Participar en la elaboración de un reporte del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) es formar parte de un gran equipo con más de 200 científicos de todo el mundo. Lleva aproximadamente 4 años de trabajo. Implica entrar en una maquinaria con una estructura y una metodología precisa y bien ajustada a partir de la experiencia de numerosos reportes elaborados por el IPCC desde su creación en 1988. Se acuerdan contenidos, se revisan miles de publicaciones científicas, pero lo más interesante es buscar coherencia entre los diferentes capítulos que conforman el documento y generar consensos acerca de lo más relevante.
Para iniciar cada informe se genera un outline, un índice de temas acordado por los gobiernos. Porque este es un panel conformado por gobiernos que encomiendan que cada aproximadamente 6 años se elabore un informe de evaluación que compile las evidencias científicas del cambio climático desde los aspectos físicos (como refleja el del Grupo de Trabajo I, publicado el 9 de agosto), los impactos, vulnerabilidad y adaptación (a cargo del Grupo de Trabajo II) y la mitigación del cambio climático (bajo la responsabilidad del Grupo de Trabajo III). Estos dos últimos ejes se presentarán a principios de 2022.
Cada capítulo tiene autores coordinadores, autores líderes y revisores expertos que son propuestos por los puntos focales del IPCC en cada país (en nuestro caso, por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación) y luego son seleccionados en base a criterios de experticia, balance geográfico y de género por el Bureau del IPCC. Participé como autora líder en dos reportes previos, y en este último fui revisora experta del Atlas. Quienes formamos parte del proceso de elaboración de un reporte tenemos acceso a todo el material de análisis y los sucesivos borradores que van siendo evaluados por científicos expertos en primer lugar y por los gobiernos después. El resultado es un documento extenso, detallado y con contenido científico no necesariamente comprensible para un lector no experto del orden de cuatro mil páginas, un resumen para decisores políticos breve y con lenguaje claro y preciso, un resumen técnico.
El Atlas es una de las novedades más importantes de esta nueva publicación. Además de ser desarrollado en un capítulo del reporte, incluye una componente interactiva que muestra los cambios observados y las proyecciones a nivel regional y global. Es amigable para navegar, permite acceder a observaciones y a simulaciones del clima futuro para diferentes escenarios de emisiones. Si bien no fue pensado como herramienta para la toma de decisiones políticas de un país, permite visualizar dónde estamos y hacia dónde podemos ir. Sin embargo, la información presentada no reemplaza el análisis científico local; el atlas constituye un primer recurso valioso para tener un punto de partida para el análisis.
La evidencia para los negacionistas
El nuevo informe del IPCC confirma que estamos ante un aumento sostenido de la temperatura, un dato que está en consonancia con lo que se proyectó en informes anteriores. Más allá de las cifras, una de las cuestiones relevantes es la evidencia científica contundente que ofrece a negacionistas y escépticos que descreen del cambio climático y objetan, entre otras cosas, las causas de los cambios observados, cómo se simula el clima y cómo se hacen las proyecciones a futuro.
Muestra de manera contundente la consistencia entre las proyecciones acerca del calentamiento futuro del planeta realizadas en los sucesivos informes y lo que se fue observando como consecuencia del aumento sostenido en las emisiones de dióxido de carbono y otros gases responsables del incremento de la temperatura. Por eso, cada reporte de estas características es una herramienta para la comunicación del consenso científico acerca de las causas, impactos y riesgos del cambio climático y para la búsqueda de acuerdos globales para la acción.
La sociedad civil y la COP 26
La expectativa de los científicos que elaboran estos informes así como de todos aquellos que contribuyen generando miles de investigaciones que le dan el sustento, es impulsar a los países para que amplíen sus ambiciones respecto a la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Hasta ahora las medidas tomadas y propuestas por los gobiernos no han estado a la altura de las circunstancias, pero la esperanza no es un don, la esperanza se construye en base a sostener la comunicación y la demanda de las acciones urgentes y necesarias.
En función de los compromisos asumidos en el marco del Acuerdo de París, los países están informando a la Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático sus contribuciones nacionales que indican la proporción en que reducirán sus emisiones. En algunos casos, estas contribuciones fueron creciendo en su ambición aunque en conjunto aún no son suficientes para alcanzar los objetivos del Acuerdo: limitar el calentamiento a 2 grados centígrados respecto del período preindustrial o mejor aún, limitarlo a 1,5 grados como objetivo más ambicioso. De acuerdo con las contribuciones nacionales presentadas a la fecha, la Tierra alcanzaría a fin de este siglo 3 grados centígrados de calentamiento, un valor muy lejano de los objetivos del Acuerdo y una muy mala noticia para el planeta y quienes lo habitamos.
En noviembre de 2021, después de dos años, los representantes de todos los países deberían sentarse en la Conferencia sobre Cambio Climático (COP26) a discutir formalmente estas cuestiones. Pero en el contexto de la pandemia no está claro si efectivamente habrá una participación global y más aún si las organizaciones de la sociedad civil lograrán estar presentes con la misma proporción y representatividad que en las cumbres anteriores
Esa incertidumbre está asociada a lo que pasa con respecto a las asimetrías sobre quiénes van a poder viajar bajo las condiciones requeridas: vacunas aceptadas, cuarentenas obligatorias al arribo, etc. Sin duda, estas condiciones pueden implicar costos adicionales que dificulten la participación de la sociedad civil como observadora y como factor de presión relevante al momento de toma de decisiones.
El cambio climático y el Covid
La coyuntura de la pandemia se refleja a través de una reducción de emisiones de gases de efecto invernadero durante 2020. Por ejemplo, la retracción de la inyección de dióxido de carbono en la atmósfera fue en promedio 6% menos que en 2019.
Se ha demostrado que una de las principales razones de esta disminución es consecuencia de la interrupción del transporte terrestre. En segundo lugar, del parate del consumo de energía de la actividad industrial que no fue compensado por la demanda de electricidad para uso doméstico. Este dato muestra que ni con una pandemia se logran bajar las emisiones en la proporción necesaria para limitar el calentamiento a 1,5 grados. Para alcanzar este objetivo se deberían disminuir las emisiones a razón de 7,6% al año de aquí al año 2030. Lamentablemente, lo que se está observando es que cuando la situación sanitaria mejora en algunas regiones rápidamente crecen las emisiones.
Estamos perdiendo la oportunidad de aprender de la crisis actual para guiar la acción climática a través de una transición rápida en los sistemas de energía incrementando la generación a partir de fuentes renovables y la eficiencia energética, medios de transporte con bajas emisiones de carbono y cambios hacia un uso sostenible de la tierra.
¿Qué es la justicia climática?
La justicia climática es un concepto que pone de manifiesto la necesidad de tener en cuenta las diferentes responsabilidades frente a las causas del cambio climático. Todos los países están siendo afectados, pero las responsabilidades son distintas en términos históricos -algunos países empezaron a emitir mucho antes, sobre todo los desarrollados-. También se dan asimetrías en el presente dentro de los países en desarrollo -por ejemplo, China empezó a emitir a mediados del siglo XX y hoy es el segundo emisor en el mundo; en América Latina, Brasil y México son los grandes contaminantes de la región-.
Estas asimetrías cumplen un rol importante al momento de tomar decisiones y al mismo tiempo las dificultan. Generan el reclamo de los países emergentes de poder seguir teniendo cuotas. Este siempre ha sido un obstáculo para encontrar los consensos urgentes. Es evidente lo imprescindible que es desacoplar las emisiones del crecimiento económico.
Cuando se habla de justicia climática se hace referencia a cómo poner en la balanza las responsabilidades de los países que causaron esta crisis y quienes lo sufren. Es necesario construir consensos para cerrar la brecha que implica la inequidad asociada al cambio climático. Esto sólo podrá lograrse a partir de proveer de recursos financieros y tecnológicos y de estimular la formación de recursos humanos en los países menos desarrollados sobre una base de solidaridad y ética en los acuerdos globales necesarios.
Esteros del Iberá, uno de los humedales más grandes del mundo (izq). Aves embalsamadas allanadas por Fauna Nación Argentina (der).
El agua y el carbono
El escenario más optimista para limitar el calentamiento global incluye una acelerada descarbonización. Las medidas indicadas para lograrlo implican reducir drásticamente el uso de combustibles fósiles acompañada del incremento de sumideros de carbono a través de la forestación.
A medida que estas estrategias ambiciosas se alejan de su implementación urgente, comienzan a ganar espacio alternativas tecnológicas que son controversiales -entre otras razones, porque se desconoce aún el detalle de los efectos negativos colaterales podrían generar. Estas propuestas generan un debate acerca de si su uso puede oponerse a la demanda de transformación indispensable de los sistemas de generación de energía hacia fuentes renovables-. La ciencia evalúa estas posibilidades pero a la vez sabe que no es el camino porque significan seguir interviniendo sobre el sistema climático exponiéndolo a consecuencias no del todo conocidas. Entre las alternativas posibles se encuentran los procesos de captura y almacenamiento de carbono que implicaría el uso de reservorios geológicos donde se guardaría el carbono por décadas o siglos, bajo tierra. Otra estrategia sería enfriar el planeta con fórmulas de la geoingeniería a través de la modificación de la radiación solar. El cambio climático es un emergente de la altísima demanda de naturales que estamos teniendo, y las soluciones tecnológicas apenas pueden ser un parche temporal y dudoso para minimizar los riesgos.
El informe del IPCC es muy claro también al describir la modificación del ciclo del agua: el aumento de la temperatura significa más evaporación desde los océanos, nuestra principal fuente de vapor de agua. Y más vapor en la atmósfera no solo significa más calentamiento -porque es un gas de efecto invernadero- sino que ese vapor de agua cuando cambia de estado y pasa a la fase líquida implica la liberación de gran cantidad de energía en la atmósfera. Eso explica por qué las tormentas son cada vez más severas y pueden dar lugar a lluvias más intensas: porque la atmósfera tiene más energía disponible.
Pero modificación del ciclo del agua significa también las sequías en algunas regiones, uno de los mayores impactos sociales vinculados al cambio climático. Causa desde migraciones humanas, impactos sobre la salud por falta de agua en cantidad y calidad y hasta inseguridad alimentaria.
En el año 2020, debido al cierre de embalses en el lado brasilero y la carencia de lluvias las Cataratas del Iguazú se quedaron sin agua.
¿Cómo evitar la ecoansiedad?
Nunca antes un informe del IPCC había tenido tanta repercusión social. ¿Cómo evitar anestesiarnos ante datos tan contundentes? Con un conocimiento científico sólido que identifica causas, alternativas y soluciones frente al cambio climático. Por eso la comunicación de la ciencia es fundamental. El conocimento nos dice dónde estamos y hacia dónde podemos ir. Nos dice qué estuvo pasando y qué riesgos enfrentamos a futuro. Y dice también que muchos de esos riesgos pueden ser disminuidos o evitados.
No estamos condenados a la extinción. Sí estamos condenados a un clima que será peor al actual porque es inevitable que la temperatura siga subiendo en los próximos años ya que el objetivo más ambicioso del Acuerdo de París de limitar el calentamiento a 1,5 grados implica un mundo más cálido que el presente. Pero contamos con herramientas para disminuir los riesgos asociados a ese clima más peligroso y para estabilizar el clima.
Argentina cuenta con la Ley de Presupuestos Mínimos de Mitigación y Adaptación al Cambio Climático Global, eso la obliga a implementar planes nacionales. También forma parte de la Convención de Naciones Unidas. Ratificó el Acuerdo de París. Presentó dos contribuciones nacionales con compromisos para reducir emisiones de gases de efecto invernadero. Pero lo que muestran los indicadores es que todavía no está alineada con el objetivo de no superar 1,5°C.
Para poder evaluar la situación en nuestro país se desarrolló el Mapa de Riesgo de Cambio Climático, una herramienta que combina las proyecciones ambientales con el índice de vulnerabilidad social. No es concluyente porque usa datos de censos -y el último censo fue hace algunos años-. Pero sirve para trazar panoramas a nivel departamental, por ejemplo.
Todavía hay mucho trabajo por delante y poco tiempo para implementar las medidas necesarias de mitigación y adaptación al cambio climático. Es fundamental acelerar los procesos. Ya estamos sufriendo los impactos y los riesgos cada vez más preocupantes están a la vuelta de la esquina..