Dejo la barra en el suelo. Manu, mi entrenador, me dice que no la baje tan rápido, que me puedo lastimar. No le doy bola. Estoy mirando a Humberto, que hace bíceps a unos metros de distancia. Con cada movimiento, sus músculos se hinchan y aprietan contra la poca ropa que usa. Una gota de transpiración le cae por el pectoral casi descubierto. Sabe que el gimnasio entero lo está mirando.
Termino la rutina, me despido de Manu y me meto en las duchas. Pienso en el cuerpo perfecto de Humberto. No entiendo si quiero ser como él, o solamente cogérmelo. Me paso jabón por mis rollos que caen para delante. Me pongo la toalla en la cintura, y vuelvo al vestuario.
Humberto está sentado en uno de los bancos. Me tiemblan las piernas. Deja el teléfono y saluda con una sonrisa. Su acento caribeño sólo mejora las cosas. Además de estar más bueno que comer pollo con la mano, es simpático. Cosa que no abunda.
Le pregunto por su rutina. Me cuenta que entrena cuatro o cinco veces por semana. Cuando bajo la toalla noto que me mira por medio segundo, y sigue hablando. Con el slip ajustándome el culo le digo que yo entreno cinco veces por semana, pero ni en pedo tengo el cuerpo que tiene él. Le muestro mi rutina. Quiero saber qué puedo cambiar para parecerme un poco más a ese chongo salido de una historieta de Tom of Finland.
— Tu rutina está muy bien. A lo sumo… si realmente querés… podés buscar una ayudita.
La generación de chongos hormonales
Googleo “uso de suplementos para entrenar”. Intento entender de qué me hablan los miles de sitios que encuentro: se trata de “ayudas ergogénicas”, es decir, modos de facilitar la ergogénesis, o producción de energía. Pueden ser de dos tipos: suplementos dietéticos o farmacológicos.
Entre los suplementos dietéticos, los más populares son la creatina, que llena de agua los músculos y los infla en el período en que se la consume, y la Whey Protein, que es utilizada para ganar masa muscular. Pueden comprarse en cualquier farmacia. Sobre este tipo de suplementos se repiten discursos benevolentes: “Cuando entrenas sólo piensas en una cosa: resultados. ¡Anímate!”. El tono motivacional me rompe los huevos. Más cuando leo sobre el otro lado de la grieta: el de las sustancias farmacológicas.
Éstas pueden ser los esteroides anabólicos, la hormona de crecimiento y la eritropoyetina (EPO). Parece que los más usados son los primeros. Si escribo "uso de esteroides anabólicos", las primeras noticias que aparecen tienen bajadas catastróficas: "la venenosa obsesión por los esteroides", "Un famoso fisicoculturista quedó en coma tras haber…", "muere un joven atleta finlandés". Lo que veo no tiene nada que ver con lo que estoy buscando. Quienes me llevaron a pensar en los esteroides son amigos y chongos, no deportistas de alto rendimiento. No me entusiasma ninguna medalla: solo garchar con tipos como Humberto.
Encuentro una estadística: un metaanálisis de 187 estudios sobre jóvenes norteamericanos muestra que el porcentaje de uso de anabólicos es mayor en deportistas amateurs que en competidores profesionales: 18,4% en los primeros y 13,3% en los segundos.
Estamos ante una estilización de la imagen y del cuerpo que nada tiene que ver con el éxito deportivo. La reglamentación parece haberse quedado atrás: en Argentina, la ley 24.819 de 1997 hace referencia al tema solo para prohibirlos en el deporte competitivo. La venta de algunas sustancias es legal, siempre y cuando haya una receta médica, como prescribe una ley del 2002. Nada se menciona del uso amateur de la pibada que, como yo, quiere un atajo en un mundo donde todo cuesta tanto.
Veo varias páginas que hablan de "superar el umbral biológico". La noción me da risa: que desde mi departamento en Buenos Aires pueda leer artículos publicados en Estados Unidos quiere decir que la humanidad hace rato superó el "umbral biológico". Si hay algo que el Manifiesto para Cyborgs de Donna Haraway supo poner sobre la mesa es que no existe tal cosa como el "cuerpo natural", sino que éste ya está intervenido por tecnología desde antes de nacer. Incluso la más antigua, como el lenguaje.
Si todxs somos cyborgs, no hay procesos "naturales" del organismo que se opongan a los "culturales". Somos un híbrido de tejidos biológicos y artificiales. Lxs laburantes que en plena pandemia seguimos en actividad enchufados a una computadora, con auriculares y micrófono, somos la prueba viva de ello. ¿Entonces? ¿Qué diferencia hay entre usar Zoom para hablar con gente que está en el otro lado de la ciudad y papotearse? ¿Por qué sería distinto a hacerse una cirugía estética? ¿O a tomar medicación para regular el sueño, el estado de ánimo o una diabetes?
La suplementación farmacológica más popular en los gimnasios porteños parece ser el "estano", abreviatura de "estanozolol", que consiste en un estimulante de la síntesis proteica. Hay una composición para uso animal, por ejemplo en caballos con bajo rendimiento sexual, y otra para humanos. Puede ser administrado vía oral o de manera inyectable. El estano es un ejemplar de lo que encuentro como EAA: esteroides anabólicos androgénicos. Esteroides porque se derivan de la molécula de colesterol. Anabólicos porque intervienen en el crecimiento de los tejidos. Androgénicos porque resaltan los aspectos biológicos considerados “masculinos”.
En criollo, son sustancias que resaltan todo lo que los putos como yo veneramos. La cultura de los esteroides nos da la garantía de triunfar en el mercado sexual urbano, cuya competencia puede ser casi tan despiadada como la de los deportes de alto rendimiento. Las locas papoteadas seríamos una generación de chongos-cyborgs hormonales que modificamos los circuitos químicos de nuestro cuerpo para parecernos más al ideal de belleza al que suscribimos consciente o inconscientemente. Lo que nos diferencia es hasta dónde estamos dispuestos a llegar. Antes creía que con ir al gimnasio alcanzaba para ser el chongo que me gustaría ser. Pero no alcanzó. Nunca alcanza.
Monotributistas, pero inflados
Abro los grupos de WhatsApp de lo que me gusta llamar "putifamilia", la hermandad de leche y afecto que se ha ido construyendo con los años. Le escribo a cada maricón de la lista en privado para preguntarles si usaron, o consideraron usar, esteroides anabólicos. Son en total 50. Un 30% admite haberlos usado. "Hice el plan para irme a Miami", me responde uno; "Ah, flor de tilinga", "Andate a cagar".
Muchos de los que dijeron que no, aportan algún juicio sobre el tema: "Me parece sumamente gordoodiante", “Sería como hacer klapaucius”, "Una cagada esa obsesión por cumplir con cánones de belleza", “¡Pancita forever!”. También recibo cosas como "No usé ni usaría. Pero me hice una cirugía estética para sacarme los flotadores. ¿Cuenta?".
Lo interesante es que más de la mitad admite haberlo considerado. “Como coger a pelo. Me gustaría, pero me da miedo”, confiesa otro osito que conocí en el gym. La estadística es, por supuesto, sesgada. Estoy interactuando con un circuito social que participa de patrones similares. Somos todos jóvenes urbanos a los que, mal que mal, no nos falta nada. Tampoco nos sobra.
Sin embargo, el dato me llama la atención. ¿Por qué se popularizó tanto la cultura del éxito y la imagen en tiempos de desolación económica? Casi todos mis amigos son inquilinos y monotributistas. ¿Por qué la generación que tiene vedado el acceso a la tierra, a la sustentabilidad y a la propiedad de bienes que no sean pasajeros, se obsesiona tanto por su propio cuerpo?
La respuesta de @Juancho007 también me llama la atención. En su caso, la imagen es la escalera al éxito. "Claro que tengo que usar anabólicos. ¿Cómo te esperás que compita en el mundo de Onlyfans? Cuando empecé a usar perdí algo del público que consumía mis videos por mi pancita. Pero gané muchísimos más seguidores. Hubo un impacto positivo en mis redes. Ese día entendí que, en el porno, si bien hay gustos diversos, como al que le gustan los gordos o al que le gustan los twinks, si aparece un chongo de gimnasio, a todos les gusta enseguida". En el capitalismo pornográfico del siglo XXI, ser o no ser un cyborg no es una opción.
Antes de soltar el teléfono, me llega un “ni en pedo” de un amigo, que después me pregunta por Humberto. Le chusmeo nuestro juego de miraditas en el baño. "No puede estar tan bueno", termino el relato. "Pero ese cuerpo es de mentira", responde. Le digo que no sea envidiosa, y que vaya a leer a Haraway.
Lo natural
—Si me preguntás si funcionan, la respuesta es sí -dice Manu después de apoyar las mancuernas en el piso. No es boludo: se da cuenta de cómo miro a Humberto mientras entrenamos-. ¿Quérés quedar así? Todas las locas entraron en esa ahora.
Manu no lo sabe, pero lo respaldan los datos. Un estudio del Instituto Fenway de Boston demostró que el uso de anabólicos entre varones gays es seis veces mayor que en varones heterosexuales. De su muestreo (del cual, obviamente, podemos desconfiar), el 21% de los varones que se declararon homosexuales consumía anabólicos. De los heterosexuales, solamente el 4%. Si se trata de narcisismo y hedonismo, los putos somos mandados a hacer.
—No sé, Manu. Me gusta.
—No creas que es una varita mágica -me dice mientras tomo agua-. Los esteroides pueden pegar bien o pegar mal. Es importante no dejar ni el ejercicio ni la dieta. Por eso hay que hacerlo acompañado de médicos.
—Y suponiendo que arrancamos…
—Quedás más bueno que el aguinaldo que no tenés, eso seguro -sigue Manu mientras arranco mi serie de bíceps-. Pero no creas que es gratis. Necesitás protectores hepáticos para cuidar el hígado. Otro peligro es la ginecomastia: que se te caigan las tetas o que se te hagan tetitas. Te inflás de una y si llegás a dejar de hacer se te cae todo. Pero, primero, lo que hay que considerar es que la testosterona es una hormona que vos y yo segregamos normalmente. Si le agregas un plus el cuerpo deja de generarla naturalmente, porque le está ingresando por otro lado. Rompés tu propia homeostasis.
Me encanta que Manu sea un entrenador con marco teórico. Lo que me dice tiene sentido. Pero sigo sin tener el cuerpo que quiero tener.
—No te lo recomiendo, Pepe —concluye—. A lo sumo proteína para sumar algo de músculo. O algún aminoácido compuesto. Hay opciones de suplementos pre-entreno. O Vitaminas. Pero todo natural.
¿Qué es "lo natural"? Suelto las mancuernas. Manu me está proponiendo que me quede de “este lado” de la grieta. Que no vaya tan lejos. Pienso en cómo Paul B. Preciado entiende a la testosterona: como la droga más pura, sin color, sabor ni olor, que se vende bajo un régimen microfascista que defiende su uso en casos clínicos y nos previene de los horrores que puede generar en mujeres, deportistas o, en mi caso, pibes que quieren verse mejor. ¿De dónde sale esa barrera tan arbitraria? ¿Por qué no es sano consumir esteroides anabólicos pero sí enchufarse 9 horas en la computadora para trabajar?
En la otra punta del gimnasio, Humberto hace piernas. Levanta ochenta kilos en barra y baja despacio, haciendo que sus nalgas casi revienten el short que tiene puesto.
Doce semanas
Después de ducharme, espero sentado en la entrada del gym. Chusmeo mis redes sociales, que conjugan noticias de actualidad con chongos en pelotas. Veo estano por todos lados. Cada tipo que antes me hacía imaginar que pasaba horas en el gimnasio, ahora se me aparece como un chongo cualquiera, pero que se inyecta o toma pastillas. Mi amigo que usó para irse a Miami me comentó que hay planes más baratos y otros más caros. Puedo ver esa jerarquía impresa en los músculos de cada chongo: la loca viajada, la que la pegó en Onlyfans o viene de familia de guita, se paga planes caros, se hace asesorar; por eso el estano "le cae bien". La loca laburante, precarizada y monotributista corre más riesgos de terminar con las tetas caídas.
Humberto baja por la escalera. Lo intercepto. Le pregunto qué plan hizo.
—¿Lo estás pensando?
—No sé.
Salimos. Dice que va para Avenida Córdoba. Le miento y digo que yo también.
—Hay mucho estigma con el tema — empieza—. Que no se te va a parar más la pija, que se te va a caer todo. Mi experiencia fue lo contrario. De hecho, ando re caliente.
“Yo también”, pienso y me quedo callado.
-Primero es la preparación; hay que acostumbrar al cuerpo a lo que le vas a meter. Lo que hacés ahí es potenciar tu propia testosterona, lo que ya tenés.
—¿Y ya se ven cambios?
—Sí. Tengo una videoteca entera de cómo mi cuerpo fue cambiando.
Saca el teléfono y me muestra una foto en slips, de costado, de un Humberto que no conocí. Su panza cae adelante como la mía. Ya era grande, pero no lo que es ahora. Pasa un par de imágenes hasta llegar a la misma foto con un cuerpo estilizado, armónico, gigante. Un David de Miguel Ángel nacido en Venezuela que escapó del chavismo como escapó de la gordura.
-Después consumís cosas para crecer y, por último, cosas para proteger tu organismo. En el primer ciclo por lo general se elimina grasa corporal; quedás talladito. Después viene la definición y el agrandamiento focalizado. Mi plan incluía dos inyectables y dos frasquitos tomables diarios. Era estanozol y oxandrolona. A medida que van pasando las semanas cambiás las dosis. En total, el plan duró doce semanas.
Doce semanas. Nada más. Tres meses. Pienso en la escena esa del Capitán América que lo inflan todo y sale enchongado a combatir el mal. Me imagino igual, pero esperando la siguiente fiesta electrónica para poder sacarme la remera y mostrar mi cuerpo sin vergüenza. Por primera vez en mi vida, cumpliría con todos los imperativos que noche y día me gritan que mi cuerpo jamás va a ser perfecto.
-Después viene el ciclo pos plan -sigue mientras guarda el teléfono-. Tomás protectores hepáticos y tenés que cuidar las ganancias para no desinflarte. Hay distintos efectos secundarios. A mí me dieron calambres. Y si no me hidrataba lo suficiente meaba naranja. También te genera cambios de humor. La testosterona externa se diluye y el estrógeno de mierda empieza a influir. Quedás muy sensible.
—¿Se puede hacer una sola vez?
—En teoría sí. Lo ideal es dejar al cuerpo descansar unos seis meses y después hacer otro. Este fue mi primer ciclo, pero no sé si repetiría. Hay que ver si uno puede mantenerse así como está por sus propios medios.
—Ok.
—Pensálo, bebé –me pasa el brazo por arriba del hombro-. A mí me hizo muy bien. No sólo en el plano deportivo. Te sentís increíble. Con más confianza, más seguro de vos mismo. En el laburo me tratan distinto ahora. No sé. Doblo acá yo.
—Gracias, Humber…
Me deja el número de su entrenador y su nutricionista. Después me da un pico. Intento seguirlo en un beso, pero sus labios se quedan inmóviles. Me hace un mimo en el hombro, dice “otro día”, y se va. Vuelvo a casa en silencio. Me imagino entrando a la escuela a dar clase totalmente inflado. O teniendo reuniones con editores en las que mis bíceps aprieten mi camisa. ¿Será más fácil sobrevivir teniendo un cuerpo perfecto? No me cabe la menor duda.
Papota legal, en el hospital
Tengo el contacto del entrenador que acompañó a Humberto en el proceso. Abro la ventana para escribirle, pero no sé qué decir. Es como si estuviera comprando falopa; descubriendo un mundo subterráneo de gimnasios, códigos implícitos y ventas ilegales en los mismos baños donde tetereo después de entrenar. Un mundo que hace unas semanas era invisible para mí.
Dudo. Lo llamo a Manu. Le chusmeo mi dilema.
—No importa lo que te diga, vas a hacer lo que se te cante. Considerá que no es barato, y no se consiguen tan fácilmente las drogas posta. Pocos médicos lo recetan. Por eso se armó todo este circuito de gimnasios y personal trainers. También se consiguen por Instagram.
—Pero… ¿no se podría pensar un consumo responsable?
—Obviamente. Pero habría que legalizar, regular y dejarlo en manos de gente que sepa lo que está haciendo. Si te ponés a pensar, no es muy diferente que lo que pasó y pasa todavía con la gente trans. Cuchá, Pepe… ¿Esto es por Humberto?
Me quedo en silencio. Me sacó la ficha.
—Era obvio. Nos encanta la Humberto, pero de él me gustaría ser todo menos su hígado. Además, como todo en medicina, es fundamental armar un plan personalizado. No es conveniente en personas con cuadros ansiosos.
Un amigazo. "Si, me habló de los cambios de hum…" Me interrumpe:
—La papa no está mal, sino usarla de manija o mezclando cosas que no van. Como toda droga. Que no esté regulado lleva a que no lo manejen médicos, sino chantas que no saben una mierda de metabolismo. Te llega a pasar algo, y no tenés dónde reclamar.
Lo escucho y me divierto imaginando una bandera política posible. Un ejército de putos solemnes en Plaza Congreso reclamando por la legalización y regulación de los esteroides anabólicos. Imagino banderas: "Estano para Todxs". Por ahora es un divertimento, pero no sé si estamos tan lejos, teniendo en cuenta el devenir-porno del capital en la época de la cultura de la imagen. Hoy en día, tener el cuerpo esculpido parece tan importante como haber estudiado. Seremos chongos ciborgs o no seremos nada.
Nos despedimos y cortamos. Abro el chat con Humberto. Pienso unos segundos, y me tiro a la pileta: "Cómo me gustaría ser estano, para estar adentro tuyo". Responde riéndose y me pregunta cuándo nos vemos.