Ensayo

Elecciones presidenciales


Chile no es cualquier otro lugar de este planeta

Chile votó en un contexto social inédito que prometía el comienzo de una primavera progresista. Pero el favorito resultó ser un político que está a la derecha de Pinochet. Y más: el tercer lugar fue para un candidato que ni siquiera vive en Chile e hizo su campaña de forma on line. ¿Cómo entender la historia? Entre la inercia de pensar con viejos parámetros que suponen continuidad y la incorporación de la categoría aceleracionismo, con su aporte de novedad y fenómenos inéditos.

Fotos: Telam

El candidato del Partido de la Gente, Franco Parisi, anunció varias veces su llegada a Chile: la primera vez se vio postergada por una posible detención dada una demanda por no pago de pensión de alimentos en su contra, luego por probable COVID. Finalmente ni siquiera llegó a votar por él mismo. Sin embargo, es la tercera mayoría en estas elecciones. Recibió el 12,80% de los votos.

El porcentaje no sería llamativo si no fuera porque Parisi no toca suelo chileno hace años (trabaja en Estados Unidos, pero también tiene una demanda ante la justicia chilena por el no pago de pensión de alimentos). Su campaña fue 100 por ciento online, nunca estuvo en un debate junto a los demás candidatos, la estrategia fue manejada por un pequeño comando local, con casi nada de propaganda en vía pública, todo fue videoconferencias y streaming. Su mensaje: un furibundo rechazo tanto a la izquierda como a la derecha (sin matices) y a “los políticos” en general, todo de modo reiterativo, machacando clichés y usando distintos “casos” ilustrativos. Eso fue todo. Quedó tercero. El confinamiento pandémico, con sus dos años de confianza en reuniones vía Zoom, teletrabajo y soledad en las redes sociales, fueron esenciales para que esto ocurriera, aunque Chile está orgullosamente “conectado” desde mucho antes.  

¿En qué tipo de país un avatar es electo como tercera mayoría? En el mismo país en el que un candidato de ultraderecha, con linaje pinochetista, obtiene la primera mayoría (27,91%). Sí, justo después de la victoria del “apruebo” que mandató extinguir la Constitución de 1980 e instaló una Convención Constitucional, y apenas dos años después del estallido social. 

¿Qué pensar? 

Un amigo que es historiador y estudia de manera rigurosa el movimiento popular chileno  me dice que todo es evidente: “es nuestro Termidor, es el movimiento pendular que viene después de un momento revolucionario. Las élites no estaban así de asustadas desde la Unidad Popular”. Se refiere a algo que marcó la historia chilena durante la primera mitad del siglo XX. Entonces comenzó a darse un avance de los sectores mesocráticos y populares, una ampliación de los derechos sociales y, ya iniciado el gobierno de Allende, se aceleró el proceso de reforma agraria y el plan de expropiación de empresas e industrias para ser administradas por los trabajadores. Pero todo se dio en el marco de agudización de violencia política.   

El suyo es un razonamiento histórico que, como tal, requiere del supuesto de una gran dosis de continuidad por sobre la variante de novedad. “No creo que sea el caso”, le contesto. Desde hace tiempo trabajo sobre la idea de que aquella tradicional relación entre continuidad y novedad se invirtió por el acelerado ritmo que adquiere nuestro mundo. Seguir suponiendo que algunos procesos son parte de esa continuidad, en contra de la empiria, es la mejor forma de no entender lo que nos pasa. Vivimos un tiempo de fenómenos inéditos, aparentemente similares a otros antiguos, pero que analizados de cerca exceden con creces los rasgos de lo conocido. Más aún, el registro de lo conocido pareciera inducirnos a su incomprensión: “la historia -podríamos decir- más bien nos desorienta”. La conciencia histórica hoy se nos da en esta paradoja.  

Mi postura es: no podemos comprender el triunfo de Kast si no examinamos bien, primero, la realidad que se esconde tras la tercera mayoría de Parisi, un fenómeno de entrada más bien inédito en la historia política de Chile. Pero no es solo cuestión de un desajuste epistemológico. La interpretación no se juega de modo determinante en el campo de la teoría de la historia, sino en el de la opinión y la capitalización política de los acontecimientos.

Chile despertó. ¿Cómo se despierta de sueño neoliberal? ¿En qué tipo de país un avatar es electo como tercera mayoría?

Previo al estallido social la izquierda venía a la baja. En 2017 Piñera fue electo por el 54,57%, con una participación semejante a la actual, de un 50% aproximadamente, y superó en nueve puntos a su contendor de la alianza de centro izquierda, el sociólogo y periodista Alejandro Guillier. 

Si me apuran lo explicaría así: en términos políticos esa baja tenía relación con el desgaste de los gobiernos de la vieja Concertación, pero también con el avance de una cultura del emprendimiento y el mercadeo de todo ámbito de la existencia, algo que la propia Concertación se encargó de promover imponiendo la “evaluación”, la “calidad”, los “fondos concursables” y un repertorio de técnicas rudimentarias de administración de empresas a todo cuanto podía tocar el aparato del Estado. Así fue destruyendo o debilitando todo lo que no era susceptible de ser cuantificado y gestionado en dichos términos, como la educación, las artes, las humanidades, pero también la salud. En este sentido, aquella elección de Piñera puede ser leída como un proceso de simbolización, como la coronación del sujeto que mejor encarna el sentido común de una época.

En octubre de 2019 -a dos años de esa votación- sucede el estallido. La vieja, la nueva y la de centro: toda la izquierda se apuntó -condenas formales a la violencia mediante- a lo que conceptualizó como un movimiento social antineoliberal. Otro tanto hizo la academia progresista que venía desde hace tiempo sin poder cautivar a alguien con esos oscuros análisis acerca de la producción de la subjetividad neoliberal. Pero el recambio de bibliografía ya se había iniciado poco antes, y privilegiaba ahora las tentativas de un populismo de izquierda pero nuevo (de ellos), con una fuerte dosis de cultura del emprendimiento (¿cómo sustraerse?) y lucha generacional.

Antes que comprender qué era el llamado “estallido”, primó la capitalización política del fenómeno como “movimiento”. Y no hubo en verdad de este lado una explicación sino un cliché: “Chile despertó”, porque aislar causas (la desigualdad, la falta de expectativas, la salud mental, etc.) no equivale a explicar ni comprender. 

"Hemos vivido en la fábula de la agenda progresista, mientras el disciplinamiento neoliberal seguía haciendo trabajo de zapa."   

Pero ¿cómo se despierta del neoliberalismo? ¿Cómo seguir esa conclusión de aquellos análisis sobre los complejos procesos de producción de subjetividad? Sin embargo, en el arsenal teórico del postestructuralismo se encontraba también la llave maestra: “el acontecimiento”, la desviación de la norma, lo que emerge ante la impotencia de las sistematizaciones formales. De aquí la condición de posibilidad de un progresismo desengañado de la idea de Progreso, porque la política progresista, como toda política convencional, requiere en primer lugar de un mero hacer, es decir, de una oferta atractiva a una militancia-clientela que pague con sus votos al político y con reconocimiento al intelectual progresista.   

La perplejidad ante el resultado de esta primera vuelta se origina en esta falta de voluntad de comprensión en privilegio de una “agenda” que le permitiera abrirse paso a una nueva izquierda, saltando por sobre un contexto inicial en donde había mucho que decir y escribir, pero poco que hacer, pues las técnicas de poder examinadas eran tan cerradas que poco dejaban para pensar la acción. En adelante hemos vivido en la fábula de esa agenda progresista, mientras que esas dinámicas ligadas al disciplinamiento neoliberal, que comenzábamos a descubrir en su insoportable concreción, han seguido realizando en nuestra sociedad un trabajo de zapa.   

Quizá este momento, este verdadero “instante de peligro”, sea el propicio -la última oportunidad- de diseñar una política menos oportunista y que asuma incluso lo que nos resulte insoportable saber para poder efectuar un planeamiento pertinente y a la altura de las circunstancias. Quizá también sea demasiado tarde y tendremos que pensar bajo la penumbra del próximo gobierno hoy más probable, si es que eso es aún posible, porque no será como con Pinochet. Veremos fuertes dosis de refinamiento y “cooperación” -voluntaria e involuntaria- con un eventual gobierno de Kast. Nuestra casi total dependencia de los medios y las tecnologías nos arrastran a un extraño deseo de ser dominados “haciendo lo que queramos”. 

Hay que romper de una vez con todo esto y hacer lo necesario para frenar el ascenso de un fascista, de esos que llegan para “ordenar las cosas”.