En mayo del 2019 estuve en Chile. Aproveché para comprarme un Iphone, en ese momento costaban un tercio de su valor en Buenos Aires. Fui al Shopping Costanera Center, que está dentro de la gran torre de Santiago, un rascacielos de 300 metros de altura. Un poco más allá, Plaza Italia; al oriente, los barrios “cuicos”, ricos; al poniente y sur, las comunas de trabajadorxs, las zonas “flaites” o “grasas”, como diría un argentino. También aproveché para encontrarme con amigos. Hablamos mucho. Hablamos del “paraíso neoliberal”, de ese apesadumbrado orden macroeconómico que termina licuando los debates en torno a la desigualdad social chilena. Hablamos también de la incertidumbre económica argentina. A la hora de las comparaciones, contrastamos cómo usan la tarjeta de crédito, el acceso a las hipotecas y a los autos importados último modelo y de la inflación, que es casi igual a cero. Yo hablé de nuestros movimientos sociales, del papel de los jóvenes en la política, del desarrollo industrial endógeno y sus dificultades.
En noviembre de 2019 estuve en Barcelona. En el distrito Pobla Sec, primero, y cerca del Paseo de Gracias después, por primera vez noté cómo había cambiado la forma en la que el mundo miraba a chilenos y chilenas. Los sabíamos organizados en colectivos locales, en centros culturales; conversaban de política en los bares, pegaban carteles en las universidades, muchos jóvenes se notaban influenciados por lo que pasaba “allende” de los Andes. Sus conversaciones no giraban (sólo) en torno a lo último en tecnología; el inesperado debate pensaba en una nueva constitución y en el papel de las y los olvidados de siempre.
En las calles de Santiago, unos días antes había comenzado una movilización que la democracia no conocía, el Despertar de Chile. Junto a partidos de la oposición se alzaba una marea de movimientos sociales, feministas, mapuche, de gente común. También estaban los "avengers chilenos": Baila Pikachu, Pareman, Capitán Alameda, Nalca-man, “la abuelita”, “estúpido y sensual spiderman”, el “negro matapacos”, Selknam, Yuta killer. Todxs acompañaban las escaramuzas de Primera Línea, jóvenes que sofisticaron el formato de enfrentar la represión policial de los carabineros en una configuración que mezcla las experiencias de las barrabravas de fútbol, las movilizaciones sociales de Hong Kong y la propia experiencia chilena de enfrentar la violencia institucional desde la revolución pingüina de secundarios en 2006. La protesta social fue influenciada por Naruto. Como en el manga japonés, estos ninjas andinos se convirtieron en líderes de sus aldeas.
Muchos de los que entonces soñaron con otro país acaban de ser elegidos para redactar la nueva constitución de un Estado “ambiental, igualitario y participativo”. Y paritario. Son actores que nunca habían tenido protagonismo político institucional pero en sus cuerpos están marcados por la política neoliberal.
En menos de dos años se establecieron nuevas coordenadas en Chile. Las manifestaciones complejizaron la vida política de ese país. Al estallido le siguió -además de una pandemia- el inicio de un proceso de institucionalización para jubilar la constitución creada durante la dictadura de Pinochet y escribir una más inclusiva y que destrabe los soportes políticos de la democracia gris.
En una inusual e histórica jornada que duró dos días, Chile votó quiénes serán las personas encargadas de esa tarea. Fue una mega elección, también se eligieron gobernadores de regiones, alcaldes de ciudades y concejales.
La jornada registró una participación baja: un 57% de la población no concurrió a votar, casi 10 puntos menos que para el plebiscito. A los argumentos que intentan explicar el ausentismo se le suma un contexto adverso: en plena segunda ola de la pandemia, con alta cantidad de casos en los grandes aglomerados urbanos y una crisis económica no exclusiva de Chile, la escasez de transporte y de monedas para el pasaje dificultó el movimiento al centro de votación.
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Los resultados del entramado electoral muestran señales claras, inauditas por lo menos desde los últimos 50 años. Hace 47 años Chile comenzaba a padecer una dictadura militar, y hace 30 recuperaba la democracia.
Hoy pasa algo inédito. El actor político de los conglomerados de derecha se desdibujó en todas sus facetas: conservadora, moderada, liberal, anarko capitalista, extremistas de derecha y neonazi supremacista.
El surgimiento de agrupaciones y espacios independientes de diferentes sintonías endógenas -pero también externas- logró captar a más del 30% de los candidatos constituyentes. Se reunieron en grandes grupos.
Estuvieron los más ligados a movimientos sociales, con experiencia de organización y combatividad callejera como Giovanna Grandon, una de las grandes ganadoras de la Lista del pueblo, la mujer a la que un día se le ocurrió meterse a las protestas con un disfraz de Baila Pikachu. Como los pueblos originarios, con una fuerte presencia de la comunidad Mapuche, y el liderazgo en los conteos de la machi Francisca Linconao y Natividad Llanquileo, ambas perseguidas en diferentes períodos por la Ley Antiterrorista, acusadas por sus luchas a favor del medio ambiente, el territorio y los derechos humanos de los comuneros mapuche.
Estuvieron los independientes ligados a la vida social, intelectual, deportiva y artística de la política chilena. Ellos participaron exclusivamente en las elecciones constituyentes. Son independientes pero no neutrales, como Agustín Squella, periodista, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales; como Benito Baranda, psicólogo que ha sido parte de un montón de organizaciones sociales, como el Hogar de Cristo.
Estuvieron los independientes ligados a los partidos y frentes políticos, los candidatos de una probable alianza electoral entre el Frente Amplio y el Partido Comunista. Más atrás, la coalición de centro izquierda que co-gobernó con la derecha desde la recuperación de la democracia.
Más allá del clivaje y la centralidad que asumirá en los próximos meses la redacción de la nueva constitución; en las elecciones que se avecinan, las presidenciales es tal vez la más importante, y en las elecciones de este fin de semana de gobernadores y alcaldes; los resultados para los alianzas políticas de oposición actual, han dado en términos generales un gran espaldarazo a las y los candidatos de izquierda, con grandes probabilidad de dirigir el país, durante los próximo años.
En la elección de alcaldes, uno de los grandes ganadores de la jornada -que fortalece su candidatura presidencial- es el arquitecto y sociólogo Daniel Jadue. Jaude es palestino de origen y, sorprendentemente para el Chile neoliberal, militante del PC, partido en el que se centró la violencia dictatorial durante los años de terrorismo de Estado pero no logró desaparecer. Jaude gestó su popularidad lejos de los grandes medios. Se lo reconoce como uno de los pocos alcaldes que realizó acciones pensadas en la lógica de distribución equitativa local.
Por ejemplo, creó la universidad popular que permitió nutrir la educación cívica de las personas, nivelarlas en variadas temáticas básicas, darles conocimientos que permitieron mejoras laborales. Desarrolló las farmacias populares en las que un medicamento cuesta muchísimo menos que en las grandes cadenas. Otro dato: Jadue ha sido de los pocos alcaldes que se ha impuesto ante las inmobiliarias del sector privado. En Chile las inmobiliarias construyen donde quieren y cómo les dé la gana, pero Jadue tiene un plano regulador comunal que hizo respetar. También creó ópticas populares -porque ir al oftalmólogo y mandarte a hacer anteojos a medida es carísimo- en el país de los fondos previsionales y los seguros de salud privados.
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Chile le pasó la factura a la elite que ocupa el poder desde 1973. Más allá de los cambios que hubo desde 1990 a la fecha, pasando por los gobiernos de la Concertación y las alianzas de derecha.
En 2016, la consultora Mercer, subsidiaria de Marsh & McLennan, líder mundial de servicios profesionales en las áreas de riesgo, estrategia y personas, presentó un informe sobre el sueldo de los ejecutivos. Tendencias en América Latina planteaba una inquietud provocadora sobre los salarios de los ejecutivos y la desigualdad de ingresos en distintos países de América Latina: ¿Cuánto es demasiado? Precisó que la media del ingreso de los CEOs de Chile es de USD 1 millón, 500 mil dólares anuales, 125 mil mensuales). Ganan muchísimo más que ministros, secretarios y directivos del sector público, mucho más que gerentes y directivos de empresas privadas, medianas y pequeñas.
El documental Chicago boys, dirigido por Carola Fuentes y Rafael Valdeavellano en 2015, retrató la intimidad del proceso de experimentación neoliberal iniciado en Chile a los pocos años del golpe de Estado a Salvador Allende. Los estudiantes de Ingeniería Comercial de la Universidad Católica iniciaban su periplo post doctoral en la Universidad de Chicago bajo la influencia de Milton Friedman y Alito Harberger quienes a fines de los 50 inspiraron los cambios en la enseñanza de la economía en los procesos de liberalización, modernización y reformas políticas en América Latina.
Luego de celebrar el derrocamiento de la Unidad Popular, los Chicago boys chilenos iniciaron el plan económico más exótico que se haya realizado en el planeta. Bajo un formato ortodoxo, “el pol pot neoliberal” buscó construir una economía social de mercado amparada por un gobierno militar que, como mínimo, tenía carácter autoritario o, como planteó Orlando Letelier en 1976, un mes antes de su asesinato, “No podría haberse instalado tal experimento económico liberal si no es a través del terror impuesto por el poder político”.
Pasaron más de 40 años de la gesta golpista. Los precursores del “ladrillo”, nombre eufemístico sobre la hoja de ruta neoliberal, reflexionan en una escena de Chicago Boys sobre el “camino exitoso” de su modelo. Sobre el final del largo documental, hablan de los límites de su experiencia histórica: refundar Chile bajo la visión neoliberal autoritaria. Al preguntarles sobre las condiciones de la desigualdad social, Rolf Lüders, uno de ellos, argumenta: "Me tiene sin cuidado la desigualdad, me tiene con cuidado la pobreza. Lo que hay que bajar es la envidia.
El problema de la distribución de ingreso es la envidia, yo envidio al tipo que tiene más ingresos que yo…”.
La envidia es el sentimiento enojoso contra otra persona que posee o goza de algo deseable, siendo el impulso envidioso el de quitárselo o dañarlo. Implica la relación del sujeto con una sola persona y se remonta a la relación más temprana y exclusiva con la madre, dice la psicoanalista austríaca Melanie Klein. Santiago Ragonessi, también psicoanalista, agrega que los celos están basados en la envidia pero comprenden una relación con, por lo menos, dos personas y está relacionado con el amor que el sujeto siente que merece pero le ha sido quitado, o está en peligro, por su rival. El artista plástico Daniel Santoro transforma la idea. Plantea que la envidia es la ruina del alma, un pensamiento oscuro y oculto que genera resentimiento pero que cuando se politiza, cambia su búsqueda. Busca justicia y distribución equilibrada. Es el camino, que inauditamente luego de una aparente y bien compuesta argamasa del ideario neoliberal, Chile inicia a desmoronar.
El planteo -y la lección- que dejan estas elecciones chilenas dice que no solo no tenemos que envidiar nada sino que hay que democratizar el goce, el poder, la propiedad, el futuro.