Ensayo

La izquierda gobierna Colombia


Las dos oportunidades

El gobierno que inicia Gustavo Petro será clave en la recomposición del multilateralismo progresista en el hemisferio. A nivel interno, le tocará demostrar qué puede hacer la izquierda colombiana en el poder y atender con urgencia dos de los enunciados de transformación profunda: “hacer trizas la guerra”, como dice Francia Márquez, y atacar la pobreza. De esa gestión dependerá, además del futuro social, la capacidad de rearticulación de las nuevas derechas.

1. 

El 7 de agosto no se desplegó la alfombra roja en el centro de Bogotá. El tradicional sendero, que se dispone como símbolo para que el nuevo presidente lo transite camino a su posesión, estuvo guardado. La orden fue del mismo Gustavo Petro quien decidió caminar por la calle desnuda, como un símbolo de que, a partir de ahora, todos en Colombia pisarán un mismo suelo. Gobernantes y gobernados.

En política, los adjetivos y calificativos suelen ser pomposos. Sin embargo, no es una exageración afirmar que el gobierno que acaba de iniciar en Colombia es histórico, por su fondo y su forma. Respecto a lo primero, Gustavo Petro tiene el enorme desafío de ser el primer presidente de izquierda en la historia republicana de su país. Lo acompaña Francia Márquez, una mujer que, aún sin experiencia en la gestión pública, pretende ser la voz de una mayoría silenciada por las élites durante décadas. Como si lo anterior fuera poco, en cuanto a la forma, el Ejecutivo que inicia ofrece una propuesta progresista de hondo calado que terminará por definir, en una nación desigual y tradicionalmente gobernada por la derecha, lo que es la izquierda colombiana en el poder, alejada de la lucha armada. Hasta hoy, “ser de izquierda” en este país andino ha fluctuado entre quienes la consideran como un apéndice de los actores insurgentes y aquellos que se acostumbraron a verla como la contraparte siempre crítica de los presidentes de turno.

Ya en su discurso de asunción, Petro dejó claro los linderos en los que pretende encuadrar la identidad de su mandato, de esta izquierda renovada que llega con la intención de cambiar los hábitos políticos del país. De un lado su compromiso con la paz. Con la implementación en marcha del acuerdo con las Farc y con la mano tendida a grupos alzados en armas que recorren el espectro de izquierda a derecha. La llamada paz total. De otro, con la lucha contra el narcotráfico desde una postura enfocada en la prevención y no a la prohibición o en la fracasada guerra contra las drogas. Finalmente, y quizá lo más esperado, una renovación social sustentada en una reforma tributaria que permita, según el Presidente, llevar una parte de la riqueza de los que más tienen a los que carecen de seguridad alimentaria, de salud y de educación. A los tres ejes los atravesará la mirada de la defensa ambiental.

A cada frase de tinte redistributivo, las decenas de miles de presentes en la Plaza de Bolívar corearon su nombre. La esperanza que rodea su mandato nace de lo sorprendente de su triunfo. De la derrota del discurso que rezaba que la izquierda nunca llegaría al Palacio de Nariño. Y, contradiciendo el fatalismo de García Márquez en el cierre de Cien años de soledad, Petro afirmó conmovido:

— Hoy empieza nuestra segunda oportunidad. 

2. 

La radiografía inicial de lo que será su primera etapa de gobierno puede leerse con los nombramientos de su gabinete. Los titulares de cada una de las 18 carteras que componen el Ejecutivo fueron anunciados en un ejercicio que requirió filigrana y malabarismo. Que tenía a sus seguidores ansiosos y a la derecha nerviosa. Por un lado, debía tender una mano a partidos tradicionales como el Liberal y el Partido de La U, que se ofrecieron a apoyarlo en el Congreso. Del otro, buscaba mantenerse firme en los ideales de renovación que lo llevaron a tener la votación más alta en la historia de Colombia. Las dos cosas difícilmente son compatibles, pero en últimas hacen parte del ejercicio de gobernar. 

En medio de ese caminar cauto decidió que la silla del Ministerio de Hacienda fuera para José Antonio Ocampo, profesor de la Universidad de Columbia, ex ministro y asesor de las Naciones Unidas: lo que con frecuencia en los medios llaman “un tranquilizador de los mercados”. Los más tradicionalistas respiraron. En el mismo tono tranquilizador, le ofreció el ministerio de Educación al académico liberal Alejandro Gaviria, quien fuera ministro de Salud del gobierno de Juan Manuel Santos y ex rector de la Universidad de Los Andes. Por su parte, Álvaro Leyva, conservador y conocido negociador en varios de los intentos de paz con las guerrillas y los paramilitares, fue elegido ministro de exteriores. 

Hasta ahí parecía que Petro no brindaba mucho del cambio prometido. Al interior del Pacto Histórico, el acuerdo de fuerzas progresistas que lo llevó al poder, se hacían muecas y los más rebeldes mostraban inconformismo. Pero se venían los anuncios de contrapeso. Carolina Corcho, médica y crítica del sistema de salud nacional, fue anunciada como ministra de Salud y el progresismo aplaudió. Patricia Ariza, reconocida mujer del teatro y militante de izquierda, aceptó el ministerio de Cultura. Y en el que era quizá el nombramiento más esperado, el de la cabeza del ministerio de Defensa, el mandatario sacó una carta sorprendente al designar al abogado y ex magistrado Iván Velásquez. La derecha explotó en ira y el petrismo sonrió. Velásquez es quizá la cara más notable de los últimos años en las investigaciones contra el paramilitarismo y la connivencia de políticos y hacendados con el fenómeno de escuadrones de la muerte que sembró (y siembra) de terror al país. Crítico de Álvaro Uribe y del uribismo, su posesión cayó como un baldado de agua fría para las élites y, al mismo tiempo, como un golpe contundente de Petro a la mesa de la política nacional y a la idea de seguridad y conflicto armado, uno de los temas que más atormenta a los colombianos. Aún sin posesionarse, Velásquez hizo anuncios que iban de lo pragmático a los simbólico: dijo que sacaría a la Policía Nacional del ámbito del ministerio de defensa (lo que implica convertirla en una fuerza de seguridad exclusivamente civil) y que dejaría de usarse la frase “héroes de la patria” para referirse a los miembros de las fuerzas militares.

En otro de los nombramientos que causó sorpresa, por su simbolismo, Petro decidió que la cartera de Minas y Energía fuera ocupada por Irene Vélez, una académica que ha estudiado el tema ambiental a profundidad. Su designación causó incomodidad entre los más técnicos, quienes le reprochan su grado universitario en filosofía y su falta de experiencia en la gestión, a lo que el gobierno ha contestado que su trabajo estará centrado, principalmente, en el proceso de transición energético. Las energías limpias se vuelven eje del nuevo discurso de la izquierda latinoamericana. 

—Colombia hará su énfasis internacional en alcanzar los acuerdos más ambiciosos posibles para frenar el cambio climático y defender la Paz mundial— dijo Petro en la toma de posesión.

3.

El armado del gabinete es solo una muestra de las múltiples tensiones que va a tener que sortear el gobierno de Petro. Las divisiones al interior del Pacto Histórico sobre la velocidad del cambio (abrupto versus paulatino), y con ello la definición entre cuáles son las reformas urgentes y las postergables, evidencian la complejidad de este armado político. 

Esta pluralidad tiene un símbolo: la figura de Francia Márquez. Como ella dice, el país “no se gobierna solo”, y para alcanzar las reformas políticas y sociales enunciadas deberán contar con una colaboración inédita de gran parte de los actores sociales, políticos y económicos del país, más aún cuando lo que propone afecta directamente a los sectores más privilegiados y conservadores. 

Entre el equilibrismo de Petro, la designación de su gabinete y la apuesta por una transformación profunda, hay dos grandes ejes que son vistos como exigencias urgentes que no pueden seguir siendo postergadas. En primer lugar, la construcción de una “paz total”. La permanencia del conflicto armado viene aparejada no solo del negocio del narcotráfico, sino también por la desidia del uribismo en el poder frente a los Acuerdos de Paz firmados con las FARC en 2016 y por la decisión de levantar la mesa de negociaciones con el ELN. Por eso, cuando Francia Márquez habla “hacer trizas la guerra” pone en discusión -por primera vez desde el poder ejecutivo- las causas y variables que hacen de la violencia un fenómeno que persiste todavía en Colombia. 

Por otra parte, la propuesta de garantizar los servicios más básicos, una de las cuestiones impostergables en el país, tiene tintes de transformación radical. Casi la mitad de la población colombiana vive en la pobreza. 

4.

Para Latinoamérica, la llegada de Gustavo Petro tiene un enorme significado. La forma en la que muchos presidentes de la región lo acompañaron durante la ceremonia de posesión muestra el renovado papel que jugará Bogotá en un intento de recomposición del multilateralismo hemisférico. El progresismo considera que captó un bastión que por décadas (siglos, realmente) le perteneció al conservadurismo continental y sirvió como punta de lanza de Washington. En momentos de repliegue estratégico de los gobernantes del hemisferio, cuando cada ejecutivo está más preocupado por recomponer los números de unas economías destrozadas por la pandemia (que además ya estaban tambaleantes desde antes del Covid), resulta interesante el papel que puedan jugar Petro y Francia en unir los lazos de una nueva izquierda que realmente logre despegarse de los fracasos de Caracas y de Managua. 

Por el discurso y por los nombramientos en su gabinete y en cargos relativos a la política exterior, el nuevo gobierno colombiano tendrá como eje la implementación del acuerdo de paz y una búsqueda de consensos en el tema ambiental. Para avanzar en esa propuesta de integración hay que tener claro que hoy el panorama del progresismo parece dividido en dos grupos que se anuncian hermanados pero que tienen características diferentes. De un lado Gabriel Boric en Chile que, aún en sus primeros meses como gobernante en La Moneda, se asemeja como el más cercano a los postulados de moderación que ha pincelado Petro, grupo al que podría llegar en este segundo semestre un renovado Lula en Brasil. Del otro lado, los estilos de Andrés Manuel López Obrador en México y Alberto Fernández en Argentina. Si es posible que la retadora agenda interna colombiana deje espacio para intentar procesos de integración, la oportunidad del binomio presidencial colombiano es enorme y puede erigirse en centro de renovación en el discurso de la izquierda continental. 

5.

Desde una lectura crítica, las altas expectativas sobre el mandato de Petro y Marquez solo pueden vaticinar su fracaso. A su vez, tampoco parece descabellado decir que la administración por venir está condenada a las múltiples condiciones estructurales, cristalizadas durante dos siglos de historia. 

Por eso, es inevitable advertir que de las conquistas o frustraciones que deje la administración de Petro dependerá la capacidad de rearticulación de la derecha en Colombia, disgregada y en búsqueda de un nuevo referente que logre sobreponerse a la debacle del uribismo tras dos décadas de hegemonía. Por ahora, sus referentes más importantes -Paola Holguín, Paloma Valencia y María Fernanda Cabal- se han acercado a las propuestas de intransigencia y conservadurismo extremo, tan propias de las nuevas derechas del mapa ideológico regional y global.


Pero la política no sólo remite a lo ya constituido sino que apela a la creatividad, a superar la repetición y el desencanto. Con el conflicto armado más longevo del hemisferio, Colombia ha sido una excepción a esta máxima del arte político. Será el tiempo y el devenir del flamante gobierno el que brinde las luces suficientes para confirmar lo que parece una intuición: que la situación actual colombiana no tiene precedentes. Que se hable más de paz que de guerra y que la idea de bienestar remita al “vivir sabroso” evidencian que este momento es histórico.