Fecha de publicación: 8 de marzo de 2020
*Especial 070 y Revista Anfibia
“Nos merecemos la fiesta… nos debemos la lucha”
Glenda Boza.
Periodista de elTOQUE
Cuba
El 8 de marzo en Cuba es un día festivo y conmemorativo. Los derechos y la igualdad ante la ley de las mujeres cubanas hacen de esta fecha una jornada de celebración: a nivel gubernamental, en centros de trabajo, en algunas comunidades y hogares. Sin embargo, en cada uno de estos espacios se reproducen estereotipos desligados a la equidad de género. Es común para las cubanas recibir una postal en la cual se anuncia que “es la flor más bella del jardín”, o recibir como regalo utensilios del hogar —remarcando su rol al frente de las tareas de la casa.
En actos públicos y homenajes se destaca la igualdad de derechos y oportunidades, la licencia de maternidad de un año y retribuida, el acceso gratuito y seguro al aborto y otros reclamos en disputa en el mundo, pero garantizados para las cubanas. Sin embargo, muchas veces se omite la doble jornada laboral no retribuida; el acceso a labores de menor remuneración; el reconocimiento social de la figura femenina como la encargada de cuidar a familiares ancianos o enfermos; la violencia hacia las mujeres y las niñas, y también los feminicidios, no en cifras elevadas como en otros lugares, pero tan preocupantes como en el resto de Latinoamérica.
Sí existen razones para celebrar la fecha con vítores y canciones, pero también existen otras para convertir esta en una jornada de reclamos. Aunque en la región es quizás el nuestro el camino más corto, aún queda mucho por andar y reclamar. Nos merecemos la fiesta… nos debemos la lucha.
“Una niña está siendo violada por un hombre aquí mientras me lees. Por eso, paramos”
Fabiola Torres,
Salud con Lupa
Perú
En Perú, las mujeres paramos porque estamos unidas y hemos aprendido a creer más en nuestra fuerza para cambiar las desigualdades y la violencia que nos afectan. Paramos porque aprendimos que el silencio y la indiferencia nos hizo mucho daño y que no hay nadie que nos represente mejor que nosotras mismas. Paramos por Camila, la última niña violada y asesinada esta semana, por las miles de mujeres agredidas y abusadas que se convierten en estadísticas para el Estado pero que para nosotras son mujeres con nombres propios, con vidas cortadas que no podemos olvidar. Paramos porque queremos que todas se sientan libres de caminar por la calle y sin miedo.
En mi país muchas de las víctimas de abuso sexual son obligadas a ser madres. El cinismo de la sociedad no deja que se interrumpa el embarazo por violación. Más de 20 mil niñas al año tienen partos luego de ser violadas. En un día, 15 hombres violaron niñas. Una niña está siendo violada por un hombre aquí mientras me lees. Por eso, paramos.
“Lo que las mujeres podemos hacer con nuestro cuerpo responde sobre todo a los intereses de otros”
Tania Tapia
070
Colombia
Este domingo 8 de marzo salgo a la calle como periodista: salgo a cubrir la que, seguramente, será una de las marchas más grandes del año en Colombia y una de las más masivas del Paro Nacional. También salgo como activista de la que es tal vez la lucha más integral de todas: la lucha por la soberanía del cuerpo. Este domingo marcho para unirme a un grito colectivo que nace de la rabia y que exige libertad: mi cuerpo —nuestros cuerpos— son espacio de nosotras mismas. No son territorio de la voluntad del Estado ni de parejas ni de hijos ni de médicos.
Colombia, sin embargo, la realidad es exactamente esa: lo que las mujeres podemos hacer con nuestro cuerpo responde sobre todo a los intereses de otros. Nuestros cuerpos están expropiados. El debate sobre aborto que se dio en el país en las últimas semanas lo demuestra: sigue siendo decisión del Estado, de magistrados y abogados —sobre todo hombres— lo que pasa y lo que hacemos con nuestras tripas. La Corte Constitucional estuvo discutiendo la despenalización total del aborto hasta la semana 16 de gestación. Al final no tomaron una decisión al respecto y la ley se quedó como estaba: permanecen las mismas tres causales que permiten abortar legalmente en Colombia. Las mismas causales que desde 2006 vienen causando todo tipo de barreras para las mujeres que buscan tomar el control de lo que pasa con sus cuerpos y que las condena a abortos inseguros que dañan y matan.
El grito del Día Internacional de la Mujer es por todas las situaciones de violencia a las que nos somete un orden social que nos hizo arrendatarias de nosotras mismas: por los feminicidios, la violencia de género, las violaciones, el acoso, la condescendencia. Marcho por todo eso y marcho para que quede claro que pedir permiso para hacer algo con mi cuerpo es absurdo.
El grito es para que las mujeres seamos soberanas de nosotras mismas.
Ilustración Sebastián Angresano #8M
“En Ecuador una niña que es violada es obligada a parir”
Isabela Ponce
GK
Ecuador
En el Ecuador, como en todos los países de América Latina, hay demasiadas razones para marchar. Hace menos de un mes me enteré que una chica que fue a la misma universidad donde yo estudié había sido asesinada. El femicida, que era su pareja, la envenenó a ella y a su hijo. En este país cada tres días una mujer muere por violencia machista. Cada día, siete niñas menores de 14 años son violadas y quedan embarazadas y, la gran mayoría, es forzada a parir porque no puede acceder a un aborto seguro. Sí: en Ecuador una niña que es violada es obligada a parir. Hay niñas que quedan embarazadas antes de ver su primera menstruación. La situación es alarmante para ellas.
Las violencias que a veces parecen interminables son la principal razón por la que marcho pero también lo hago para que se visibilicen más otras desigualdades un poco más sutiles, como nuestra participación en el mercado laboral. Una encuesta de Ipsos reveló que el 40 % de las mujeres dijo que si gana más que su marido, esto le traerá problemas en casa. El desempleo nos golpea más: del total de personas sin trabajo en el Ecuador, el 53 % son mujeres. Y encima está la brecha salarial: ganamos 15,23% menos que los hombres.
“Cada vez somos más las que gritamos y salimos a las calles”
Pía Flores,
Periodista de Nómada
Guatemala
En Guatemala salimos a las calles para pedir justicia por todas las mujeres que han sido asesinadas. El año pasado fueron 702 las mujeres asesinadas, y aunque hay una baja en las muertes violentas en el país, hay un leve aumento de los femicidios. En lo que va de 2020 ya son 74.
Salimos a las calles por las niñas abusadas y embarazadas, que son 5061, y que no tienen opción de escaparse de una maternidad forzada. Y marchamos contra la impunidad, del 97 %, en un sistema de justicia que no se toma en serio las denuncias por la violencia sexual.
Hay dos nombres que van a estar presentes en las marchas: Rosa y Chelsiry, do niñas asesinadas. Rosa tenía 10, fue violada y asesinada por tres hombres en junio de 2018. Chelsiry desapareció el 4 de febrero de este año. Un día después, su cuerpo calcinado entró a la morgue: tardaron una semana ser identificada. Su tío confesó, dijo que fue un accidente pero hay indicios de muerte violenta.
Paramos también por el femicidio de tres hermanas, Kimberly de 8, Deysi de 10 y María Elena de 14. Desaparecieron juntas con su mamá y abuela el 17 de enero. Días después, vecinos encontraron los cuerpos sin vida y desmembrados de las tres niñas. La mamá y la abuela siguen desaparecidas.
En Guatemala, las mujeres salimos para conmemorar los tres años de la tragedia del Hogar Seguro Virgen de la Asunción, en el que 56 niñas y adolescentes fueron encerradas como castigo y 41 murieron incendiadas.
Este año el nivel de organización entre diferentes colectivas de mujeres y grupos de todo el país es mucho más fuerte. No nos faltan motivos para salir a las calles. Y cada vez somos más las que gritamos y nos expresamos.
“Vamos sair às ruas neste não só pela defesa de nossos direitos, mas também em defesa da democracia”
Thais Folego Gama
Editora-chefe da Revista AzMina
Brasil
Os movimentos de mulheres no Brasil estão convocando marchas por todo o país com uma mensagem muito clara: ocupar as ruas pela vida de TODAS as mulheres. Nossos direitos estão seriamente ameaçados pelo governo do presidente Jair Bolsonaro, que já declarou inúmeras vezes que tem o movimento de mulheres organizado como seu inimigo.
Em um país que uma mulher é agredida a cada quatro minutos e um feminicídio ocorre a cada sete horas, lutamos primeiro pelo direito à vida e o fim da violência contra a mulher. Em movimentos organizados ou de forma independente, caminharemos juntas pelo direito a condições dignas de vida, contra os cortes de verbas públicas de programas sociais, da educação e da cultura. Denunciamos o genocídio e o encarceramento em massa da população negra e indígena.
Vamos sair às ruas neste não só pela defesa de nossos direitos, mas também em defesa da democracia diante da escalada do autoritarismo do governo e de seus apoiadores.
Traducción: Los movimientos de mujeres en Brasil han convocado marchas en todo el país con un mensaje muy claro: ocupar las calles por la vida de TODAS las mujeres. Nuestros derechos están seriamente amenazados por el gobierno del presidente Jair Bolsonaro, quien ya ha dicho en varias ocasiones que el movimiento de mujeres organizado es su enemigo.
En un país en el que una mujer es agredida cada cuatro minutos y en el que un feminicidio ocurre cada siete horas, luchamos primero por el derecho a la vida y por el fin de la violencia contra la mujer. En movimientos organizados, y de manera independiente, caminaremos juntas por el derecho a condiciones dignas de vida, contra los cortes de recursos públicos en programas sociales, educación y cultura. Denunciamos el genocidio y el encarcelamiento en masa de la población negra e indígena.
Vamos a salir a las calles no solo por la defensa de nuestros derechos, sino también en defensa de la democracia frente a el escalamiento del autoritarismo del gobierno y de sus partidarios.]
“Estamos muchas en la calle escribiendo sobre lo que ha pasado estos meses. Y no estamos seguras”
Carolina Rojas
Periodista
Chile
Ser periodista en mi país es teclear historias de violencia extrema hacia las mujeres. Es ser testigo de un continuo de violencia simbólica: reportajes donde se reproducen estereotipos, revictimización de las sobrevivientes, las llamadas “malas víctimas”. Hay un periodismo muy al debe con la perspectiva de género y que también invisibiliza las demandas del movimiento feminista.
Ser periodista en Chile es experimentar situaciones de violencia en dosis que van impactando en la salud física y mental. Es masculinizarse para sortear acoso. Es ir serpenteando situaciones incómodas, normalizadas en un oficio donde reina el patriarcado y la misoginia desde sus inicios. En muchas de esas ocasiones todos saben sobre algún caso de acoso, pero se impone el silencio y la duda.
Hoy, tras la crisis social y hace un par de meses, hemos podido organizarnos en la llamada Red de Periodistas Feministas, allí de a poco se ha ido levantado la voz frente a estas problemáticas, pero queda mucho por hacer. Creemos urgente generar alianzas entre mujeres a la hora de enfrentar las violencias contando nuestras propias experiencias para ir sanando. Pero también necesitamos el compromiso de las jefaturas y empresas periodísticas para erradicar estos comportamientos enquistados. Hoy el contexto es un más abrumador, en medio de la crisis social, estamos expuestas a ser heridas, detenidas, violentadas por la policía y ahí estamos muchas en la calle escribiendo sobre lo que ha pasado estos meses. Y no estamos seguras.
Reporteamos las violaciones a los derechos humanos, la represión y violencia sexual a las mujeres por agentes del Estado, las muertes, las víctimas y los heridos en las manifestaciones. Necesitamos más garantías para ejercer nuestro trabajo de manera segura. Por eso, atentar contra nosotras, violentarnos, en el reporteo o en las redacciones, es también un atentados a la libertad de expresión
No hay, ni habrá periodismo sin nosotras.
“Marchamos como un conjuro contra el miedo”
Daniela Pastrana, Daniela Rea, Lydiette Carrión, María Ruiz, Vania Pigeonutt.
Pie de Página
México
Marchamos.
Marchamos a paso colectivo porque nos reconocemos, nos sabemos juntas; porque recordamos que no estamos solas.
Marchamos para reconocernos, para conversar. Nos sabemos distintas, habitamos desde distintos lugares este mundo. Marchamos para construir un diálogo entre las mayores y las más jóvenes sobre esta violencia feminicida que nos atraviesa.
Marchamos por quienes no pueden estar aquí a causa de la desigualdad histórica, de la violencia estructural. Marchamos porque podemos poner nuestro cuerpo.
Marchamos porque estas son nuestras calles aunque nos digan lo contrario. De día, de noche, juntas o en solitario. Marchamos para reapropiarnos de las calles.
Marchamos porque este, nuestro país, es uno de los países de América Latina donde matan a más mujeres. Marchamos por Ingrid, por Bárbara, por Karen, por Fátima, por Guadalupe, por Alicia, por Bibiana, por Daniela, por Paloma, por Genoveva, por tantas…
Unimos nuestras voces, hacemos eco de los nombres de nuestras compañeras asesinadas, desaparecidas, humilladas. Gritamos las violencias que no queremos que se queden en casa, en la escuela, en el transporte público.
Marchamos, como escribe Jimena González:
Para sanarme, para sanarlas,
para ser algo más que víctimas,
alguien más que «algo»
mucho más que «otras».
Para que todas
podamos ser nombradas
Para que no deje
de retumbarnos
en la cabeza
hasta que gritemos.
Marchamos:
Para no negarnos, porque tenemos nombre
y no dejaremos que lo olviden.
Marchamos porque hay una deuda contra nosotras, porque estamos hartas, porque queremos que nos vean, que nos crean, porque nos queremos vivas y porque imaginamos formas de justicia desde nosotras. Marchamos para inventarlas, para hacerlas realidad.
Marchamos como un conjuro contra el miedo. Marchamos con furia, con alegría, con escucha, con abrazos. Marchamos acompañándonos. Marchamos emocionadas. Marchamos porque este, nuestro movimiento, es el movimiento feminista más esperanzador y encantador del mundo.
Marchamos porque hay un mundo posible por construir.
Paramos.
Paramos porque no queremos existir sólo cuando trabajamos, cuando producimos, cuando parimos, cuando cuidamos, cuando alimentamos, cuando confortamos.
Paramos porque hay una estructura social que, aun en el siglo XXI, nos sigue invisibilizando y nos siguen negando el acceso al conocimiento.
Paramos porque ya no queremos que las ausencias pasen indiferentes. Acuerpámos la ausencia de las que ya no están.
Paramos por quienes no pueden estar aquí, por la desigualdad histórica, por la violencia estructural. Paramos porque no siempre tenemos que poner el cuerpo.
Paramos porque queremos que nuestras hijas crezcan en comunidades de cuidado y no de competencia; de creación y no de legitimación.
Paramos porque en México nuestros cuerpos son vulnerados, invadidos y violentados. Paramos porque nuestro cuerpo es nuestro, porque no queremos parir hijas cuyos cuerpos sean vulnerados, invadidos y violentados.