Fotos: Geoff Livingston + David Geitgey Sierralupe + Alisdare Hickson + Joe Brusky
—¿Cómo pueden decir que ganamos si hay 34 negros muertos, su comunidad está destruida, y los blancos están usando estos “riots” como excusa para la inacción?
Esto les preguntó el reverendo Martin Luther King a un grupo de jóvenes que clamaban victoria luego de los levantamientos raciales de 1965.
—Ganamos -le respondieron a King- porque hicimos que nos presten atención.
La insurgencia afroamericana de mediados de los años 60 fue un cimbronazo que conmocionó a la sociedad norteamericana y puso en evidencia el rol que la segregación tenía en la reproducción de la desigualdad racial. El racismo tanto interpersonal como institucional, decía King hace más de medio siglo, “envenena el alma” de esta sociedad. ¿Qué significa hablar de la persistencia de la opresión racial hoy en los Estados Unidos?
Las protestas que hoy sacuden a decenas de ciudades de este país apuntan a la brutalidad policial dirigida a los afroamericanos y a los latinos. Algunos datos: las familias blancas son siete veces más ricas que las familias afroamericanas. En el sur y el noreste del país, la segregación educativa (medida en porcentaje de estudiantes afroamericanos que concurren a escuelas segregadas por grupo racial) es mayor que en los años sesenta. Los Estados Unidos encarcela a mayor cantidad de ciudadanos que cualquier otro país del mundo pero la tasa de encarcelamiento para los afroamericanos es cinco veces más alta que para los blancos. La probabilidad de ser encarcelado si uno es varón en Estados Unidos es una en nueve. Si uno es hombre blanco, es una en diecisiete. Si uno es afro-americano es una en tres.
La dominación racial opera en el sistema penal, en el mercado laboral (con ingresos y tasas de desempleo notablemente dispares), en los ámbitos educativos, en los procesos de gentrificación y segregación espacial de las ciudades y en la vida cotidiana. Cualquiera que mire con atención sabe que la raza es un principio de visión y división de la sociedad norteamericana, que la desigualdad racial define y ordena relaciones interpersonales e institucionales.
La histórica y duradera injusticia racial constituye el telón de fondo de las protestas recientes. Sumemos a esto el contexto más reciente de 40 millones de personas que perdieron trabajo y más de 100 mil muertos por el COVID. En estos números también los afroamericanos están sobre representados: la tasa de mortalidad del COVID es tres veces más alta entre los afroamericanos que entre los blancos, y el desempleo (y sus efectos en la economía doméstica) es mucho mayor entre latinos y negros.
La causa inmediata de los levantamientos es el brutal asesinato de George Floyd. Las imágenes que circularon en las redes estremecen por la parsimonia y naturalidad con las que el oficial de policía clava su rodilla en el cuello de Floyd y no la levanta, pese a los gritos de la gente que lo filma y el “no puedo respirar” de Floyd, hasta matarlo. Estremece también la complicidad de los tres oficiales que acompañan al policía asesino.
Eric Garner dijo la misma frase, “no puedo respirar”, mientras los policías de Nueva York lo asesinaban frente a las cámaras. En su forma literal, las palabras anteceden el asesinato de dos hombres negros en manos de la policía. En su incesante repetición en las marchas y en las protestas callejeras, “no puedo respirar”, sintetiza la opresión que a diario sufren miles de hombres y mujeres afroamericanos.
La criminalización de la piel oscura no es algo nuevo en este país sino algo que lo define desde la abolición de la esclavitud. Hoy en día se señala a afroamericanos y latinos como potenciales delincuentes con mucha más frecuencia que a blancos y asiáticos. Para muchos afroamericanos y latinos, los policías no son guardianes del orden como lo son para la sociedad blanca, son sus enemigos. No están en sus barrios para cuidarlos, sino para atacarlos, dominarlos, y matarlos. El propio Departamento de Justicia de los EEUU lo admite: los oficiales de policía recurren más a la fuerza cuando interactúan con negros y latinos que cuando lo hacen con blancos – en más de una oportunidad con consecuencias letales, como vimos en los casos de Abner Louima en 1997, Amadou Diallo en 1999, Ousmane Zongo en 2003, Sean Bell en 2006, Alesia Thomas en 2012 y muchos asesinados por la policía. A esto debemos sumar la violencia racial de ciudadanos armados, llamados vigilantes, como George Zimmerman, que mató a Trayvon Martin en Florida en el 2012 y, más recientemente, Gregory McMichael y su hijo Travis McMichael que asesinaron a Ahmaud Arbery.
Desde 2012 Black Lives Matter reclama reformas policiales en varias ciudades. El movimiento - descentralizado y muy potente- surgió luego de que miles de personas tomaran las calles para protestar por las muertes de Martin, Michael Brown, Alton Sterling y Freddie Gray. BLM, junto a muchas organizaciones que luchan por los derechos civiles y económicos, son las que convocan y organizan las marchas en las calles. El movimiento ha tenido conquistas importantes en sus cortos años. Por ejemplo, ha demandado el amplio uso de cámaras corporales entre los agentes de policía para que estos registren sus interacciones con civiles.
El asesinato de Floyd no puede hacernos perder de vista los éxitos de este movimiento que ha dado forma al debate público sobre la violencia policial. Contra esto marchan hoy, en las calles de las ciudades más importantes del país, cientos de jóvenes afroamericanos, latinos y blancos.
Hoy, a diferencia de los años 50, la discriminación racial es ilegal. La integración racial en las instituciones es esperable y valorada. Un afroamericano llegó a la presidencia en el 2008, algo impensable en los años 50. Lo que no ha cambiado ni mejorado es el aumento de los crímenes por odio racial, las desigualdades en el empleo, la pobreza racializada y las disparidades extremas en las tasas de encarcelamiento.
Los efectos de Black Lives Matter quizás no se vean en lo inmediato. No se vieron con los levantamientos de los 60, ni con los "riots” del 92 en Los Ángeles, ni con los de muchas otras acciones transgresivas. Lo que sí es cierto es que, en parte gracias a la existencia de este movimiento, las calles de las ciudades más importantes del país están pobladas de cientos de jóvenes afroamericanos marchando junto a blancos y latinos reclamando por un sistema más justo.
Después de los “riots” en los que M.L. King mantuvo aquel diálogo con los jóvenes que clamaban victoria, una comisión presidencial convocó a un grupo de académicos (antropólogos, historiadores, sociólogos, cientistas políticos, psiquiatras, psicólogos y abogados) para estudiar las causas y formas de prevenir la violencia. Publicaron un reporte en el que detallaron la larga tradición de violencia en los Estados Unidos. Allí puede leerse un capítulo, del entonces profesor de la Universidad de Toronto, Charles Tilly, en el que afirma que históricamente la violencia colectiva emerge desde los procesos políticos centrales de cada país. Tilly sostiene que a lo largo de la historia quienes “buscaron tomar, retener o re-equilibrar las palancas del poder han recurrido a la violencia colectiva como parte de sus luchas. Los oprimidos lo han hecho en nombre de la justicia. Los privilegiados en nombre del orden. Los del medio, en nombre del miedo”.
El presidente Donald Trump ayer prometió violencia en nombre del orden.
Los miles de manifestantes siguen gritando que no pueden respirar. Es su clamor de justicia.