Comunidad Anfibia


Conurbano espiritual

Jonathan Rovner fue uno de los tantos lectores anfibios que pidió entradas para ir a ver Terrenal, la nueva obra de Mauricio Kartun, en el Teatro del Pueblo. Y se encontró con la historia de Caín y Abel, dos personajes argentos, que atraviesan los principales conflictos de la vida moderna en clave gauchesca.

 

Por Jonathan Rovner

 

Las puertas se cierran y el escenario se ilumina. La escenografía y el vestuario, de Gabriela Fernández, nos entrega a un espacio despojado y harapiento, apenas habitado por dos, quizás tres personajes. Un hombre de espaldas (Claudio Martínez Bel), sentado en un banquito. El otro (Claudio Da Passano), parado de frente, con un balde de hojalata a un costado. Atrás de todo, casi sin luz, alguien que pareciera estar en otro lado. Los dos de adelante, de traje grisgastado, bien pegado al cuerpo, como si fueran los mismos que usaban cuando eran chicos, antes de pegar el último estirón.

 

Son los Caín y Abel del conurbano. Ocupan unterrenito de un loteo en el que Tatita Dios (Claudio Rissi) los dejó pagando, para un día, después de 20 años, volver como si nada. En esta relectura, Mauricio Kartun toma el mito en clave gauchesca y habla de conflictos actuales: el capitalismo, la obsesión por la propiedad, por acumular.

 

Caín es el gorila primigenio. Celoso de las medianeras, trabajador de la tierra, acumulador temeroso y resentido. Defensor del capital, con acento de inmigrante italiano dedica su domingo al deporte de la queja y la adulación de Tatita. Abel es poesía y protesta. Viene con la resaca del sábado a la noche y solo trabaja los domingos vendiendo carnada al costado de la ruta que va al “Tigris”. No le tiene ninguna fe a Tatita ni a Caín. Sólo se conmueve por la vida que bulle de las entrañas de la tierra.

 

La obra de Kartún resultó ser pura crítica. Social, ideológica, histórica, hecha más que nada a base de humor y poesía. El público ríe incluso más allá de lo gracioso. Quizás con una risa nerviosa. Como sucede con el verdadero patetismo, nos reímos de las cosas que dan lástima.

 

La historia de Caín y Abel en clave argentina recorre esas pequeñas y no tan pequeñas tragedias cotidianas, como la idiosincrasia pequeñoburguesa, la viveza criolla y la insignificancia cósmica del ser humano, pero puestas a funcionar en un artefacto dramático de altísima eficacia, donde Dios es el folklorista universal cuya tarea fue tan solo componer la música. “La letra es para los monos, Caín” gritará Tatita, despotricando contra su propia creación.