparon la avenida Avellaneda para saludar a su líder.

—Le faltó lo de ganancias, salvo eso, nos dio todo. Agradecido eternamente yo.

Matute trabaja en la planta de Coca Cola de Hudson. Tiene 46 años, tres hijas mujeres, casa propia con patio y parrilla. A él y a otros como él le habló Moyano, desde el atril ubicado en un camión, cuando hizo referencia a su deuda pendiente: el impuesto a las ganancias.

—Creyeron que con eso me perjudicaban a mí y perjudicaron a los trabajadores.

Desde algunos balcones, vecinos de Caballito miraban en panorámica lo que pasaba en la avenida Avellaneda. Sacaban fotos y filmaban. El viento les subía el humito y el olor de los choris y los patys. El amontonamiento y quizás la hora –eran las doce, apenas- conspiraban contra los vendedores.

De 2008 para acá, Matute no faltó a ningún acto ni movilización. Estuvo en la plaza de Mayo contra las patronales agropecuarias, cuando otros aliados del gobierno sugerían revisar la 125 y no confrontar. En la cancha de River, en octubre de 2010, el día que Moyano dijo, delante de Cristina, que quería a un trabajador en la Casa Rosada. Y también en Ferro, el 15 de diciembre de 2011, apenas cuatro días después de la asunción de CFK. Ese día Hugo quemó las naves: dolido por la falta de diálogo, enojado quizás por lo que fue el armado de listas para aquellas elecciones, dijo: “Cuando se habla del 54 por ciento, el 50 es de los trabajadores y no de los chicos bien. Que no nos confundan, el gobierno de Perón fue el mejor de la historia. Voy a reconstruir el peronismo. No tengo vocación de bufón, por eso no acepto las decisiones”.

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No hubo vuelta atrás. La CGT se partió en dos y después en tres, las paritarias le ganaban a la inflación por poquitos puntos y se firmaban en tres partes y el nuevo sujeto político era el joven neoperonista. 

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—Me voy para dejarle el lugar a dirigentes más jóvenes…o dirigentes con otras ideas.

Moyano compartía la mesa del Congreso con dos sindicalistas con aspiraciones a conducir la CGT unificada: Juan Carlos Schmid y Gerónimo Venegas. No tanto por la edad, aunque sí por su formación y su mirada sobre cómo debería ser la CGT del siglo XXI, Schmid entra en esa categoría de “dirigentes más jóvenes”. Por edad y porque representaron un cambio en sus gremios, en esa línea entran también el bancario Sergio Palazzo y Sergio Sasia de la Unión Ferroviaria. Palazzo y Sasia reemplazaron a dos sindicalistas que terminaron presos: Zanola y Pedraza.

En “dirigentes con otras ideas” encaja Venegas. El Negro y el Momo son amigos: se conocen de los setenta, cuando uno militaba en la juventud sindical de Mar del Plata y el otro conducía la seccional de los peones rurales de Necochea. Tienen los campings sindicales uno al lado del otro. Son hinchas de Independiente. Acumularon afiliados y poder entre 2003 y 2015 pero avanzaron por veredas distintas: Venegas rompió con el kirchnerismo –con el que nunca hubo piel- cuando se puso del lado de las patronales agropecuarias en 2008. Venegas jugó todas las fichas a la mejor opción para derrotar al kirchnerismo: Macri. Moyano llamó a no votar a Scioli y trató de hacer malabares lingüísticos para no pronunciar un apoyo explícito a Macri.

—La CGT debe tener un solo secretario general y un consejo directivo de 35 miembros como señalan los estatutos —dijo Venegas en el Congreso. Lo mismo había repetido 24 horas antes, en un almuerzo en el que juntó a 90 sindicatos.

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—Compañeros, los estatutos se pueden adaptar a las necesidades del momento, como pasó en 2004, cuando me tocó compartir un triunvirato —dijo Moyano. Un calco de lo que dijo la tarde anterior en el cierre de un encuentro de la Juventud Sindical.

Inflación, tarifazos y despidos llevaron a las propias bases de los sindicatos, y a otros sectores no sindicalizados, a presionar, primero por la “unidad en la acción” (el acto del 29 de abril) y luego por una reunificación de las tres CGT. Hasta el Papa Francisco brega por la unidad sindical. 

—Si el Momo no estuviera tan pegoteado con Macri, capaz lo apoyamos —dijo Mario, un congresal de SUTECBA (municipales).

Venegas sabe de esas resistencias y por eso, micrófono en mano, gritó que nadie tenía que dudar: él sería el primero en plantarse frente al gobierno si la situación así lo requiere.

Schmid ya se plantó: un día antes del Congreso convocó, desde la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte, que nuclea a unos treinta gremios, a un paro general.

—Un buen tipo, un duro, de fierro, un cuadrazo, todo bárbaro, pero no lo conoce nadie –dijo el mismo congresal.

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Aliado incondicional de Moyano, poco afecto a los estudios de televisión, el gesto siempre adusto, Juan Carlos Schmid aspira a un lugar en un posible triunvirato. El líder del gremio de Dragado y Balizamiento maneja los vínculos internacionales de la CGT y el moyanismo: viaja a la Organización Internacional del Trabajo en Ginebra y también a San Pablo, a reunirse con sindicalistas latinoamericanos. Nunca habla de lo que no sabe, estudia los temas que le preocupan: un intelectual del sindicalismo.  

Hace poco, Schmid resumió en una frase lo que piensan muchos gremialistas de primeras, segundas y terceras líneas: “Yo suelo reiterar algo que dijo Putin: ‘El que quiere restaurar el comunismo no tiene cabeza; el que no lo eche de menos no tiene corazón’. Pienso exactamente lo mismo respecto al kirchnerismo”. 

Schmid siguió el Congreso parado junto al escenario, pidió la palabra para acompañar la moción de prórroga del mandato de Moyano hasta agosto y cuando todo terminó se fue caminando por la avenida Avellaneda. Avanzó solo durante tres cuadras. Nadie le pidió una foto ni le palmeó la espalda. 

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El miércoles 13 de julio, al mediodía, el edificio de la CGT estaba semivacío. En una de las paredes de la entrada, un afiche recuerda el aniversario de la muerte de Ubaldini. Los sindicalistas no atienden en el edificio de la calle Azopardo sino en sus gremios, en sillones de respaldo alto, con escritorios y estantes saturados de regalos y objetos que evocan alguna historia peronista. Ahí, duques en sus dominios, reciben a colegas, diputados, intendentes, empresarios, gobernadores. En cambio, las oficinas de la CGT apenas si tienen alguna plaqueta, una foto, no mucho más. Sillones de los años 70 conviven con mobiliario de oficina. Entre los incontables bustos de Perón, Evita y Rucci se destaca una foto gigante de Perón y Balbín: un regalo del Secretario General de Bancarios, el radical José Palazzo. La sala donde está colgada la imagen se llama “Unidad Nacional”.

Para los sueldos de los empleados, el mantenimiento del edificio y la logística de algunos actos los recursos salen de las arcas de Camioneros, Petroleros, UATRE y Municipales. Los cuatro gremios sentaron a sus secretarios generales en la mesa de autoridades del Congreso en el microestadio de Ferro.

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La última vez que un presidente pisó la CGT fue el 7 de julio de 2008. Cristina, como presidenta, y Néstor, como titular del Partido Justicialista, participaron de un homenaje al abogado laboralista desaparecido Norberto Centeno, redactor de la primera ley de Contrato de Trabajo. Fueron en apoyo a Moyano, que en pocos días tenía que enfrentarse a Barrionuevo por las conducción de la central obrera.

Cuando en el Congreso de Ferro Moyano nombró a Néstor no hubo aplausos ni silbidos. Mencionó a Menem: algunos chiflidos. Cristina: muchos silbidos.

Las posiciones estratégicas, las alianzas tácticas y los enconos personales acercaron y dividieron a esta camada de líderes sindicales que hoy anda por los setenta años y que, en varios casos, llevan de veinte a treinta años al frente de sus sindicatos. El fin de la era Moyano también puede ser leído como el principio del fin para una generación que vivió el primer peronismo como hijos de trabajadores con nuevos derechos, se enfrentó a la izquierda peronista en los setenta, se partió frente al menemismo y se fragmentó en los últimos doce años.

La Confederación General del Trabajo llegó al inicio del gobierno de Macri como había llegado en 2003 al nacimiento de la era kirchnerista: partida en tres. Antes eran los “gordos”, los “disidentes” y los “independientes”; hoy es la CGT Azopardo (Moyano), la CGT Alsina (Antonio Caló, de UOM) y la CGT Azul y Blanca (Luis Barrionuevo, de Gastronómicos). La comparación es un poco taimada, como toda comparación: si se pone la lupa sobre el mapa sindical actual aparecen otros actores: Palazzo (radical, de Bancarios) lidera una corriente interna que quiere su lugar en la conducción; el MASA (Movimiento de Acción Sindical Argentino), donde revisten SMATA y taxistas, entre otros, también quiere meter un candidato para la futura unificación. Y si además de poner la lupa se separa la paja del trigo, los trabajadores formales argentinos tienen 5 centrales obreras (tres CGT y dos CTA) y los trabajadores informales también tienen su central: la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular. Al inicio de 2016 había 3259 sindicatos registrados: 1636 con “personería” y 1623 con “inscripción”

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Moyano está flaco. Cuando le preguntan, desmiente cualquier rumor sobre su salud y dice que cambió los hábitos alimenticios.

—Facundo le armó una dieta —pasó el dato un joven dirigente petrolero que miraba el Congreso desde un costado, al pie de una de las tribunas.

En su casa de Barracas o en la quinta de Parque Leloir, Moyano ejercitaba los músculos y descargaba tensiones tirando guantazos contra una bolsa.

—No voy a abandonar la lucha porque es parte de mi personalidad —dijo desde el atril del camión, al terminar el Congreso. También pidió disculpas por algún exabrupto contra algunos compañeros con los que pudo tener diferencias. No dijo mucho más. Una retirada a medias: evitó el balance y los uppercats verbales. Sabe que de acá al 22 de agosto quedan reuniones y largas sobremesas de pulseadas. Y que su gran despedida puede ser ese día que no es cualquier día: un 22 de agosto Eva Duarte de Perón renunció a la candidatura a vicepresidente y otro 22 de agosto fusilaron a militantes en la base aeronaval de Trelew. Una obviedad: en el Congreso, solo se recordó que la fecha coincidía con el renunciamiento de la compañera Evita.

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El futuro de Moyano ya es presente: la Asociación de Fútbol Argentino. Con aliados, rosca y algunas técnicas del manual del sindicalista argentino trabó el ascenso meteórico de Tinelli, al que todos daban por presidente de la AFA. Y fue en el quincho de la sede de Camioneros, en el barrio de Constitución, donde se cerró la mentada Superliga. Hasta ahí fueron el presidente de Boca, Daniel Angelici, el de Racing, y una docena más a comer un asado, como dios manda.

Hincha, socio, vocal de la gestión Julio Comparada, abonado con palco familiar, aportante de dinero cuando no había ni para cortar el pasto y presidente. Cuando el club se hundía, el hincha de Independiente pidió por Moyano. “Poné plata, Moyano”. “Presentate vos, Hugo”. “Vamos, Hugo, eh”. “Gracias, Hugo”. “La culpa no es de ustedes, es del técnico”. Lo pidieron, lo votaron, le agradecen. Moyano llegó al club con dineros y sponsors, rearmó el plantel, puso grúas y obreros en el estadio para terminar las tribunas que faltaban.

Cuando en agosto comience el campeonato de Primera División, Moyano volverá a recorrer el trayecto que va del estacionamiento del Estadio Libertadores de América a su palco y recibirá lo que su actividad sindical no le da o le da en cuentagotas: el cariño de la clase media, futbolera y urbana, pero clase media al fin.

Ni en la política ni el sindicalismo sino en el fútbol fue donde Moyano encontró un nuevo desafío, un nuevo espacio de disputa y acumulación de poder y el respaldo de ese sector social que cuando la cosa está fulera le pide un paro y cuando la economía más o menos camina lo mira de costado o le teme.

Informe periodístico: Tomás Pérez Vizzón