El día que Javier Milei ganó las elecciones estábamos en el Centro Cultural de La Memoria Haroldo Conti, montando La Pisada del Ñandú, una exhibición de arte contemporáneo con artistas y documentos de maricones trans del subdesarrollo, sobre la hipótesis de la colonialidad del género y la co-dependencia de la economía colonial que impone un binarismo sexual. Durante la pandemia la habíamos presentado con mi equipo Río Paraná (Duen Nekaen Sacchi es la otra mitad) primero en el Centre de la Imatge La Virreina, ayuntamiento dependiente de Barcelona, y luego en el Museo de Arte Contemporáneo de Panamá (MAC) a metros del gran canal. La ocurrencia geográfica hoy me estremece, me lo hace ver un amigo puertorriqueño: Donald Trump anuncia la toma del control del Canal de Panamá y obstruye así la soberanía económica latinoamericana conseguida apenas hace 25 años atrás por su pueblo. Paralelamente, sin mediaciones ni anuncios, en la avenida Del Libertador de la Ciudad de Buenos Aires, fuerzas policiales y militares rodean el predio de la Ex Esma para cerrar el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti.
Mientras trabajo en una nueva investigación de archivo sobre un caso conocido como hermafroditismo de un indio abipon de 1784, un colega mira el teléfono y me escupe:
—Cierran el Conti.
Vengo siguiendo las noticias y los mensajes de whatsapp.
Paula Domenech, la artífice de que un año atrás La Pisada del Ñandú llegara al Conti, ya estaba afuera desde septiembre:
—Nos echaron, no hay chance, quitaron todos los contratos. Me mataron una parte de mí.
Ella me había insistido para que montáramos la expo en Argentina como estrategia de resistencia. Intuía que quizá fuera la última. Había experimentado ya con el macrismo el engorroso traspaso de una gestión a otra con disímiles perspectivas.
Con el equipo de Visuales nos sentamos en sillas de plástico y discutimos sobre pintar paredes, enmarcar archivos, nos preguntamos si existían recursos para armar un programa público, si salía una publicación propia. Los equipos del Conti bregaban porque las cosas sean lo más sencillas posibles de cara al porvenir y yo me calentaba porque deseaba todo al máximo, como si no hubiera un mañana.
La transformación del espacio donde funcionaba la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) -ese predio militar que operó como centro clandestino de tortura y desparición durante la última dictadura- en una plataforma de excelencia artística fue un eslabón en el engranaje económico para una nueva generación de agentes culturales. Desde 2004 dio trabajo a un centenar de trabajadores asalariados en relativas buenas condiciones y también se consolidó como un sitio de profesionalización.
La primera vez que trabajé eventualmente ahí, en 2016, se iniciaban las asambleas contra la ola de despidos pero se mantenía el vigor de la infraestructura y la fuerza de los trabajadores: pese al vaciamiento que prometía el macrismo, hicimos funciones de Inundación en la gran sala de teatro, con luces robóticas y sonido envolvente a todo trapo. Se trataba de una distopía feminista, un poco punk y otro tanto irónica donde tres lesbianas eran víctimas de fetos mutantes. Ni Una Menos ni el aborto habían copado aún el discurso y en esos tiempos me interesaba poetizar y problematizar algunos debates del activismo.
Luego, en los estertores del albertismo, encontré un Conti cansado, sin su hermosa librería, con trabajadores que, aún hartos de la picadora burocrática, seguían impulsando el Festival Futuros: nos convocaron desde el área LGBTIQ, coordinada por Mariano Rapetti, y reunieron una comunidad inmensa de artistas del ball y ñoños, de poetas y cineastas trans del mundo.
Hoy dos tercios de la planta de trabajadores fueron desvinculados de sus tareas y están desempleados. Las visitas guiadas de las escuelas, ausentes. La página web, caída. Y los independientes expulsados de su comunidad de encuentro. Artistas, curadores, investigadores, fotógrafos, músicos, libreros, activistas, performers, enmarcadores, activistas, fleteros, profesores, poetas y cientos de agentes culturales sumergen también su economía en este cierre por derecha.
Lorena Bossi, coordinadora del área de visuales hasta hace apenas tres días, cuenta:
—La Pisada del Ñandú fue la última muestra que el Conti financió, con la gestión anterior, porque ésta no puso un peso. Sostuvimos la programación todo el 2024 a pulmón, solventando las muestras con lo que íbamos consiguiendo, vinieron curadores gratis, artistas gratis, si se rompía una lamparita salía de tu bolsillo para comprarla.
El negacionismo local, con sus variopintos argumentos, va desde la puesta en duda de la cifra de 30.000 detenidos desaparecidos, la instalación de la idea de una guerra interna y la exigencia de una memoria completa, hasta el señalamiento de la guerrilla como causante de la violencia. Hernán Confino y Rodrigo Gonzalez Tizón, en “Anatomía de una mentira”, recientemente publicado por Fondo de Cultura Económica, explican que a través de la sobredimensión de una presunta amenaza subversiva, la derecha construye un edificio ideológico que viene a justificar la represión de los 70. Incluso se podría pensar que más que un negacionismo del terrorismo de Estado pasaron a un afirmacionismo del genocidio, esto es: una apología militar acompañada. Y ella se garantiza por el abroquelamiento con la dimensión económica: con el desfinanciamiento entero de las instituciones.
Ya lo había anunciado Milei, su batalla la realizan por flujo y stock. Mientras la cana pide documentos para entrar al predio, infiltrados graban los actos de resistencias, dejan a los laburantes sin la posibilidad de cargar la tarjeta Sube para encontrarse.
El Conti depende de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, actualmente a cargo de Alberto Baños (curioso apellido para ser el garante y reservorio de nuestros valores).
Carolina, una de las pocas del personal que fue designada en “guardia pasiva” cuenta, mientras espera con incertidumbre el telegrama: “Nunca nos asignaron un nuevo director. No tuvimos ni tenemos un nexo de comunicación clara y oficial. Se intentó en reiteradas oportunidades con compañeros que estaban dispuestos a oficiar de ese rol. Y la respuesta era nada. No nos daban reuniones. Los sindicatos fueron los que mediaron la comunicación pero en todo el año fueron poquísimas”.
El día que Milei ganó las elecciones, los trabajadores y trabajadoras susurraban, tomaban mate en los pasillos con los ojos buscando horizontes, respiraban más incredulidad que llanto. Nosotros, en el montaje, nos quedamos en silencio respetando ese pequeño duelo. Unos días después, un sábado a la noche, mientras mi compañero pintaba el mural en la sala principal, unas personas dejaron un mensaje claro: una amenaza de bomba en la puerta de entrada, así de cuerpito gentil.
El 31 de diciembre de 2024 los trabajadores y trabajadoras del Conti recibieron un mensaje de whatsapp. Empezaba así:«El Secretario de Derechos Humanos hace saber a todo el personal del Centro Cultural Haroldo Conti que se procede al cierre del mismo a partir del día 2 de enero de 2025»
En esa precipitación de eventos unas emociones llegaron y me asustaron: todas masoquistas, como si el autodesprecio se hubiera insertado en mi corazón y nos mereciéramos la totalidad del espanto. El autodesprecio es una sensación que muchas personas no hegemónicas sufrimos, es muy queer, porque tanto odio nos tienen que al final uno se la cree. Eso pensé que tal vez nos pasa como pueblo. Introyecté algo de todo esa violencia y me apené más. Supe que, si me pasa a mi, nos pasa a muchos, porque somos un conjunto afectivo emergente de nuestro tiempo.
Después entendí el ataque doblemente disciplinante, por la hegemonía en el flujo discursivo y el sentido común. Al mismo tiempo y con la misma intensidad, por estrangulamiento económico, en este caso, de los sectores medios de la cultura. Esa sensación de acedia deprimente, ese autocastigo de no merecernos nada lo pusieron en marcha por estocada y sin gradualismo: ya sabemos, bajo los efectos de los electroshocks quedamos muy lastimados, agotados y sin palabras.
En la mesa de fin de año mis compañeros y amigos de La Pisada confiesan el mutismo. Dos horas de silencio y perplejidad. Ya en la mesa de las sobras del año nuevo distintos diagnósticos de hastío se barajan. Es parálisis, es miedo, es la falta de gimnasia de pelear en la derrota hasta el final, es un desgaste corrosivo de la autoestima. Juntos me ayudan a decir, a convencerme: necesitamos nuestro hermoso centro de arte como reparación.
La convocatoria a defender el Conti tendrá forma de festival este sábado 4 de enero a las 18, en la puerta del centro cultural.