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Fotos: David Guarín y Ezequiel Fernández Bravo
Había una vez una Colombia en la que salir a la calle y marchar era terrorista, guerrillero y apátrida. Lo decían los gobiernos, los políticos, los medios, la institucionalidad que luchaban contra la insurgencia. En los tiempos de Álvaro Uribe (2002-2010) la ley era matar a los rebeldes; y si salíamos a la calle, los gobernantes, los medios, los militares y la policía nos trataban como terroristas. En el gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018), el que cometió el pecado mortal de traicionar a su amo Uribe y apostar por la paz, hubo un paro campesino y muchas marchas que demostraron que había un país que tenía bronca. Y Santos dijo: #ElTalParo no existe. Y todo el país le demostró que sí existía. En el mientras tanto, los indígenas hicieron mingas en todos los gobiernos, no paros y no marchas, mingas que es juntarse para proponer un proyecto de vida y la defensa de la madre tierra. Y no los hemos oído ni en Bogotá, la capital; ni en los gobiernos, los cínicos; ni en los medios, los que no quieren entender.
Y llegó 2018 y ganó Iván Duque, el hijo tonto de Uribe. Y fue presidente. Y aún no se ha enterado que es el presidente. Su comportamiento es más de acompañante: su embeleco es que todo lo que toque un celular o una tecnología digital es revolucionario, mientras el primer macho del país (Uribe) domina y manda y mata (disensos, líderes sociales, democracias). Así se ha construido un escenario inaudito: el presidente Duque es como Shakira (ciego y sordomudo) ya que saca su guitarra y parece cantarle a Uribe: “Se me acaba el argumento / y la metodología / cada vez que se aparece frente a mí tu anatomía”. Y luego se descubre “esta inútil, bruta, ciega, sordomuda / torpe, traste y testaruda”. Y luego le grita: “Por ti me he convertido en una cosa que no hace otra cosa más que amarte”.
Pero dejemos la farándula y a la cruel realidad (si a Duque y los medios colombianos les parece). En el 2018, los estudiantes marcharon y Duque no se enteró, prefería reunirse con los buenos muchachos de Maluma, J. Blavin y Silvestre Dangond porque mejor perrear que politizar. Y al final firmó para no cumplir. Y lo mismo hizo con las marchas indígenas sociales y populares en defensa de la vida y el territorio. Se hizo el desentendido. Y luego firmó algo. Algo que no pensaba cumplir.
Y así llegamos al 21 de noviembre del 2019. Se convocó a una marcha nacional. Y Duque, el alcalde de Bogotá, los medios y los empresarios comenzaron a hacer una profecía autocumplida (o un anuncio de una actuación planeada): va a ser violenta. Los medios se sumaron al gobierno para promover, durante las dos semanas anteriores, que la marcha iba a ser violenta, que no había motivos, que todo era fakenews y que quien marchara no amaba al país. Como los medios y el gobierno trataban a los ciudadanos como ignorantes, esta actitud generó mayor simpatía por la marcha. Y en un hecho inédito comunicativamente en Colombia el cantante Carlos Vives y la nueva reina de belleza María Fernanda Aristizábal anunciaron su apoyo a la movilización. Los futbolistas James y Falcao no dijeron ni muuu, como siempre: ellos andan en su farándula, ya que no juegan.
En el mientras tanto, la policía en lugar de buscar a los encapuchados y violentos y vándalos se fue contra medios coolture como Cartel Urbano y 070 que expresaban la bronca de manera autónoma y ciudadana. La “inteligencia” policial decidió que el mal estaba en los medios independientes porque ellos incitaban a la violencia de baja intensidad (cuando la violencia de alta intensidad la provee el twitter de Uribe y de Gustavo Petro, los modos de informar de los medios y la arrogancia sorda del gobierno). Y el presidente seguía en su nube hablando de que un celular es una revolución.
Sucede y pasa y acontece que a principios de noviembre un bombardeo militar asesinó a ocho niños. En este contexto, un periodista hizo la pregunta obligada: “¿qué opinión le merece el bombardeo en el Caquetá?”, y al ver que no respondía, agregó: “Presidente, el bombardeo, ¿qué pasó con eso?”. Duque le respondió: “¿De qué me hablas viejo?”. Y acto seguido cuatro guardaespaldas del presidente y tres policías mantuvieron al periodista alejado de la zona y lo golpearon en un costado. Y luego le pidieron que borrara las imágenes. Esa respuesta “de qué me hablas viejo” es reveladora: el presidente no se quiere enterar, no le interesa, no le importa la cruel realidad del país.
Ante tanta ignorancia, cinismo, arrogancia y torpeza la gente salió marchar cada uno en su causa. El 21 de noviembre Colombia fue millonaria en ciudadanía, alegría y bronca. Y todos y cada uno le respondieron al presidente ¿de qué me hablas viejo? Sin querer queriendo, el mismo presidente había dado el eslogan de la protesta. Cada uno expresó su bronca con este gobierno y su incapacidad de oír a los ciudadanos. Y fue una marcha de lo más cool y bonita; casi de inocencia política. Fue festiva. Fue millonaria. Fue muy joven. Fue diversa. Tenía de todo, desde quien defendía a su gatito, pasando por quien protestaba por habernos inundado de miedo, el que decía que no más Uribe y terminaba con que señor presidente, por favor, nos oye. ¿De qué me hablas viejo? De que en su gobierno van más de un líder social muerto por día, de libertad de expresión ya que este año han sido amenazados 161 periodistas, de medio ambiente, de feminismo, de educación pública, de trabajo, de salud, de democracia, de derechos humanos, de memoria… Nada revolucionario, pura democracia. Pura buena onda de un pueblo pidiendo decencia democrática.
La marcha fue masiva y maravillosa. Al final unos pocos, realmente muy pocos fueron violentos. Los llamaron vándalos, ya no podían ser guerrilleros o terroristas. El gobierno mandó a callar y la policía hizo lo que sabe: reprimir y matonear. Los medios mascotas del gobierno y sus dueños informaron que los violentos habían ganado. Se había cumplido con el libreto a la colombiana: quien proteste es violento y terrorista. Libreto confirmado, libreto histórico y todos a dormir. Y mañana, otra vez, a obedecer. Los medios se olvidaron del millón de ciudadanos alegres, pacíficos y diversos, de su juventud y creatividad, de la diversidad de causas y estéticas que habían marchado y se dedicaron a mostrar a los violentos/vándalos como el hecho del día.
Primeras conclusiones: Al gobierno poco le importan sus ciudadanos, no vale la pena escucharlos. El presidente primero llamó a los que marchaban como violentos, luego su ¿de qué me hablas viejo? se volvió eslogan de la marcha. Y la movilización fue una gran respuesta a la pregunta de qué están hablando los ciudadanos. Pero el presidente no escuchó a la marcha, tanto que ese día se olvidó de los ciudadanos y no dijo nada. ¿No sabía qué decir o le importa un carajo los ciudadanos? La verdad es que el presidente poco habla de la realidad real del país, su oficio es hacer relaciones públicas con los dueño de Colombia. Peor, el periodismo solo sabe contar la guerra: olvidaron cómo contar que la protagonista de la marcha fue la ciudadanía.
Después de la marcha festiva y alegre los ciudadanos volvieron a sus casas y vieron que la televisión solo mostraba a los violentos/vándalos (no más de 50) y que el presidente decía que el gobierno había sido exitoso habiendo “permitido” unas marchas en paz. Entonces les dio rabia, bronca e indignación que los trataran como pendejos. En un hecho inaudito y único para Colombia salieron con sus cacerolas y le dijeron al gobierno y a los medios que la marcha no había sido escuchada y que los violentos eran pocos. Y así dormimos el jueves.
El viernes hubo más marchas alegres y cacerolazos de rabia. El presidente seguía en su nebulosa y la Alta Inteligencia Militar, en su misión de inventar enemigos. Todo era pacífico, se marchaba en plan de amistad feliz: no podíamos creernos que la calle era nuestra. Pero a la noche aparecieron “los vándalos” que destruían y amedrentaban a los ciudadanos de bien. Se crea el caos. Se aplaude la llegada del ejército. Los medios sonríen con la tragedia. Las redes digitales asignan una misma imagen a siete sitios distintos. El alcalde de Bogotá afirma que “vienen días duros y difíciles para Bogotá; aquí hay un complot”. El presidente cita, cínicamente, a un gran diálogo nacional sobre sus políticas sociales (no escuchó nada de las protestas). La respuesta del gobierno: toque de queda, todos a dormir por orden de los dueños de la finca Colombia. La última vez que algo similar ocurrió en Bogotá fue en 1977, hace 42 años. ¡Alta inteligencia gubernamental!
¡Nos fuimos a la mierda!, pensamos. No entendíamos.
Poco a poco los ciudadanos comienzan a constatar tres hechos: uno, los encapuchados no son desenmascarados por la policía (¡raro si eran miles contra pocos, como no pueden tomar prisionero a uno y mostrarlo a cámaras, con lo que les gusta el show!); dos, los vándalos (que son pocos) no son tomados prisioneros, ni perseguidos, sino acompañados (se ven imágenes en las que la policía acompaña a los vándalos sin tomarlos prisioneros); tres, todo parece un montaje de gobierno y policía para crear el caos y deslegitimar la protesta. Entonces, la reacción ciudadana fue más calle y más cacerola y más alegría.
Y pasó el jueves, y pasó el viernes y llegó el sábado y para sorpresa del gobierno y de la policía: los ciudadanos no creían en su versión de los vándalos. La voz del pueblo decía los vándalos son el gobierno y la policía. Y los jóvenes fueron a la calle otra vez alegres, con música y cacerolas. Y todo era festivo hasta que llegó el ESMAD (Escuadrones Móviles Antidisturbios): unos robocops armados de gases lacrimógenos y licencia para golpear, reprimir y matar. ¡Qué cosa tan extraña, cada vez que llega el ESMAD hay violencia, guerra, maltrato y golpes! Sin ESMAD no hay violencia, con el ESMAD se asegura. ¡Alta Inteligencia Militar! Y llegaron y a un joven que huía de los gases, y por la espalda, le dispararon en la cabeza y quedó herido mal. Su nombre es Dilan Cruz. Tragedia nacional. Por fin, la policía decidió irse de las calles, el ESMAD se escondió, la rabia se conviertió en el cacerolazo más grande de Colombia: protestas en todas partes, escraches en la casa del presidente. Mientras tanto Duque, el que dicen es el presidente, para su gran diálogo nacional invitó a los empresarios más ricos del país para recibir órdenes. El subpresidente Duque (así lo llamó la BBC) y los líderes políticos y los medios seguían sin enterarse de qué es lo que pasaba. El domingo fue el cuarto día de calle y goces y músicas y cacerolazos. Y Duque para su gran diálogo nacional se reunió con los gobernadores electos a partir del 1 de enero del 2020. Seguía sin enterarse que el asunto era de ciudadanos y jóvenes.
Llegó el lunes y las marchas festivas seguían, la policía se escondía, los vándalos y encapuchados desaparecieron por arte policial, gubernamental y mediático. El símbolo de las marchas fue Dilan Cruz, el joven de 17 años que estaba al borde la muerte. Y el lunes a la noche, después de las marchas alegres, llegó la noticia fatal: Dilan Cruz murió. Lo mató la policía, el presidente, la desidia. Y Duque seguía preguntándose “¿de qué me hablas viejo?”.
Segundas conclusiones: Colombia nunca había tenido cinco días seguidos de marchas alegres, pacíficas, rabiosas y diversas. Este hecho es inédito. Único. Y algo debe decirnos por cómo se han dado. He aquí algunos atisbos de sentido:
* Se perdió el miedo. Ya salimos a la calle. Ya no somos terroristas. Somos ciudadanos. Y esta es una gran victoria del Acuerdo de paz. En tiempos de paz se habita la democracia, las ciudadanías del miedo se diluyen. Somos ciudadanos con derechos y libertad de expresión.
* Las protestas no tienen líderes, tienen ciudadanía alegre y enojada que quiere que la democracia los oiga.
* Hay bronca contra los mediadores institucionales de la democracia. No se cree en el presidente, ni en los legisladores, ni en la justicia, ni en los medios, ni en los académicos, ni en los periodistas.
* El presidente de Colombia no existe, no oye, no quiere entender ya que no establece relación con sus ciudadanos. Y esto enerva aún más a los ciudadanos.
* Las elites tampoco se dan por enteradas. Por eso, el presidente se reúne con los que siempre han manejado el poder (empresarios, medios, gobernantes, políticos).
* La polarización no existe. Se demuestra que somos más que los secuestradores de la opinión política en Colombia (Uribe por extrema derecha y Petro por patética izquierda).
* Nos unimos en la desazón ante los modos del gobierno, la policía, la justicia y los medios.
* En medio de todo fuimos felices con la decisión de twitter de suspender la cuenta de Uribe porque invitaba a la violencia.
* Tal vez todo lleve a una constituyente porque no se ve otro modo de cambiar las cosas. Pero la constituyente no gusta a muchos porque como estamos en un mundo conservador y atávico puede representar una regresión en derechos sociales ganados son la Constitución de 1991 y, así mismo, el regreso de Uribe al poder. Eso sería absolutamente regresivo.
No somos Argentina que sabe machar alegre en nombre de los derechos y que hace de la política una fiesta (todavía en Colombia hablar de política es de mala educación y luchamos por existir más que por derechos). No somos Ecuador en donde los indígenas ponen en jaque al gobierno (aquí apenas nos hacemos visibles, y el poder nos mira con sonrisa cínica). No somos Chile en donde ya aprendieron que no hay que claudicar y hay que permanecer en lucha permanente para ver si por fin la democracia es posible. Somos Colombia donde el acuerdo de paz nos despertó a los ciudadanos para luchar por existir, decir y proponer, pero el poder no quiere escuchar. Lo perverso es que gobierna el violento mientras el presidente no se da por enterado. Pero la lucha comienza, la esperanza es posible, y van a tener que escuchar al ciudadano. Ya no somos guerrilleros, ni terroristas, somos ciudadanos democráticos que queremos un país más justo, solidario y democrático. Poco, pero es mucho para Colombia.