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Una de las cosas que más me costó aceptar en el primer campus universitario chino donde estudié su lengua y su cultura fueron los controles tan estrictos. A las diez de la noche teníamos que estar en el edificio o no nos dejaban entrar a las habitaciones. Había cámaras que registraban todos nuestros movimientos en pasillos y áreas comunes, y las clases que caían en días feriados se recuperaban los domingos. Era el año 2009.
Ordenar a más de 1400 millones de habitantes se logra a través de un fuerte control y planeamiento estatal en China. Es difícil dimensionar la superpoblación desde nuestras latitudes, donde las grandes urbes como Buenos Aires o Sao Paulo son interrumpidas por enormes extensiones de naturaleza. Cuando me asignaron que viviría en la provincia de Heilongjiang, la busqué en internet y vi que esa provincia -la segunda más despoblada de ese país- tiene 45 millones de habitantes, lo mismo que toda la Argentina. Las provincias chinas con mayor número de población -Guangdong, Shandong, Henan-, equivalen a Francia, Alemania y Reino Unido juntos.
Unos meses después de estar instalada allá fui a un cibercafé; al llegar me enteré de una nueva disposición gubernamental, para usar las computadoras había que loggerase con un documento de identidad chino. Era la génesis de la cibervigilancia que diez años después se vería reflejada en cada acto que realizamos en línea.
Eran los meses de diseminación de la gripe porcina que contagió hace ya una década, al 24% de la población mundial y causó 248.000 muertes. China reaccionaba según el reflejo de la experiencia y la memoria colectiva: en 2002 había padecido el virus SARS, que provocó 8098 contagios y casi 800 muertes.
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La superpoblación afecta la forma en que se comparten espacios y recursos. Hace unos años un amigo chino me preguntaba:
-¿Por qué tantas personas viven solas en la ciudad de Buenos Aires? Leí que el 40% de los departamentos que se alquilan son sólo para una persona.
En estos campus universitarios, los jóvenes comparten habitación con siete o más compañeros del mismo sexo, una costumbre que adquieren en la escuelas de pupilos. La modalidad continúa en los modelos de expatriación de empleados de empresas estatales y privadas: los empleados conviven entre varios un departamento, inclusive con sus jefes. Esta vida colectiva tiene fuertes implicancias de cuidado grupal pero también de autocontrol: se preservan el comportamiento y la imagen personal ya que todo es visto por los compañeros o colegas.
El derecho a la privacidad o al espacio personal no existen.
Durante las vacaciones por el aniversario de la República en octubre de 2009, desde la secretaría de la universidad nos advirtieron:
-Quédense en las habitaciones, se pueden contagiar.
Todos mis conocidos chinos se quedaron en el campus en sus habitaciones compartidas y muchos extranjeros decidimos viajar.
La historia de la República Popular China dice que estaba preparada para mitigar al virus más contagioso y desafiante de este siglo. No sólo por el estricto control social de parte del Estado. También por los efectos de su cultura milenaria.
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Durante el tiempo que viví en China, traté de recorrer intensamente su geografía. Moviéndome de un lado a otro en tren, empecé a entender en el cuerpo qué significa la superpoblación y sus resultados tanto en la vida cotidiana como en las decisiones del gobierno. En las grandes ciudades, el movimiento por momentos es caótico. En enero de 2012 circulaba por la estación de subte Wudaokou en la zona universitaria de Beijing, y por un amontonamiento en hora pico quedé atrapada entre la masa sin poder salir ni moverme un centímetro por veinte minutos.
En el país donde algunos embotellamientos han durado 10 días, esta realidad fomenta un tipo de urbanismo con campus, hospitales o industrias donde los trabajadores y estudiantes viven en el mismo lugar donde ejercen sus actividades para evitar desplazamientos innecesarios. Ordenar a la población más grande del mundo no es tarea fácil y es previo a la llegada de esta pandemia.
Cuando se detectaron los primeros casos de coronavirus en Wuhan, las dos experiencias colectivas recientes –Sars en 2003 y H1N1 en 2009- fueron el antecedente para reconocer la importancia del aislamiento social para controlar su transmisión. Lo que los tomó por sorpresa fue la velocidad de contagio del Coronavirus. Pero además, en estos años el crecimiento de China intensificó su interdependencia a diversos flujos globales: cada día circulan millones de mercancías y personas hacia afuera y hacia adentro del país, y el Coronavirus no fue la excepción.
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Foto: Bryan T.
La disciplina social, la impronta cultural y el mega control estatal llegan a ser traumáticos para la población china, que es víctima de una enorme presión psicológica. En mis trabajos de investigación con expatriados de empresas de capitales chinos apareció muchas veces el concepto de 吃苦 chīkǔ, cuya traducir es sufrir –literalmente comer amargura-. A la generación que hoy dirige instituciones y lidera en el ámbito político, le tocó ser joven en la Revolución Cultural (1966-1976), década en la que millones de personas fueron enviadas a campos de adoctrinamiento comunista.
-Nuestros padres insisten en que nos sacrifiquemos, porque tenemos todas las posibilidades que ellos no tuvieron. Se consideran una generación perdida-, me explicó hace unos años Fan, una amiga china de mis años de Universidad.
Estas son narrativas frecuentes en hogares y empresas chinas: los sacrificios realizados en ese período y los beneficios para la vida material y económica obtenidos a cambio.
Otro antecedente histórico y social de relevancia es la ley del hijo único, vigente entre 1980 y 2015. El control estatal para que la mayoría étnica han no tuviera más de un hijo supuso -y supone- estrictos controles, campañas de prevención de embarazos y ligaduras de trompas o vasectomía compulsivas luego de que las familias tienen a su primer hijo. Los miembros del partido comunista deben pedir autorización a la Dirección de Recursos Humanos del partido si quieren ampliar la familia. Si el Estado es eficaz para controlar la natalidad y derechos tan íntimos de la población, ¿qué son 30 o 45 días de cuarentena?
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El proverbio chino dice: “Una casa que tiene un anciano tiene un tesoro”. Su lugar social es fundamental -como en Corea y en Japón-. Las personas mayores son valoradas como un reservorio de experiencia y sabiduría, su voz tiene mucho peso en el seno familiar y su rol es indispensable porque están a cargo de tareas de cuidado de los menores de la familia.
Este aspecto y otros valores morales están presentes en China continental, Hong Kong, Singapur y Taiwán, más allá del tipo de gobierno. También en estas regiones es central la relación de la sociedad con la autoridad pensada de manera amplia: los padres, maestros, gobernantes. Las relaciones sociales, en la mayoría de los países del Este de Asia, se ordenan a través de una estricta jerarquía que se remonta al pensamiento de Confucio, pero está muy vigente en las sociedades actuales. Así, es obligatorio y se enseña que los hijos obedezcan a los padres y la sociedad a los líderes a través de una correspondencia de autoridad basada en la ejemplaridad. Si un líder pide la cuarentena obligatoria, él/ella y su familia son los primeros en observar la regla. El Estado es centralizado en Beijing y desde allí elige la administración de los niveles municipales, provinciales y regionales, que acatan a rajatabla la línea oficial del gobierno. En momentos de grandes crisis, ésto genera cohesión y alineación.
-Aunque nos incomode admitirlo, hacemos caso al gobierno -dice Xuelin, otra amiga y ex alumna china de 36 años.
La experiencia de relación con la autoridad se forja en China en los primeros años de socialización y es parte de un habitus que se aprende y se lleva en el cuerpo.
La disciplina es fuerte en las casas y también en las escuelas.
-Cuando tenía seis años, venía a mi escuela en Hunan un ministro de visita. Los maestros se morían de temor, nosotros éramos chicos, pero sentíamos el miedo de que te visitara una autoridad. Después te acostumbrás a no faltar el respeto, a obedecer- me cuenta Fan.
La educación familiar y escolar pone mucho énfasis en imponer los valores colectivos y el proyecto de Nación por encima de las libertades individuales. En chino mandarín, sanman 散漫 se traduce como falta de disciplina, ser casual y hacer lo que uno quiere. Zilu 自律 es autodisciplina pero la traducción no contempla toda la riqueza del término. El primer término implica que hay conocimiento de reglas pero no se respetan y el segundo es la forma en que nos manejamos con nosotros mismos. Haiqing me explica:
-Cuando uno es niño pensamos que hay que experimentar cosas difíciles para fortalecer la voluntad. Si hace frío, salir afuera a hacer ejercicio. Yo quiero eso para mi hijo, si quiere algo en la vida que pueda insistir. Pararse y seguir adelante es un valor muy importante para los chinos.
La autodisciplina asiática se aprende en la familia y la escuela. Cuando comenzó a esparcirse el coronavirus, los propios padres denunciaban a hijos que volvían de Wuhan. Esto en China se piensa como el amor grande versus el amor pequeño; la comunidad está primero.
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Trabajo en interculturalidad entre chinos y argentinos desde hace más de diez años. Esto supone un constante aprendizaje y enriquecimiento sobre el modo en que personas de configuraciones culturales diversas nos observamos e interpretamos. Algo común en el oficio es recibir de parte de cada grupo cultural la pregunta opuesta sobre un mismo tema. Mientras instituciones como el Instituto Confucio de Madrid salen a difundir videos en contra de la estigmatización a asiáticos por el uso de barbijos o tapabocas, mis amigos asiáticos me han preguntado en las semanas pasadas:
-¿Cómo es que en Occidente aún no están usándolos?
La OMS y gran parte de la comunidad científica en Occidente expuso hasta hace días que sólo deben usarlo personas enfermas, con síntomas o sospechas de haberlo contraído. Sin embargo, en Asia se considera un elemento central en el control del Coronavirus, y su uso es preexistente a esta pandemia.
Se usa en las grandes ciudades para no respirar el aire con contaminación ambiental, entre otros motivos.
El control estatal, la memoria histórica y cultural, los vínculos familiares, la relación con la autoridad y las percepciones interculturales en materia de salud, constituyen pistas de análisis posibles para entender el modo en el que en China y otras regiones de Asia mitigaron el avance de la pandemia. Los análisis sociales no pueden transportarse como recetas de un país a otro, tendrán validez y éxito de acuerdo a las configuraciones culturales y sus sedimentaciones. Pero nos permite respondernos preguntas y aprovechar momentos de crisis para plantearnos nuevos dilemas, sobre los nuevos acuerdos e imaginarios que esperamos para nuestra sociedad.
A pesar de todo, ¿es justo criminalizar a la comunidad de Wuhan, atribuirle el origen de un virus y su contagio global? En diciembre, China avisó a la OMS y compartió la información genética del virus. El análisis de la circulación del COVID19 muestra que surgió en China pero su propagación más fuerte fue desde Europa.
Sin embargo, queda flotando una inquietud: ¿ante futuras situaciones de riesgo para la población china, quienes lo detecten estarán abiertos o renuentes a informarlo? Las experiencias de los médicos que primero alzaron la voz por el Coronavirus no fueron favorables, y estos antecedentes dejan sedimentos y mensajes.