Las criptomonedas se presentan como una innovación disruptiva: desafían a las instituciones financieras tradicionales y ofrecen una vía de escape del control estatal. Pero, ¿qué es realmente una criptomoneda?
El Bitcoin, la primera y más influyente criptomoneda, nació en 2008 como una reacción a la crisis financiera global. En el manifiesto fundacional de su creador anónimo, bajo el seudónimo de Satoshi Nakamoto, se dejaba entrever una crítica a la bancarización, la emisión monetaria arbitraria y los rescates estatales. Sin embargo, la respuesta que proponía no era una ruptura con la lógica de mercado, sino su exacerbación: la eliminación de intermediarios para construir un sistema financiero aún más desregulado. Sus defensores, influenciados por ideas anarcocapitalistas y libertarias, lo promovieron como una herramienta para desinstitucionalizar el dinero y proteger la riqueza individual de la inflación y la regulación gubernamental.
Aquí un interesante dilema: la crisis de 2008 evidenció las contradicciones fundacionales del neoliberalismo, pero el criptomundo no emergió como una alternativa real y sustantiva a ese modelo, sino como una forma de llevarlo aún más lejos. En vez de leer la crisis como un síntoma del fracaso de la financiarización extrema, los defensores de Bitcoin interpretaron que la crisis ocurrió porque no fuimos "lo suficiente neoliberales". Así, la respuesta tendría que ser no la intervención social en el campo del dinero y las finanzas, sino la creación de un sistema monetario sin bancos centrales ni gobiernos, gobernado enteramente por códigos y mercados autónomos.
En vez de leer la crisis del 2008 como un síntoma del fracaso de la financiarización extrema, el criptomundo llevó el modelo aún más lejos.
Las criptomonedas, al tiempo que radicalizan el ideario neoliberal, emergen como un síntoma mismo de la crisis estructural del sistema. Su crecimiento exponencial refleja la pérdida de confianza en las instituciones financieras tradicionales. El hecho de que millones de personas hayan adoptado estas monedas digitales se debe, en parte, al fracaso del sistema bancario convencional en ofrecer estabilidad y acceso democrático al crédito y la inversión. En este sentido, el criptomundo puede interpretarse como una protesta contra el neoliberalismo, aunque desde dentro de sus propios parámetros ideológicos. Esta paradoja es fundamental: las criptomonedas son una respuesta a la crisis neoliberal que, en lugar de superarla, intensifica sus principios.
Criptos y neoliberalismo autoritario
Las criptomonedas encarnan la defensa de la soberanía individual en lo financiero, eliminando cualquier forma de mediación política o regulación estatal. No hay prestamistas de última instancia ni políticas monetarias contracíclicas, solo un mercado autosuficiente basado en incentivos individuales. Esta lógica refleja los ideales antisociales del anarcocapitalismo, promovidos por figuras como Friedrich Hayek o Murray Rothbard, quienes abogaban por la privatización del dinero y la competencia absoluta en los mercados.
Ese marco ideológico fue explotado hábilmente por líderes de extrema derecha, y no es casual que su ascenso coincida con el auge del criptomundo. Ambos fenómenos comparten una ‘afinidad electiva’: en el discurso de estos líderes, las criptomonedas aparecen como armas contra el "estatismo" y símbolos de una economía regida exclusivamente por la oferta y la demanda.
Las criptomonedas son una respuesta a la crisis neoliberal que, en lugar de superarla, intensifica sus principios. Su marco ideológico fue explotado hábilmente por líderes de extrema derecha.
Javier Milei, por ejemplo, convirtió la desregulación económica y la privatización del Estado en sus banderas, alineándose con la ideología libertaria que impulsa el uso de Bitcoin. Autodenominado "anarcocapitalista", Milei ve en las criptomonedas un instrumento contra los bancos centrales y una expresión pura de la "libertad económica".
En El Salvador, Nayib Bukele adoptó Bitcoin como moneda de curso legal, una decisión que desafió las estructuras tradicionales del sistema financiero internacional y reforzó su imagen como líder disruptivo. Sin embargo, detrás de la retórica innovadora, esta medida fortaleció el control político y creó nuevos mecanismos de extracción de valor para inversores privados, aumentando la vulnerabilidad económica de la población.
Donald Trump, por su parte, ha oscilado entre el escepticismo y la adopción oportunista de las criptomonedas. Mientras su administración intentó regular ciertos aspectos del sector, en su nueva campaña ha encontrado aliados en la comunidad cripto, especialmente entre quienes lo ven como un baluarte contra la "tiranía" de los bancos centrales y el "socialismo financiero". Esta estrategia sigue la línea de la extrema derecha global: capitalizar el desencanto con el sistema financiero tradicional y dirigirlo hacia una agenda política reaccionaria.
Criptomundo y extrema derecha
El criptomundo se siente atraído por estas figuras políticas en parte porque ambos comparten una narrativa de rebeldía contra el "establishment". Las criptomonedas se presentan como una solución descentralizada a los "abusos" del poder estatal, al igual que la extrema derecha se erige como la única alternativa viable al "globalismo" y la "corrupción de las élites". En esta alianza, la tecnología y la ideología se entrelazan para viabilizar una forma de capitalismo autoritario que desregula la economía mientras refuerza el control social y político.
La volatilidad inherente a las criptomonedas, su falta de regulación y su carácter especulativo las convierten en un arma de doble filo.
En un contexto de hipercompetitividad individualizada, desigualdad creciente, crisis de la masculinidad hegemónica y demandas sacrificiales en medio de una crisis permanente, la idea de ganancias especulativas rápidas y voluminosas que caracteriza las cripto resulta cada vez más atractiva. Por un lado, hay una simbiosis entre líderes populistas de derecha y el ‘neoliberalismo de crisis’, proceso del cual son en parte causa, en parte consecuencia. Por otro lado, sin embargo, estas fuerzas han sido activamente más eficientes y osadas en interpretar este escenario a su favor, canalizando el descontento social al presentar las cripto como vehículos de autodeterminación financiera.
Pero los límites y contradicciones son significativos. La volatilidad inherente a las criptomonedas, su falta de regulación y su carácter especulativo las convierten en un arma de doble filo. En lugar de liberar a los ciudadanos del poder financiero, crearon nuevas dependencias. La realidad de estas políticas dista de sus promesas. La supuesta ausencia de regulación no genera mayor libertad, sino una nueva élite tecnofinanciera que reproduce y profundiza las desigualdades existentes. Así, la promesa de descentralización se diluye en la consolidación de grandes actores del mercado cripto, desde exchanges hasta fondos de inversión.
Entre utopía y radicalización del capital
Las criptomonedas se encuentran en un punto de tensión donde se presentan tanto como una herramienta de ‘emancipación’ como una profundización de las lógicas neoliberales. Son el producto de una crisis que ellas mismas buscan radicalizar, perpetuando la idea de que el problema no es el mercado, sino la insuficiencia de mercado. No hay que hablar, por tanto, de disfunciones o contradicciones entre lo público y lo privado en la dirección del Estado. Para este sector, son justamente los fundamentos de esa separación los que deben ser atacados. Si “no hay sociedad, sólo individuos”, como dijo Margaret Thatcher, todo debe ser regido por la lógica privada – como el MileiGate tan bien lo ilustra.
Esta ‘rebelión’ contra el sistema financiero tradicional no conduce a su superación, sino a su mutación en formas más intensificadas y opacas. El criptomundo no representa una alternativa al capitalismo financiero; es su versión más extrema, desprovista de cualquier contrapeso institucional. Su crecimiento, lejos de señalar el fin del neoliberalismo, muestra su capacidad de reconfiguración ante sus propias crisis. En ese sentido, las criptomonedas no son el futuro de una economía postcapitalista, sino la confirmación de que el capitalismo, incluso cuando se tambalea, sigue encontrando maneras de reinventarse para sostener sus estructuras de poder.
Este proceso se refleja en el ascenso de líderes populistas de derecha, quienes, mientras denuncian el "intervencionismo estatal", utilizan el aparato del Estado para consolidar su poder. Como “hijos rebeldes” del neoliberalismo, desafían sus instituciones tradicionales mientras refuerzan sus lógicas de exclusión y acumulación.
La ascensión al poder del Estado de la alianza de líderes de extrema derecha con el mundo cripto – por convicción o conveniencia – inaugura una nueva era de "criptocaos", caracterizada por mayor desregulación, privatización, especulación y volatilidad. En medio a este “aceleracionismo” sombrío, las criptomonedas perpetúan la inestabilidad y refuerzan asimetrías monetarias y financieras globales. Su adopción por parte de la nueva extrema derecha no es accidental: es la expresión de un fenómeno más amplio en el que la tecnología es instrumentalizada para profundizar las desigualdades y consolidar nuevos regímenes de poder.